lunes, 1 de octubre de 2012

La batalla de Lepanto


Episodio de un enfrentamiento entre Turcos y cristianos en la batalla de Lepanto. Óleo de Tintoretto conservado en el Museo del Prado de Madrid.

La batalla de Lepanto fue la confrontación naval más dura librada hasta entonces en la historia. Murieron cerca de 33.000 hombres en tan sólo cuatro horas, la mayor pérdida de vidas humanas en la historia de las batallas tanto marítimas como terrestres. Fue también la mayor concentración de galeras nunca vista y supuso un freno decisivo a la expansión marítima otomana, aunque no logró terminar definitivamente con la piratería berberisca ni con el poder de la Sublime Puerta.
Pese al éxito de Túnez, el poder otomano del sultán Solimán II no dejó de crecer, amparado desde Francia por Francisco I, rival de los españoles. La campaña había servido a Carlos I para conseguir un valioso aliado naval: la ciudad de Génova (en aquel momento de gran importancia estratégica para el control del Mediterráneo occidental), que durante los primeros treinta años del siglo XVI había sido controlada por Francia. Andrea Doria arrastró a la ciudad entera en favor de su alianza, para conseguir la independencia que el emperador español había prometido a cambio y que finalmente le otorgó. El gran almirante genovés pasó a desempeñar una labor fundamental en la estrategia española contra los otomanos, que iba a resultar decisiva en el futuro. Sin embargo, la falta de coordinación entre los estado cristianos del Mediterráneo occidental era evidente al no poder encontrar una causa común que les llevara a enfrentarse a la expansión turca. Los turcos, sin embargo, estaban bien coordinados y continuaban apoyando los ataques corsarios que, lejos de desaparecer, se recuperaron.

La Liga Santa


Óleo alegórico de la batalla de Lepanto pintado por Paolo Veronese. En él se muestra el profundo transfondo religioso que tuvo el enfrentamiento entre la flota de la Liga Santa y la otomana.

Toda esta situación llevó al Papa y a Venecia, Génova y España a unir sus fuerzas en 1538. Fue una alianza que no logró ninguno de sus objetivos debido a la falta de organización entre sus miembros, con sonados fracasos en Prevesa, en 1538, y en la toma de Argel, en el año 1541. En Prevesa, el almirante Andrea Doria fue derrotado por las desconcertantes tácticas de Barbarroja y, en Argel, Carlos I sufrió la derrota más humillante de su reinado.
Al suceder a Carlos I en 1556, Felipe II decidió solventar el problema que su padre había dejado pendiente, aunque, en realidad, el monarca español estaba realmente más interesado en defender el catolicismo frente a los protestantes europeos que el cristianismo frente a los musulmanes. En 1560, el nonagenario Andrea Doria murió, y su sobrino nieto, Juan Andrea Doria, príncipe de Melfi, le sucedió al mando de la escuadra de galeras de Génova, manteniendo la alianza con España. el sucesor del gran almirante comenzó su mandato ese mismo año con una derrota en Djerba (Túnez), en la que perdió su galera capitana y en la que él mismo estuvo a punto de perecer. Esta derrota hizo que Felipe II decidiera construir por su cuenta una gran armada de galeras españolas, capaz de derrotar el poder naval turco sin tener que depender de otras alianzas. En 1565, el sultán Solimán II sitió la isla de Malta. pero la expedición organizada por el virrey español de Sicilia consiguió levantar el asedio turco. Fue una victoria que levantó la moral de los navegantes cristianos, al quedar demostrado que la flota turca no era invencible si se le oponía una fuerza bien organizada.
En 1566 se produjo un hecho que dio un importante giro a la situación: el sultán Selim II sucedió a su padre Solimán. Las ideas panislamistas de Selim alarmaron a las potencias cristianas. Selim confirmó los peores augurios al atacar Chipre, que en aquel momento era territorio veneciano. La isla fue invadida con facilidad y 20.000 de sus habitantes fueron masacrados. Selim II amenazó acto seguido con llegar a Roma, lo que provocó una rápida reacción del papa Pío V; éste solicitó ayuda a todo el mundo cristiano, llamada a la que Felipe II, reticente hasta aquel momento a este tipo de alianzas, no dudó en responder.
Con estos anteceden tes, no tardó en gestarse la segunda Liga Santa, aunque ya desde sus inicios suscitó grandes controversias. Los venecianos querían formar rápidamente una flota para recuperar Chipre, mientras que los españoles deseaban una alianza a largo plazo para dominar el Mediterráneo y acabar con los corsarios del norte de África. Finalmente, se llegó a un acuerdo y Pío V prometió financiar económicamente una gran flota. En febrero de 1571 se constituyó la Liga Santa entre la Serenísima República de Venecia, España, la orden de Malta y la Santa Sede. La alianza tenía validez por un periodo inicial de tres años, durante los cuales se reuniría una gran flota de galeras.

La gran concentración de Mesina


Vista de proa de la réplica de la galera Real, insignia de Juan de Austria, que se expone en el Museo Marítim de Barcelona, situado en las Reales Atarazanas, el mismo lugar donde fue construida pocos años antes de la batalla de Lepanto

A finales de agosto de 1571, la concentración de naves de la segunda Liga Santa recaló en Mesina. Don Juan de Austria, hijo ilegítimo del emperador Carlos I, que contaba apenas 22 años, fue puesto al mando de la que fue la mayor flota de galeras de la historia: 213 unidades, entre las que había 103 españolas, 86 venecianas, 12 pontificias y 12 genovesas. completaban la flota cristiana seis galeazas venecianas, medio centenar de naos de transporte y otros buques. Se embarcaron un total de 1.815 cañones y 84.420 hombres, de los cuales 28.000 eran soldados, 12.920 marineros y 43.500 remeros. Los capitanes de Don Juan de Austria eran el español Alvaro de Bazán, marqués de la Santa Cruz, el veneciano Agustín Babarigo, el genovés Juan Andrea Doria y el romano Marco Antonio Colonna. La Segunda Liga Santa supuso la gran oportunidad para el rey Felipe II de proporcionar a su hermano natural, Juan de Austria, como capitán general de la mar. El monarca español fue el primero en reconocer la estirpe real de Juan de Austria tras la muerte de su padre, Carlos I. Felipe II le profesó una gran estima, en contra de la opinión de una parte de la corte. Juan de Austria era un hombre apuesto, con fama de mujeriego, buen jinete y experto en armas, que, gracias a su exitosa campaña contra los moriscos y a sonadas victorias contra la piratería en el Mediterráneo, había alcanzado un gran prestigio militar. Su juventud no fue un obstáculo para que los almirantes de la Liga Santa lo aceptaran como jefe supremo. Su lema "cuando no se avanza se retrocede" se  hizo famoso.
Los cristianos y los turcos oficializaron una guerra de religión con el trasfondo de los intereses comerciales y de expansión en el Mediterráneo que movían a ambos bandos. Mientras los turcos de Selim II combatían en nombre de Alá dentro de la más ortodoxa Guerra Santa inspirada por el sultán, los cristianos defendían su religión frente a los enemigos seculares de ésta. Juan de Austria también tenía dotes de buen psicólogo y supo utilizar la baza de la religión para envalentonar a sus tropas. Organizó una gigantesca misa de campaña en un monte que dominaba la rada de Mesina, repleta de galeras. El acto religioso acabó en el más absoluto paraxismo, tal como lo describió el cronista Gonzalo de Illescas: "Al azar la hostia y el cáliz, fue tal la vocería de los soldados llamando en su ayuda a Dios y a su Madre Santísima, el ruido de las salvas de las artillerías, de las cajas de guerra, trompetas y clarines; el horror del fuego y del humo, del temblor de la tierra y estrmecimiento de las aguas, que pareció bajaba a juzgar el mundo Su Majestad Divina con la resurrección de la carne".
Como era preceptivo en las batallas en las que participaban los cristianos españoles de aquella época, antes de entrar en combate, los capellanes de a bordo impartían la absolución de los pecados a las tropas. Don Juan de  Austria también tuvo el buen tino de liberar de sus cadenas a los convictos condenados a la boga y prometerles la libertad si se alcanzaba la victoria. El comandante cristiano supo también azuzar el espíritu de venganza en españoles e italianos ( la mayoría de ellos procedentes de poblaciones costeras), recordándoles los padecimientos que habían sufrido tras cien años de incursiones corsarias musulmanas. El resultado de sus estrategias psicológicas y prácticas fue conseguir una predisposición excepcional de sus hombres para el combate, que jugó un decisivo papel en la victoria de la Liga Santa.
El 15 de septiembre de 1571, Don Juan de Austria ordenó zarpar, y el día 26 decidió que la flota fondeara en Corfú. La isla, un dominio veneciano, había sido arrasada por los turcos con los barcos de una parte de la flota comandada por Müezzinzade Alí Pachá (nacido en Calabria como Lucca Galani y convertido en musulmán).Corfú se transformó entonces en el objetivo inmediato de la Liga Santa.

El gran enfrentamiento


Óleo de Giorgio Vasari que muestra a la flota cristiana en formación, en la rada de Mesina, antes de zarpar hacia Lepanto. En el centro pueden distinguirse las seis galeazas venecianas.

Los cristianos localizaron a la Armada otomana en el golfo de Corinto y se aprestaron a acorralarla. La flota turca se componía de 208 galeras y 66 galeotas, fustas y demás naves de apoyo con 25.000 soldados, por lo que, comparada con la de los cristianos, las fuerzas se mostraban bastante equilibradas. Los turcos tuvieron el tiempo justo para formar su escuadra en la boca del golfo, sobrepasado el cabo Araxos. El choque entre los dos colosos se produjo el 7 de octubre de 1571 a las 07:30 H, al sudeste de la isla de Oxia. Ambas flotas se encontraron frente a frente con sus galeras alineadas formando tres grupos principales: uno central y las alas izquierda y derecha. cuando sus capitanes le preguntaron a Juan de Austria si celebraría consejo, su respuesta fue: "No es tiempo de razonar sino de combatir".
Don Juan había decidido mantener el ala izquierda contra la orilla, y su principal preocupación era evitar que los musulmanes rompieran los flancos y tornaran la batalla en una lucha desorganizada en la que tendrían todas las de ganar. La responsabilidad del ala izquierda recayó sobre Agustín Barbarigo, con sus 64 galeras venecianas. En el ala derecha estaba situada la escuadra de Juan Andrea Doria y, en el centro, navegaba la Real, la galera de Juan de Austria, secundada por la capitana veneciana, comandada por Sebastián Venerio, y la de la Santa Sede, gobernada por Marco Antonio Colonna. En la retaguardia navegaba la escuadra de Álbaro de Bazán, y en vanguardia la escuadra de siete galeras rápidas de Juan de Cardona, con funciones de reconocimiento y de asistencia. Entre las naves de la flota destacaba la presencia de seis galeazas venecianas a las que se les había encomendado la misión de situarse en la vanguardia de la flota cristiana y romper la línea enemiga. Ante las dudas que se planteaban sobre su operatividad en combate, los nobles venecianos que las comandaban fueron obligados a realizar el curioso juramento de que con cada una de ellas harían frente a 25 galeras otomanas; finalmente, se colocaron cuatro al frente, quedando dos en reserva. Daba la escasa maniobrabilidad de las galeazas, éstas tuvieron que ser remolcadas por otras galeras para que pudieran situarse con suficiente antelación.

La gran batalla de Lepanto


La flota cristiana en formación se dirige al encuentro de la otomana.

