Las tres naves del primer viaje de Colón: las carabelas La Pinta y La Niña y la nao Santa María.
Los países del sur de Europa recuperaron las antiguas narraciones de Herodoto, que describía un paso por el sur de África hacia el Este, para llegar a las codiciadas India, Catay y Cipango descritas por Marco Polo. Portugal, gracias a su situación geográfica, a su desarrollo naval y a la iniciativa de Enrique el Navegante, fue el primer país que se lanzó a la búsqueda de esta ruta. En 1488, Bartolomeu Días descubrió el cabo de Buena Esperanza, que abría las puertas del Indico. España siguió a Portugal en su búsqueda de la ruta hacia las Indias, pero con dirección oeste. En 1492, Cristóbal Colón, financiado por los Reyes Católicos, alcanzó el continente americano a través del Atlántico.
La caída de Constantinopla provocó un impacto enorme en los países europeos cristianos. El Islam, que estaba a punto de ser derrotado en la península Ibérica, redoblaba su ímpetu expansionista en Europa Oriental, de la mano del imperio Otomano, que se lanzó a la conquista de la península Balcánica. De este modo, la segunda mitad del siglo XV se inició con un Mediterráneo islámico en el sur y el este, y cristiano en el norte y el oeste. Lo más significativo de esta situación es que por el este quedaban cerradas las rutas comerciales hacia Asia o, por lo menos, permanecían en poder del imperio Otomano. Por otro lado, el poder de Bizancio no había podido impedir que durante las últimas décadas los musulmanes bloquearan el Mar Negro. La potencia más perjudicada por estos hechos fue Venecia, cuya talasocracia quedaba bloqueada por los otomanos al este, por los árabes al sur y por los catalanes y castellanos al oeste. En 1469, se dio un hecho que iba a resultar fundamental en el devenir de la historia: el matrimonio entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, una unión de estado que supuso el nacimiento de España como nación, aunque este término no se utilizó hasta casi un siglo después.
El gran reto comercial del siglo XV y el paso por el sur de África
Grabado del siglo XVII que despliega la fantasía sobre los descubrimientos del Nuevo Mundo, con monstruos marinos e indígenas producto de la imaginación de los ilustradores, que se guiaban por los relatos de marinos y exploradores.
Ocupados en concluir la reconquista de la península Ibérica con la expulsión de los árabes de Granada, los Reyes Católicos, que así llamaron a Isabel y Fernando, no se ocuparon seriamente de la necesidad de expansión comercial de la nación, que siempre había seguido la estela de Venecianos y genoveses; sin embargo, en el reino de Portugal la situación se vivió de forma diferente. Los portugueses se habían liberado de los musulmanes hacía tiempo y veían con preocupación su estancamiento económico en el extremo oeste de Europa. Por otra parte, la náutica y la pesca portuguesa habían progresado; su carpinteros de ribera construían excelentes barcos, especialmente carabelas, y sus navegantes se encontraban entre los de mayor prestigio del continente.
Por aquel entonces, las expectativas de enriquecimiento de las potencias de Occidente estaban relacionadas con las rutas comerciales hacia Asia; sus fabulosas mercancías fueron ya descritas por Marco Polo a finales del siglo XIII, principalmente las de la India, China y la prometedora y misteriosa Cipango, de la que muy poco se sabía. El desarrollo y asentamiento del Islam provocó una parálisis en las relaciones de Europa con estos países, que neutralizaban la posibilidad de expansión. La única posibilidad para establecer relaciones de libertad comercial era encontrar el mítico paso por el sur de África para alcanzar Asia, circunnavegando el continente africano. Durante la Edad Media, los geógrafos europeos se habían olvidado de las narraciones de Herodoto que describían el viaje de los fenicios, patrocinado por el rey egipcio Necao, alrededor de África. Esta historia demostraba que el Atlántico y el Indico estaban conectados a través del "último cabo", el extremo meridional del continente africano, que no era ni más ni menos que el actual cabo de Buena Esperanza. A mediados del siglo XV, para los navegantes europeos, todo lo que existía más allá de Canarias y al sur del cabo Bojador eran mares desconocidos y tenebrosos, objeto de las más terroríficas leyendas y en los que ningún marino en sus cabales se adentraría jamás.
