lunes, 1 de octubre de 2012

La batalla de Lepanto


Episodio de un enfrentamiento entre Turcos y cristianos en la batalla de Lepanto. Óleo de Tintoretto conservado en el Museo del Prado de Madrid.

La batalla de Lepanto fue la confrontación naval más dura librada hasta entonces en la historia. Murieron cerca de 33.000 hombres en tan sólo cuatro horas, la mayor pérdida de vidas humanas en la historia de las batallas tanto marítimas como terrestres. Fue también la mayor concentración de galeras nunca vista y supuso un freno decisivo a la expansión marítima otomana, aunque no logró terminar definitivamente con la piratería berberisca ni con el poder de la Sublime Puerta.
Pese al éxito de Túnez, el poder otomano del sultán Solimán II no dejó de crecer, amparado desde Francia por Francisco I, rival de los españoles. La campaña había servido a Carlos I para conseguir un valioso aliado naval: la ciudad de Génova (en aquel momento de gran importancia estratégica para el control del Mediterráneo occidental), que durante los primeros treinta años del siglo XVI había sido controlada por Francia. Andrea Doria arrastró a la ciudad entera en favor de su alianza, para conseguir la independencia que el emperador español había prometido a cambio y que finalmente le otorgó. El gran almirante genovés pasó a desempeñar una labor fundamental en la estrategia española contra los otomanos, que iba a resultar decisiva en el futuro. Sin embargo, la falta de coordinación entre los estado cristianos del Mediterráneo occidental era evidente al no poder encontrar una causa común que les llevara a enfrentarse a la expansión turca. Los turcos, sin embargo, estaban bien coordinados y continuaban apoyando los ataques corsarios que, lejos de desaparecer, se recuperaron.

La Liga Santa


Óleo alegórico de la batalla de Lepanto pintado por Paolo Veronese. En él se muestra el profundo transfondo religioso que tuvo el enfrentamiento entre la flota de la Liga Santa y la otomana.

Toda esta situación llevó al Papa y a Venecia, Génova y España a unir sus fuerzas en 1538. Fue una alianza que no logró ninguno de sus objetivos debido a la falta de organización entre sus miembros, con sonados fracasos en Prevesa, en 1538, y en la toma de Argel, en el año 1541. En Prevesa, el almirante Andrea Doria fue derrotado por las desconcertantes tácticas de Barbarroja y, en Argel, Carlos I sufrió la derrota más humillante de su reinado.
Al suceder a Carlos I en 1556, Felipe II decidió solventar el problema que su padre había dejado pendiente, aunque, en realidad, el monarca español estaba realmente más interesado en defender el catolicismo frente a los protestantes europeos que el cristianismo frente a los musulmanes. En 1560, el nonagenario Andrea Doria murió, y su sobrino nieto, Juan Andrea Doria, príncipe de Melfi, le sucedió al mando de la escuadra de galeras de Génova, manteniendo la alianza con España. el sucesor del gran almirante comenzó su mandato ese mismo año con una derrota en Djerba (Túnez), en la que perdió su galera capitana y en la que él mismo estuvo a punto de perecer. Esta derrota hizo que Felipe II decidiera construir por su cuenta una gran armada de galeras españolas, capaz de derrotar el poder naval turco sin tener que depender de otras alianzas. En 1565, el sultán Solimán II sitió la isla de Malta. pero la expedición organizada por el virrey español de Sicilia consiguió levantar el asedio turco. Fue una victoria que levantó la moral de los navegantes cristianos, al quedar demostrado que la flota turca no era invencible si se le oponía una fuerza bien organizada.
En 1566 se produjo un hecho que dio un importante giro a la situación: el sultán Selim II sucedió a su padre Solimán. Las ideas panislamistas de Selim alarmaron a las potencias cristianas. Selim confirmó los peores augurios al atacar Chipre, que en aquel momento era territorio veneciano. La isla fue invadida con facilidad y 20.000 de sus habitantes fueron masacrados. Selim II amenazó acto seguido con llegar a Roma, lo que provocó una rápida reacción del papa Pío V; éste solicitó ayuda a todo el mundo cristiano, llamada a la que Felipe II, reticente hasta aquel momento a este tipo de alianzas, no dudó en responder.
Con estos anteceden tes, no tardó en gestarse la segunda Liga Santa, aunque ya desde sus inicios suscitó grandes controversias. Los venecianos querían formar rápidamente una flota para recuperar Chipre, mientras que los españoles deseaban una alianza a largo plazo para dominar el Mediterráneo y acabar con los corsarios del norte de África. Finalmente, se llegó a un acuerdo y Pío V prometió financiar económicamente una gran flota. En febrero de 1571 se constituyó la Liga Santa entre la Serenísima República de Venecia, España, la orden de Malta y la Santa Sede. La alianza tenía validez por un periodo inicial de tres años, durante los cuales se reuniría una gran flota de galeras.

