lunes, 21 de noviembre de 2016

El siglo: XVII la necesidad de dominar el mar


Durante el siglo XVII, la estrategia política y militar de las potencias europeas tuvo que tener en cuenta la importancia decisiva de los barcos para luchar en las continuas guerras que enfrentaban a España, Dinamarca, Francia, Holanda, Inglaterra, Suecia y Rusia y, especialmente, cuando se inició la colonización de los continentes americano y asiático. Durante la primera mitad del siglo, se desarrolló un nuevo tipo de buque diseñado para la guerra en el mar: el barco de línea, una plataforma artillera capaz de combatir en cualquier punto del globo, en cualquier estación del año y en condiciones climáticas desfavorables.

La paz entre Inglaterra y España


Plano del sitio de Ostende. La toma de la ciudad fue la batalla que más vidas costó en la larga guerra de España en Flandes.

Después del desastre de la Armada Invencible, el siglo XVII comenzó con perspectivas de paz. Tras la muerte de la reina Isabel I y bajo el reinado de su sucesor en 1603, Jacobo I, se produjo la Conferencia de Somerset, también conocida como Tratado de Londres, en la que se logró la paz entre Inglaterra y España en 1604. Las condiciones del tratado fueron bastante favorables a España, pero a la vez acabaron definitivamente con las esperanzas españolas de invadir Inglaterra. La guerra religiosa había terminado con costes muy altos para ambos países, especialmente para Inglaterra, ya que el tesoro inglés estaba arruinado por el conflicto y por otros onerosos gastos, como los continuos suministros a los rebeldes protestantes de Francia y Flandes. Por otra parte, durante la transición del siglo XVI al XVII, Inglaterra sufrió graves reveses, como la peste y muy malas cosechas. Por todo ello, los ingleses necesitaban la paz tanto como los españoles. Según las condiciones del tratado, Inglaterra renunciaba a prestar ayuda a los Países Bajos, abría el  Canal de la Mancha al comercio español y suspendía oficialmente la actividad corsaria; a cambio, España se comprometía a dar facilidades a Inglaterra para el comercio con las Indias. Sin embargo, en Europa la tensión aumentaba. Los intereses dinásticos, las perspectivas coloniales que habían suscitado los descubrimientos, y las rutas comerciales abiertas por los españoles y los portugueses, movilizaron a las potencias europeas con franca salida al mar. Inglaterra ya había iniciado su expansión, y Holanda y Francia empezaban el mismo proceso. Un escenario de suma importancia en la evolución de esta situación lo constituía la interminable guerra que los españoles mantenían en Flandes.

El deterioro español en flandes


Óleo de Juan de Toledo que muestra la crudeza de un abordaje entre galeras en el Mediterráneo, en el segundo tercio del siglo XVII, cuando españoles, turcos y venecianos luchaban por la supremacía en el mar.

