domingo, 18 de septiembre de 2011

Las guerras Médicas

Grabado que muestra una escena de la batalla de Salamina en la que los griegos, comandados por Temístocles, lograron una decisiva victoria sobre la flota persa, malogrando definitivamente los planes de Jerjes para invadir Grecia.

La expansión griega tuvo que enfrentarse en su primer choque militar con el recientemente creado Imperio persa. Durante más de 20 años, desde el 500 al 478 a.C., ambos pueblos protagonizaron confrontaciones cortas pero intensas que dieron lugar a memorables batallas, como las de Maratón y Salamina, en las que quedó de manifiesto la importancia del poder y la estrategia naval.
Mientras los griegos reforzaban su expansión por el Mediterráneo, sus polis se hacían cada vez ás poderosas, y el arte y la filosofía alcanzaban una gran importancia. Al este, más allá del crisol mesopotámico, nacía el Imperio persa. Su fundador, Giro II el Grande, pertenecía a la dinastía de los aqueménidas, cuya etnia, de origen ario, estaba emparentada con la de los dorios que habían invadido Grecia. Hacia el año 546 a.C., Giro II había conquistado Babilonia y abanzado hacia el oeste, entrando en Anatolia y conquistando la ciudad de Sardes, con lo que consiguió el dominio de la península, amenazando directamente las ciudades jonias de la costa egea. Cambises II, sucesor del rey Giro II, conquistó Egipto, las ciudades fenicias e impuso una especie de protectorado sobre las ciudades jonias de Anatolia. Al morir Cambises en circunstancias poco claras, Gautama el Mago usurpó el poder, que fue recuperado para los aqueménidas por Darío I, yerno de Giro II, Darío completó la conquista de Egipto. Ante la evidente amenaza que representaba el poder persa, las principales ciudades griegas (la mayoría regidas por tiranos) enviaron a Darío "tierra y agua", que simbolizaba para los griegos el sometimiento y su posición de vasallaje. Darío, sin embargo, consciente de que solapadamente los griegos fomentaban la insurgencia de las ciudades jonias de Anatolia, inició en 512 a.C. una campaña en el continente europeo.

Los imperativos comerciales persas

Bajorrelieve conservado en la Tesorería de Persépolis, Irán, que muestra al gran rey Darío I en su trono y a su hijo y sucesor, Jerjes, detrás de él.

Las intenciones de Darío estaban dirigidas al control del mar. Quería obtener la hegemonía del comercio entre el Mediterráneo y la India, una estrategia fundamental para sostener la viabilidad de su vasto imperio. Para ello, empezó por fomentar el comercio con el conquistado Egipto; reabrió el canal entre el Nilo y el golfo de Suez (que se supone fue construido hacia el año 1900 a.C., bajo el reinado del faraón Amenemhet I) y estableció normas administrativas a sus satrapías (las provincias en las que estaba organizado el Imperio persa) para favorecer los productos egipcios. Esto perjudicó de forma notable al comercio griego, ya que Egipto era el principal exportador de trigo a las polis, e hizo perder peso especifico a los comerciantes jonios del Asia Menor. Por otra parte, los fenicios, que habían visto con malos ojos la ocupación de Sardes y la subsiguiente interrupción de buena parte de su comercio con Anatolia y las ciudades del mar Negro, fueron favorecidos por Darío, cuya intención era monopolizar el comercio marítimo en el Mediterráneo, en el que habían quedado relegados a un segundo plano por los griegos. A consecuencia de todo ello, las ciudades jonias, que se hallaban en régimen de protectorado persa, perdieron el comercio con el mar Negro y sufrieron una profunda crisis económica que incrementó el resentimiento y las ansias de sublevación contra los persas. Por estas razones, la inclusión en el Imperio persa de la Grcia continental y la del Egeo era fundamental para la estrategia de Darío, que pretendía fundamentar económicamente un reino que no hacía más que crecer y que planeaba expandir aún más hacia el este, hacia los reinos de la India.
En 512 a.C., Darío pasó a la acción y emprendió una campaña en el continente europeo. Atravesó el estrecho del Bósforo con un espectacular puente de barcazas, ocupó Tracia y se adentró en Ucrania y el sur de Rusia tras atravesar el Danubio, utilizando una estrategia similar a la empleada en el estrecho. Su objetivo era controlar el mar Negro y convertirlo en un "lago persa"; para ello, necesitaba dominar las orillas de este mar y regresar a Persia por el Cáucaso, pero ante la feroz resistencia de los bárbaros escitas, tuvo que regresar por donde había venido.
Esta campaña atemorizó a las ciudades de Grecia, que vieron su futura independencia seriamente amenazada. De este modo, cuando las ciudades jonias se rebelaron contra el yugo persa en 492 a.C., Atenas acudió en su ayuda con 20 naves de guerra. La rebelión comenzó con la creación de un congreso panhelénico que englobaba las principales ciudades jonias; además, se implantó una moneda común y se destituyeron los tiranos impuestos por los persas. Los rebeldes atacaron Sardes, la capital de la satrapía de Asia Menor, que estaba gobernada por Artafernes, el propio hermano de Darío. Pero tras ser derrotados en Éfeso, los rebeldes fracasaron en su empeño de formar estrepitosa.

La primera guerra Médica


Trirreme griega, la más avanzada nave de guerra de la época médica y modelo de las que se siguieron construyendo en el Mediterráneo durante ocho siglos.