A las 11:00 h, tal como había previsto Juan de Austria, las alas otomanas iniciaron un movimiento envolvente. La táctica de Alí Pachá era provocar el desorden para así poder llegar al centro de su formación, evitando el ataque frontal de las superiores galeras cristianas. Para ello ordenó al ala izquierda de su formación, comandada por Uluch Alí, que las naves navegaran hacia el sudoeste con la intención de realizar una maniobra para rodear el ala de Juan Andrea Doria. También ordenó al ala derecha de su flota,  al mando de Mohamed Suluk, que aprovechara el menor calado de sus barcos para sobrepasar la formación de Agustín Barbarigo, ciñéndose a la costa.
Juan Andrea Doria navegó también hacia el sur para no dejarse sorprender por la maniobra circular de Uluch Alí o, como sospecharon algunos, para no entrar en combate directo; al hacerlo, dejo una brecha en la formación que fue inmediatamente taponada por la escuadra de Cardona. Mientras tanto, las galeras de Bazán se apostaron en la retaguardia para cubrir cualquier contingencia.
Hacia las 12: h, Juan de Austria dio la orden de ataque, que comenzó inmediatamente con la embestida de las galeazas contra el centro y el ala derecha de la flota otomana. Era la primera vez que los turcos veían aquellos enormes barcos, y vacilaron, perdiendo un tiempo precioso.
Sin embargo, Alí Pachá ordenó finalmente abrir la formación y dejar pasar las naves cristianas sin atacarlas, lo que, si se hubiera intentado, hubiera roto su línea de batalla. Mientras cruzaban la línea enemiga, los cañones de las galeazas, muy superiores en alcance y en potencia al de las galeras turcas, lograron hundir dos barcos otomanos y dañar seriamente algunos más, lo que afectó significativamente la moral de las tropas turcas, especialmente cuando un disparo de la galeaza veneciana comandada por el constructor Francesco Duodo destruyó un fanal de la nave del almirante otomano Alí Pachá.

El inicio de la batalla

Óleo del siglo XIX que muestra una escena de la batalla de Lepanto con una embarcación en primer término, que el artista creó como un híbrido entre una galera y una galeaza.

Mientras las galeazas cristianas cruzaban las líneas otomanas, el intento de los turcos de envolver las naves del veneciano Agustín Barbarigo fue un fracaso, ya que éste consiguió llevar a cabo la defícil maniobra de hacer pivotar sus naves hacia la parte de atrás de su flanco izquierdo. Mientras realizaban este movimiento, las galeras se cibrían usando su artillería de proa, a la espera de la orden para lanzarse al ataque cambiando el sentido de la boga. La maniobra fue un éxito debido, según los expertos, a la excelente estrategia cristiana, que había previsto este tipo de arriesgadas tácticas. Sin embargo, seis galeras turcas cayeron sobre la capitana veneciana, donde Barbarigo fue alcanzado mortalmente por una flecha en el ojo izquierdo. Su sobrino, Juan Marino Contarini, que fue en su rescate, también falleció en la escaramuza. Pese a la pérdida de sus jefes, las galeras venecianas redujeron en media hora las galeazas turcas; algunas de ellas embarrancaron en la costa, desde donde muchos de sus hombres huyeron tierra adentro.

Tercios contra jenizaros

Juan de Austria derige la batalla desde el castillo de la galera Real.

La lucha fue terriblemente encarnizada en el centro de la formación, alrededor de la Sultana de Alí Pachá y de la Real de Juan de Austria. Los cristianos consiguieron mantener su formación y los almirantes enemigos ordenaron que sus galeras se aprestaran al ataque. El abordaje fue terrible; el espolón de la galera otomana penetró por la amura de la española hasta el cuarto banco, no sin antes recibir la Sultana una terrible descarga de la artillería de la Real. La capitana cristiana recibió también el ataque de las galeras de Kara Hodja Mohamed Saiderbey, que se colocaron junto a la popa de la Sultana para contribuir con sus soldados al abordaje de la Real. El combate cuerpo a cuerpo fue encarnizado y los 300 soldados de los Tercios Españoles embarcados en la Real la defendieron en medio de una lluvia de flechas y balas de arcabuz, saltando seguidamente a la Sultana desde la cubierta más elevada. Fue un enfrentamiento histórico, ya que, por primera y última vez, se enfrentaban las dos mejores unidades de infantería del siglo XVI: los tercios españoles y los jenizaros otomanos.
La Real no contó con el apoyo de las galeras de la flota, puesto que, tanto las galeras españolas de Luis de Requesens y Juan Bautista Cortés como las capitanas de Sebastián Veniero y Marco Antonio Colonna, habían sido atacadas por varias galeras turcas y sólo podían disparar contra la Sultana desde una de sus bandas. El viejo general Veniero, de 77 años, al mando de la capitana de la Serenísima, no cesó de disparar arcabuzazos sobre los turcos desde su galera. Al mismo tiempo, Juan de Austria y Alí Pachá dirigían el combate desde sus respectivos castillos, en una lucha de evolución muy desigual, con constantes abordajes y contraataques por ambas partes; los arcabuceros españoles disponían de mayor potencia de fuego, pero las bajas de a Sultana eran rápidamente sustituidas por soldados de otras galeras.

La heroicidad de Juan de Cardona y la venganza de Uluch Alí


Óleo de Antonio Brugada (1804 - 1863) que muestra uno de los momentos culminantes de la batalla de Lepanto: la galera Sultana De Alí Pachá y la real de Juan de Austria se enzarzaron en un terrible combate.

En el ala  izquierda otomana, situada al sur del combate principal, estaban las galeazas comandadas por Uluch Alí; las fuerzas cristianas de Juan Andrea Doria bogaban hacia el sudoeste e iban aproximándose, el almirante genovés había hecho caso omiso del aviso de Juan de Austria, quien le hizo notar que estaba dejando el cuerpo central de la flota al descubierto. Súbitamente, una parte de las galeras de Uluch Alí viró al oeste para intentar penetrar por la brecha dejada por los cristianos. La maniobra fue hábil y tomó por sorpresa a Gian Andrea Doria; mientras tanto, Juan de Cardona, que navegaba con sus ocho galeras para taponar la brecha que dejaba Doria, decidió acudir en auxilio de a zona central cristiana, cuyas dificultades iban aumentando ostensiblemente. Juan de Cardona hundión la galera de Pertev Pachá, quien logró escapar herido en una galeota. Tras el éxito de su acción, que alivió el sector central cristiano, Cardona viró de nuevo hacia el sur en auxilio del ala derecha de Doria. En ese momento, las galeras de Ulch Alí se dirigían hacia la abertura dejada por Doria en un intento por alcanzar por la retaguardia el flanco del cuerpo central de la Liga Santa. Cardona se enfrentó con sus ocho galeras a las dieciséis de Alí en un combate confuso y desigual. Los hombres de Cardona fueron diezmados en pocos minutos por el fuego otomano, recibiendo el propio Cardona dos disparos de arcabuz. Pese al empeño y a la resistencia del catalán, siete galeras de Alí cayeron sobre el flanco derecho del sector central cristiano. Uluch Alí se abalanzó inmediatamente sobre la nave capitana de la Orden de Malta, comandada por el Prior de Mesina, Fray Pedro Giustiniani. El corsario otomano quiso vengarse de la humillación sufrida seis años atrás en su intento frustrado de tomar la fortaleza de la isla de Malta, cuando, pese a gozar de una superioridad de más de 10 a 1, los caballeros de la Orden resistieron el ataque hasta la llegada de la flota española; ésta obligó a los otomanos a levantar el sitio, no sin antes perder más de 15.000 hombres. En esta ocasión, la galera maltesa fue violentamente atacada; Giustiniani recibió cinco flechazos y fue dado por muerto por los turcos cuando abordaron la nave para remorcarla como trofeo de guerra. Sin embargo, el Prior de Mesina fue rescatado por los cristianos y vivió todavía un año más después de la batalla, con el honor de ser el único hombre que había derrotado en dos ocasiones a la Armada otomana.
Las otras dos galeras maltesas también sufrieron un demoledor ataque, con grandes pérdidas. La galera pontificia de Tommaso de Medici también fue atacada por Alí, quien logró hundir una de las galeras de Doria que habían acudido en ayuda de Juan de Cardona.

La victoria cristiana


Arriba, el planteamiento inicial de la Batalla de Lepanto, con cuatro galeazas venecianas en vanguardia y el ala izquierda turca bogando hacia el sur, con la intención de abrir la formación cristiana. Abajo, la segunda fase de la batalla: los movimientos envolventes turcos fracasaron y la rápida intervención de la retaguardia cristiana evitó lo que hubiera significado un cambio en el transcurso del enfrentamiento.

La balanza se inclinó finalmente a favor de la Liga Santa cuando la escuadra de Álvaro de Bazán intervino desde la retaguardia. Bazán envió 26 galeras para reforzar el ala derecha, mientras que él mismo acudió en socorro del centro con tres galeras más. En el ala derecha española, la veneciana la Donna fue hundida por el certero fuego artillero turco, y la española la Marquesa sufrió muchas bajas, entre ellas la de su capitán, Juan de Machado. El ala izquierda turca se vio desbordaba y Uluch Alí huyó con unas cuantas galeotas hacia Prevesa, a través del canal de la isla de Oxia. En la zona central, el refuerzo de las cuatro galeras de Bazán fue decisivo y, aunque perdió dos de ellas, logró, gracias a la Loba, hundir una galera turca y capturar otra. Tras este éxito, los soldados de la Loba se unieron a los de la Real para luchar contra la Sultana. Finalmente, tras un durísimo combate, el castillo de popa de la galera turca fue ocupado por los soldados españoles, que mataron a todos los jenízaros. Entre los hombres de la cubierta se encontraba herido el gran almirante de la flota otomana Müezzinzade Alí Pachá. Un soldado le cortó la cabeza y la llevó ante Juan de Austria, quien, compungido, ordeno arrojarla al mar sin usarla como trofeo, pero los soldados desoyeron la orden y la alzaron sobre el castillo de la Sultana.
Fue el fin de la resistencia turca, y la mayor parte de sus capitanes se rindieron a los de la Liga Santa. Uluch Alí abandonó la preciada galera de la Orden de Malta que estaba remolcando como botín. A bordo de la devastada embarcación, entre más de 300 cadáveres, se hallaba malherido su capitán Fray Pedro Giustiniani, quien fue rescatado por los hombres de Doria. Uluch Alí logró refugiarse en Lepanto con 25 galeras y 20 galeotas muy dañadas. Los españoles capturaron una galera que llevaba a bordo a los dos hijos de Alí Pachá, de 17 y 13 años. Don Juan de Austria los tomó bajo su protección y los trató de forma acorde con su rango.
Tras la batalla, que finalizó al caer la tarde, las aguas del Golfo de Patras ofrecían un espectáculo dantesco, teñidas de rojo, infestadas de cuerpos y miembros humanos y de todo tipo de maderas y trozos de velas. Ante la tormenta que se avecinaba, Don Juan de Austria ordenó a las naves de la Liga recalar en la bahía de Petala y, junto a los jefes de las distintas flotas, se dispuso a hacer balance de la batalla.
La victoria de la Liga Santa, aunque rotunda, conllevó un alto precio en pérdidas materiales y humanas. La estimación de las bajas cristianas se acercó a los 8.200 muertos y 7.784 heridos; las galeras hundidas o destrozadas fueron quince, aunque otras treinta tuvieron que ser desmanteladas devido a la gravedad de los daños. Los otomanos, por su parte, perdieron 205 galeras 15 de ellas hundidas y 190 capturadas y sus bajas se contabilizaron en más de 25.000 muertos y 8.000 prisioneros. Por todo ello, el balance de la batalla de Lepanto fue escalofriante: murieron unos 33.000 hombres en tan sólo cuatro horas, la mayor matanza hasta aquel momento en la historia de las batallas tanto marítimas como terrestres.
Se calcula que unos 12.000 esclavos cristianos fueron liberados de los barcos capturados donde eran utilizados como galeotes. A bordo de las naves otomanas se encontró un importante botín en oro, joyas y brocados. Se ha descrito que sólo en la galera de Alí Pachá se encontraron 170.000 cequíes de oro. El rey de España recibió la mitad de todo el botín y la otra mitad se dividió entre la Santa Sede y Venecia; sin embargo, una décima parte de esta mitad fue asignada a Don Juan de Austria, en compensación por su valor y sus cualidades estratégicas. En la galera la Marquesa navegaba el joven de 24 años Miguel de Cervantes, quien se había unido a los Tercios Italianos seis meses antes. Cervantes, pese a sufrir de fiebres, pidió que se le asignara un puesto en las lanchas de combate. El objetivo de estas lanchas era el ataque a los flancos más débiles de las galeras enemigas aprovechando su relativa maniobrabilidad, aunque eran muy vulnerables al fuego desde la cubierta de las galeras. La Marquesa sufrió 40 bajas y 120 heridos, entre ellos el propio Cervantes, quien recibió un tiro en el brazo izquierdo, que le ocasionó la pérdida de movimiento de la mano; por este motivo se le conoce también como "el manco de Lepanto". Cervantes se quejó de la ingratitud de España para con sus soldados, alabando en su novela El Quijote cómo el sultán reconocía mejor los méritos de gentes nacidas bajo otra religión que el rey español los de sus propios súbditos.