Portugal, situado en el extremo Atlántico de Europa y, sobre todo, liberado de su lucha con los árabes, era el país más adecuado para tomar la iniciativa e intentar encontrar la ruta alternativa. En el norte de Europa terminaba la guerra de los Cien años, y Francia e Inglaterra estaban demasiado debilitadas y preocupadas por solucionar sus problemas internos como para pensar en asuntos de ultramar; por otra parte, en el Mediterráneo occidental, tanto los catalanes como Venecia y las demás repúblicas italianas, no disfrutaban e una salida libre al Atlántico, y Castilla concentraba todas sus fuerzas en la lucha contra el califato de Córdoba. En 1419, poco después de la conquista de Ceuta, el portugués Juan Gonçalves Zaro descubrió la isla de Madeira por pura casualidad, al ser desviado su barco por un temporal. Portugal se encontraba en una situación excelente para empezar a explorar hacia el sur.
Enrique el Navegante
Mapamundi del siglo XIII que muestra la concepción bíblica del mundo que tenían algunos geógrafos al final de la Edad Media: Jerusalén aparece como el centro de la Tierra.
A mediados del siglo XV, surgió en Portugal un personaje que iba a resultar decisivo para alentar las exploraciones hacia Oriente: el príncipe Enrique, hijo del rey Juan I, quien consagró su vida y buena parte de su fortuna a impulsar estas exploraciones. Dotado de una curiosidad intelectual típicamente renacentista, pero todavía imbuido de obsesiones medievales, era gran maestre de la orden de Cristo, heredera de la en otros tiempos poderosa orden del Temple, que le proporcionó un cuantioso patrimonio y le permitió financiar y preparar nuevas exploraciones. Enrique era un apasionado de la astronomía y la cartografía, aunque, paradójicamente, nunca se había embarcado para efectuar viajes largos por mar. Centró su interés en el objetivo de conseguir, antes de que lo hiciera Castilla, encontrar nuevas rutas comerciales hacia el sur de África. Para tal fin, construyó un castillo en las inmediaciones del promontorio de Sagres, muy cerca del cabo San Vicente, y reunió allí a un grupo de astrónomos y cartógrafos para proyectar conjuntamente las expediciones a ultramar. Enseguida se ganó el apodo de "El Navegante".
La primera expedición organizada y financiada por Enrique el Navegante fue la de Gil Eannes, en 1433, quien recibió una única instrucción del príncipe: navegar más allá del cabo Bojador y regresar. En el siglo XV, pese al espíritu renacentista que ganaba terreno, los europeos seguían inmersos en el pensamiento oscurantista medieval en lo relativo al mar, y muchos todavía sostenían una concepción bíblica del mundo, creyendo que Jerusalén era el centro de la Tierra. Era popular la creencia de que unos cientos de millas más allá de Finisterre o de San Vicente, el mar se convertía en un lodazal causado por la desaparición de la Atlántida. También se creía que estaba infestado de pulpos gigantes y de todo tipo de terribles monstruos que devoraban a los marinos sin remisión. Hacia el sur, el cabo Bojador era el punto máximo al que los europeos medievales habían descendido, y se creía que al doblar este cabo el sol hacía arder las velas en lo alto de los palos y los barcos caían finalmente en un abismo infinito.
Eannes, superando los miedos de la época, logró convencer a su tripulación para descender unas millas más allá del cabo, hasta lo que en la actualidad es el Sahara Occidental. Se encontró con una tierra desértica en la que apenas crecían algunos matorrales. Dos años después, en 1435, Enrique envió de nuevo a Gil Eannes y a Alfonso Gonçalves con la orden expresa de descender aun más hacia el sur. Lo hicieron 50 leguas más allá del cabo Bojador y lograron encontrar huellas en las dunas que reflejaban inequívocamente la presencia de seres humanos. Esta noticia originó la organización de varias expediciones a la zona y, en 1441, Antão Gonçalves y Nuno Tristão capturaron a los primeros prisioneros entre los indígenas, que fueron llevados como muestra a Portugal. Esta captura inició la era del tráfico de esclavos, que tuvo su apogeo en los siglos XVII y XVIII.