La intervención de Atenas en la revuelta de Asia Menor hizo montar en cólera a Darío, quien, según Herodoto, encargó a sus ayudas de cámara que le recordaran en cada comida "¡Gran rey, no te olvides de los atenienses!". La primera consecuencia de ello fue la expedición de Madonio, yerno de Darío, hacia los Balcanes, con la intención de invadir el territorio y encerrar a Grecia en una gigantesca pinza. Mardonio reconquistó Tracia, abandonada por el ejército de Darío, y sometió Macedonia por tierra, pero su campaña no pudo prosperar debido a un terrible temporal que destruyó la flota al doblar la punta de la península donde está situado el monte Athos. Este primer fracaso persa no arredró a Darío, quien planificó una segunda campaña dos años más tarde. Esta vez contaba con la complicidad de Hipias, hijo del tirano Pisístrato, que había sido destituido de la tiranía de Atenas por su política a favor de los persas. Hipias había asegurado a Darío que, si atacaba directamente la Grecia continental, en la mayoría de las polis habría levantamientos a favor de Persia. También Demarato, uno de los dos reyes de Esparta, estaba a favor de Darío. Se organizó una gran expedición comandada por Artafernes, sobrino de Darío, quien llevaba consigo al prestigioso general Datis.
Se desconoce la potencia exacta de las fuerzas expedicionarias persas. Según Herodoto, el ejército se concentró en Samos y se embarcó en el verano de 490 a.C. en una flota formada por 600 galeras. Este dato permite a los historiadores especular sobre un ejército formado por 30.000 o 40.000 hombres. Su intención era atacar directamente Atenas, pero los persas asaltaron primero las Cícladas para vengar antiguas afrentas a Darío y retrasaron lo que habría sido un ataque casi por sorpresa. Este retraso permitió a los griegos prepararse, lo que resultó fatal para los persas.
En Atenas se tenía conciencia del peligro desde hacía mucho tiempo. El arconte Temístocles (magistrado que gobernaba Atenas provisionalmente) abogaba desde hacía tres años por fortalecer la Hélade con la construcción de una poderosa fuerza naval; de hecho, había fortificado el puerto de El Pireo y ampliado sus muelles para dar cabida a una base militar; pero fue finalmente su rival político, Milcíades, quien estaba convencido de que Grecia debía defenderse por tierra, el elegido por los atenienses para organizar su defensa frente a los persas.

La batalla de Maratón

Los griegos atacan al ejército persa en Maratón. Al fondo, las naves persas varadas en la playa. Grabado del siglo XIX.
Los atenienses pidieron ayuda a Esparta, su eterna rival, que no se la negó pero aplazó el envío  de tropas debido a la celebracíon de unos juegos tradicionales. El mensajero ateniense Filípides recorrió a caballo la distancia entre ambas polis, 220 kilómetros, en tan sólo un día y medio, lo que hizo famoso y dio a que su segunda carrera, la "maratón", se convirtiera en una leyenda.
Mientras los atenienses se preparaban, la flota persa desembarcó en la bahía de Maratón, situada a unos 40 kilómetros al este de Atenas, tras el monte Pentélico. Fue una gigantesca operación anfibia, la primera de la historia de esta magnitud, y los persas se establecieron en un campamento terrestre sin prisa aparente por atacar Atenas. Los atenienses que los observaban desde lo alto de las colinas eran menospreciados por los persas, quienes ni tan siquiera los ahuyentaron. Éste fue el primer error de Datis y Artafernes, quienes dejaron que los atenienses estuvieran constantemente informados de sus movimientos. El segundo error fue consecuencia del primero: decidieron atacar Atenas por tierra con la infantería y embarcar la caballería en las galeras para desembarcarla luego al oeste de la ciudad, que quedaría así entre dos frentes; esta estrategía resultó fatal, pues los atenienses conocieron de inmediato el inicio de la larga y costosa operación de embarque de la caballería y decidieron atacar sin esperar a los espartanos.

Los atenienses deciden atacar

Escena del final de la batalla de Maratón, cuando los griegos habían conseguido que los persas retrocedieran hasta sus barcos, junto a los que se produjo el último ataque. Grabado del siglo XIX.
La idea de aprovechar el momento del embarque de la caballería persa para pillar desprevenido al enemigo y atacarle fue del general ateniense Milcíades, quien convenció a sus nueve lugartenientes de la eficacia del arriesgado plan. Se calcula que el contingente de las tropas atenienses oscilaba entre los 10.000 y 15.000 combatientes, mientras que el número de soldados persas que quedaban en tierra en el momento del ataque no llegaba a los 20.000. Según Herodoto, el grueso de las fuerzas griegas se apostó a 1,6 km de distancia de las persas. Milcíades dispuso el ataque en tres columnas; la central, que fue comandada por Temístocle y Arístides, tenía la consigna de abrirse rápidamente a los flancos en el momento del primer contacto con el grueso del enemigo; las columnas de los flancos debían envolverlo. Los persas se habían alineado en paralelo a la línea de la playa, donde estaban fondeadas sus naves. Convencido de su superioridad, el general persa Datis no previó ninguna estrategia de retirada basada en el embarque rápido de las tropas. La idea del ataque relámpago de los atenienses tenía una doble finalidad: por una parte, no dejar espacio a los persas para que pudieran usar su potencial más mortífero: los entrenados arqueros, capaces de lanzar nubes de flechas en un recorrido balístico de largo alcance; por otra, evitar cualquier intento de huida de los barcos o que las tropas embarcadas en éstos pudieran abandonar las naves rápidamente para apoyar a las milicias terrestres.
A la orden de Milcíades, los atenienses se lanzaron a una valerosa carrera contra el grueso de la formación persa. Sorprendidos por el ímpetu de la inesperada carga, los hombres de Datis y Artafernes no tuvieron tiempo de reaccionar y apenas pudieron lanzar una salva de flechas, pues los griegos se les vinieron encima en cuestión de minutos. Se originó un terrible combate cuerpo a cuerpo en el que los hoplitas griegos, más preparados en el uso de las largas lanzas y protegidos con poderosas corazas, fueron muy superiores a los persas, que usaban preferentemente armas cortas. Los persas ofrecieron, sin embargo, una gran resistencia, consiguiendo romper por un momento el cerco griego; aun así, los flancos atenienses se reagruparon y pusieron en fuga a los medos hasta el mar, donde se entabló la última fase del combate. Muchos infantes persas intentaron embarcar en las galeras fondeadas, pero fueron sistemáticamente atacados por los atenienses, quienes capturaron ocho barcos enemigos en el asalto. Según Herodoto, 6.400 persas murieron en la batalla de Maratón; por su parte, los griegos registraron sólo 192 muertos. Este dato, proporcionado por Herodoto, se considera de gran exactitud, pues coincide con el número de esqueletos encontrados en las excavaciones arqueológicas del túmulo que los atenienses erigieron a sus caídos.

