domingo, 30 de septiembre de 2012

Cristianos contra musulmanes


Durante el siglo XVI, el enfrentamiento en el Mediterráneo de las potencias occidentales cristianas contra el imperio Otomano llegó a su apogeo, Más de treinta años de hostigamiento corsario y de escaramuzas y combates de distinto signo remitieron tras la gran batalla de Lepanto, que logró contener la expansión otomana y supuso un importante cambio en la concepción de la guerra naval. 


 Lucha por el poder en el imperio Turco





Modelo de galera catalano-aragonesa empleada en la lucha contra la piratería berberisca.

Durante el siglo XVI, se prolongó en el Mediterráneo el periodo de notable inestabilidad que se había desencadenado al final de la Edad Media entre cristianos y musulmanes. Tras la caída de Constantinopla en 1452, la tensión llegó a su punto culminante, pues, aunque los árabes fueron expulsados de la península Ibérica, la presión que desde el este pasaron a ejercer los turcos se haría insostenible para las potencias occidentales cristianas. La Serenísima República de Venecia, los Estados Pontificios y España entraron en conflicto directo con el imperio Otomano.
Mohamed II, aprovechándose de la confusión y desmoralización que produjo la conquista de Constantinopla a los cristianos, conquisto Grecia, Serbia y Valaquia e hizo planes para atacar la península Itálica. Sin embargo, el sultán detuvo esta campaña para asentar su poder en el Mediterráneo oriental y ganar la isla de Rodas, donde se habían hecho fuertes los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, comandados por Pierre d'Arbusson. Los turcos atacaron Rodas con una flota de 160 galeras en mayo de 1481, pero fueron rechazados sistemáticamente durante dos meses de continuos intentos de desembarco. Las pérdidas fueron muy importantes para los turcos durante el prolongado asedio, y sumaron 9.000 muertos y 15.000 heridos. Este fracaso levantó la moral de los países cristianos y fue tenido muy en cuenta por los estrategas venecianos, quienes se dieron cuenta de que el mar era el punto débil del poder otomano. A la muerte de Mohamed II, envenenado por su médico a las pocas semanas del fracaso de Rodas, el imperio Otomano disfrutaba de una estructura administrativa bien organizada y de un sistema legal de inspiración islámica que constrastaba vivamente con la orientación política que estaba emergiendo en la Europa renacentista. Se desató una guerra de sucesión entre los hijos del sultán: Beyacid II tiunfó sobre su hermano Yem, quien se refugió primero en Rodas y posteriormente en el Vaticano. Beyacid se ofreció a pagar 40.000 ducados al papa Inocencio VIII para que retuviera a su hermano, y éste aceptó. Pero cuando Alejandro VI, el papa Borgia, asumió el pontificado en 1492, Beyacid ofreció 300.000 ducados por la muerte de su competidor, y Yem murió misteriosamente en Nápoles. Beyacid II fue sucedido en 1512 por Selim I, quien atacó Perdia, logrando conquistar Kurdistán, la Alta Mesopotamia y Siria entre 1514 y 1515. Al año siguiente, Selim derrotó a los mamelucos que gobernaban Palestina y Egipto, sometiendo estos territorios. En 1520, Solimán el Magnífico continuó la política expansionista, logrando conquistar dos bastiones de la cristiandad en Oriente: Belgrado y la isla de Rodas.

La piratería berberisca




Una de las innumerables torres de vigilancia contra las incursiones berberiscas que se alzaron en la costa española durante el siglo XVI. La de la fotografía corresponde a la de Punta Umbría, en la costa atlántica andaluza.