Al descender por el litoral africano, los portugueses fueron colocando padrões, que eran unas cruces, de madera al principio y de piedra después. Estas cruces eran colocadas en los cabos y en los promontorios e islotes más significativos, para que sirvieran de referencia visual a los navegantes que llegarían después. En 1457, las expediciones lusitanas habían sobrepasado las 1.300 millas por debajo del cabo Bojador, hasta llegar al sur de la actual Sierra Leona.
El descenso más allá del Ecuador
Ilustración del siglo XIX que muestra a Enrique el Navegante (1394-1460) y a sus ayudantes en el observatorio de Sagres, esperando el regreso de una expedición a África.
Desde su castillo de Sagre, Enrique el Navegante se sintió movido por el interés de combatir al Islam en el norte de África; un objetivo más lejano era alcanzar el mítico reino del Preste Juan (una leyenda que se había difundido entre los cristianos a finales de la Edad Media a causa de la constante amenaza del expansionismo islámico). Se decía que el Preste Juan, un rey que presuntamente gobernaba un remoto y riquísimo reino cristiano en algún lugar desconocido de África o Asia, era el azote de los musulmanes y los había derrotado en repetidas ocasiones. Enrique el Navegante (que era a su vez gobernador de la orden de Cristo, heredera de la en otros tiempos poderosa orden del Temple), creía que el legendario reino se hallaba cercano a las fuentes del Nilo y pretendía alcanzarlo por mar, ascendiendo por un supuesto brazo del río que debía desembocar en el Atlántico.
Enrique el Navegante murió en 1460, en pleno reinado de Alfonso V (1438-1481). hasta entonces, los portugueses habían navegado por el golfo de Benin y habían iniciado el negocio del tráfico de esclavos, que proporcionaba excelentes dividendos. Alfonso V no mostró demasiado interés en continuar las exploraciones emprendidas por el infante Enrique. Sin embargo, fue durante su reinado cuando los portugueses lograron cruzar el Ecuador. En 1470, Juan de Santarem y Pedro de Escobar llegaron al golfo de Biafra, y al año siguiente, Fernando Poo descubrió las islas del golfo de Guinea. La trata de negros, admitida por la Santa Sede desde 1454, era un acicate económico que sostenía parcialmente las expediciones desde un punto de vista financiero.
Alfonso V continuó la obra de colonización. En Lagos, al sur de Portugal, había creado la Casa de Mina, que, a la muerte de Enrique, fue trasladada a Lisboa; posteriormente, se la conoció como Casa de la India, al estilo de la Casa de Contratación de Sevilla. En 1471, Ruy de Sequeira traspasó por vez primera la línea ecuatorial, logro desbaratar las teorías que afirmaban que se trataban de regiones inhabitables. En 1474, Portugal inició una guerra contra los reinos unificados de Castilla y Aragón, principales potencias de la península Ibérica y serios competidores contra los intereses de Portugal. Durante esta guerra, Alfonso V suspendió las expediciones a África, que se reemprendieron después de firmar la paz de Alcáçovas en 1479.
Bartolomeu Días descubre el "último cabo" y abre la ruta al Indico
Imagen del legendario Preste Juan, tal como aparece en un mapa del siglo XV.