La retirada persa

La victoria ateniense fue espectacular, y cuenta la leyenda que Milcíades, ansioso por dar la noticia a los atemorizados ciudadanos de Atenas, envió al mensajero Filípides, quien había sido herido en la batalla, a recorrer a la carrera los 42 km que les separaba de la ciudad. Tras anunciar la victoria con la frase "¡Alegraos, atenienses, hemos vencido!", Filípides se derrumbó y mutió. La mayoría de historiadores consideran improbable que haya algo de verdad en esta leyenda que ha dado nombre a la famosa carrera olímpica conmemorativa. Después de la victoria, los atenienses volvieron a Atenas para defenderla de la flota persa que se acercaba. Los persas de las galeras no conocían todavía la derrota de Maratón, y cuando llegaron a las costas de Atenas se encontraron con el grueso de la infantería ateniense esperándoles. Por otra parte, la prevista rebelión de los partidarios de Hipias, que habían previsto hacer centellear un escudo bruñido como un espejo desde lo alto del monte Licabeto para anunciar su adhesión a la flota persa, finalmente no se produjo, y los barcos del gran rey Darío dieron media vuelta y regresaron a Asia. Tres días después de la batalla llegaron unos 2.000 espartanos, que quedaron admirados de la proeza ateniense.

La gran evolución naval griega

Trirremes griegas, las naves de guerra más poderosas de su época. Tras la primera guerra Médica, Temístocles convenció a los atenienses de que se construyeran 200 unidades en pocos años.

En la batalla de Maratón, las flotas griegas y persas no se enfrentaron, y la victoria en tierra fue de tal importancia estratégica que desencadenó por sí sola la retirada persa. Sin embargo, los griegos sabían que Darío no renunciaría a sus pretensiones y volvería a atacar, ahora con más motivos que antes; sabían, también, que esta vez las naves de guerra jugarían un papel fundamental.
Los griegos eran por entonces los pioneros en la construcción naval y sus barcos eran muy superiores a los persas. La mayoría de arqueólogos e historiadores de la náutica están de acuerdo en considerar que las galeras griegas eran las más "bellas" embarcaciones de la antigüedad, en el sentido estético del término. La preocupación de Grecia por las artes se hizo extensiva a los barcos y se hizo patente en la construcción naval, no sólo en los aditamentos ornamentales, sino también en el diseño de las líneas de la embarcación. Los griegos estilizaron la birreme fenicia proporcionándole una extraordinaria finura de líneas. La birreme griega (galera que disponía de dos órdenes o filas de remos por banda) descendía de la de los fenicios, que fueron los que idearon este tipo de nave, y marcó el inicio de una larga saga de galeras de guerra; esta saga perduró de forma hegemónica en el Mediterráneo hasta la batalla de Lepanto, veintiún siglo después, cuando empezó su decadencia. Inicialmente, la eslora de las birremes no superaba los 24 metros y la manga llegaba a los 3 m. La velocidad como arma táctica era ya considerada imprescindible por los maestros de ribera griegos, quienes eran conscientes de que para conseguir un desplazamiento rápido por el agua no sólo debían crear líneas finas, sino que tenían que reducir al máximo la obra viva del casco. Esto, en un principio, parecía incompatible con la necesidad de un mayor número de remos, el "motor" decisivo de la nave cuando ésta arriaba la vela y entraba en combate. Para tal fin, al igual que las galeras fenicias, las birremes griegas disponían de una postiza, pieza de madera que se colocaba en el costado exterior de las naves y que soportaba el orden de remos superior; de este modo, no era necesario aumentar la manga del casco. Inicialmente, y durante algunos siglos, la birreme griega se impulsaba con un solo remero por remo.
Por aquella época, en los barcos provistos de quilla y cuadernas que se construían en el Mediterráneo, se formaba primero la tablazón del forro y después se añadía el esqueleto. Con las birremes griegas llegó un nuevo sistema de construcción, cuya técnica parece ser de origen corintio: consiste en construir primero el esqueleto (quilla, cuadernas, roda y codaste) y forrarlo luego con tablas unidas por sus bordes. De este modo se crearon las bases de la construcción mediterránea de todo tipo de barcos, bases que perduraron hasta la muy posterior aparición del hierro. Las birremes evolucionaron hacia las trirremes cuando los estrategas griegos se dieron cuenta de la importancia que adquiría la defensa naval en sus intrincadas costas. La amenaza de una próxima invasión de los persas, que disponían de una excelente flota, acabó por impulsar de forma definitiva la creación de una galera mucho más rápida y maniobrable. Se trataba de aumentar de forma importante el número de remos, y la única forma de hacerlo era disponer tres filas superpuestas de remeros.