Después de la paz con Francia acordada en el Tratado de Vervins, en mayo de 1598, Felipe II había entregado el gobierno de los Países Bajos a su hija, la infanta Isabel Clara Eugenia, y a su futuro marido, el archiduque Alberto. La voluntad del rey era que ambos gobernaran con un estatuto de semiindependéncia. Las provincias holandesas del sur aceptaron, pero las septentrionales siguieron luchando. Bajo el reinado de Felipe III, quien sucedió a su padre Felipe II a finales de 1598, España continuó en guerra con los holandeses en tierras de Flandes y en aguas del Canal de la Mancha, en las costas de Portugal y en el estrecho de Gibraltar. Pero fue precisamente  en los Países Bajos donde más violentos y decisivos fueron los enfrentamientos.
En 1602, los hermanos Federico y Ambrosio Spínola, pertenecientes a una de las familias de armadores más influyentes de Génova, acordaron con el gobierno español el envío de tropas y barcos genoveses a Flandes. Ambrosio Spínola se encargó de enrola 1.000 hombres para operaciones militares terrestres, y Federico se ocupó de la formación de un escuadrón de galeras para las operaciones marítimas.Varias de las galeras de Federico fueron destruidas por los barcos de guerra ingleses en el Canal de la Mancha, y el propio Federico resultó muerto en un combate contra los holandeses el 24 de mayo de 1603. Ambrosio recorrió con su ejército una larga distancia hasta llegar a Flandes, y durante los primeros meses de su estancia en el territorio, el gobierno español barajó la posibilidad de emplearlo en nuevos planes para invadir Inglaterra, que no llegaron a concretarse. A finales de año, Ambrosio regresó a Italia para conseguir más hombres y, a su regreso, en septiembre de 1603, se concentró en el sitio de Ostende aportando 8.000 soldados que se unieron a las fuerzas del archiduque de Austria, que habían iniciado el sitio en 1601. Fue uno de los más cruentos episodios de la lucha de los holandeses para liberarse del yugo de los monarcas de la Casa de Austria. El genovés combatió duramente por tierra y mar contra Mauricio de Nassau, quién conquistó Sluis pero no pudo evitar la caída de Ostende en septiembre de 1604.
La toma de Ostende comportó grandes pérdidas de hombres y materiales. Se calcula que murieron cerca de 50.000 soldados en cada bando y los marinos españoles pudieron comprobar por vez primera la eficacia de las naves y de los marinos holandeses combatiendo en aguas de poco calado que conocían a la perfección. La irrupción de una flota en el conflicto había tomado por sorpresa a los flamencos y significó un punto de inflexión estratégico, cuyas consecuencias se hicieron evidentes en las décadas siguientes. Hasta entonces, la Marina holandesa había sido básicamente comercial, compuesta por galeones armados y mercantes de diversa índole. La lucha contra los españoles fue la causa principal del progresivo desarrollo de sus barcos que, a mediados del siglo XVII, llegaron a constituir una de las más poderosas flotas europeas que se incorporó definitivamente a la navegación de ultramar.
Ambrosio de Spínola, a la sazón Marqués de Spínola y general de todas las tropas españolas en Flandes, continuó su lucha contra Mauricio de Nassau con relativo éxito, hasta que el desgaste económico que suponía la contienda para la depauperada economía de la nación española, que dependía casi exclusivamente del cada vez más inestable comercio con las Indias, llevó a España en 1607 a tratar la firma de un armisticio de ocho meses, a partir del mes de mayo, con el Consejo de los Estados Generales de las Provincias Unidas.
La suspensión de las hostilidades se refería sólo a las operaciones terrestres, y los holandeses dieron una inmediata respuesta el mismo mes atacando Gibraltar. La flota española resultó vencida y los almirantes de ambos bandos perecieron en el cruento combate: El holandés Jacobo Heemskirk y el español Juan Álvarez Dávila. Este hecho demuestra que, a principios del siglo XVII, las Armadas, en especial la holandesa, no eran consideradas todavía como parte formal del ejercito y el mar era algo militar y políticamente distinto al combate en tierra firme. A raíz del descalabro de Gibraltar, los españoles instaron a los holandeses a aplicar el armisticio también en el mar. Finalmente, gracias a la intervención de Francia, Inglaterra y varios principados alemanes, se firmó en 1609 una tregua de 12 años, y el reconocimiento de España a las Provincias Unidas como un estado libre e independiente. Fue el comienzo del apogeo comercial y marítimo de los holandeses.


La situación en el Mediterráneo

Óleo que muestra uno de los numerosos episodios navales que se vivieron en el Mediterráneo entre turcos y españoles durante el siglo XVII.