Consciente de los beneficios que comportaría para Portugal encontrar por fin el buscado paso al Indico, Juan II se propuso reemprender con renovado ímpetu las expediciones en pos del ´(último cabo). En 1482, el rey ordenó a Diego de Azambuja la creación de una fortaleza en la costa de Guinea, en São Jorge da Mina, que sirviera como puerto comercial y como base para futuras expediciones. Envió una expedición compuesta por diez carabelas y dos urcas, un numeroso grupo de artesanos y 500 soldados que transportaron desde Portugal buena parte de los materiales para la construcción. La nueva fortaleza, último lugar de abastecimiento, hizo posible que en 1486 Diego Cão avanzara 1.450 millas más y llegara a la desembocadura del río Congo; lo exploró y siguió navegando hasta la actual Namibia. A medida que avanzaban por la costa, los portugueses iban colocando cruces de maderas en los cabos, promontorios e islotes más significativos del litoral africano. Se trataba de los padrões, cuya finalidad era servir de referencia a los navegantes que vendrían después. Con la inclemencia de los elementos, los padrões se deterioraban notablemente y algunos llegaron a desaparecer en tan sólo 15 años. A partir de entonces, se hicieron de piedra; el padrão que Diego Cão dejó en el cabo Cross, 50 millas al norte de la bahía de Walvis, fue el primero de piedra caliza. En 1487, Juan II decidió organizar una gran expedición que, definitivamente, lograra alcanzar el extremo sur de África y permitiera encontrar la ruta hacia el Indico. A primeros de agosto del mismo año, después de diez mese de preparación, zarparon de Lisboa dos carabelas de 50 toneladas y un barco de transporte. Al mando de la expedición iba Bartolomeu Días, quien ya había acompañado en 1481 a Diego de Azambuja en una expedición a la costa del oro. Juan II proporcionó una dotación de más de 50 hombres para los tres navíos. Días bajó por el Atlántico, costeando y siguiendo los padrões colocados por sus antecesores y avituallándose en la fortaleza de São Jorge da Mina. tras doblar el cabo Cross, llegó a 50 millas de la desembocadura del río Orange, donde se vio obligado a dar una bordada mar a dentro que le alejó de los peligrosos arrecifes costeros. Los tres navíos no tuvieron otra alternativa que emprender la ruta contra el viento, cada vez más alejada de la costa africana; esto, finalmente, les hizo virar y doblar el extremo sur de África sin verlo.
A primero de febrero de 1488, divisaron de nuevo la costa africana y Días se apercibió de que se hallaba a unas 2.000 millas al este del cabo Bojador y en un punto que correspondía aproximadamente a la zona intermedia entre el golfo de Sirte y Alejandría. Siguieron navegando hacia el este y sobrepasaron la bahia de Algora. Al regresar, a requerimiento de la tripulación, Dias colocó un padrão marcando al que nombró como cabo de las Tormentas. A su vuelta, Juan II cambió este nombre por el más estimulante de cabo de Buena Esperanza. Se había descubierto el extremo sur del continente africano y la ruta del Índico quedaba abierta.
Confusión sobre la forma de la Tierra
Por aquel entonces, la concepción geográfica del mundo se encontraba cuestionada por parte de astrónomos y navegantes. Durante el siglo XV, para una buena parte de los geógrafos, se iba confirmando que la tierra era esférica. Los datos aportados por los navegantes portugueses en su avance por la costa africana y de los mercaderes que viajaban por tierra a Oriente, corroboraban la concepción ptolemaica del mundo, y se creó una importante corriente de pensamiento que trataba de recuperar las ideas de Ptolomeo. Sin embargo, nadie se ponía de acuerdo de acuerdo en conceptos básicos como el tamaño de la Tierra, la extensión de los mares y continentes, el problema de los habitantes de las antípodas, que debían vivir en posición invertida, y la dimensión real de las distancias entre el mundo conocido y las tierras descritas por los viajeros.
Los inconvenientes que presentaba la idea de la esfericidad eran varios y notables. Por un lado, el avance científico estuvo constantemente entorpecido por la fuerte tradición e influencia del pensamiento cristiano, que negaba cualquier teoría o suposición que contradijera sus creencias básicas. Por otra parte, el trauma que el poder del Islam había provocado en el pensamiento cristiano occidental provocó un cerramiento político y social que se alejaba por completo de la necesidad de abrir otras puertas a Oriente. También generaban una notable confusión toda una serie de ideas absurdas basadas en leyendas delirantes, como la existencia del paraíso terrenal más allá del mundo conocido o la del reino del Preste Juan, el guardián del cristianismo, aparte de otras leyendas populares sobre monstruos (animales y humanos) que habitaban en el océano desconocido.
La revisión de la obra de Ptolomeo
La enorme rosa de los vientos de 43 metros de diámetro situada en la explanada central de la fortaleza de Sagres, cuya construcción fue ordenada por Enrique el Navegante.