La segunda guerra Médica

.Gabado del siglo XIX que muestra una escena de la batalla de Salamina
Tras la primera guerra Médica, Temístocles fue escuchado, pese a que en Maratón prevaleció el criterio de Milcíades de atacar por tierra, y Atenas decidió aumentar su potencia naval. Temístocles, jefe del partido por la democracia, abogó por la construcción de 200 galeras, birremes y trirremes, e impulsó la reforma del puerto de El Pireo. Representantes de todos los estados griegos se reunieron en el istmo de Corinto, el centro geográfico de la Hélade, para constituir una confederación ante la amenaza persa. Esparta asumió la presidencia de la confederación, pues se consideraba líder indiscutible en temas militares, pese al desarrollo de los atenienses tras la batalla de Maratón. En la conferencia se acordó que ningún estado pactaría por separado con los persas y se distaron normas para erradicar a los partidarios de los medos de los organismos de poder. Resultó un buen acuerdo preventivo, pues al cabo de diez años Persia volvería a la carga.
En 486 a.C. murió Darío y su hijo Jerjes le sucedió en el trono. Durante los primeros años de su reinado, Jerjes se ocupó de la represión de las revueltas de Egipto y Babilonia y se preparó para atacar de nuevo a los griegos. Envió embajadores a todas las ciudades de Grecia para pedirles <>, símbolos de sumisión. Violando el acuerdo de Corinto, muchas islas y ciudades aceptaron el vasallaje, pero no ocurrió así con Atenas y Esparta. Finalmente, en 480 a.C., diez años después de la batalla de Maratón, Jerjes decidió pasar al ataque. Reunió el más poderoso ejército que nunca se había preparado hasta entonces. Herodoto lo cifra en cerca de seis millones de soldados, pero otros historiadores discrepan notablemente de las quizá entusiásticas cifras del <>; los datos apuntan a un cuerpo expedicionario de entre 150.000 y 350.000 hombres por tierra, unos 200.000 soldados distribuidos en 1.200 barcos de guerra y otros 3.000 en transportes diversos.
El cuerpo de tierra se desplazó hacia el Bósforo y lo atravesó en una espectacular operación: se tendieron dos puentes, articulados respectivamente sobre 314 y 360 barcos abarloados y sujetos con cabos de cáñamo y de papiro (aportados por los marinos egipcios), sobre los cuales se habían colocado sendas pasarelas con altos parapetos laterales para evitar que los caballos persas, que nunca habían visto el mar, se asustaran. Una vez en Grecia, el ejército persa se encontró con los hombres de su propia flota al sur de Tracia y ambos avanzaron por la costa sin perder el contadto visual. El espectáculo narrado por Herodoto debió ser realmente impresionante. Jejes jugaba también con la baza psicológica: aterrorizar a los griegos ante la certeza de un inminente Apocalipsis. Sin embargo, los acontecimientos iban a desarrollarse de una manera totalmente inesperada.
La alianza griega se había movilizado y se habían separado las responsabilidades: a Esparta se le encomendaron las operaciones terrestres y a Atenas las navales. El ejército de tierra persa debía atravesar el paso de las Termópilas, que estaba defendido por Leónidas, rey de Esparta, al mando de 4.000 soldados, de los que sólo una minoría eran espartanos. La batalla de las Termópilas fue ganada por los persas en el mas de septiembre del año 480 a.C., pero con un alto coste de vidas humanas, puesto que los hombres de Jerjes no estaban acostumbrados a luchar sobre terrenos montañosos. También sufrieron importantes pérdidas en el mar, debidas a una fuerte tormenta con viento del norte que dispersó una parte de la armada, hundiéndose decenas de barcos. Los persas entraron en Ática por tierra y por mar mucho más desorganizados de lo que preveían los planes de Jerjes.

La batalla de Salamina

Las principales campañas de las guerras Médicas. La flota persa intentó dos veces atacar Atenas, y en ambas fracasó.
Temístocles había hecho evacuar Atenas ante la inminente llegada de los persas, y comandaba la Armada griega qye se había concentrado en la bahía del Eleusis, cercana a la ciudad. La entrada a la bahía estaba protegida por la isla de Salamina y por 310 trirremes y unas 50 birremes de reciente construcción con dotaciones bien entrenadas. Se cuenta que Temístocles preparó una operación de contraespionaje: envió un esclavo a Jerjes con instrucciones de propalar informaciones falsas sobre la división entre los griegos, sobre el lugar donde iban a presentar combate y sobre la débil flota que, a buen seguro, se dispersaría despaborida, huyendo por el canal occidental de la bahía en cuanto los persas atacaran. También contó que muchas trirremes atenienses estaban comandadas por capitanes a favor de los persas que se unirían a los atacantes en cuanto se iniciara la batalla. No se sabe con certeza si Jerjes creyó en el engaño, pero cometió su primer error al cercar la bahía de Eleusis por sus dos salidas. Envió 600 galeras al canal occidental y colocó otras 600 en el oriental, situando el grueso de la flota entre el continente y la isla sin apercibirse de que, de esta manera, sus barcos quedaban atrapados sin posibilidad de maniobrar. Las mejores unidades de la flota persa estaban tripuladas por fenicios, egipcios y griegos dorios aliados de los persas, como la reina de Halicarnaso, Artemisia, quien comandaba 400 naves (por lo que ha sido considerada como la primera mujer almirante de la historia). Jerjes estaba tan seguro de la victoria que, en una isla cercana a Salamina, ordenó construir un trono en lo alto de un monte para contemplar el desarrollo de la batalla.
Temístocles había calculado cuidadosamente su estrategia: las tropas situadas en ambas alas de la bahía debían envolver a los navíos persas y empujarlos unos contra otros para privarlos de movimiento. Según contó el dramaturgo griego Esquilo, quien participó en la batalla, los persas dispusieron sus barcos en tres líneas y atacaron al despuntar el alba. Las tres filas se dividieron en dos escuadras de tres columnas. Los griegos los esperaban en la parte más angosta del canal, donde su anchura apenas alcanza los 1.000 metros. Tal como había previsto Temístocles, cuando sus tropas envolvieron la flota de Jerjes, el caos cundió entre los barcos persas, que se obtaculizaban y chocaban entre sí, yéndose a pique muchos de ellos. La mayoría de los soldados persas no sabía nadar y, cuando caían al agua, se ahogaban irremediablemente, empujados por el peso de la impedimenta y de las armaduras que portaban.
La flota persa se desmoronó y Jerjes asistió furibundo a la masacre de sus naves. Al caer la tarde el desastre era total, y el rey persa, sin Armada, decidió que su ejército de tierra, que había incendiado Atenas, regresara a Asia, dejando a Mardonio como administrador de los territorios conquistados en Grecia. Pero el yerno de Darío fue derrotado en la batalla de Platea, lo que acabó con el sueño de los aqueménidas de conquistar Grecia. Las guerras Médicas tuvieron una importancia psicológica decisiva entre los griegos, de tal forma que trascendieron a la historia de la civilización occidental. Herodoto y Esquilo (éste último como participante activo en la guerra de Salamina) las describieron como una lucha de la democracia contra la monarquía absoluta. De todos modos, para el Imperio persa fue una derrota sin mucha importancia, ya que Jerjes estaba más interesado en expandir su imperio hacia la India. A partir de la batalla de Salamina, el dominio del mar y la importancia de poseer una flota poderosa fueron considerados objetivos fundamentales por cualquier país con pretensiones de expansión político-militar.