La gran concentración de Mesina


Vista de proa de la réplica de la galera Real, insignia de Juan de Austria, que se expone en el Museo Marítim de Barcelona, situado en las Reales Atarazanas, el mismo lugar donde fue construida pocos años antes de la batalla de Lepanto

A finales de agosto de 1571, la concentración de naves de la segunda Liga Santa recaló en Mesina. Don Juan de Austria, hijo ilegítimo del emperador Carlos I, que contaba apenas 22 años, fue puesto al mando de la que fue la mayor flota de galeras de la historia: 213 unidades, entre las que había 103 españolas, 86 venecianas, 12 pontificias y 12 genovesas. completaban la flota cristiana seis galeazas venecianas, medio centenar de naos de transporte y otros buques. Se embarcaron un total de 1.815 cañones y 84.420 hombres, de los cuales 28.000 eran soldados, 12.920 marineros y 43.500 remeros. Los capitanes de Don Juan de Austria eran el español Alvaro de Bazán, marqués de la Santa Cruz, el veneciano Agustín Babarigo, el genovés Juan Andrea Doria y el romano Marco Antonio Colonna. La Segunda Liga Santa supuso la gran oportunidad para el rey Felipe II de proporcionar a su hermano natural, Juan de Austria, como capitán general de la mar. El monarca español fue el primero en reconocer la estirpe real de Juan de Austria tras la muerte de su padre, Carlos I. Felipe II le profesó una gran estima, en contra de la opinión de una parte de la corte. Juan de Austria era un hombre apuesto, con fama de mujeriego, buen jinete y experto en armas, que, gracias a su exitosa campaña contra los moriscos y a sonadas victorias contra la piratería en el Mediterráneo, había alcanzado un gran prestigio militar. Su juventud no fue un obstáculo para que los almirantes de la Liga Santa lo aceptaran como jefe supremo. Su lema "cuando no se avanza se retrocede" se  hizo famoso.
Los cristianos y los turcos oficializaron una guerra de religión con el trasfondo de los intereses comerciales y de expansión en el Mediterráneo que movían a ambos bandos. Mientras los turcos de Selim II combatían en nombre de Alá dentro de la más ortodoxa Guerra Santa inspirada por el sultán, los cristianos defendían su religión frente a los enemigos seculares de ésta. Juan de Austria también tenía dotes de buen psicólogo y supo utilizar la baza de la religión para envalentonar a sus tropas. Organizó una gigantesca misa de campaña en un monte que dominaba la rada de Mesina, repleta de galeras. El acto religioso acabó en el más absoluto paraxismo, tal como lo describió el cronista Gonzalo de Illescas: "Al azar la hostia y el cáliz, fue tal la vocería de los soldados llamando en su ayuda a Dios y a su Madre Santísima, el ruido de las salvas de las artillerías, de las cajas de guerra, trompetas y clarines; el horror del fuego y del humo, del temblor de la tierra y estrmecimiento de las aguas, que pareció bajaba a juzgar el mundo Su Majestad Divina con la resurrección de la carne".
Como era preceptivo en las batallas en las que participaban los cristianos españoles de aquella época, antes de entrar en combate, los capellanes de a bordo impartían la absolución de los pecados a las tropas. Don Juan de  Austria también tuvo el buen tino de liberar de sus cadenas a los convictos condenados a la boga y prometerles la libertad si se alcanzaba la victoria. El comandante cristiano supo también azuzar el espíritu de venganza en españoles e italianos ( la mayoría de ellos procedentes de poblaciones costeras), recordándoles los padecimientos que habían sufrido tras cien años de incursiones corsarias musulmanas. El resultado de sus estrategias psicológicas y prácticas fue conseguir una predisposición excepcional de sus hombres para el combate, que jugó un decisivo papel en la victoria de la Liga Santa.
El 15 de septiembre de 1571, Don Juan de Austria ordenó zarpar, y el día 26 decidió que la flota fondeara en Corfú. La isla, un dominio veneciano, había sido arrasada por los turcos con los barcos de una parte de la flota comandada por Müezzinzade Alí Pachá (nacido en Calabria como Lucca Galani y convertido en musulmán).Corfú se transformó entonces en el objetivo inmediato de la Liga Santa.