Las teorías de Ptolomeo empezaron a recuperarse en Occidente en el siglo XIII, gracias a la obra De Sphaera Mundi, del misterioso astrónomo Johannes Sacrobosco; era un tratado que presentaba los datos y cálculos efectuados por el astrónomo greco-egipcio. Sin embargo, sus informaciones presentaban enormes inexactitudes respecto a las distancias que mesuraban la Tierra, pues, por ejemplo, daba como cierto un perímetro del globo de 29.000 Km, frente a los 40.000 reales. También Asia se prolongaba hacia el este mucho más allá de sus dimensiones reales, puesto que Ptolomeo asignó una longitud de 180º desde las islas Canarias al Extremo Oriente, cuando en realidad es de sólo 130º. También sostenía que África no era una terra finita por el Sur y que la zona tórrida no era en absoluto habitable, inexactitudes que se iban evidenciando a medida que los portugueses descendían por África, y también gracias a otros viajeros que iban hacia Oriente e informaban de lo que encontraban; éste es el caso del veneciano Nicolo di Conti, cuyas aventuras por tierras recónditas de Asia fueron muy leídas por comerciantes, navegantes, astrónomos y eruditos.
La Geographia de Ptolomeo consideraba que el continente africano se prolongaba hacia el Sur en lo que el astrónomo greco-egipcio denominó Terra Incógnita. Según su teoría, esta tierra se extendía hacia el fondo del mundo por las antípodas y llegaba a unirse con el extremo de Asia, rodeando totalmente el océano Índico. Esta inmensidad de terreno era, según él, un enorme y plano desierto, inhabitable por s torridez e imposible de traspasar. Estaconcepción del mundo fue superada por los innumerables datos y confirmaciones de los marinos portugueses, que aportaron a los geógrafos de la época pruebas irrefutables, como el descubrimiento del cabo de Buena Esperanza y la confirmación de que África se terminaba por el Sur y el Atlántico se comunicaba con el océano Índico. Esta circunstancia llevó a la revisión de la obra de Ptolomeo por sus propios divulgadores, con mayor o menor exactitud. Durante el siglo XV, los estudiosos partían de conocimientos acumulados durante el siglo XIV por los cartógrafos mediterráneos. Una de las escuelas de cartografía más prestigiosas fue la de Mallorca, cuyos discípulos más sobresalientes fueron Abraham y Jafuda Cresques, autores del mundialmente famoso Atlas Catalán, que constituyó una de las referencias más importantes para navegantes, militares y eruditos.
Los más importantes críticos de Ptolomeo fueron Eneas Silvio Piccolomini, que después sería nombrado Papa, con el nombre de Pio II, y Fran Mauro, un monje cartógrafo veneciano; ambos influyeron notablemente en el pensamiento de mediados delsiglo XV. Piccolomini, en su obra Historia rerun ubique gestarum, afirmó que África podía circunnavegarse, y Fran Mauro, en su famoso planisferio realizado en 1459, mostraba el continente africano reducido a una península y estimaba que el perímetro de la Tierra era de 38.000 Km, 9.000 más que los propuestos por Ptolomeo, pero aún 2.000 menos de los que tiene en realidad.
Sin embargo, casi coincidiendo con las revisiones ptolomaicas de Piccolomini y Fran Mauro, en 1480 se publicó en Lovania una obra que exponía con claridad la posibilidad real de atravesar el Atlántico para encontrar el extremo de Asia. Setrataba de la famosa Imago Mundi, una recopilación de conocimientos cosmográficos escrita por el cardenal Pierre d´Ailly en 1410. En ella, el autor recogía la teoría de que se podía navegar a través del Atlántico hacia el extremo oriental de Asia en pocos días si los vientos eran favorables.
Los cálculos de Toscanelli y de Cristóbal Colón
Facsímil de un planisferio del siglo XV que muestra el mundo tal como lo describió Ptolomeo en su obra Geographia.Pero no fue hasta 1474 cuando se realizaron cálculos concretos sobre los datos de Ptolomeo por parte del cartógrafo y astrónomo Paolo Toscanelli. El erudito florentino envió al rey de Portugal, por entonces Alfonso V, Correspondencia y mapa, un informe en el que se hacía referencia a Cipango (la actual Japón) como una isla separada del continente unas 375 leguas. La obra de Toscanelli también hacía referencia a Catay, Mangi y Ciamba, países citados por Marco Polo, y los situaba respecto a Cipango con gran concreción.