Las guerras del Peloponeso


El faro de alejandría fue mandado construir en 290 a.C. por Ptolomeo Sóter, el sucesor de Alejandro Magno en Egipto. El proyecto lo hizo Sástrato de Knidos, quien dirigió la obra durante 20 años. Cuando se concluyó su construcción, el faro era la obra más alta del mundo y el último símbolo del poder helénico en el mar.

Tras las guerras Médicas, Atenas salió muy fortalecida. Llegó la época de Pericles, en la que se consolidó la democracia y florecieron las artes y la filosofía, al tiempo que la ciudad se convertía en una gran potencia naval. Atenas, varias islas del mar Egeo y algunas ciudades del Asia Menor, crearon la Liga de Delos, como continuación de la Liga Panhelénica formada con motivo del ataque de Darío. La finalidad de la liga era costituir una confederación marítima comandada por Atenas para hacer frente a posibles ataques de los persas. Esta decisión conllevó la pérdida de poder por parte del gran rival de Atenas, Esparta, que recuperó la Liga del Peloponeso, fundada con sus aliados en el siglo VI a.C.
Ambas confederaciones entraron enseguida en conflicto. Representaban distintas concepciones del Estado y del poder político-militar: Atenas era el adalid de la democracia, mientras que Esparta defendía la oligarquía; la primera ostentaba una gran potencia marítima, y la segunda, en cambio, una terrestre; por último, mientras que Atenas defendía la unión de la Hélade en un solo Estado, Esparta abogaba por una confederación de ciudades autónomas. La guerra entre ambas potencias estalló en el año 431 a.C., a causa del bloqueo comercial impuesto por Atenas a Megara, perteneciente a la Liga del Peloponeso.
La guerra duró casi treinta años, hasta 404 a.C., y se produjeron dos episodios navales de importancia. El primero de ellos fue debido al intento ateniense de ocupar Siracusa por parte del caudillo Alcibíades, quien se propuso la conquista de Sicilia y el sur de Italia como paso previo a la expansión ateniense en el norte de África. Sicilia estaba dividida entre los cartagineses y los griegos; la zona de influencia griega dependía de Siracusa, aliada de Esparta. En 415 a.C. Alcibíades organizó una expedición naval contra Siracusa con 134 barcos y 5.000 soldados. Partió con la confianza de encontrar el apoyo de otras colonias griegas del sur de la península itálica, como Tarento y Locri. Sin embargo, sus expectativas no se cumplieron y Alcibíades se encontró solo ante Siracusa. El asedio a la ciudad resultó un fracaso. El ateniense tuvo que regresar requerido por los tribunales de Atenas, acusado de un delito religioso, pero, durante el viaje, desertó a Esparta. Nicias, quien se había quedado al mando de los sitiadores, tuvo que pedir refuerzos a Atenas, pero el asedio fracasó y Nicias fue ejecutado junto con los demás jefes atenienses. La derrota se consumó en 405 a.C. en la batalla de Egos Pótamos, a la entrada de los Dardanelos. Doscientos barcos espartanos, comandados por Lisandro, derrotaron a las ciento ochenta galeras atenienses. Fue el fin para Atenas, que se avino a firmar la paz al año siguiente, perdiendo su hegemonía naval y su imperio colonial.
Se inició entonces en Grecia una época de hegemonía espartana que acabó en 371 a.C., cuando el rey de Macedonia, Filipo II, inició su expansión hacia las ciudades griegas de la costa. En 338 a.C. Filipo derrotó Tebas y Atenas, creando la Liga de Corinto, una confederación panhelénica contra los persas. En 336 a.C. Filipo fue asesinado y su hijo Alejandro asumió el poder. Al año siguiente Alejandro logró dominar toda Grecia y preparó su gran objetivo: la conquista del Imperio persa.








sábado, 17 de septiembre de 2011

La trirreme, la primera gran nave de guerra

Alzado de una trirreme griega y la sección vertical que muestra la disposición de los remeros en tres filas.