El gran enfrentamiento


Óleo de Giorgio Vasari que muestra a la flota cristiana en formación, en la rada de Mesina, antes de zarpar hacia Lepanto. En el centro pueden distinguirse las seis galeazas venecianas.

Los cristianos localizaron a la Armada otomana en el golfo de Corinto y se aprestaron a acorralarla. La flota turca se componía de 208 galeras y 66 galeotas, fustas y demás naves de apoyo con 25.000 soldados, por lo que, comparada con la de los cristianos, las fuerzas se mostraban bastante equilibradas. Los turcos tuvieron el tiempo justo para formar su escuadra en la boca del golfo, sobrepasado el cabo Araxos. El choque entre los dos colosos se produjo el 7 de octubre de 1571 a las 07:30 H, al sudeste de la isla de Oxia. Ambas flotas se encontraron frente a frente con sus galeras alineadas formando tres grupos principales: uno central y las alas izquierda y derecha. cuando sus capitanes le preguntaron a Juan de Austria si celebraría consejo, su respuesta fue: "No es tiempo de razonar sino de combatir".
Don Juan había decidido mantener el ala izquierda contra la orilla, y su principal preocupación era evitar que los musulmanes rompieran los flancos y tornaran la batalla en una lucha desorganizada en la que tendrían todas las de ganar. La responsabilidad del ala izquierda recayó sobre Agustín Barbarigo, con sus 64 galeras venecianas. En el ala derecha estaba situada la escuadra de Juan Andrea Doria y, en el centro, navegaba la Real, la galera de Juan de Austria, secundada por la capitana veneciana, comandada por Sebastián Venerio, y la de la Santa Sede, gobernada por Marco Antonio Colonna. En la retaguardia navegaba la escuadra de Álbaro de Bazán, y en vanguardia la escuadra de siete galeras rápidas de Juan de Cardona, con funciones de reconocimiento y de asistencia. Entre las naves de la flota destacaba la presencia de seis galeazas venecianas a las que se les había encomendado la misión de situarse en la vanguardia de la flota cristiana y romper la línea enemiga. Ante las dudas que se planteaban sobre su operatividad en combate, los nobles venecianos que las comandaban fueron obligados a realizar el curioso juramento de que con cada una de ellas harían frente a 25 galeras otomanas; finalmente, se colocaron cuatro al frente, quedando dos en reserva. Daba la escasa maniobrabilidad de las galeazas, éstas tuvieron que ser remolcadas por otras galeras para que pudieran situarse con suficiente antelación.

La gran batalla de Lepanto


La flota cristiana en formación se dirige al encuentro de la otomana.

A las 11:00 h, tal como había previsto Juan de Austria, las alas otomanas iniciaron un movimiento envolvente. La táctica de Alí Pachá era provocar el desorden para así poder llegar al centro de su formación, evitando el ataque frontal de las superiores galeras cristianas. Para ello ordenó al ala izquierda de su formación, comandada por Uluch Alí, que las naves navegaran hacia el sudoeste con la intención de realizar una maniobra para rodear el ala de Juan Andrea Doria. También ordenó al ala derecha de su flota,  al mando de Mohamed Suluk, que aprovechara el menor calado de sus barcos para sobrepasar la formación de Agustín Barbarigo, ciñéndose a la costa.
Juan Andrea Doria navegó también hacia el sur para no dejarse sorprender por la maniobra circular de Uluch Alí o, como sospecharon algunos, para no entrar en combate directo; al hacerlo, dejo una brecha en la formación que fue inmediatamente taponada por la escuadra de Cardona. Mientras tanto, las galeras de Bazán se apostaron en la retaguardia para cubrir cualquier contingencia.
Hacia las 12: h, Juan de Austria dio la orden de ataque, que comenzó inmediatamente con la embestida de las galeazas contra el centro y el ala derecha de la flota otomana. Era la primera vez que los turcos veían aquellos enormes barcos, y vacilaron, perdiendo un tiempo precioso.
Sin embargo, Alí Pachá ordenó finalmente abrir la formación y dejar pasar las naves cristianas sin atacarlas, lo que, si se hubiera intentado, hubiera roto su línea de batalla. Mientras cruzaban la línea enemiga, los cañones de las galeazas, muy superiores en alcance y en potencia al de las galeras turcas, lograron hundir dos barcos otomanos y dañar seriamente algunos más, lo que afectó significativamente la moral de las tropas turcas, especialmente cuando un disparo de la galeaza veneciana comandada por el constructor Francesco Duodo destruyó un fanal de la nave del almirante otomano Alí Pachá.