 Después de la batalla


Óleo del pintor italiano Andrea Michieli (1542 - 1617) que muestra uno de los momentos más intensos de la batalla de Lepanto.

Juan de Austria dispuso que las galeras más rápidas partieran inmediatamente para llevar la noticia de la victoria a los Estados miembros de la Liga. Las nuevas llegaron al rey Felipe II veinticuatro días después de la batalla. Su majestad se encontraba rezando las vísperas en la basílica de El Escorial, cuando un mensajero compareció muy excitado ante su presencia. El rey le dijo "Sosegaos. Vamos al coro y allí hablaremos mejor". Al conocer la noticia, el monarca completó los rezos y, acto seguido y como era su costumbre después de los acontecimientos bélicos, encargó una misa por las almas de los que habían muerto en la batalla.
El grueso de la flota cristiana permaneció en Petala durante tres días,  donde se organizaron las labores de reparación de las naves y se instaló un hospital de campaña para tratar a los heridos. Juan de Austria convocó un consejo para decidir las posteriores operaciones contra sus enemigos. Era evidente que este triunfo debía aprovecharse para dar el golpe de gracia a los otomanos, o simplemente aumentar el importante descalabro que había sufrido. Pero de nuevo entraron en liza los intereses encontrados de los componentes de la Liga Santa: los venecianos querían atacar el Peloponeso e incitar la insurrección en tierras de Albania y Grecia; algunos españoles querían atacar Constantinopla, mientras que, finalmente, Juan de Austria propuso atacar las fortificaciones otomanas en el golfo de Lepanto para controlar los estratégicos golfos de Corinto y Patras, y la propuesta fue aceptada.
Mientras una parte de la escuadra regresaba a Mesina, en cuyo puerto fue recibida entre salvas y cantos alborozados, arrastrando por el agua los trofeos y banderas conquistados al enemigo según era costumbre, Juan Andrea Doria y Ascanio de la Corna se dirigieron a atacar las fortificaciones de Lepanto. Sin embargo, el 11 de octubre de 1571, Juan Andrea Doria desistió de su decisión de atacar los bien fortificados castillos turcos. El razonamiento de Doria era lógico: si bien la conquista era factible, el problema consistía en mantener luego las posiciones, puesto que se vería obligado a llevar a cabo una logística imposible de sostener, y era más que probable que las fortificaciones ocupadas volvieran a caer prontamente en manos otomanas. Por otra parte, el estado de la flota cristiana no permitía proseguir las acciones bélicas con garantías, por lo que Doria decidió regresar a Corfú, donde arribó el día 22 de octubre.

El fin de la Liga Santa

Óleo alegórico del pintor veneciano Tiziano Vecelli ( 1488 - 1576) que muestra a Felipe II celebrando la victoria de Lepanto.

Tras la batalla de Lepanto, el poder naval otomano no quedó herido de muerte, pero la actividad corsaria descendió notablemente y los turcos nunca recuperaron la supremacía mantenida durante los años anteriores a la batalla. La Liga Santa prosiguió con una intensa campaña naval durante todo el año siguiente en las costas de Morea. Pese a sus notables esfuerzos para conseguirlo, no logró entablar el deseado combate definitivo para dar el golpe de gracia a los turcos. La causa principal de ese fracaso hay que atribuirla a Uluch Alí, quien rehusó la batalla en varias ocasiones durante los meses de agosto y septiembre de 1572. Venecia no había quedado sagtisfecha con el resultado de la batalla de Lepanto, ya que la pérdida de Chipre había sido un golpe especialmente duro para la Serenísima República. Los venecianos eran conscientes del propósito de la Liga Santa de atacar el norte de África en los próximos meses, como era el deseo de Felipe II. Así pues, firmaron un tratado de paz reconociendo las conquistas de los turcos y acordando un pago de 300.000 ducados a Selim II en el término de tres años, para que sus mercaderes tuvieran vía libre en el puerto de Alejandría. Al final, la suma pagada era menor que el coste de mantener la flota activa y el comercio cerrado. Felipe II se puso furioso cuando se enteró del tratado veneciano, y la Liga Santa se disolvió. Al año siguiente, Don Juan de Austria conquistó Túnez en su último combate contra los turcos antes de ser destinado a los Paises Bajos.
La atención de España se centró en los protestantes del norte, mientras que el Imperio Otomano desvió su atención hacia Persia. El Mediterraneo perdió valor estratégico y, progresivamente, los piratas y corsarios berberiscos fueron ganando terreno y no fuero erradicados hasta el siglo XIX.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Cristianos contra musulmanes


Durante el siglo XVI, el enfrentamiento en el Mediterráneo de las potencias occidentales cristianas contra el imperio Otomano llegó a su apogeo, Más de treinta años de hostigamiento corsario y de escaramuzas y combates de distinto signo remitieron tras la gran batalla de Lepanto, que logró contener la expansión otomana y supuso un importante cambio en la concepción de la guerra naval. 


 Lucha por el poder en el imperio Turco





Modelo de galera catalano-aragonesa empleada en la lucha contra la piratería berberisca.

Durante el siglo XVI, se prolongó en el Mediterráneo el periodo de notable inestabilidad que se había desencadenado al final de la Edad Media entre cristianos y musulmanes. Tras la caída de Constantinopla en 1452, la tensión llegó a su punto culminante, pues, aunque los árabes fueron expulsados de la península Ibérica, la presión que desde el este pasaron a ejercer los turcos se haría insostenible para las potencias occidentales cristianas. La Serenísima República de Venecia, los Estados Pontificios y España entraron en conflicto directo con el imperio Otomano.
Mohamed II, aprovechándose de la confusión y desmoralización que produjo la conquista de Constantinopla a los cristianos, conquisto Grecia, Serbia y Valaquia e hizo planes para atacar la península Itálica. Sin embargo, el sultán detuvo esta campaña para asentar su poder en el Mediterráneo oriental y ganar la isla de Rodas, donde se habían hecho fuertes los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, comandados por Pierre d'Arbusson. Los turcos atacaron Rodas con una flota de 160 galeras en mayo de 1481, pero fueron rechazados sistemáticamente durante dos meses de continuos intentos de desembarco. Las pérdidas fueron muy importantes para los turcos durante el prolongado asedio, y sumaron 9.000 muertos y 15.000 heridos. Este fracaso levantó la moral de los países cristianos y fue tenido muy en cuenta por los estrategas venecianos, quienes se dieron cuenta de que el mar era el punto débil del poder otomano. A la muerte de Mohamed II, envenenado por su médico a las pocas semanas del fracaso de Rodas, el imperio Otomano disfrutaba de una estructura administrativa bien organizada y de un sistema legal de inspiración islámica que constrastaba vivamente con la orientación política que estaba emergiendo en la Europa renacentista. Se desató una guerra de sucesión entre los hijos del sultán: Beyacid II tiunfó sobre su hermano Yem, quien se refugió primero en Rodas y posteriormente en el Vaticano. Beyacid se ofreció a pagar 40.000 ducados al papa Inocencio VIII para que retuviera a su hermano, y éste aceptó. Pero cuando Alejandro VI, el papa Borgia, asumió el pontificado en 1492, Beyacid ofreció 300.000 ducados por la muerte de su competidor, y Yem murió misteriosamente en Nápoles. Beyacid II fue sucedido en 1512 por Selim I, quien atacó Perdia, logrando conquistar Kurdistán, la Alta Mesopotamia y Siria entre 1514 y 1515. Al año siguiente, Selim derrotó a los mamelucos que gobernaban Palestina y Egipto, sometiendo estos territorios. En 1520, Solimán el Magnífico continuó la política expansionista, logrando conquistar dos bastiones de la cristiandad en Oriente: Belgrado y la isla de Rodas.

La piratería berberisca




Una de las innumerables torres de vigilancia contra las incursiones berberiscas que se alzaron en la costa española durante el siglo XVI. La de la fotografía corresponde a la de Punta Umbría, en la costa atlántica andaluza.

Solimán se propuso mejorar la Armada turca y alcanzar el mismo nivel de las potencias de Occidente. Ordenó construir galeras y mejoró los puertos, declarando la guerra marítima sin cuartel contra España, Venecia y la Santa Sede principalmente. Pero en su estrategia jugó una baza que le daba mayores réditos políticos y económicos: la piratería. A principios del siglo XVI, la piratería berberisca, instigada y apoyada por Bayacid II unos años antes, se había convertido en un serio problema para el comercio de Venecia y de la Santa Sede. Solimán acrecentó de forma notable las patentes de corso y se enfrentó directamente a España, donde Carlos I, que había sido coronado en 1518, estaba proyectando su reinado hacia un imperio intercontinental, veinte años después de la conquista de América.En aquella época, los corsarios y piratas berberiscos estaban liderados por los hermanos Barbarroja: Arouj primero y Keir-Ed-Din después, crearon poderosas flotas corsarias con base en los puertos del norte de África, que inicialmente operaban en aguas del Mediterráneo central y occidental, pero que pronto ampliaron su campo de acción y pasaron a hostigar las costas españolas. En 1519, el joven rey Carlos I comprobó personalmente la destrucción que una incursión berberisca llevó a cabo en Barcelona y que asoló los barrios cercanos al puerto. Los ataques se hicieron cada vez más frecuentes y, el 13 de junio de 1527, llegaron a perpetrar un asalto a gran escala en Badalona (localidad muy cercana a Barcelona), cuando Kara Hassan, lugarteniente de Keir-Ed-Din Barbarroja, desembarcó en la desembocadura del río Besòs, rodeó la ciudad y entro en ella a cuchillo. Barbarroja se convirtió en el enemigo marítimo número uno para España, sobre todo cuando se dedicó a atacar los intereses cristianos en el Mediterráneo al servicio directo y sin tapujos de Solimán.
Los berberiscos llegaron a perfeccionar hasta tal punto sus escaramuzas, que en algunas zonas del litoral Mediterráneo se les llegó a considerar invencibles y se les temía enormemente. Atacaban por sorpresa con una doble finalidad: conseguir el botín y secuestrar a jóvenes cristianos que luego eran canjeados por un rescate o convertidos en esclavos. Estos corsarios encontraron en las costas españolas la frecuente colaboración de los moriscos (musulmanes españoles obligados a convertirse al cristianismo para evitar el exilio), y también obtuvieron de los comerciantes genoveses muchas de las armas modernas que utilizaban en sus ataques. Los genoveses se comportaban de forma contradictoria: por un lado, deseaban la erradicación del Islam, pero, por otro, vendían armas a los corsarios con gran beneficio económico, a la vez que perjudicaban el comercio español, principalmente en la zona del estrecho de Gibraltar.
Los berberiscos utilizaban rápidas galeras ligeras, llamadas galeotas, de a lo sumo 16 ó 20 remos por banda con tan sólo un remero en cada uno, además de algunos cañones pequeños. Los remeros eran habitualmente esclavos secuestrados, bastante bien tratados en tierra para que conservaran un buen estado de salud y fortaleza física. Los patrones corsarios de estas galeras operaban desde sus bases de Argel, principalmente, y de Orán, a cuyos bajás daban cuenta de los botines capturados. A mediados del siglo XVI, los bajás se quedaban con un esclavo de cada ocho y con una parte del botín, previa negociación con los corsarios. Las fortunas que así se llegaron a acumular, tanto por parte de los bajás como de los corsarios, fueron tan monumentales que el propio sultán, al que los bajás rendían vasallaje, llegó a preocuparse de su creciente poder.