Mientras España iba perdiendo poder en Flandes, en el Mediterráneo, las hostilidades con los turcos y los berberiscos continuaron con duros enfrentamientos navales. Los ataques contra las costas españolas eran imparables. Nápoles, Sicilia y Cerdeña, territorios por entonces controlados por España, sufrían las constantes razzias de los corsarios, al igual que Baleares, Valencia y Cataluña. Los berberiscos llegaron incluso a Canarias, Galicia y Asturias. La Armada Real de Galeras era enérgica en cuanto tenía ocasión de atacar una flota definida, pero esto ocurría raras veces. Tan solo en siete ocasiones señaladas se dio esta circunstancia: en 1610 y en 1614, tuvo lugar la limpieza de corsarios de Larache y Mármora; en 1611, Rodrigo de Silva apresó una flota del rey de Marruecos; en 1612, las galeras napolitanas del marqués de Santa Cruz destruyeron una flota turca en la Goleta; en 1614, Octavio Aragón expulsó de Malta a los turcos; esta isla era uno de los objetivos primordiales de los otomanos dentro de su estrategia de control del Mediterráneo. Finalmente, en 1616, una escuadra al mando de Francisco de Rivera hizo una incursión en las propias costas de Turquía, diezmando la flota turca y, en 1618, el almirante de la Armada, Miguel de Vidazábal, atacó una flota turca que regresaba de saquear las Canarias.
Estas constantes escaramuzas fueron debilitando el poder naval español en el Mediterráneo, que además competía por el control de la zona con la República de Venecia, con la que mantenía muy malas relaciones desde la batalla de Lepanto. Los conflictos con los holandeses y con los Saboya, por los que los venecianos tomaron partido contra España, acabaron por romper los vínculos que les habían unido en épocas anteriores. Al cabo de 50 años escasos del fracaso de la  Liga Santa de Lepanto, por orden del duque de Osuna, Virrey de Nápoles y sicilia, una flota española comandada por Francisco de Rivera y Medina, almirante de las galeras de Nápoles, se dedicó durante los años 1617 y 1618 a fustigar a los mercantes venecianos. Este hostigamiento llevó a su enfrentamiento en Ragusa, en la costa adriática, donde la flota de la Serenísima República fue derrotada. Tampoco hubo entonces declaración previa de guerra, y las acciones marítimas volvían a desarrollarse de forma independiente de los acuerdos políticos. Detenidas las hostilidades, el duque de Osuna instigó la denominada "Conjura contra Venecia", que consistió en introducir mercenarios en la ciudad con la finalidad de incendiar el famoso Arsenal, la casa de la Moneda y la Aduana para facilitar la entrada de las tropas españolas. Descubierta la conjura en la que, como dato anecdótico, algunos implicaron al famoso escritor Francisco de Quevedo, quien huyó de Venecia disfrazado de mendigo y ante las protestas venecianas, Felipe III ordenó destruir al duque de Osuna, logrando una tregua con Venecia.
El Gran Duque de Osuna fue un excelente táctico naval. Creó una importante escuadra formada por galeones y galeras conjuntamente. Las galeras servían de ayuda a los galeones, ya que podían sacarlos de un combate o, cuando el viento era escaso, ayudarles a formar la línea, convirtiéndose en auxiliares muy importantes, gracias a su excelente velocidad y a su potencia de fuego; también eran útiles como trasporte de los soldados de infantería.


El Arsenal de Venecia

Detalle de la actividad portuaria frente a la plaza de San Marcos en Venecia, a mediados del siglo XVII.

El Arsenal, el famoso astillero de Venecia, tuvo su época de esplendor durante el siglo XVI, y la fama que se había ganado durante esa época se prolongó a lo largo de todo el siglo XVII. En sus talleres se construían buques encargados por todas las potencias del mundo, por su indiscutible calidad. Sin embargo, fue necesario analizar el resultado de las batallas navales contra ingleses y holandeses de principios de siglo; el objetivo era que los marinos españoles, venecianos y genoveses se dieran cuenta de la manifiesta inferioridad de las galeras y galeazas, que eran los barcos que hasta entonces de habían construido en el arsenal de Venecia, frente a los rápidos y bien armados galeones de los países del mar del Norte. La propulsión a remo de las galeras y galeazas era eficaz en los recorridos relativamente cortos y para la cambiante meteorología del Mediterráneo, pero, obviamente, era absolutamente inviable utilizar los remos en una travesía atlántica o de largo recorrido. Este inconveniente se puso de manifiesto a finales del siglo XVI. A la inferioridad en el combate de las galeras y galeazas, por su lentitud frente a los galeones, había que añadir su alto coste y la poca rentabilidad de su tripulación. Por todo ello, el siglo XVII marcó la lenta pero inevitable decadencia de las galeras y galeazas, que no desaparecieron hasta mediados del siglo XVIII. Sin embargo, Venecia continuó disfrutando de una amplia y variada flota mercante y militar, compuesta principalmente por galeras y galeazas, que la mantuvo como gran potencia del Mediterráneo durante todo el siglo XVII, con constantes enfrentamientos con el Imperio otomano; por su parte, los turcos siguieron usando este tipo de naves hasta bien entradi el siglo XVIII.