El inicio de la batalla

Óleo del siglo XIX que muestra una escena de la batalla de Lepanto con una embarcación en primer término, que el artista creó como un híbrido entre una galera y una galeaza.

Mientras las galeazas cristianas cruzaban las líneas otomanas, el intento de los turcos de envolver las naves del veneciano Agustín Barbarigo fue un fracaso, ya que éste consiguió llevar a cabo la defícil maniobra de hacer pivotar sus naves hacia la parte de atrás de su flanco izquierdo. Mientras realizaban este movimiento, las galeras se cibrían usando su artillería de proa, a la espera de la orden para lanzarse al ataque cambiando el sentido de la boga. La maniobra fue un éxito debido, según los expertos, a la excelente estrategia cristiana, que había previsto este tipo de arriesgadas tácticas. Sin embargo, seis galeras turcas cayeron sobre la capitana veneciana, donde Barbarigo fue alcanzado mortalmente por una flecha en el ojo izquierdo. Su sobrino, Juan Marino Contarini, que fue en su rescate, también falleció en la escaramuza. Pese a la pérdida de sus jefes, las galeras venecianas redujeron en media hora las galeazas turcas; algunas de ellas embarrancaron en la costa, desde donde muchos de sus hombres huyeron tierra adentro.

Tercios contra jenizaros

Juan de Austria derige la batalla desde el castillo de la galera Real.

La lucha fue terriblemente encarnizada en el centro de la formación, alrededor de la Sultana de Alí Pachá y de la Real de Juan de Austria. Los cristianos consiguieron mantener su formación y los almirantes enemigos ordenaron que sus galeras se aprestaran al ataque. El abordaje fue terrible; el espolón de la galera otomana penetró por la amura de la española hasta el cuarto banco, no sin antes recibir la Sultana una terrible descarga de la artillería de la Real. La capitana cristiana recibió también el ataque de las galeras de Kara Hodja Mohamed Saiderbey, que se colocaron junto a la popa de la Sultana para contribuir con sus soldados al abordaje de la Real. El combate cuerpo a cuerpo fue encarnizado y los 300 soldados de los Tercios Españoles embarcados en la Real la defendieron en medio de una lluvia de flechas y balas de arcabuz, saltando seguidamente a la Sultana desde la cubierta más elevada. Fue un enfrentamiento histórico, ya que, por primera y última vez, se enfrentaban las dos mejores unidades de infantería del siglo XVI: los tercios españoles y los jenizaros otomanos.
La Real no contó con el apoyo de las galeras de la flota, puesto que, tanto las galeras españolas de Luis de Requesens y Juan Bautista Cortés como las capitanas de Sebastián Veniero y Marco Antonio Colonna, habían sido atacadas por varias galeras turcas y sólo podían disparar contra la Sultana desde una de sus bandas. El viejo general Veniero, de 77 años, al mando de la capitana de la Serenísima, no cesó de disparar arcabuzazos sobre los turcos desde su galera. Al mismo tiempo, Juan de Austria y Alí Pachá dirigían el combate desde sus respectivos castillos, en una lucha de evolución muy desigual, con constantes abordajes y contraataques por ambas partes; los arcabuceros españoles disponían de mayor potencia de fuego, pero las bajas de a Sultana eran rápidamente sustituidas por soldados de otras galeras.