La toma de Túnez


Andrea Doria representado como Neptuno por el pintor Agnolo Bronzino. El gran almirante genovés fue uno de los personajes decisivos en la historia marítima del siglo XVI.

En 1534, Barbarroja conquistó Túnez deponiendo a Muley Hassan, vasallo de España. Carlos I decidió recuperar la plaza y apresar definitivamente al pirata. El emperador español contó con la ayuda de los portugueses, de los caballeros de la orden de Malta y de la escuadra de galeras de Génova de Andrea Doria; este último era un almirante genovés que, después de prestar sus servicios a Francia (aliada por entonces de los turcos y enfrentada a España), había firmado un acuerdo con el monarca español de 14 de junio de 1528. a lo largo de un año, una gran flota se fue concentrando en Barcelona y, el 30 de mayo de 1535, zarparon más de 400 embarcaciones. Entre ellas se encontraban: una escuadra de 15 galeras españolas de la Armada del Mediterráneo, al mando de don Álvaro de Bazán el Viejo; 10 galeras sicilianas al mando de Berenguer de Requesens; 6 galeras napolitanas capitaneadas por Don García  de Toledo; 19 galeras genovesas de Andrea Doria; 12 galeras de los Estados Pontificios, 4 de ellas de la orden de Malta, bajo el mando de Virginio Ursino; un gran galeón y 20 carabelas portuguesas del Infante Luis, 42 naos españolas de la escuadra del Cantábrico, 60 urcas de la escuadra de Flandes y 150 embarcaciones de transporte a vela de la escuadra de Málaga. En total, la gran flota transportaba 25.000 infantes y 2.000 jinetes con sus caballos.
El 3 de junio hicieron escala en Mahón, y luego en Cagliari. Carlos I en persona pasó revista a la flota, la mayor que España había convocado nunca. La Armada navegó hacia el sur, recalando cerca de las ruinas de Cartago, apresando antes dos barcos franceses que habían avisado a Barbarroja del ataque. El ejército desembarcó sin excesivos problemas y sitió la fortaleza de La Goleta, que cayó en apenas dos semanas. El 21 de junio de 1535, el gran ejército tomó sin dificultad la ciudad de Túnez, con el apoyo de los cautivos cristianos presos en la alcazaba de la plaza, que se habían sublevado. Pero el éxito militar de la operación se vio enturbiado por la huida de Barbarroja, que con 15 galeras, se dirigió probablemente a Argel.
Carlos I, reunido con sus generales, planificó la toma de Argel, lo que supondría el golpe definitivo para la piratería en el Mediterráneo occidental. Sin embargo, no halló el soporte unánime de sus aliados, quienes desconfiaban del mal tiempo del final del verano después de que una violenta tormenta dispersara buena parte de su flota.

jueves, 7 de junio de 2012

España y Portugal se reparten el mundo


Grabado que representa la flota de Vasco de Gama doblando el cabo de Buena Esperanza en el mes de diciembre de 1497.

Tras el viaje de Critóbal Colón, España había abierto una supuesta ruta a las Indias por el oeste, obligando a Portugal a acelerar su avance por el este, hasta que Vasco da Gama llegó a la India. Antes que los españoles supieran que Colón había llegado a un nuevo continente, ambas potencias entraron en una disputa sobre las tierras que se iban descubriendo, en lo que iba a ser la colonización del "Nuevo Mundo".
Antes de arribar a Palos al regreso de su primer viaje, Colón se entrevistó en Lisboa con Juan II, decisión que desagradó sobremanera a los Reyes Católicos. El monarca portugués le advirtió de que, de acuerdo con Tratado de Alcaçovas - Toledo, firmado el 4 de septiembre de 1479, por el cual Castilla reconocía los derechos territoriales de la expansión potuguesa por África, las tierras que acababa de descubrir Colón se hallaban al sur del paralelo de las Canarias y, por lo tanto, pertenecían a Portugal.
Esta advertencia generó un nuevo conflicto entre Portugal y España, que durante los últimos años estaban emergiendo como las dos grandes potencias de la época. Los portugueses pretendían que el paralelo de las Canarias sirviera de límite a las conquistas de ambos reinos; por su parte, los Reyes Católicos rechazaban esta pretensión y trataban de conseguir que los portugueses se quedaran con África y dejaran para los españoles las nuevas tierras descubiertas.

Bulas papales y el Tratado de Tordesillas


Carta náutica de 1502, atribuida a Amerigo Vespucio, en la que se muestran sus hallazgos en la costa sudamericana.

Los monarcas españoles presionaron a la Santa Sede para que se cambiaran las demarcaciones impuestas por el Tratado de Alcaçovas - Toledo. El hecho de que el papa Alejandro VI (el papa Borja) fuera español pareció favorecer las pretensiones de los Reyes Católicos. Este papa publicó en 1493 tres bulas pontificias de forma consecutiva: el 3 de mayo, la Inter Caetera y la Eximiae Devotionis, y el 26 de septiembre, la Dudum Siquiedem. En estos documentos, el Papa no sólo legitimaba la posesión de la totalidad de las tierras descubiertas a los españoles, sino que también les otorgaba grandes ventajas en la asignación de las nuevas tierras por descubrir. Las razones que se esgrimían para justificar la dcisión del papa eran que con los españoles se garantizaba la propagación de la fe cristiana en los nuevos mundos; en realidad, la decisión papal estaba relacionada con la promesa de los Reyes Católicos de facilitar apoyo militar a la Liga de Venecia, de inspiración papal, en su lucha contra Francia. Juan II de Portugal se opuso radicalmente a esta decisión y ambos reinos tuvieron que iniciar nuevas conversaciones. Juan II propuso que en lugar de un meridiano divisorio, tal como proponían las bulas papales, se trazara un paralelo, reservando a los portugueses la zona sur y dejando la zona norte para los españoles. Los Reyes Católicos insistieron en la propuesta del meridiano y ofrecieron establecerlo más hacia el oeste que la propuesta de Alejandro VI: hasta 250 leguas e incluso 350 desde Cabo Verde; pero Juan II logró que se acordara una distancia de 370 leguas.
El acuerdo final llevó a la firma del Tratado de Tordesillas, el 7 de junio de 1494. Corroborado por el Papa, en este documento se especifica que las tierras descubiertas o las que llegaran a descubrirse al oeste de dicho meridiano, correspondiente a las 370 millas de distancia, serían de Castilla, y las situadas a este, de Portugal. De este modo, en líneas generales, los españoles se aseguraban la conquista de las nuevas tierras descubiertas por Colón, y Portugal se reservaba la ruta marítima del Índico.
La nueva línea de separación que marcaba el tratado caía sobre la desembocadura del Amazonas, lo que permitió la ocupación de Brasil por parte de Portugal. El empeño de Juan II por conseguir el paralelo, o al menos un meridiano tan alejado de Cabo Verde, hace suponer lo historiadores que el monarca portugués tenía ya referencias concretas de la existencia del actual Brasil.

El segundo viaje de Cristóbal Colón y los planes de Manuel I


Mapa de la isla Hispaniola (La Española), conquistada por Colón en su segundo viaje, realizado en el siglo XVI.

Cuando se firmó el Tratado de Tordesillas, ya hacía más de ocho meses que Colón había partido en su segundo viaje. Había zarpado el 25 de septiembre de 1493 con 17 barcos y 1.200 hombres, la mayoría de los cuales eran soldados, lo que había dejado a las claras las intenciones conquistadoras de la expedición. Entre las 17 naves se encontraba La Capitana, que pertenecía a Antonio de Torres, que fue rebautizada Santa María como su predecesora. La flota salió de Cádiz el 25 de septiembre de 1493. El rumbo dispuesto por Colón era oeste un cuarto al sudoeste, a fin de alcanzar las islas del Caribe. Esta ruta discurría por la zona de los vientos alisios, que lo condujeron a su destino en sólo tres semanas. Primero avistaron la isla que bautizaron como Dominica, luego Puerto Rico y el 27 de noviembre desembarcaron en La Española; allí no encontraron rastro alguno de los hombres de la guarnición que había dejado un año antes. Más tarde llegaron a Cuba y a La Isabela. Una parte de la expedición volvió a España en 1494, mientras Colón intentaba controlar los desmanes con los indios cometidos por la tripulación. El 10 de marzo de 1496, casi cuatro años después de emprender su segundo viaje, Colón salió de La Isabela con rumbo a Castilla. El 11 de junio fondeaban en Cádiz La India y La Niña, con 225 españoles y 30 indios cautivos.
En 1495, Juan II murió de hidropesía, sucediéndolo en el trono Manuel I. El nuevo monarca se dispuso a acelerar el avance hacia oriente que había logrado Bartolomeu Dias al descubrir el cabo de Buena Esperanza y, con ello, la ruta navegable hacia la India por el este.

Cristóbal Colón sigue en su error




Carta de los territorios del Nuevo Mundo dibujada por Juan de la Cosa en 1500, tras sus expediciones con Cristíbal Colón y Rodrigo de Bastidas al continente americano.

Mientras Manuel I planificaba la nueva ruta hacia el este, Cristóbal Colón regresó de su segundo viaje el 20 de abril de 1496. Había navegado por las costas del continente sudamericano hasta llegar cerca del Amazonas, donde descubrió una zona periférica que mantuvo en secreto. Los historiadores dan como probable que Américo Vespucio, el florentino afincado en Sevilla que había decidido dedicarse a la navegación para descubrir nuevos mundos, le acompañara como cartógrafo. Colón había descubierto muchas islas, pero aún no había circunnavegado Cuba, por lo que siguió empeñado en que se trataba de Catay; de hecho, hizo levantar un acta notarial en la que se testificaba que Cuba era una península. Esta farsa, aireada al regresar de su segundo viaje, junto a los problemas en la Hispaniola, dejaron en evidencia a Colón y su falta de rigor científico, lo que fue el comienzo de su descrédito en la corte española. Colón seguía pensando que se encontraba en algún lugar del continente asiático; este error fue la causa de que, hasta 1500, los españoles siguieran buscando por Centroamérica el paso hacia la India.

Vasco da Gama abre la Ruta del Este




Grabado del siglo XIX que muestra la partida de Vasco da Gama de Lisboa, el 8 de julio de 1497. Su objetivo era alcanzar la India por la Ruta de Este.