El sabio florentino también aportaba datos sobre la extensión del Atlántico hacia el Oeste y opinaba que la distancia marítima entre los extremos occidental de Europa y oriental de Asia no era tan extensa y podía navegarse fácilmente. Ptolomeo había asignado 180º de los 360º que forman la esfera de la Tierra a la extensión continental entre Portugal y China o al extremo de Asia, viajando (como Marco Polo) de oeste a este. Toscanelli los aumentó hasta 230º, con lo cual Portugal, navegando a través del Atlántico hacia el Oeste, distaría sólo 130º de la esfera de las costas orientales de Asia.
Entre 1480 y 1482, Toscanelli mantuvo correspondencia periódica con un navegante supuestamente genovés, estudioso del Imago Mundi de D´Ailly, con quien compartía enteramente la idea de atravesar el Atlántico: Cristóbal Colón. Colón y Toscanelli sostenían la convicción de la esferidad de la Tierra y la idea de que había que intentar la navegación hacia el Oeste. Colón, por su parte, afirmaba que había que aplicar dos correcciones a los cálculos de Ptolomeo: los 230º que sostenía el florentino no comprendían, según Colón, las tierras del Extremo Oriente citadas por Marco Polo, que se extendían más allá, unos 28º, y también consideraba que si la navegación hacia occidente se emprendía desde las Canarias, las Azores o Cabo Verde, la distancia a navegar se acortaba todavía más. Colón disponía de un ejemplar de la Historia rerum ubique gestarum de Eneas Silvio Piccolomini y otro ejemplar de Imago Mundi de Pierre d´Ailly, libros que se conservan actualmente en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla, donde pueden apreciarse las numerosas anotaciones que el propio Colón hizo sobre párrafos enteros de ambas obras.
Una vez preparado el proyecto del viaje, Colón lo presentó al rey de Portugal, Juan II, solicitando su apoyo para tal empresa. Para poder respaldar sus teorías, decidió hacer mediciones de distancias sobre la Tierra por su cuenta; viajo a Guinea y volvió, pero los datos que aportó no deslumbraron a los portugueses. La corona portuguesa encargó a una comisión el estudio del proyecto; esta comisión estaba compuesta por el obispo de Ceuta, Diego Ortiz de Villegas, matemático y cosmógrafo, Josef Vizinho, médico de Juan II y cosmógrafo, y el maestro Rodrigo das Pedras Negras, quien, etre otras aportaciones, había perfeccionado el astrolabio. Era el año 1486 y los portugueses estaban conentrados en la ruta hacia el Índico que tanto les estaba costando abrir, pero desestimaron la idea de Colón. Al año siguiente, éste se traslado a España y, en el monasterio de la Rábida, expuso sus teorías a clérigos de gran influencia en la corte de los Reyes Católicos. También recabó información de algunos navegantes españoles que se habían adentrado en el Atlántico con los portugueses y habían llegado a lo que hoy se denomina mar delos Sargazos. El monasterio de la Rábida, situado sobre una pequeña colina en la confluencia de la desembocadura de los ríos Tinto y Odiel, en el golfo de Cádiz, estaba en aquella época cerca de la frontera con Portugal, y se había convertido en un centro de estudio donde acudían eruditos sevillanos y cordobeses.
Colón llega a la corte española
El monasterio de la Rábida, donde ristóbal Colón recibió acogida y apoyo para su proyecto.Con el apoyo de los frailes de La Rábida, Colón se dirigió a Córdoba y Sevilla, donde estaban los Reyes Católicos, a fin de entrevistarse con ellos. En 1486, a instancias del conde de Medinaceli, Colón logró exponer a los Reyes su plan de llegar a Extremo Oriente navegando a través del Atlántico. Aunque Isabel y Fernando se encontraban plenamente ocupados en concluir la expulsión de los musulmanes de Granada, escucharon sus ideas. La reina quedó tan favorablemente impresionada que, al poco tiempo, creó un comité de expertos presidido por el teólogo fray Hernando de Talavera, obispo y consejero de la corona, para estudiar el proyecto. Durante algunos meses, la idea fue sometida a estudio e inicialmente rechazada, puesto que los cosmógrafos llegaron a la conclusión de que las distancias estimadas en los cálculos de Colón eran erróneas.