La heroicidad de Juan de Cardona y la venganza de Uluch Alí


Óleo de Antonio Brugada (1804 - 1863) que muestra uno de los momentos culminantes de la batalla de Lepanto: la galera Sultana De Alí Pachá y la real de Juan de Austria se enzarzaron en un terrible combate.

En el ala  izquierda otomana, situada al sur del combate principal, estaban las galeazas comandadas por Uluch Alí; las fuerzas cristianas de Juan Andrea Doria bogaban hacia el sudoeste e iban aproximándose, el almirante genovés había hecho caso omiso del aviso de Juan de Austria, quien le hizo notar que estaba dejando el cuerpo central de la flota al descubierto. Súbitamente, una parte de las galeras de Uluch Alí viró al oeste para intentar penetrar por la brecha dejada por los cristianos. La maniobra fue hábil y tomó por sorpresa a Gian Andrea Doria; mientras tanto, Juan de Cardona, que navegaba con sus ocho galeras para taponar la brecha que dejaba Doria, decidió acudir en auxilio de a zona central cristiana, cuyas dificultades iban aumentando ostensiblemente. Juan de Cardona hundión la galera de Pertev Pachá, quien logró escapar herido en una galeota. Tras el éxito de su acción, que alivió el sector central cristiano, Cardona viró de nuevo hacia el sur en auxilio del ala derecha de Doria. En ese momento, las galeras de Ulch Alí se dirigían hacia la abertura dejada por Doria en un intento por alcanzar por la retaguardia el flanco del cuerpo central de la Liga Santa. Cardona se enfrentó con sus ocho galeras a las dieciséis de Alí en un combate confuso y desigual. Los hombres de Cardona fueron diezmados en pocos minutos por el fuego otomano, recibiendo el propio Cardona dos disparos de arcabuz. Pese al empeño y a la resistencia del catalán, siete galeras de Alí cayeron sobre el flanco derecho del sector central cristiano. Uluch Alí se abalanzó inmediatamente sobre la nave capitana de la Orden de Malta, comandada por el Prior de Mesina, Fray Pedro Giustiniani. El corsario otomano quiso vengarse de la humillación sufrida seis años atrás en su intento frustrado de tomar la fortaleza de la isla de Malta, cuando, pese a gozar de una superioridad de más de 10 a 1, los caballeros de la Orden resistieron el ataque hasta la llegada de la flota española; ésta obligó a los otomanos a levantar el sitio, no sin antes perder más de 15.000 hombres. En esta ocasión, la galera maltesa fue violentamente atacada; Giustiniani recibió cinco flechazos y fue dado por muerto por los turcos cuando abordaron la nave para remorcarla como trofeo de guerra. Sin embargo, el Prior de Mesina fue rescatado por los cristianos y vivió todavía un año más después de la batalla, con el honor de ser el único hombre que había derrotado en dos ocasiones a la Armada otomana.
Las otras dos galeras maltesas también sufrieron un demoledor ataque, con grandes pérdidas. La galera pontificia de Tommaso de Medici también fue atacada por Alí, quien logró hundir una de las galeras de Doria que habían acudido en ayuda de Juan de Cardona.

La victoria cristiana


Arriba, el planteamiento inicial de la Batalla de Lepanto, con cuatro galeazas venecianas en vanguardia y el ala izquierda turca bogando hacia el sur, con la intención de abrir la formación cristiana. Abajo, la segunda fase de la batalla: los movimientos envolventes turcos fracasaron y la rápida intervención de la retaguardia cristiana evitó lo que hubiera significado un cambio en el transcurso del enfrentamiento.