Mientras tanto, Manuel I puso a Vasco da Gama al mando de una flota de cuatro barcos con la orden precisa de alcanzar la India por la ruta abierta por Dias. Ya en plena carrera con España, la corte portuguesa no reparó en gastos y la flota se formó con cutro buques: el São Gabriel, una robusta nao armada con 20 cañones al mando de Da Gama; su gemela, la São Rafael, comandada por su hermano Paulo da Gama; el Berrio, una carabela de una 100 toneladas que había sido aligerada para ser utilizada como barco de exploración rápida, y un transporte de unas 300 toneladas, en cuya espaciosa bodega se estibaron las provisiones y los materiales de repuesto.En total, Vasco da Gama tuvo a su disposición y bajo su mando a unos 200 hombres.
El 8 de jujlio de 1947, la expedición partió de Lisboa en olor de multitudes. Da Gama alcanzó el extremo sur de África tras una audaz travesía por el Atlántico Sur, que le convirtió en el primer marino en recorrer la distancia más larga sin recalar: 4.500 millas. Tras costear el este de África hasta la ciudad de Malindi, Da Gama atravesó el Índico hasta alcanzar la costa de Malabar, unas 50 millas al norte de Calicut, el 8 de mayo de 1498. La travesía duró 27 días, lo que significa una media de 100 millas diarias, algo excepcional para la época. Da Gama había abierto definitivamente la Ruta del Este.
Sin embargo, las gestiones comerciales y diplomáticas de los expedicionarios portugueses no tuvieron los resultados esperados. Fueron recibidos inicialmente por el zamorín (regidor hindú de Calicut) de forma muy amistosa, pero al poco tiempo las relaciones se deterioraron. Los portugueses no fueron bien informados sobre el tipo de comercio y de bienes existentes en la zona y presentaron obsequios y objetos para el intercambio que, si bien en la costa occidental de África hubiesen constituido una valiosa ayuda, eran muy poco apropiados para Calicut. El zamorín se sintió ofendido por las baratijas que se le ofrecían, a lo que hay que añadir la hostilidad de los comerciantes musulmanes hacia los portugueses; todo ello contribuyó a enrarecer el ambiente. La tensión fue creciendo hasta que Vasco da Gama se vio obligado a abandonar Calicut. Zarpó a finales de agosto, en la época en que soplaban los vientos desfavorables del suroeste, por lo que la travesía del Índico hasta África les llevó tres penosos meses, durante los cuales, debido a la falta de vegetales frescos, sufrieron los estragos del escorbuto, una enfermedad que, en su fase avanzada, era desconocida hasta entonces. Cuando llegaron a Malindi, buena parte de la tripulación había muerto y el navegante portugués ordenó quemar el São Rafael al no disponer de suficientes marineros para gobernarlo.
Después de doblar el cabo de Buena Esperanza, Paulo da Gama (hermano de Vasco) enfermó a la altura de Guinea y murió en las Azores. Vasco da Gama arribó a Lisboa a finales de agosto, unos 24 meses después de su partida y habiendo recorrido 27.000 millas y perdido unos 110 hombres. Pese a que comercialmente su viaje no había resultado rentable, se le hizo un recibimiento festivo y multitudinario, y el rey Mnuel I le prodigó todos los honores, lo recompensó con 3.000 ducados, le nombró Almirante de la India y le otorgó el uso del dom delante de su nombre. Manuel I escribió en tono jactancioso a los Reyes  Católicos, explicándoles todas las maravillas que sus navegantes habían visto, aunque evitó referirse al escorbuto, a las numerosas bajas y al relativo fracaso de la misión diplomática y comercial que sus hombres habían padecido.

John Cabot y el tercer viaje de Colón




Página de un libro de barcos portugués ilustrada con las cuatro naos de la expedición de Vasco da Gama. En la parte inferior aparece el transporte incendiado tras doblar el cabo de Buena Esperanza.

Cuando Vasco da Gama zarpaba de Lisboa, hacía unas tres semanas que el genovés Giovanni Caboto, al que se le conoce por su nombre inglés John Cabot, había desembarcado en Terranova y la costa norteamericana. Cabot había zarpado del puerto británico de Bristol con el Matthew, el 20 de mayo de 1497, en un viaje financiado principalmente por los comerciantes de esta ciudad inglesa. Cabot se proponía llegar al Cipango que supuestamente había alcanzado Colón, pero por una nueva ruta por el norte del Atlántico. Su proyecto había sido rechazado por los portugueses y por los españoles, principalmente porque, cuando lo expuso, los primeros ya habían alcanzado el cabo de Buena Esperanza y estaban concentrados en la ruta hacia la India; los españoles, por su lado, ya tenían abierta la supuesta Ruta del Oeste gracias a Colón. Cabot regresó a Bristol el 6 de agosto de 1497, cuando Vasco da Gama se hallaba en mitad del Atlántico, pero la noticia de su hallazgo trascendió muy poco en las cortes española y portuguesa. Los ingleses, por su parte, tampoco sacaron provecho inmediato del viaje de Cabot, quien también, como Colón, creyó que había alcanzado Cipango. Cabot desapareció en su segunda travesía y, salvo un supuesto viaje de su hijo, Sebastien, poco hicieron los ingleses durante las décadas siguientes por aventurarse de nuevo en el océano. Durante la primera mitad del siglo XVI, a las zonas exploradas por Cabot sólo acudieron los navegantes portugueses Miguel, Gaspar y Vasqueanes Corte-Real.
Mientra Vasco da Gama realizaba su viaje, Colón logró de los Reyes Católicos apoyo para una tercera travesía, pese a que se había formado en Sevilla un núcleo de navieros con intereses comerciales en las nuevas tierras que estaban abiertamente enfrentados a él. En los ocho navíos de la expedición se embarcaron unos trescientos hombres, la mayoría aventureros y maleantes que se hicieron pasar por colonizadores. Colón envió tres barcos directamente a La Española y él arrumbó mucho más al sur para descender hasta el paralelo 5. La travesía resultó excepcionalmente dura debido a los días de calor tórrido que tuvieron que soportar. Llegó hasta las bocas del Orinoco y siguió hacia el golfo de Paria. Luego puso rumbo a La Española, donde su hermano Bartolomé había fundado Santo Domingo, la capital de la colonia. Allí se encontró con que estaba a punto de declararse una rebelión. Consiguió contenerla, pero no pudo impedir que las protestas llegaran a la Corte, donde el ambiente en su contra había crecido durante su ausencia. El 21 de mayo de 1499, los Reyes Católicos firmaron su destitución como Virrey y nombraron a Francisco de Bobadilla como sustituto. Colón regresó a España encadenado junto a sus dos hermanos y un grupo de fieles partidarios, a primeros de octubre de 1500. Pero los Reyes Católicos ordenaron liberarlos y, tras una entrevista en Granada, decidieron restituirle algunos de sus derechos económicos, pero ninguno de los políticos.

Álvares Cabral y la expansión portuguesa hacia Oriente


Derrota de los viajes de ida y vuelta de Vasco da Gama en su primer viaje a la India. Fue el mayor viaje marítimo realizado hasta entonces.
Siete meses antes de la llegada de Colón de su tercer viaje, Manuel I de Portugal puso al mando de Pedro Álvares Cabral una expedición con 13 barcos y 1.500 hombres. El destino de tan importante flota era seguir la ruta abierta por Vasco da Gama y establecer lazos comerciales con la India. Cabral, de 32 años, no era un marinero experimentado, sino un aristócrata con dotes de mando y experto en diplomacia, cuyos hermanos eran consegeros del rey. Los portugueses planificaron muy bien el viaje, alistando a los mejores navegantes, entre ellos a Bartolomeu Dias, y trazaron una derrota que ampliaba el gran arco realizado por Vasco da Gama para descender por el Atlántico, llevándolo mucho más hacia el oeste. De este modo, divisaron las costas de Brasil a las seis semanas de viaje. Los historiadores ven en este hecho una confirmación de lo que se sospechó en el Tratado de Tordesillas cuando Juan II insistió en desplazar el meridiano divisorio a 370 leguas de Cabo Verde: que los portugueses ya sabían de la existencia de esta tierra cuando Colón realizó su primer viaje. Pedro Cabral envió un barco con la noticia del descubrimiento a Lisboa y tomó posesión de la nueva tierra, a la que llamó "Terra da Santa Cruz".
Desde Brasil, Cabral zarpó enseguida hacia el Sur de África para continuar hacia la India, pero a la altura del cabo de Buena Esperanza se desencadenó un súbito y terrible temporal que causó la pérdida de cuatro barcos y todas sus tripulaciones, entre los que se encontraba el de Bartolomeu Dias, que desapareció en el naufragio; el destino quiso que el descubridor del cabo de Buena Esperanza muriese en aquellas mismas aguas 13 años después. Cabral consiguió llegar a Calicut seis meses después de haber zarpado de Lisboa. Allí, el portugués usó sus dotes diplomáticas y logró una audiencia con el renuente zamorín, que tenía un mal recuerdo de la visita de Vasco da Gama. Sin embargo, Cabral logró firmar un acuerdo comercial. Pero, nuevamente, los comerciantes musulmanes presionaron al zamorín y organizaron una revuelta contra los portugueses, que se vieron obligados a regresar a sus naves. Cabral atacó a los mercantes musulmanes y bombardeó la ciudad como represalia, para luego dirigirse a Cochin, al Sur de Calicut. En Cochin, Cabral logró un acuerdo comercial con el gobernante local y sentó las bases de lo que sería la primera colonia comercial portuguesa en la India. Cabral regresó a Lisboa el 31 de Julio de 1501 con sólo siete barcos de los trece con que había partido, pero con un cargamento de especias que se calcula podía llegar a las 150 toneladas. La expansión portuguesa en la India quedaba abierta, aunque la estabilidad de este nuevo mercado era incierta, ya que se hallaba seriamente comprometida por la hostilidad de los comerciantes árabes y por el ahoque de civilizaciones que suponía la llegada a la zona de ambiciosos cristianos, dispuestos a todo.
Manuel I envió otras dos expediciones consecutivas a la India, que regresaron con las bodegas llenas. Portugal abrió plazas de cambio en Europa y el comercio creció vertiginosamente. Para organizar y establecer una estructura política en las colonias comerciales de la India, Manuel I creó la figura del Virrey de la India. El noble Francisco de Almeida fue el primero en ostentar este nuevo cargo y, en 1505, Manuel I le proporcionó una poderosa flota para regular el comercio y abrir nuevas colonias. Almeida devastó Mombasa y otros puertos índicos de África antes de dirigirse a la costa Malabar, donde se dedicó a atacar los barcos y los emplazamientos musulmanes y a fortificar las bases portuguesas. En los tres años de su mandato como Virrey, Almeida logró expulsar el comercio árabe de la India y asentar las bases del portugués, que iba a expansionarse definitivamente más hacia el este.

El fin de la época colombina y el definitivo enfrentamiento hispano-portugués


Retrato de Vicente yáñez Pinzón, capitán de La Niña en el primer viaje de Colón y probablemente el primer europeo en alcanzar Brasil en 1500.