Los griegos perfeccionaron las birremes fenicias y, a medida que las fueron utilizando para la guerra, se dieron cuenta de la importancia de conseguir una mayor velocidad y poder de maniobra. En aquella época en que el aparejo a vela se hallaba en una fase embrionaria, la forma más segura y controlable de conseguirlo era aumentando la capacidad de propulsión a remo.
Ante esta circunstancia, la idea de aumentar el número de remos en cada orden o línea era inviable, ya que llevaba irremediablemente a aumentar la eslora de la embarcación y, más allá de los 40 metros, los maestros de ribera griegos no tenían solución alguna para construir cascos resistentes al quebranto provocado por el oleaje. Cerca del año 525 a.C., se escribieron las primeras citas literarias referentes a lo que se denominó trirreme: se trataba de una galera con tres órdenes de remos por banda y que, en sus inicios, tenía un solo remero por remo. Pese a ser el trirreme un barco del que se ha escrito y hablado mucho hasta nuestros días, en realidad no se conocen con exactitud todos los elementos de su diseño y funcionamiento. A diferencia de la birreme, esta nueva nave disponía de un segundo espolón encima del situado cerca de la línea de flotación, y era más corto que éste. La finalidad de este apéndice adicional era agrandar la brecha abierta en el casco del barco que recibía la embestida, ya que estas temibles puntas, forradas de bronce y decoradas a menudo con representaciones de cabezas de animales feroces, eran realmente destructivas en el caso de una acometida frontal.
El tamaño de las trirremes aumentó considerablemente en relación a las birremes, ya que llegaron a medir 37 metros de eslora por casi 6 de manga. Sobre la disposición de los remeros hay muchas opiniones, pero parece un dato aceptado por la mayoría que en la fila superior o tranite se solía disponer de 64 remos de unos 4,3 m de largo; en la media o zygian, de 54 remos de 3,2 m, y en la fila inferior o thalamian, había entre 50 y 54 remos de unos 2,3 m. El timonel gobernaba sentado a popa y manejaba las espadillas mediante una barra transversal que las unía.
La capacidad de los expertos remeros griegos (ciudadanos libres que cobraban por su trabajo) era notable. Bogando con cadencia de asalto podían llegar a desarrollar velocidades de hasta 6 nudos durante unos 20 minutos; la velocidad de crucero normal se situaba alrededor de los 3 nudos según el estado de la mar y la dirección del viento. Según Jenofonte, una distancia de 129 millas suponía un "día largo" para una trirreme. Pero la referencia más precisa de la velocidad de crucero que podía llegar a alcanzar una trirreme sin vela se conoce gracias a un echo histórico concreto: la carrera improvisada que sostuvo la galera que transportaba el indulto a favor de los hombres de Mitilene contra la que llevaba su pena de muerte, y que había zarpado con anterioridad. La tripulación no se detuvo ni un momento: comieron pan de cebada mezclado con vino y aceite de oliva, al tiempo que bogaban con todas sus fuerzas. Tuvieron la suerte de no encontrar vientos contrarios y fueron capaces de recorrer 184,5 millas en aproximadamente 24 horas, lo que muestra la alta velocidad de crucero (7,6 nudos) que podían llegar a desarrollar las trirremes.
El aparejo a vela servía para propulsar la embarcación en los trayectos largos. Consistía en un solo palo alto situado a proa del centro de la nave, que a veces se abatía al navegar a remo y en la mayoría de combates. La vela era cuadra con una sola verga, se orientaba con brazas y se cargaba y largaba mediante briolas. A tope del palo se llevaba una cofa para vigías y arqueros. Con el tiempo apareció el dolon a proa, un palo pequeño e inclinado a proa, en el que se largaba una pequeña vela cuadra.

Características aproximadas

Eslora total: 37 m
Eslora de flotación: 34 m
Manga: 5,9 m
Calado: 1,75 m

martes, 13 de septiembre de 2011

Grecia y Roma

Con la consolidación de la cultura griega se produjo la primera gran expansión marítima de carácter eminentemente colonial de la historia. También con Grecia llegó la primera utilización del barco como arma decisiva en la guerra, muy especialmente en la batalla de Salamina contra los persas. Con los griegos, el mar, la navegación y los barcos pasaron a ser los protagonistas de su civilización y el motor de su desarrollo. Roma recogió los beneficios de la cultura naval griega y dominó el Mediterráneo de levante a poniente y de este a oeste, configurando una cultura náutica que se mantuvo hasta la Edad Media europea.

La invasión de los dorios

Crátera para mezclar vino decorada con escenas de combates navales, datada sobre el 650 a.C.

La invasión del territorio griego por parte de los dorios fue, en sus inicios, fundamentalmente terrestre. Llegados de diversas regiones del norte, los dorios se fueron introduciendo poco a poco en la sociedad micénica, en un principio como inmigrantes, para acabar protagonizando una invasión en toda regla. Al invadir el Peloponeso, los nuevos pobladores crearon, hacia el año 1000 a.C., tres reinos: Esparta, Argos y Misenia. Además de provocar importantes desplazamientos de los pueblos micénicos (varios de los cuales fueron probablemente los denominados Pueblos del Mar), esta invasión originó la organización de un nuevo pueblo, el jonio. Los jonios del Peloponeso fueron desplazados hacia el norte y se refugiaron en nuevas ciudades, una de las cuales fue Atenas, en Ática; otros emigraron hacia las costas de Asia Menor, al este, donde fundaron ciudades que luego tuvieron una gran importancia en la historia de Grecia. La dualidad de poder de los pueblos jonios y dorios fue extraordinariamente importanteen la historia de Grcia y decisiva en el devenir de los acontecimientos que los enfrentaron a la potencia asiática que se estaba gestando por entonces en Mesopotamia: los persas. La posterior colonización de la costa occidental de la actual Turquía también supuso la escenificación del primer gran enfrentamiento entre la denominada cultura occidental o "europea" y la oriental o "asiática". Los dorios se desplazaron hacia el sureste, llegando a Rodas y Halicarnaso. Todas las ciudades coloniales de la costa de Anatolia, tanto las dorias como las jónicas, se establecieron en lugares donde podía llegar la brisa del mar, esto es, a una distancia nunca mayor de 30 km.

La Edad del Hierro y la construcción naval

Los historiadores llaman "Edad Oscura" de Grecia al largo periodo, de aproximadamente 400 años, que siguió a la gran invasión doria, del que no quedaron referencias culturales tras la destrucción definitiva de la civilización micénica. Una de las causas de la devastación de este pueblo fue muy probablemente el dominio de la metalurgia del hierro que poseían los dorios, conocimiento que les otorgaba una notable superioridad militar frente a las armas de bronce de los micénicos. De hecho, tras la invasión de los dorios comenzó la Edad del Hierro en Europa, que supuso el fin de la Edad del Bronce y un profundo cambio socioeconómico, militar y naval. Aunque el hierro abundaba en Grecia en mayor proporción que el estaño y el cobre, las dificultades técnicas que presentaba su extracción, fusión y transformación fueron la causa de que se tardara mucho tiempo en utilizarse a gran escala. Los dorios aprendieron la metalurgia del hierro probablemente de los hititas, quienes fueron a buen seguro los primeros en desarrollarla en secreto en sus ricos yacimientos del Cáucaso. Al caer el Imperio hitita, el conocimiento de la técnica del forjado del hierro se extendió a zonas más amplias, como Siria, Palestina, Anatolia y Persia. El uso del hierro no sólo proporcionó nuevas y más poderosas armas, sino que dio un gran impulso a la agricultura y a la artesanía con resistentes herramientas, y aportó a la construcción naval elementos decisivos para su expansión: el clavo y el hacha. Con el uso de los clavos y pasadores de hierro se pudieron fijar con firmeza los diversos elementos del esqueleto del barco y de su tablazón; ello permitió pasar progresivamente del método de construcción de "empezar por el forro", en el que se construía primero la tablazón y luego se insertaba en ésta el esqueleto formado por la quilla y las cuadernas, al de "las cuadernas primero", en el que el esqueleto se armaba en primer lugar y se forraba luego con la tablazón. Con las hachas de hierro y las sierras se mejoró el rendimiento en la tala de arboles necesarios para construir barcos a gran escala.