La balanza se inclinó finalmente a favor de la Liga Santa cuando la escuadra de Álvaro de Bazán intervino desde la retaguardia. Bazán envió 26 galeras para reforzar el ala derecha, mientras que él mismo acudió en socorro del centro con tres galeras más. En el ala derecha española, la veneciana la Donna fue hundida por el certero fuego artillero turco, y la española la Marquesa sufrió muchas bajas, entre ellas la de su capitán, Juan de Machado. El ala izquierda turca se vio desbordaba y Uluch Alí huyó con unas cuantas galeotas hacia Prevesa, a través del canal de la isla de Oxia. En la zona central, el refuerzo de las cuatro galeras de Bazán fue decisivo y, aunque perdió dos de ellas, logró, gracias a la Loba, hundir una galera turca y capturar otra. Tras este éxito, los soldados de la Loba se unieron a los de la Real para luchar contra la Sultana. Finalmente, tras un durísimo combate, el castillo de popa de la galera turca fue ocupado por los soldados españoles, que mataron a todos los jenízaros. Entre los hombres de la cubierta se encontraba herido el gran almirante de la flota otomana Müezzinzade Alí Pachá. Un soldado le cortó la cabeza y la llevó ante Juan de Austria, quien, compungido, ordeno arrojarla al mar sin usarla como trofeo, pero los soldados desoyeron la orden y la alzaron sobre el castillo de la Sultana.
Fue el fin de la resistencia turca, y la mayor parte de sus capitanes se rindieron a los de la Liga Santa. Uluch Alí abandonó la preciada galera de la Orden de Malta que estaba remolcando como botín. A bordo de la devastada embarcación, entre más de 300 cadáveres, se hallaba malherido su capitán Fray Pedro Giustiniani, quien fue rescatado por los hombres de Doria. Uluch Alí logró refugiarse en Lepanto con 25 galeras y 20 galeotas muy dañadas. Los españoles capturaron una galera que llevaba a bordo a los dos hijos de Alí Pachá, de 17 y 13 años. Don Juan de Austria los tomó bajo su protección y los trató de forma acorde con su rango.
Tras la batalla, que finalizó al caer la tarde, las aguas del Golfo de Patras ofrecían un espectáculo dantesco, teñidas de rojo, infestadas de cuerpos y miembros humanos y de todo tipo de maderas y trozos de velas. Ante la tormenta que se avecinaba, Don Juan de Austria ordenó a las naves de la Liga recalar en la bahía de Petala y, junto a los jefes de las distintas flotas, se dispuso a hacer balance de la batalla.
La victoria de la Liga Santa, aunque rotunda, conllevó un alto precio en pérdidas materiales y humanas. La estimación de las bajas cristianas se acercó a los 8.200 muertos y 7.784 heridos; las galeras hundidas o destrozadas fueron quince, aunque otras treinta tuvieron que ser desmanteladas devido a la gravedad de los daños. Los otomanos, por su parte, perdieron 205 galeras 15 de ellas hundidas y 190 capturadas y sus bajas se contabilizaron en más de 25.000 muertos y 8.000 prisioneros. Por todo ello, el balance de la batalla de Lepanto fue escalofriante: murieron unos 33.000 hombres en tan sólo cuatro horas, la mayor matanza hasta aquel momento en la historia de las batallas tanto marítimas como terrestres.
Se calcula que unos 12.000 esclavos cristianos fueron liberados de los barcos capturados donde eran utilizados como galeotes. A bordo de las naves otomanas se encontró un importante botín en oro, joyas y brocados. Se ha descrito que sólo en la galera de Alí Pachá se encontraron 170.000 cequíes de oro. El rey de España recibió la mitad de todo el botín y la otra mitad se dividió entre la Santa Sede y Venecia; sin embargo, una décima parte de esta mitad fue asignada a Don Juan de Austria, en compensación por su valor y sus cualidades estratégicas. En la galera la Marquesa navegaba el joven de 24 años Miguel de Cervantes, quien se había unido a los Tercios Italianos seis meses antes. Cervantes, pese a sufrir de fiebres, pidió que se le asignara un puesto en las lanchas de combate. El objetivo de estas lanchas era el ataque a los flancos más débiles de las galeras enemigas aprovechando su relativa maniobrabilidad, aunque eran muy vulnerables al fuego desde la cubierta de las galeras. La Marquesa sufrió 40 bajas y 120 heridos, entre ellos el propio Cervantes, quien recibió un tiro en el brazo izquierdo, que le ocasionó la pérdida de movimiento de la mano; por este motivo se le conoce también como "el manco de Lepanto". Cervantes se quejó de la ingratitud de España para con sus soldados, alabando en su novela El Quijote cómo el sultán reconocía mejor los méritos de gentes nacidas bajo otra religión que el rey español los de sus propios súbditos.

 Después de la batalla


Óleo del pintor italiano Andrea Michieli (1542 - 1617) que muestra uno de los momentos más intensos de la batalla de Lepanto.