Colón no se dio por vencido e insistió en su estrategia de ganar adeptos entre los miembros de la Corte cercanos a los Reyes y, en especial, los allegados a Isabel. Hay indicios de que, al mismo tiempo, intentó un nuevo acercamiento a Juan II de Portugal. Sin embargo, por aquel entonces, Bartolomeu Dias había alcanzado el cabo de Buena Esperanza, y la ruta del Este hacia el Índico se había convertido en una prioridad para los portugueses. En el mes de agosto de 1489, la reina Isabel recibió a Colón y le prometió considerar de nuevo su proyecto cuando se lograra la victoria definitiva en Ganada. Colón estaba en una situación límite; agotadas las ayudas, sobrevivía pintando cartas de marear que vendía a los navegantes. A finales de 1491, el genovés estaba decidido a abandonar Castilla, pero fray Juan Pérez, prior del convento de La Rábida,y Garci-Hernández, médico y cosmógrafo de Palos, consiguieron disuadirle y lograron, tras otra gestión en la Corte, más dinero y una orden para que Colón acudiera a Santa Fe, donde se hallaban los Reyes Católicos. El 21 de enero de 1492, Granada cayó y a Colón se le abrieron las puertas de la corte española.
Las capitulaciones de Santa Fe
Óleo que muestra a Cristóbal Colón en el monasterio de La Rábida explicando su proyecto de navegar hacia Cipango y Catay a través del Atlántico.
El proyecto de Colón fue sometido de nuevo a una junta que se mostró reticiente ante sus pretensiones. El navegante solicitaba el almirantazgo de todas las islas y tierras firmes que descubriera, título que heredarían sus sucesores; también pedía el virreinato y gobernación dedichas tierras, así como la décima parte de los productos obtenidos, una octava parte en cuantos navíos se armasen para nuevos descubrimientos y el disfrute de igual proporción en las ganancias. La junta se resistió a las pretensiones de Colón, pero Luis de Santángel, administrador del rey Fernando y hombre de gran prestigio en la corte, decidió intervenir personalmente. Santángel ideó un ingenioso plan, que resolvía dos problemas a la vez: si financiaba el viaje de Colón y éste conseguía llegar a las Indias, se utilizarían los bienes de las tierras descubiertas o conquistadas para pagar las los hidalgos que habían participado en la toma de Granada. La idea de Santángel fructificó y, tras otra audiencia con los Reyes Católicos, Colón vio por fin aprobado su viaje, el 17 de abril de 1492, fecha en la que se firmaron entre Cristóbal Colón y la corona las Capitulaciones de Santa Fe. En ellas se especifica que Colón recibiría las recompensas que había solicitado y que tantas reticencias habían despertado en la corte: título hereditario de virrey y gobernador de todas las tierras que descubriera; el rango de almirante del Océano, que le adjudicaría automáticamente la jurisdición sobre asuntos legales y administrativos de los territorios de Ultramar; una décima parte de las piedras preciosas y metales encontrados en las nuevas tierras y una octava parte de los beneficios del comercio.
La financiación del proyecto corría a cargo de la reina, de Santángel y de varios banqueros y comerciantes genoveses y florentinos, que prestaron quinientos mil maravedíes a Colón. La Corona creó un impuesto especial para cubrir los sueldos de los marineros, y la suma total invertida fue de unos dos millones de maravedíes, cifra por debajo de los ingresos anuales de un marqués español. Colón debía recibir tres barcos, cada uno de ellos con una tripulación experta y con provisiones suficientes para cubrir un año de navegación y mercancías atractivas para los indígenas.
Costosos preparativos
Réplica de las tres naves con las que Colón realizó su primer viaje: la Santa María, La Pinta y La Niña. Se encuentran expuestas en el Muelle del Descubrimiento de Palos de la Frontera, en el mismo lugar de dónde zarpó la expedición.