El descrédito que Colón había cosechado tras su tercer viaje, lo apeó definitivamente de la expansión española por las nuevas tierras descubiertas al oeste. Los Reyes Católicos y la corte española promovieron otras expediciones. En 1499, aún cuando Colón no había regresado de su viaje, enviaron a Américo Vespucio y a Juan de la Cosa a explorar la costa Norte de Sudamérica. Ambos llegaron a la actual Venezuela y, al alcanzar Guyana, Vespucio se separó del grupo y descendió hasta el cabo de San Agustín, en las costas de Brasil; regresó pasando por la desembocadura del Orinoco y Haití.
A finales del mismo año, Vicente Yáñez Pinzón y Diego de Lepe alcanzaron los 8º de latitud en la costa del Brasil, cruzando el golfo de Paria y llegando luego a las Bahamas; por ello, el descubrimiento de Brasil por parte de Cabral no es del todo compartido por los historiadores, ya que la expedición española había llegado unos meses antes. En 1500, mientras Cabral navegaba hacia Calicut, Rodrigo de Bastidas recibía el encargo del gobierno español de explorar la costa norte de Sudamérica hacia el oeste, junto al piloto y cartógrafo Juan de la Cosa y el aventurero vasco Núñez de Balboa. Los españoles llegaron al río Magdalena, la costa de la actual Colombia y la de Panamá. Nuevamente, en 1508, Vicente Yáñez Pinzón viajó junto con Solís a América de Sur, muriendo probablemente dos años más tarde durante la exploración. Colón hizo un cuarto viaje de 1502 a 1504, pero, un cúmulo de incidentes desastrosos, logró tan sólo alcanzar la costa de Honduras en un intento de encontrar un paso hacia la India. A su regreso a España se encontró con su principal mecenas, la Reina Isabel, moribunda y se retiró a Valladolid, donde murió siete meses después, convencido de que había llegado al extremo oriental del continente asiático.
Antes del cuarto viaje de Colón, Vespucio cartografió todos sus descubrimientos e intentó convencer a la corte española para realizar un nuevo viaje hacia el golfo de Bengala. Los españoles, a causa del Tratado de Tordesillas, se negaron, y el florentino acudió entonces a Manuel I, quien lo respaldó abiertamente. Vespucio se embarcó en mayo de 1501 en una expedición al mando de Gonzalo Coelho para explorar las Molucas, pero alcanzaron la costa de Brasil y decidieron adentrarse en las nuevas tierras. Arribaron a la bahía de Río de Janeíro, y es probable que siguieran descendiendo hasta alcanzar la actual Patagonia. Vespucio comprobó que las tierras descubiertas no eran una prolongación de Asia, como se creía a raíz de los informes distorsionados de Colón, sino un nuevo continente. La noticia se difundió rápidamente por Europa y el cartógrafo alemán Waldseemüller consideró erróneamente que el continente hallado por Américo Vespucio era otro diferente, separado del encontrado por Colón y le dio el nombre de "América" en su honor. Portugal y España iban tomando posiciones y su rivalidad aumentaba en una carrera expansionista de pronóstico incierto, aunque de perspectivas políticas y comerciales inmensas.



miércoles, 29 de febrero de 2012

Las codiciadas Indias


Las tres naves del primer viaje de Colón: las carabelas La Pinta y La Niña y la nao Santa María.

Los países del sur de Europa recuperaron las antiguas narraciones de Herodoto, que describía un paso por el sur de África hacia el Este, para llegar a las codiciadas India, Catay y Cipango descritas por Marco Polo. Portugal, gracias a su situación geográfica, a su desarrollo naval y a la iniciativa de Enrique el Navegante, fue el primer país que se lanzó a la búsqueda de esta ruta. En 1488, Bartolomeu Días descubrió el cabo de Buena Esperanza, que abría las puertas del Indico. España siguió a Portugal en su búsqueda de la ruta hacia las Indias, pero con dirección oeste. En 1492, Cristóbal Colón, financiado por los Reyes Católicos, alcanzó el continente americano a través del Atlántico.
La caída de Constantinopla provocó un impacto enorme en los países europeos cristianos. El Islam, que estaba a punto de ser derrotado en la península Ibérica, redoblaba su ímpetu expansionista en Europa Oriental, de la mano del imperio Otomano, que se lanzó a la conquista de la península Balcánica. De este modo, la segunda mitad del siglo XV se inició con un Mediterráneo islámico en el sur y el este, y cristiano en el norte y el oeste. Lo más significativo de esta situación es que por el este quedaban cerradas las rutas comerciales hacia Asia o, por lo menos, permanecían en poder del imperio Otomano. Por otro lado, el poder de Bizancio no había podido impedir que durante las últimas décadas los musulmanes bloquearan el Mar Negro. La potencia más perjudicada por estos hechos fue Venecia, cuya talasocracia quedaba bloqueada por los otomanos al este, por los árabes al sur y por los catalanes y castellanos al oeste. En 1469, se dio un hecho que iba a resultar fundamental en el devenir de la historia: el matrimonio entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, una unión de estado que supuso el nacimiento de España como nación, aunque este término no se utilizó hasta casi un siglo después.

El gran reto comercial del siglo XV y el paso por el sur de África


Grabado del siglo XVII que despliega la fantasía sobre los descubrimientos del Nuevo Mundo, con monstruos marinos e indígenas producto de la imaginación de los ilustradores, que se guiaban por los relatos de marinos y exploradores.

Ocupados en concluir la reconquista de la península Ibérica con la expulsión de los árabes de Granada, los Reyes Católicos, que así llamaron a Isabel y Fernando, no se ocuparon seriamente de la necesidad de expansión comercial de la nación, que siempre había seguido la estela de Venecianos y genoveses; sin embargo, en el reino de Portugal la situación se vivió de forma diferente. Los portugueses se habían liberado de los musulmanes hacía tiempo y veían con preocupación su estancamiento económico en el extremo oeste de Europa. Por otra parte, la náutica y la pesca portuguesa habían progresado; su carpinteros de ribera construían excelentes barcos, especialmente carabelas, y sus navegantes se encontraban entre los de mayor prestigio del continente.
Por aquel entonces, las expectativas de enriquecimiento de las potencias de Occidente estaban relacionadas con las rutas comerciales hacia Asia; sus fabulosas mercancías fueron ya descritas por Marco Polo a finales del siglo XIII, principalmente las de la India, China y la prometedora y misteriosa Cipango, de la que muy poco se sabía. El desarrollo y asentamiento del Islam provocó una parálisis en las relaciones de Europa con estos países, que neutralizaban la posibilidad de expansión. La única posibilidad para establecer  relaciones de libertad comercial era encontrar el mítico paso por el sur de África para alcanzar Asia, circunnavegando el continente africano. Durante la Edad Media, los geógrafos europeos se habían olvidado de las narraciones de Herodoto que describían el viaje de los fenicios, patrocinado por el rey egipcio Necao, alrededor de África. Esta historia demostraba que el Atlántico y el Indico estaban conectados a través del "último cabo", el extremo meridional del continente africano, que no era ni más ni menos que el actual cabo de Buena Esperanza. A mediados del siglo XV, para los navegantes europeos, todo lo que existía más allá de Canarias y al sur del cabo Bojador eran mares desconocidos y tenebrosos, objeto de las más terroríficas leyendas y en los que ningún marino en sus cabales se adentraría jamás.
Portugal, situado en el extremo Atlántico de Europa y, sobre todo, liberado de su lucha con los árabes, era el país más adecuado para tomar la iniciativa e intentar encontrar la ruta alternativa. En el norte de Europa terminaba la guerra de los Cien años, y Francia e Inglaterra estaban demasiado debilitadas y preocupadas por solucionar sus problemas internos como para pensar en asuntos de ultramar; por otra parte, en el Mediterráneo occidental, tanto los catalanes como Venecia y las demás repúblicas italianas, no disfrutaban e una salida libre al Atlántico, y Castilla concentraba todas sus fuerzas en la lucha contra el califato de Córdoba. En 1419, poco después de la conquista de Ceuta, el portugués Juan Gonçalves Zaro descubrió la isla de Madeira por pura casualidad, al ser desviado su barco por un temporal. Portugal se encontraba en una situación excelente para empezar a explorar hacia el sur.

Enrique el Navegante


Mapamundi del siglo XIII que muestra la concepción bíblica del mundo que tenían algunos geógrafos al final de la Edad Media: Jerusalén aparece como el centro de la Tierra.

A mediados del siglo XV, surgió en Portugal un personaje que iba a resultar decisivo para alentar las exploraciones hacia Oriente: el príncipe Enrique, hijo del rey Juan I, quien consagró su vida y buena parte de su fortuna a impulsar estas exploraciones. Dotado de una curiosidad intelectual típicamente renacentista, pero todavía imbuido de obsesiones medievales, era gran maestre de la orden de Cristo, heredera de la en otros tiempos poderosa orden del Temple, que le proporcionó un cuantioso patrimonio y le permitió financiar y preparar nuevas exploraciones. Enrique era un apasionado de la astronomía y la cartografía, aunque, paradójicamente, nunca se había embarcado para efectuar viajes largos por mar. Centró su interés en el objetivo de conseguir, antes de que lo hiciera Castilla, encontrar nuevas rutas comerciales hacia el sur de África. Para tal fin, construyó un castillo en las inmediaciones del promontorio de Sagres, muy cerca del cabo San Vicente, y reunió allí a un grupo de astrónomos y cartógrafos para proyectar conjuntamente las expediciones a ultramar. Enseguida se ganó el apodo de "El Navegante".
La primera expedición organizada y financiada por Enrique el Navegante fue la de Gil Eannes, en 1433, quien recibió una única instrucción del príncipe: navegar más allá del cabo Bojador y regresar. En el siglo XV, pese al espíritu renacentista que ganaba terreno, los europeos seguían inmersos en el pensamiento oscurantista medieval en lo relativo al mar, y muchos todavía sostenían una concepción bíblica del mundo, creyendo que Jerusalén era el centro de la Tierra. Era popular la creencia de que unos cientos de millas más allá de Finisterre o de San Vicente, el mar se convertía en un lodazal causado por la desaparición de la Atlántida. También se creía que estaba infestado de pulpos gigantes y de todo tipo de terribles monstruos que devoraban a los marinos sin remisión. Hacia el sur, el cabo Bojador era el punto máximo al que los europeos medievales habían descendido, y se creía que al doblar este cabo el sol hacía arder las velas en lo alto de los palos y los barcos caían finalmente en un abismo infinito.
Eannes, superando los miedos de la época, logró convencer a su tripulación para descender unas millas más allá del cabo, hasta lo que en la actualidad es el Sahara Occidental. Se encontró con una tierra desértica en la que apenas crecían algunos matorrales. Dos años después, en 1435, Enrique envió de nuevo a Gil Eannes y a Alfonso Gonçalves con la orden expresa de descender aun más hacia el sur. Lo hicieron 50 leguas más allá del cabo Bojador y lograron encontrar huellas en las dunas que reflejaban inequívocamente la presencia de seres humanos. Esta noticia originó la organización de varias expediciones a la zona y, en 1441, Antão Gonçalves y Nuno Tristão capturaron a los primeros prisioneros entre los indígenas, que fueron llevados como muestra a Portugal. Esta captura inició la era del tráfico de esclavos, que tuvo su apogeo en los siglos XVII y XVIII.
Al descender por el litoral africano, los portugueses fueron colocando padrões, que eran unas cruces, de madera al principio y de piedra después. Estas cruces eran colocadas en los cabos y en los promontorios e islotes más significativos, para que sirvieran de referencia visual a los navegantes que llegarían después. En 1457, las expediciones lusitanas habían sobrepasado las 1.300 millas por debajo del cabo Bojador, hasta llegar al sur de la actual Sierra Leona.

El descenso más allá del Ecuador


Ilustración del siglo XIX que muestra a Enrique el Navegante (1394-1460) y a sus ayudantes en el observatorio de Sagres, esperando el regreso de una expedición a África.