Juan de Austria dispuso que las galeras más rápidas partieran inmediatamente para llevar la noticia de la victoria a los Estados miembros de la Liga. Las nuevas llegaron al rey Felipe II veinticuatro días después de la batalla. Su majestad se encontraba rezando las vísperas en la basílica de El Escorial, cuando un mensajero compareció muy excitado ante su presencia. El rey le dijo "Sosegaos. Vamos al coro y allí hablaremos mejor". Al conocer la noticia, el monarca completó los rezos y, acto seguido y como era su costumbre después de los acontecimientos bélicos, encargó una misa por las almas de los que habían muerto en la batalla.
El grueso de la flota cristiana permaneció en Petala durante tres días,  donde se organizaron las labores de reparación de las naves y se instaló un hospital de campaña para tratar a los heridos. Juan de Austria convocó un consejo para decidir las posteriores operaciones contra sus enemigos. Era evidente que este triunfo debía aprovecharse para dar el golpe de gracia a los otomanos, o simplemente aumentar el importante descalabro que había sufrido. Pero de nuevo entraron en liza los intereses encontrados de los componentes de la Liga Santa: los venecianos querían atacar el Peloponeso e incitar la insurrección en tierras de Albania y Grecia; algunos españoles querían atacar Constantinopla, mientras que, finalmente, Juan de Austria propuso atacar las fortificaciones otomanas en el golfo de Lepanto para controlar los estratégicos golfos de Corinto y Patras, y la propuesta fue aceptada.
Mientras una parte de la escuadra regresaba a Mesina, en cuyo puerto fue recibida entre salvas y cantos alborozados, arrastrando por el agua los trofeos y banderas conquistados al enemigo según era costumbre, Juan Andrea Doria y Ascanio de la Corna se dirigieron a atacar las fortificaciones de Lepanto. Sin embargo, el 11 de octubre de 1571, Juan Andrea Doria desistió de su decisión de atacar los bien fortificados castillos turcos. El razonamiento de Doria era lógico: si bien la conquista era factible, el problema consistía en mantener luego las posiciones, puesto que se vería obligado a llevar a cabo una logística imposible de sostener, y era más que probable que las fortificaciones ocupadas volvieran a caer prontamente en manos otomanas. Por otra parte, el estado de la flota cristiana no permitía proseguir las acciones bélicas con garantías, por lo que Doria decidió regresar a Corfú, donde arribó el día 22 de octubre.

El fin de la Liga Santa

Óleo alegórico del pintor veneciano Tiziano Vecelli ( 1488 - 1576) que muestra a Felipe II celebrando la victoria de Lepanto.

Tras la batalla de Lepanto, el poder naval otomano no quedó herido de muerte, pero la actividad corsaria descendió notablemente y los turcos nunca recuperaron la supremacía mantenida durante los años anteriores a la batalla. La Liga Santa prosiguió con una intensa campaña naval durante todo el año siguiente en las costas de Morea. Pese a sus notables esfuerzos para conseguirlo, no logró entablar el deseado combate definitivo para dar el golpe de gracia a los turcos. La causa principal de ese fracaso hay que atribuirla a Uluch Alí, quien rehusó la batalla en varias ocasiones durante los meses de agosto y septiembre de 1572. Venecia no había quedado sagtisfecha con el resultado de la batalla de Lepanto, ya que la pérdida de Chipre había sido un golpe especialmente duro para la Serenísima República. Los venecianos eran conscientes del propósito de la Liga Santa de atacar el norte de África en los próximos meses, como era el deseo de Felipe II. Así pues, firmaron un tratado de paz reconociendo las conquistas de los turcos y acordando un pago de 300.000 ducados a Selim II en el término de tres años, para que sus mercaderes tuvieran vía libre en el puerto de Alejandría. Al final, la suma pagada era menor que el coste de mantener la flota activa y el comercio cerrado. Felipe II se puso furioso cuando se enteró del tratado veneciano, y la Liga Santa se disolvió. Al año siguiente, Don Juan de Austria conquistó Túnez en su último combate contra los turcos antes de ser destinado a los Paises Bajos.
La atención de España se centró en los protestantes del norte, mientras que el Imperio Otomano desvió su atención hacia Persia. El Mediterraneo perdió valor estratégico y, progresivamente, los piratas y corsarios berberiscos fueron ganando terreno y no fuero erradicados hasta el siglo XIX.

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