Solimán se propuso mejorar la Armada turca y alcanzar el mismo nivel de las potencias de Occidente. Ordenó construir galeras y mejoró los puertos, declarando la guerra marítima sin cuartel contra España, Venecia y la Santa Sede principalmente. Pero en su estrategia jugó una baza que le daba mayores réditos políticos y económicos: la piratería. A principios del siglo XVI, la piratería berberisca, instigada y apoyada por Bayacid II unos años antes, se había convertido en un serio problema para el comercio de Venecia y de la Santa Sede. Solimán acrecentó de forma notable las patentes de corso y se enfrentó directamente a España, donde Carlos I, que había sido coronado en 1518, estaba proyectando su reinado hacia un imperio intercontinental, veinte años después de la conquista de América.En aquella época, los corsarios y piratas berberiscos estaban liderados por los hermanos Barbarroja: Arouj primero y Keir-Ed-Din después, crearon poderosas flotas corsarias con base en los puertos del norte de África, que inicialmente operaban en aguas del Mediterráneo central y occidental, pero que pronto ampliaron su campo de acción y pasaron a hostigar las costas españolas. En 1519, el joven rey Carlos I comprobó personalmente la destrucción que una incursión berberisca llevó a cabo en Barcelona y que asoló los barrios cercanos al puerto. Los ataques se hicieron cada vez más frecuentes y, el 13 de junio de 1527, llegaron a perpetrar un asalto a gran escala en Badalona (localidad muy cercana a Barcelona), cuando Kara Hassan, lugarteniente de Keir-Ed-Din Barbarroja, desembarcó en la desembocadura del río Besòs, rodeó la ciudad y entro en ella a cuchillo. Barbarroja se convirtió en el enemigo marítimo número uno para España, sobre todo cuando se dedicó a atacar los intereses cristianos en el Mediterráneo al servicio directo y sin tapujos de Solimán.
Los berberiscos llegaron a perfeccionar hasta tal punto sus escaramuzas, que en algunas zonas del litoral Mediterráneo se les llegó a considerar invencibles y se les temía enormemente. Atacaban por sorpresa con una doble finalidad: conseguir el botín y secuestrar a jóvenes cristianos que luego eran canjeados por un rescate o convertidos en esclavos. Estos corsarios encontraron en las costas españolas la frecuente colaboración de los moriscos (musulmanes españoles obligados a convertirse al cristianismo para evitar el exilio), y también obtuvieron de los comerciantes genoveses muchas de las armas modernas que utilizaban en sus ataques. Los genoveses se comportaban de forma contradictoria: por un lado, deseaban la erradicación del Islam, pero, por otro, vendían armas a los corsarios con gran beneficio económico, a la vez que perjudicaban el comercio español, principalmente en la zona del estrecho de Gibraltar.
Los berberiscos utilizaban rápidas galeras ligeras, llamadas galeotas, de a lo sumo 16 ó 20 remos por banda con tan sólo un remero en cada uno, además de algunos cañones pequeños. Los remeros eran habitualmente esclavos secuestrados, bastante bien tratados en tierra para que conservaran un buen estado de salud y fortaleza física. Los patrones corsarios de estas galeras operaban desde sus bases de Argel, principalmente, y de Orán, a cuyos bajás daban cuenta de los botines capturados. A mediados del siglo XVI, los bajás se quedaban con un esclavo de cada ocho y con una parte del botín, previa negociación con los corsarios. Las fortunas que así se llegaron a acumular, tanto por parte de los bajás como de los corsarios, fueron tan monumentales que el propio sultán, al que los bajás rendían vasallaje, llegó a preocuparse de su creciente poder.

La toma de Túnez


Andrea Doria representado como Neptuno por el pintor Agnolo Bronzino. El gran almirante genovés fue uno de los personajes decisivos en la historia marítima del siglo XVI.

En 1534, Barbarroja conquistó Túnez deponiendo a Muley Hassan, vasallo de España. Carlos I decidió recuperar la plaza y apresar definitivamente al pirata. El emperador español contó con la ayuda de los portugueses, de los caballeros de la orden de Malta y de la escuadra de galeras de Génova de Andrea Doria; este último era un almirante genovés que, después de prestar sus servicios a Francia (aliada por entonces de los turcos y enfrentada a España), había firmado un acuerdo con el monarca español de 14 de junio de 1528. a lo largo de un año, una gran flota se fue concentrando en Barcelona y, el 30 de mayo de 1535, zarparon más de 400 embarcaciones. Entre ellas se encontraban: una escuadra de 15 galeras españolas de la Armada del Mediterráneo, al mando de don Álvaro de Bazán el Viejo; 10 galeras sicilianas al mando de Berenguer de Requesens; 6 galeras napolitanas capitaneadas por Don García  de Toledo; 19 galeras genovesas de Andrea Doria; 12 galeras de los Estados Pontificios, 4 de ellas de la orden de Malta, bajo el mando de Virginio Ursino; un gran galeón y 20 carabelas portuguesas del Infante Luis, 42 naos españolas de la escuadra del Cantábrico, 60 urcas de la escuadra de Flandes y 150 embarcaciones de transporte a vela de la escuadra de Málaga. En total, la gran flota transportaba 25.000 infantes y 2.000 jinetes con sus caballos.
El 3 de junio hicieron escala en Mahón, y luego en Cagliari. Carlos I en persona pasó revista a la flota, la mayor que España había convocado nunca. La Armada navegó hacia el sur, recalando cerca de las ruinas de Cartago, apresando antes dos barcos franceses que habían avisado a Barbarroja del ataque. El ejército desembarcó sin excesivos problemas y sitió la fortaleza de La Goleta, que cayó en apenas dos semanas. El 21 de junio de 1535, el gran ejército tomó sin dificultad la ciudad de Túnez, con el apoyo de los cautivos cristianos presos en la alcazaba de la plaza, que se habían sublevado. Pero el éxito militar de la operación se vio enturbiado por la huida de Barbarroja, que con 15 galeras, se dirigió probablemente a Argel.
Carlos I, reunido con sus generales, planificó la toma de Argel, lo que supondría el golpe definitivo para la piratería en el Mediterráneo occidental. Sin embargo, no halló el soporte unánime de sus aliados, quienes desconfiaban del mal tiempo del final del verano después de que una violenta tormenta dispersara buena parte de su flota.