Las polis y sus colonias

Vista aérea de las ruinas de Emporion (Ampurias) en Cataluña. Esta colonia griega fue, junto con la de Massalia (Marsella), una de las más importantes del Mediterráneo occidental.
A pesar de la pobreza de la tierra y de la dureza del clima de algunas zonas, el proceso de crecimiento de estos nuevos asentamientos fue continuo, y las pequeñas aldeas originarias acabaron uniéndose y dando lugar al nacimiento de las polis, ciudades estado que resultaron fundamentales en la formación de la cultura griega. En su primera época estaban gobernadas por reyes; más tarde, por los eupátridas, miembros de familias de la aristocracia que, a medida que las ciudades fueron creciendo, fomentaron la emigración de muchos de sus habitantes. De cada ciudad partía en barco un grupo de ciudadanos que fundaba una colonia con estrechos vinculos con la polis primigenia, que se constituía así en metrópoli. Estas nuevas ciudades se construían con todos los elementos característicos de sus metrópolis: Santuarios, ágora, necrópolis y murrallas.
Se produjo entonces un proceso de colonización que se extendió por todo el Mediterráneo; fue un éxodo protegido y en cierto modo fomentado por los gobiernos de las polis. Hacia el 500 a.C., se habían establecido importantes colonias griegas a lo largo de las costas de Asia Menor, en torno al mar Negro, en Sicilia, en el sur de Italia y en el sur de España. En el sur de Italia y Sicilia se desarrolló una próspera región, que se llamó Magna Grecia; allí crecieron Siracusa, Tarento, Síbaris y Nápoles. Los griegos recorrieron las actuales costas italiana y francesa, mientras que en la península Ibérica tuvieron mayores dificultades al chocar con los intereses de los cartagineses que se estaban expandiendo por la zona. Los griegos crearon importantísimas colonias en el sur de Francia, como Massalia (Marsella), fundada en torno a los años 600-575 a.C; durante la misma época, en la costa catalana, se fundó Emporión (Ampurias). Las ciudades de Massalia y Emporion reforzaron su actividad comercial con nuevos puertos de recalada y aguada (provisión de agua). Por su parte, Massalia se extendió a lo largo de la costa sur de Francia y noreste de Italia; Emporion lo hizo a lo largo de la costa levantina, creando la importante colonia de Hemeroskopeion, que significa "atalaya diurna", cuya ubicación continúa hoy en día siendo un misterio (aunque se supone que podría estar situada en la zona del Peñón de Ifac, en la actual Calpe, o cerca de Denia). Emporion también se expandió hacia el sur de la península Ibérica y, probablemente, hacia las islas Baleares.

El control comercial del Mediterráneo

Una birreme griega de guerra y, a la derecha, un mercante. Ambas representaciones aparecen en una cerámica de 540 a.C. aproximadamente.
En todas estas colonias del Mediterráneo la comunicación marítima fue prioritaria en la relación entre ellas y con la metrópoli. Se estableció un importantísimo tráfico comercial que tuvo tan sólo como rivales a los fenicios, que ya se encontraban por entonces en franca decadencia, aunque, paradójicamente, fueron los que protagonizaron las más osadas expediciones de la época, como las de Himilcón y la del rey Hannón. A través del Mediterráneo, los griegos vendían manufacturas de alta calidad (cerámicas, bronces, tejidos, perfumes, joyas, aceite, vino...) y compraban cereales, metales y todo tipo de materias primas. Durante esta época de expansión, los griegos, aun manteniéndose separados e independientes entre sí, tomaron conciencia de su unidad cultural, religiosa y étnica frente a los demás pueblos.
Marsella, como colonia de Grecia, compitió con Cartago, colonia fenicia, para mantener su supremacía en el Mediterráneo Occidental y lograr un bloqueo comercial para controlar el acceso a las tierras situadas más allá de las columnas de Hércules. Aprovechando el periodo de estabilidad que aconteció durante el apogeo de las conquistas de Alejandro Magno, en 332 a.C. (uando el gran rey macedonio acababa de conquistar la ciudad de Tiro, capital principal de los fenicios), los marselleses se propusieron ampliar sus perspectivas comerciales hacia los mercados del norte de Europa, que habían sido sondeados por las expediciones fenicias del rey Hannón y por el general cartaginés Himilcón. Los colonos griegos pretendían, sobre todo, librarse de los fuertes peajes que imponían los cartagineses en las rutas terrestres desde África y lanzarse a la búsqueda del estaño que se encontraba en el norte de Europa.
Se organizaron dos expediciones: la de Eutímenes, hacia la costa atlántica de África, y la de Piteas, siguiendo la ruta de Himilcón, hacia los ricos yacimientos de ámbar y estaño. A Piteas se le había hecho un encargo muy especial: encontrar el supuesto "paso del este", una ruta que debía unir el mar llamado Hiperboreal (el actual Báltico) con el mar Negro, a través de los ríos de la actual Rusia. Esta suposición se basaba en relatos y leyendas, pero, de existir, significaría una alternativa al paso del estrecho de Gibraltar.