Desde su castillo de Sagre, Enrique el Navegante se sintió movido por el interés de combatir al Islam en el norte de África; un objetivo más lejano era alcanzar el mítico reino del Preste Juan (una leyenda que se había difundido entre los cristianos a finales de la Edad Media a causa de la constante amenaza del expansionismo islámico). Se decía que el Preste Juan, un rey que presuntamente gobernaba un remoto y riquísimo reino cristiano en algún lugar desconocido de África o Asia, era el azote de los musulmanes y los había derrotado en repetidas ocasiones. Enrique el Navegante (que era a su vez gobernador de la orden de Cristo, heredera de la en otros tiempos poderosa orden del Temple), creía que el legendario reino se hallaba cercano a las fuentes del Nilo y pretendía alcanzarlo por mar, ascendiendo por un supuesto brazo del río que debía desembocar en el Atlántico.
Enrique el Navegante murió en 1460, en pleno reinado de Alfonso V (1438-1481). hasta entonces, los portugueses habían navegado por el golfo de Benin y habían iniciado el negocio del tráfico de esclavos, que proporcionaba excelentes dividendos. Alfonso V no mostró demasiado interés en continuar las exploraciones emprendidas por el infante Enrique. Sin embargo, fue durante su reinado cuando los portugueses lograron cruzar el Ecuador. En 1470, Juan de Santarem y Pedro de Escobar llegaron al golfo de Biafra, y al año siguiente, Fernando Poo descubrió las islas del golfo de Guinea. La trata de negros, admitida por la Santa Sede desde 1454, era un acicate económico que sostenía parcialmente las expediciones desde un punto de vista financiero.
Alfonso V continuó la obra de colonización. En Lagos, al sur de Portugal, había creado la Casa de Mina, que, a la muerte de Enrique, fue trasladada a Lisboa; posteriormente, se la conoció como Casa de la India, al estilo de la Casa de Contratación de Sevilla. En 1471, Ruy de Sequeira traspasó por vez primera la línea ecuatorial, logro desbaratar las teorías que afirmaban que se trataban de regiones inhabitables. En 1474, Portugal inició una guerra contra los reinos unificados de Castilla y Aragón, principales potencias de la península Ibérica y serios competidores contra los intereses de Portugal. Durante esta guerra, Alfonso V suspendió las expediciones a África, que se reemprendieron después de firmar la paz de Alcáçovas en 1479.

Bartolomeu Días descubre el "último cabo" y abre la ruta al Indico


Imagen del legendario Preste Juan, tal como aparece en un mapa del siglo XV.

Consciente de los beneficios que comportaría para Portugal encontrar por fin el buscado paso al Indico, Juan II se propuso reemprender con renovado ímpetu las expediciones en pos del ´(último cabo). En 1482, el rey ordenó a Diego de Azambuja la creación de una fortaleza en la costa de Guinea, en São Jorge da Mina, que sirviera como puerto comercial y como base para futuras expediciones. Envió una expedición compuesta por diez carabelas y dos urcas, un numeroso grupo de artesanos y 500 soldados que transportaron desde Portugal buena parte de los materiales para la construcción. La nueva fortaleza, último lugar de abastecimiento, hizo posible que en 1486 Diego Cão avanzara 1.450 millas más y llegara a la desembocadura del río Congo;  lo exploró y siguió navegando hasta la actual Namibia. A medida que avanzaban por la costa, los portugueses iban colocando cruces de maderas en los cabos, promontorios e islotes más significativos del litoral africano. Se trataba de los padrões, cuya finalidad era servir de referencia a los navegantes que vendrían después. Con la inclemencia de los elementos, los padrões se deterioraban notablemente y algunos llegaron a desaparecer en tan sólo 15 años. A partir de entonces, se hicieron de piedra; el padrão que Diego Cão dejó en el cabo Cross, 50 millas al norte de la bahía de Walvis, fue el primero de piedra caliza. En 1487, Juan II decidió organizar una gran expedición que, definitivamente, lograra alcanzar el extremo sur de África y permitiera encontrar la ruta hacia el Indico. A primeros de agosto del mismo año, después de diez mese de preparación, zarparon de Lisboa dos carabelas de 50 toneladas y un barco de transporte. Al mando de la expedición iba Bartolomeu Días, quien ya había acompañado en 1481 a Diego de Azambuja en una expedición a la costa del oro. Juan II proporcionó una dotación de más de 50 hombres para los tres navíos. Días bajó por el Atlántico, costeando y siguiendo los padrões colocados por sus antecesores y avituallándose en la fortaleza de São Jorge da Mina. tras doblar el cabo Cross, llegó a 50 millas de la desembocadura del río Orange, donde se vio obligado a dar una bordada mar a dentro que le alejó de los peligrosos arrecifes costeros. Los tres navíos no tuvieron otra alternativa que emprender la ruta contra el viento, cada vez más alejada de la costa africana; esto, finalmente, les hizo virar y doblar el extremo sur de África sin verlo.
A primero de febrero de 1488, divisaron de nuevo la costa africana y Días se apercibió de que se hallaba a unas 2.000 millas al este del cabo Bojador y en un punto que correspondía aproximadamente a la zona intermedia entre el golfo de Sirte y Alejandría. Siguieron navegando hacia el este y sobrepasaron la bahia de Algora. Al regresar, a requerimiento de la tripulación, Dias colocó un padrão marcando al que nombró como cabo de las Tormentas. A su vuelta, Juan II cambió este nombre por el más estimulante de cabo de Buena Esperanza. Se había descubierto el extremo sur del continente africano y la ruta del Índico quedaba abierta.

Confusión sobre la forma de la Tierra

Por aquel entonces, la concepción geográfica del mundo se encontraba cuestionada por parte de astrónomos y navegantes. Durante el siglo XV, para una buena parte de los geógrafos, se iba confirmando que la tierra era esférica. Los datos aportados por los navegantes portugueses en su avance por la costa africana y de los mercaderes que viajaban por tierra a Oriente, corroboraban la concepción ptolemaica del mundo, y se creó una importante corriente de pensamiento que trataba de recuperar las ideas de Ptolomeo. Sin embargo, nadie se ponía de acuerdo de acuerdo en conceptos básicos como el tamaño de la Tierra, la extensión de los mares y continentes, el problema de los habitantes de las antípodas, que debían vivir en posición invertida, y la dimensión real de las distancias entre el mundo conocido y las tierras descritas por los viajeros.
Los inconvenientes que presentaba la idea de la esfericidad eran varios y notables. Por un lado, el avance científico estuvo constantemente entorpecido por la fuerte tradición e influencia del pensamiento cristiano, que negaba cualquier teoría o suposición que contradijera sus creencias básicas. Por otra parte, el trauma que el poder del Islam había provocado en el pensamiento cristiano occidental provocó un cerramiento político y social que se alejaba por completo de la necesidad de abrir otras puertas a Oriente. También generaban una notable confusión toda una serie de ideas absurdas basadas en leyendas delirantes, como la existencia del paraíso terrenal más allá del mundo conocido o la del reino del Preste Juan, el guardián del cristianismo, aparte de otras leyendas populares sobre monstruos (animales y humanos) que habitaban en el océano desconocido.

La revisión de la obra de Ptolomeo



La enorme rosa de los vientos de 43 metros de diámetro situada en la explanada central de la fortaleza de Sagres, cuya construcción fue ordenada por Enrique el Navegante.

Las teorías de Ptolomeo empezaron a recuperarse en Occidente en el siglo XIII, gracias a la obra De Sphaera Mundi, del misterioso astrónomo Johannes Sacrobosco; era un tratado que presentaba los datos y cálculos efectuados por el astrónomo greco-egipcio. Sin embargo, sus informaciones presentaban enormes inexactitudes respecto a las distancias que mesuraban la Tierra, pues, por ejemplo, daba como cierto un perímetro del globo de 29.000 Km, frente a los 40.000 reales. También Asia se prolongaba hacia el este mucho más allá de sus dimensiones reales, puesto que Ptolomeo asignó una longitud de 180º desde las islas Canarias al Extremo Oriente, cuando en realidad es de sólo 130º. También sostenía que África no era una terra finita por el Sur y que la zona tórrida no era en absoluto habitable, inexactitudes que se iban evidenciando a medida que los portugueses descendían por África, y también gracias a otros viajeros que iban hacia Oriente e informaban de lo que encontraban; éste es el caso del veneciano Nicolo di Conti, cuyas aventuras por tierras recónditas de Asia fueron muy leídas por comerciantes, navegantes, astrónomos y eruditos.
La Geographia de Ptolomeo consideraba que el continente africano se prolongaba hacia el Sur en lo que el astrónomo greco-egipcio denominó Terra Incógnita. Según su teoría, esta tierra se extendía hacia el fondo del mundo por las antípodas y llegaba a unirse con el extremo de Asia, rodeando totalmente el océano Índico. Esta inmensidad de terreno era, según él, un enorme y plano desierto, inhabitable por s torridez e imposible de traspasar. Estaconcepción del mundo fue superada por los innumerables datos y confirmaciones de los marinos portugueses, que aportaron a los geógrafos de la época pruebas irrefutables, como el descubrimiento del cabo de Buena Esperanza y la confirmación de que África se terminaba por el Sur y el Atlántico se comunicaba con el océano Índico. Esta circunstancia llevó a la revisión de la obra de Ptolomeo por sus propios divulgadores, con mayor o menor exactitud. Durante el siglo XV, los estudiosos partían de conocimientos acumulados durante el siglo XIV por los cartógrafos mediterráneos. Una de las escuelas de cartografía más prestigiosas fue la de Mallorca, cuyos discípulos más sobresalientes fueron Abraham y Jafuda Cresques, autores del mundialmente famoso Atlas Catalán, que constituyó una de las referencias más importantes para navegantes, militares y eruditos.
Los más importantes críticos de Ptolomeo fueron Eneas Silvio Piccolomini, que después sería nombrado Papa, con el nombre de Pio II, y Fran Mauro, un monje cartógrafo veneciano; ambos influyeron notablemente en el pensamiento de mediados delsiglo XV. Piccolomini, en su obra Historia rerun ubique gestarum, afirmó que África podía circunnavegarse, y Fran Mauro, en su famoso planisferio realizado en 1459, mostraba el continente africano reducido a una península y estimaba que el perímetro de la Tierra era de 38.000 Km, 9.000 más que los propuestos por Ptolomeo, pero aún 2.000 menos de los que tiene en realidad.
Sin embargo, casi coincidiendo con las revisiones ptolomaicas de Piccolomini y Fran Mauro, en 1480 se publicó en Lovania una obra que exponía con claridad la posibilidad real de atravesar el Atlántico para encontrar el extremo de Asia. Setrataba de la famosa Imago Mundi, una recopilación de conocimientos cosmográficos escrita por el cardenal Pierre d´Ailly en 1410. En ella, el autor recogía la teoría de que se podía navegar a través del Atlántico hacia el extremo oriental de Asia en pocos días si los vientos eran favorables.