El 22 de mayo de 1492, llegó al puerto de Palos un mandato real ordenando que el municipio debía contribuir con dos carabelas. No obstante, debido a la gran cantidad de impedimenta, fue necesario arrendar un barco. La orden establecía que las naves debían estar listas en diez días, pero se necesitaron diez semanas para concluir los preparativos. Los marinos de la zona se mostraron reticentes a embarcarse en un viaje que consideraban arriesgado; sin embargo, gracias a las gestiones y al prestigio de los hermanos Yáñez Pinzón, Martín Alonso, Francisco y Vicente, también conocidos como "los Pinzones", se pudo completar la tripulación, que finalmente quedó establecida en poco más de cien hombres.
En el puerto de Palos de la Frontera, los Pinzón y los Niños, otra familia de navegantes andaluces, proporcionaron dos carabelas: La Pinta, un navío rápido con velas cuadras y de unas 60 toneladas, propiedad de Cristóbal Quintero, pero que sería comandada por Martín Alonso Pinzón, y la Santa Clara o La Niña, una embarcación de menor eslora y con aparejo latino, de unas 55 Tn, propiedad de Juan Niño. La tercera embarcación se trataba en realidad de una nao redonda, la Santa María, fletada por Juan de la Cosa, célebre marino y cartógrafo cántabro.
Finalmente, el 3 de agosto de 1492, partieron del puerto de Palos las tres naves, la Santa María al mando de Colón y La Pinta y La Niña, capitaneadas respectivamente por Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez Pinzón. Los reyes entregaron a Colón cartas para el Gran Khan de Tartaria, y en la tripulación iba como intérprete un Judío converso, Luis de Torres, que conocía las lenguas de Oriente.
Los tres barcos arribaron en 10 días a la isla de Gran Canaria. Allí aprovecharon para reparar el timón de La Pinta y cambiar el aparejo latino de La Niña por uno redondo, más efectivo y manejable para navegar con vientos portantes. Este arreglo llevó más de seis semanas, tiempo que también emplearon para aprovisionarse convenientemente.
36 días surcando el océano
Grabado de Théodore de Bry que muestra el desembarco de Colón en la isla de San Salvador, el 12 de octubre de 1492.
El 6 de septiembre de 1492, las tres naves zarparon rumbo al oeste; tras una travesía de 36 días, alcanzaron, el 12 de octubre, la actual isla Watling, en las Bahamas, que Colón bautizó como San Salvador.. El viaje había sido muy conflictivo; Colón tuvo que afrontar un motín, que superó gracias a la ayuda de los Pinzones, y la expedición estuvo a punto de fracasar por culpa de diversos errores de cálculo.
Colón tomó posesión, en nombre de los Reyes Católicos, de lo que creía que era un archipiélago cercano a Cipango, y pasó 15 días explorando las actuales Bahamas. Siguiendo las descripciones de los nativos de San Salvador, Colón navegó hacia la actual Cuba, creyendo todavía que se trataba de Cipango o Catay.
Unos días más tarde, descubrió la Hispaniola y, tras el relato de un cacique local, partió de nuevo a la búsqueda de Cipango. Sin embargo, la Santa María embarrancó n los arrecifes, perdiéndose irremediablemente. Colón construyó con sus maderas una fortaleza en tierra, dejando en ella una dotacion de 39 hombres mientras proseguía el viaje. El 16 de enero, agotados sus hombres por diversos enfrentamientos con los agresivos indios, y teniendo en cuenta que las dos carabelas hacían aguas, decidio regresar a España tomando él personalmente el mando de la Niña.
El viaje de regreso fue muy accidentado, y en un fuerte temporal ambas carabelas perdieron el contadto, creyéndose respectivamente desaparecidas, Después de recalar en las Azores y en el puerto portugués de Restello, Colón arribó a Palos el 15 de marzo de 1493 tras 7 meses y 12 días de viaje. La Pinta llegó al mismo puerto de Palos unas horas más tarde que La Niña, estando Martín Alonso Pinzón en la creencia de que la nave de Colón se había hundido. Cristóbal Colón viajó a Barcelona y, tras ser acogido con todos los honores por los Reyes recibió
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