Piteas y Eutímenes: la apertura del Mediterráneo

La expansión colonial griega se extendió por el Mediterráneo y el mar Negro, compitiendo con la fenicia, que tan sólo mantuvo su poder gracias a Cartago. El viaje de Piteas abrió, en 327 a.C., el Mediterráneo al Atlántico.
El barco de Piteas se construyó con la asesoría de los celtas, clientes habituales de los marselleses. Fue un pentecontor, una galera desarrollada por los cartagineses que contaba con un solo orden de 50 remos. Tenía unos 30 metros de eslora y disponía de una vela cuadrada en el centro; a proa incorporaba una pequeña dolon en un palo inclinado a proa, una vela desarrollada apenas 50 años atrás en las trirremes atenienses. La embarcación tenía la amura alta, necesaria para aguantar la dureza del oleaje, y los compartimentos interiores estaban preparados para resistir el frío.
Piteas era matemático y astrónomo, pero, sobre todo, un apasionado del mar y de la navegación. Hombre de ciencia y de un gran arrojo y valor, con este viaje se proponía demostrar sus teorías sobre la eclíptica (la órbita de la Tierra alrededor del Sol), la forma esférica de la Tierra y la idea de las latitudes. Piteas había medido con un simple reloj de sol la inclinación de la eclíptica y había calculado la latitud de su ciudad natal con error de tan sólo once millas. También conocía la desviación de la estrella polar, denominada entonces "estrella fenicia" respecto al polo geográfico. Podemos decir que Piteas fue el primer explorador cientifico. También en aquella época se planteaba un dilema que preocupaba sobremanera a astrónomos y a hombres de ciencia: ¿Existía una zona de la tierra donde el día no seguía a la noche y viceversa? Esta cuestión había sido expuesta por los comerciantes celtas del norte de Europa, quienes a su vez habían entablado relaciones comerciales con pueblos que habitaban aún más al norte, cerca del misterioso mar Hiperboreal. Esos hombres aseguraban que por aquella zona, en la época estival, no había noche, ni en la época invernal aparecía la luz del día. Estas afirmaciones eran tenidas por leyendas sin fundamento por buena  parte de los astrónomos de la época. Pero Piteas era un inconformista al que movía un profundo espíritu científico, y uno de los motivos de su viaje era comprobar la veracidad de los días sin noche, hecho que confirmaría sus telrías sobre la curvatura de la Tierra. Cuando recibió el encargo de la expedición al norte para abrir una posible "ruta del este", hubo división de opiniones entre los jerarcas marselleses que financiaban la expedición. La mayoría estaban interesados de forma prioritaria por los beneficios comerciales, y las propuestas cientificas de Piteas les hacía sospechar que sus intereses quedarían relegados a un segundo plano.
Piteas partió de Marsella hacia la primavera del 327 a.C. y, tras recalar en varios mercados griegos del golfo de León, entre ellos Ampurias, descendió hacia el estrecho de Gibraltar, atravesándolo en el duodécimo día de su viaje. Tras remontar la costa portuguesa y dlblar el cabo de Finisterre, se dirigió a la isla de Ouessant, donde hizo escala. Luego atravesó el canal de la Mancha, alcanzando la isla de Wight. Más adelante, remontó la costa este de Inglaterra y, dejando a un lado Escocia, alcanzó la legendaria isla de Thule (Islandia), a la que arribó en el mas de Junio. Piteas anotó  en sus diarios la comprobación de la existencia del "día sin noche". Luego arrumbó hacia Noruega y penetró en el Báltico, llegando a describir en sus anotaciones una desembocadura que bien podría ser la del río Niemen. No encontró ningún paso (o no dedicó suficiente tiempo a buscarlo) debido a la dificultad de navegar entre el hielo, y regresó a Marsella costeando las tierras de Normandía y de la Bretaña francesa. Arribó transcurridos seis meses desde el inicio de su viaje, durante los cuales recorrió unas 9.000 millas. Su regreso, sin  estaño y sin haber encontrado el "paso del estrecho" que se le había encomendado, fue considerado como un fracaso comercial y Piteas fue muy criticado.

"Alrededor del océano"

La población de Idra vista desde el mar. Su puerto, situado en la isla del mismo nombre al este del Peloponeso, era utilizado por las naves griegas como punto de recalada antes de llegar a Atenas. Pocos cambios estructurales ha sufrido la isla desde el siglo VI a.C., en la que está porhibido no sólo construir, sino también viajar en automóvil e incluso en bicicleta.
 
El viaje del matemático y astrónomo Piteas (327 a.C.)tuvo un incalculable valor científico, pese a que no llegó a descubrir el buscado paso por Rusia: definió geográficamente Europa, descubrió la causa de las mareas e informó de la existencia de los británicos, los godos y los germanos, pueblos de los que se tenían sólo vagas referencias. Por otra parte, desde el punto de vista naval, su viaje fue un éxito, ya que su barco soportó perfectamente los más duros temporales; la tripulación estuvo bien alimentada y cuidada gracias a una logística de aprovisionamiento bien calculada. Piteas también desmitificó los peligros del Atlántico entre los marinos de la época, circunstancia que no gustó a los cartagineses, quienes seguían manteniendo las leyendas atemorizadoras sobre este océano. Cuando llegó, aparentemente con las manos vacías, Piteas fue criticado, y cuando afirmó que había visto el "día sin la noche" no le creyeron y le tacharon de mentiroso. Por desgracia, su obra, Alrededor del océano, se perdió en el incendio de la biblioteca de Alejandría. Del viaje de Eutímenes se habló mucho menos y tampoco reportó ningún beneficio comercial. La expedición tuvo lugar hacia el año 350 a.C., y se sabe que el navegante descendió por la costa africana hasta llegar a Senegal. Tuvo problemas con los asentamientos cartagineses en la zona y regresó también de vacío, pero, como ocurrió con el viaje de Piteas, contribuyó a abrir el Mediterráneo más allá de las columnas de Hércules. El casi absoluto protagonismo del mar en la expansión de Grecia hizo que todo lo relacionado con la náutica impregnara la vida política, social y cultural de sus ciudadanos. A causa de las colonias de ultramar y de los asuntos públicos que Grecia mantenía en el extranjero, en Atenas los ciudadanos y sus sirvientes aprendían como parte fundamental de sus obligaciones a usar el remo y los principios básicos de la maniobra de una vela cuadra, así como el lenguaje del mar. Todos los ciudadanos atenienses de un determinado nivel social estaban obligados a servir como capitanes de trirremes y a financiar los gastos de los barcos.