Los cálculos de Toscanelli y de Cristóbal Colón

Facsímil de un planisferio del siglo XV que muestra el mundo tal como lo describió Ptolomeo en su obra Geographia.Pero no fue hasta 1474 cuando se realizaron cálculos concretos sobre los datos de Ptolomeo por parte del cartógrafo y astrónomo Paolo Toscanelli. El erudito florentino envió al rey de Portugal, por entonces Alfonso V, Correspondencia y mapa, un informe en el que se hacía referencia a Cipango (la actual Japón) como una isla separada del continente unas 375 leguas. La obra de Toscanelli también hacía referencia a Catay, Mangi y Ciamba, países citados por Marco Polo, y los situaba respecto a Cipango con gran concreción.
El sabio florentino también aportaba datos sobre la extensión del Atlántico hacia el Oeste y opinaba que la distancia marítima entre los extremos occidental de Europa y oriental de Asia no era tan extensa y podía navegarse fácilmente. Ptolomeo había asignado 180º de los 360º que forman la esfera de la Tierra a la extensión continental entre Portugal y China o al extremo de Asia, viajando (como Marco Polo) de oeste a este. Toscanelli los aumentó hasta 230º, con lo cual Portugal, navegando a través del Atlántico hacia el Oeste, distaría sólo 130º de la esfera de las costas orientales de Asia.
Entre 1480 y 1482, Toscanelli mantuvo correspondencia periódica con un navegante supuestamente genovés, estudioso del Imago Mundi de D´Ailly, con quien compartía enteramente la idea de atravesar el Atlántico: Cristóbal Colón. Colón y Toscanelli sostenían la convicción de la esferidad de la Tierra y la idea de que había que intentar la navegación hacia el Oeste. Colón, por su parte, afirmaba que había que aplicar dos correcciones a los cálculos de Ptolomeo: los 230º que sostenía el florentino no comprendían, según Colón, las tierras del Extremo Oriente citadas por Marco Polo, que se extendían más allá, unos 28º, y también consideraba que si la navegación hacia occidente se emprendía desde las Canarias, las Azores o Cabo Verde, la distancia a navegar se acortaba todavía más. Colón disponía de un ejemplar de la Historia rerum ubique gestarum de Eneas Silvio Piccolomini y otro ejemplar de Imago Mundi de Pierre d´Ailly, libros que se conservan actualmente en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla, donde pueden apreciarse las numerosas anotaciones que el propio Colón hizo sobre párrafos enteros de ambas obras.
Una vez preparado el proyecto del viaje, Colón lo presentó al rey de Portugal, Juan II, solicitando su apoyo para tal empresa. Para poder respaldar sus teorías, decidió hacer mediciones de distancias sobre la Tierra por su cuenta; viajo a Guinea y volvió, pero los datos que aportó no deslumbraron a los portugueses. La corona portuguesa encargó a una comisión el estudio del proyecto; esta comisión estaba compuesta por el obispo de Ceuta, Diego Ortiz de Villegas, matemático y cosmógrafo, Josef Vizinho, médico de Juan II y cosmógrafo, y el maestro Rodrigo das Pedras Negras, quien, etre otras aportaciones, había perfeccionado el astrolabio. Era el año 1486 y los portugueses estaban conentrados en la ruta hacia el Índico que tanto les estaba costando abrir, pero desestimaron la idea de Colón. Al año siguiente, éste se traslado a España y, en el monasterio de la Rábida, expuso sus teorías a clérigos de gran influencia en la corte de los Reyes Católicos. También recabó información de algunos navegantes españoles que se habían adentrado en el Atlántico con los portugueses y habían llegado a lo que hoy se denomina mar delos Sargazos. El monasterio de la Rábida, situado sobre una pequeña colina en la confluencia de la desembocadura de los ríos Tinto y Odiel, en el golfo de Cádiz, estaba en aquella época cerca de la frontera con Portugal, y se había convertido en un centro de estudio donde acudían eruditos sevillanos y cordobeses.

Colón llega a la corte española


El monasterio de la Rábida, donde ristóbal Colón recibió acogida y apoyo para su proyecto.Con el apoyo de los frailes de La Rábida, Colón se dirigió a Córdoba y Sevilla, donde estaban los Reyes Católicos, a fin de entrevistarse con ellos. En 1486, a instancias del conde de Medinaceli, Colón logró exponer a los Reyes su plan de llegar a Extremo Oriente navegando a través del Atlántico. Aunque Isabel y Fernando se encontraban plenamente ocupados en concluir la expulsión de los musulmanes de Granada, escucharon sus ideas. La reina quedó tan favorablemente impresionada que, al poco tiempo, creó un comité de expertos presidido por el teólogo fray Hernando de Talavera, obispo y consejero de la corona, para estudiar el proyecto. Durante algunos meses, la idea fue sometida a estudio e inicialmente rechazada, puesto que los cosmógrafos llegaron a la conclusión de que las distancias estimadas en los cálculos de Colón eran erróneas.
Colón no se dio por vencido e insistió en su estrategia de ganar adeptos entre los miembros de la Corte cercanos a los Reyes y, en especial, los allegados a Isabel. Hay indicios de que, al mismo tiempo, intentó un nuevo acercamiento a Juan II de Portugal. Sin embargo, por aquel entonces, Bartolomeu Dias había alcanzado el cabo de Buena Esperanza, y la ruta del Este hacia el Índico se había convertido en una prioridad para los portugueses. En el mes de agosto de 1489, la reina Isabel recibió a Colón y le prometió considerar de nuevo su proyecto cuando se lograra la victoria definitiva en Ganada. Colón estaba en una situación límite; agotadas las ayudas, sobrevivía pintando cartas de marear que vendía a los navegantes. A finales de 1491, el genovés estaba decidido a abandonar Castilla, pero fray Juan Pérez, prior del convento de La Rábida,y Garci-Hernández, médico y cosmógrafo de Palos, consiguieron disuadirle y lograron, tras otra gestión en la Corte, más dinero y una orden para que Colón acudiera a Santa Fe, donde se hallaban los Reyes Católicos. El 21 de enero de 1492, Granada cayó y a Colón se le abrieron las puertas de la corte española.

Las capitulaciones de Santa Fe



Óleo que muestra a Cristóbal Colón en el monasterio de La Rábida explicando su proyecto de navegar hacia Cipango y Catay a través del Atlántico.

El proyecto de Colón fue sometido de nuevo a una junta que se mostró reticiente ante sus pretensiones. El navegante solicitaba el almirantazgo de todas las islas y tierras firmes que descubriera, título que heredarían sus sucesores; también pedía el virreinato y gobernación dedichas tierras, así como la décima parte de los productos obtenidos, una octava parte en cuantos navíos se armasen para nuevos descubrimientos y el disfrute de igual proporción en las ganancias. La junta se resistió a las pretensiones de Colón, pero Luis de Santángel, administrador del rey Fernando y hombre de gran prestigio en la corte, decidió intervenir personalmente. Santángel ideó un ingenioso plan, que resolvía dos problemas a la vez: si  financiaba el viaje de Colón y éste conseguía llegar a las Indias, se utilizarían los bienes de las tierras descubiertas o conquistadas para pagar las los hidalgos que habían participado en la toma de Granada. La idea de Santángel fructificó y, tras otra audiencia con los Reyes Católicos, Colón vio por fin aprobado su viaje, el 17 de abril de 1492, fecha en la que se firmaron entre Cristóbal Colón y la corona las Capitulaciones de Santa Fe. En ellas se especifica que Colón recibiría las recompensas  que había solicitado y que tantas reticencias habían despertado en la corte: título hereditario de virrey y gobernador de todas las tierras que descubriera; el rango de almirante del Océano, que le adjudicaría automáticamente la jurisdición sobre asuntos legales y administrativos de los territorios de Ultramar; una décima parte de las piedras preciosas y metales encontrados en las nuevas tierras y una octava parte de los beneficios del comercio.
La financiación del proyecto corría a cargo de la reina, de Santángel y de varios banqueros y comerciantes genoveses y florentinos, que prestaron quinientos mil maravedíes a Colón. La Corona creó un impuesto especial para cubrir los sueldos de los marineros, y la suma total invertida fue de unos dos millones de maravedíes, cifra por debajo de los ingresos anuales de un marqués español. Colón debía recibir tres barcos, cada uno de ellos con una tripulación experta y con provisiones suficientes para cubrir un año de navegación y mercancías atractivas para los indígenas.

Costosos preparativos



Réplica de las tres naves con las que Colón realizó su primer viaje: la Santa María, La Pinta y La Niña. Se encuentran expuestas en el Muelle del Descubrimiento de Palos de la Frontera, en el mismo lugar de dónde zarpó la expedición.

El 22 de mayo de 1492, llegó al puerto de Palos un mandato real ordenando que el municipio debía contribuir con dos carabelas. No obstante, debido a la gran cantidad de impedimenta, fue necesario arrendar un barco. La orden establecía que las naves debían estar listas en diez días, pero se necesitaron diez semanas para concluir los preparativos. Los marinos de la zona se mostraron reticentes a embarcarse en un viaje que consideraban arriesgado; sin embargo, gracias a las gestiones y al prestigio de los hermanos Yáñez Pinzón, Martín Alonso, Francisco y Vicente, también conocidos como "los Pinzones", se pudo completar la tripulación, que finalmente quedó establecida en poco más de cien hombres.
En el puerto de Palos de la Frontera, los Pinzón y los Niños, otra familia de navegantes andaluces, proporcionaron dos carabelas: La Pinta, un navío rápido con velas cuadras y de unas 60 toneladas, propiedad de Cristóbal Quintero, pero que sería comandada por Martín Alonso Pinzón, y la Santa Clara o La Niña, una embarcación de menor eslora y con aparejo latino, de unas 55 Tn, propiedad de Juan Niño. La tercera embarcación se trataba en realidad de una nao redonda, la Santa María, fletada por Juan de la Cosa, célebre marino y cartógrafo cántabro.
Finalmente, el 3 de agosto de 1492, partieron del puerto de Palos las tres naves, la Santa María al mando de Colón y La Pinta y La Niña, capitaneadas respectivamente por Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez Pinzón. Los reyes entregaron a Colón cartas para el Gran Khan de Tartaria, y en la tripulación iba como intérprete un Judío converso, Luis de Torres, que conocía las lenguas de Oriente.
Los tres barcos arribaron en 10 días a la isla de Gran Canaria. Allí aprovecharon para reparar el timón de La Pinta y cambiar el aparejo latino de La Niña por uno redondo, más efectivo y manejable para navegar con vientos portantes. Este arreglo llevó más de seis semanas, tiempo que también emplearon para aprovisionarse convenientemente.

36 días surcando el océano



Grabado de Théodore de Bry que muestra el desembarco de Colón en la isla de San Salvador, el 12 de octubre de 1492.

El 6 de septiembre de 1492, las tres naves zarparon rumbo al oeste; tras una travesía de 36 días, alcanzaron, el 12 de octubre, la actual isla Watling, en las Bahamas, que Colón bautizó como San Salvador.. El viaje había sido muy conflictivo; Colón tuvo que afrontar un motín, que superó gracias a la ayuda de los Pinzones, y la expedición estuvo a punto de fracasar por culpa de diversos errores de cálculo.
Colón tomó posesión, en nombre de los Reyes Católicos, de lo que creía que era un archipiélago cercano a Cipango, y pasó 15 días explorando las actuales Bahamas. Siguiendo las descripciones de los nativos de San Salvador, Colón navegó hacia la actual Cuba, creyendo todavía que se trataba de Cipango o Catay.
Unos días más tarde, descubrió la Hispaniola y, tras el relato de un cacique local, partió de nuevo a la búsqueda de Cipango. Sin embargo, la Santa María embarrancó n los arrecifes, perdiéndose irremediablemente. Colón construyó con sus maderas una fortaleza en tierra, dejando en ella una dotacion de 39 hombres mientras proseguía el viaje. El 16 de enero, agotados sus hombres por diversos enfrentamientos con los agresivos indios, y teniendo en cuenta que las dos carabelas hacían aguas, decidio regresar a España tomando él personalmente el mando de la Niña.
El viaje de regreso fue muy accidentado, y en un fuerte temporal ambas carabelas perdieron el contadto, creyéndose respectivamente desaparecidas, Después de recalar en las Azores y en el puerto portugués de Restello, Colón arribó a Palos el 15 de marzo de 1493 tras 7 meses y 12 días de viaje. La Pinta llegó al mismo puerto de Palos unas horas más tarde que La Niña, estando Martín Alonso Pinzón en la creencia de que la nave de Colón se había hundido. Cristóbal Colón viajó a Barcelona y, tras ser acogido con todos los honores por los Reyes recibió