miércoles, 27 de octubre de 2021

La colonización de Norteamérica


El Mayflower, símbolo de la colonización de la costa este norteamericana

La colonización masiva de la costa este norteamericana fue un fenómeno sin precedentes que llevó a ingleses, holandeses y franceses a aventurarse por la ruta del Atlántico Norte, en lo que fue una carrera exploratoria y colonial que cambió sensiblemente la mentalidad europea de la época. Se creó el mito del "nuevo mundo" y se produjo el movimiento migratorio más importante de la historia de la humanidad. También nació un nuevo territorio de excepcional importancia naval, que fue escenario de constantes enfrentamientos.
Durante el siglo XVI, la apertura hacia Asia y la recién descubierta América fue un importante acontecimiento político, económico y militar en la Europa de la época. Portugal y España fueron los líderes indiscutibles de la apertura hacia los nuevos mundos, mientras que el resto de las potencias europeas, plenamente inmersas en sus propios problemas, no pudieron seguir a España y Portugal en su expansión por ultramar. Durante las últimas décadas del siglo XVI, las Provincias Unidas de los Países Bajos lucharon por su independencia de España; Francia estuvo implicada en diversas guerras europeas y en graves conflictos religiosos, e Inglaterra, aliada con España por el enlace de Felipe II con María Tudor, estaba desarrollando su reforma protestante y era incapaz de enfrentarse abiertamente al monarca español.
La imagen del Imperio Colonial español que, tras la unión con Portugal realizada por Felipe II, se extendía por todo el globo, despertó la rivalidad de las demás potencias europeas, que iniciaron sus propias expansiones a partir de 1600, empezando una cerrada lucha por la preponderancia en las nuevas tierras. Iniacialmente, los intereses eran comerciales y, a medida que los asentamientos se fueron desarrollando, se tornaron claramente coloniales.
Mientras que en Inglaterra y Holanda se fundaron a principios de siglo la East India Company y la Vereenigde Oost Indische Compagnie respectivamente, empresas dedicadas al comercio con Asia, la West-Indische Compagnie holandesa, que comerciaba con América, no se fundó hasta 1621. El primer país que desarrolló una empresa de explotación de los territorios de América fue Francia, con la Compagnie d`Occident. Todas estas compañías fueron los auténticos motores de la colonización, al fomentar y popularizar el mito del "nuevo mundo" entra la sociedad de la época, lo que provocó un movimiento migratorio sin precedentes, Inicialmente, estas empresas se fundaron pensando en las riquezas de la América tropical, pero sus dirigentes enseguida se dieron cuenta de que América del Norte era también un territorio lleno de posibilidades económicas y de esperanzas para iniciar una nueva vida para miles de ciudadanos.

La fundación de Jamestown y la figura de John Smith


Mapa anónimo realizado por los primeros colonizadores de Norteamérica

Mientras que los viajes desde Europa a Centroamérica y Sudamérica se venían efectuando por la ruta de los alisios, los buques que iban a Norteamérica lo hacían por la ruta del Atlántico Norte y fueron, lógicamente, los países del norte de Europa, Holanda, Inglaterra y Francia, los que estaban geográficamente mejor situados para realizar estos viajes. La primera acción específicamente colonizadora en América del Norte se realizó en el mes de abril de 1607, cuando tres naves inglesas de la recientemente formada Compañía de Virginia, entraron en la bahía de Chesapeake y desembarcaron a 105 colonos en la desembocadura del río James. Allí se creó Jamestwon, el primer emplazamiento organizado en la costa este norteamericana. Los tres buques eran de desplazamiento ligero, el Susan Constant, de 100 toneladas, el Godspeed, de 40 y el Discovery, de 20, y se adentraron, no sin dificultad, por las aguas de la bahía plagadas de peligrosos bajíos.
A aquella zona de Jamestown, cuyo fuerte se hallaba todavía en pie, había llegado unos 20 antes una expedición inglesa, que escogió este emplazamiento por la protección de su ensenada y, en honor de la reina Isabel I, la Reina Virgen, fue bautizada como Virginia. En la desembocadura del río James abundan las marismas, cuya insalubridad provocó numerosas enfermedades entre los colonos; sin embargo, constituía una excelente base para las exploraciones río arriba y disfrutaba de la riqueza de los frondosos bosques madereros que rodeaban la zona.
Los que lograron desembarcar en 1607 estaban ansiosos por asentarse, decididos a no dar marcha atrás y volver a sufrir las penurias de semejante viaje. Durante el primer verano, la mayoría de los colonos se pusieron a buscar oro inmediatamente en la desembocadura de los ríos, pero la inminencia del invierno y la hostilidad de los nativos les convencieron de la necesidad imperiosa de organizarse. Fue entonces cuando empezó a destacar un personaje que fue clave en la historia de la colonización americana: John Smith, un aventurero capitán del ejército ingles que se había embarcado con la ambición de descubrir nuevas tierras. Smith había sido contratado por la Compañía de Virginia, y su misión principal era la de crear una estructura colonial que garantizase la rentabilidad de la explotación de las nuevas tierras.
El capitán inglés, que en aquel momento tenía 27 años, se constituyó pronto en líder indiscutible de la colonia y organizó a los hombres, desarrollando una explotación agraria y pesquera para la propia supervivencia de la comunidad. Más adelante, cuando la subsistencia ya estaba asegurada, planificó la explotación maderera como la principal actividad para proporcionar beneficios a la compañía. Esta actividad fue fundamental en el devenir del proceso colonial de la costa este americana y contribuyó de forma notable al desarrollo de la Marina inglesa.
Smith también se dedicó a cartografiar con gran precisión la costa este; dibujó mapas que se publicaron posteriormente, acompañados de notas y recomendaciones para la navegación, que despertaron gran interés en Inglaterra. Smith también aportó diarios crónicas en los que describía de forma entusiasta las nuevas tierras para animar a otros colonos ingleses a superar las penalidades del viaje. Les aseguraba que el asentamiento les abriría perspectivas de iniciar prósperos negocios madereros, pesqueros, peleteros y mineros. En sus escritos se narran las primeras relaciones de los colonos de Virginia con los nativos; de entre sus relatos se hizo famosa la historia de Pocahontas, hija del jefe indio Powhatan, quien al parecer salvó a Smith de la muerte y jugó un papel decisivo en la pacificación de las relaciones entre nativos y colonos.
La publicación de sus escritos contribuyó notablemente al inicio de la corriente migratoria entre Inglaterra y América a lo largo del resto del siglo XVII. Durante aquella época, en Inglaterra se estaban produciendo grandes cambios religiosos y convulsiones sociales, que proporcionaron la decisión de numerosos ciudadanos en situaciones muy difíciles, económicamente y también por cuestiones religiosas, de lanzarse a la aventura e iniciar una nueva vida en América.

Los puritanos ingleses


Los mapas de John Smith fueron una referencia para los futuros colonos de la costa este norteamericana. Smith los trazó con notable precisión mientras pescaba el bacalao y cazaba ballenas por la zona durante 1614 y 1615. Un mapa como éste fue utilizado en el Mayflower en 1620.

Los disidentes de la iglesia protestante inglesa formaban uno de los colectivos más interesados en los mapas y las crónicas de John Smith. Por aquella época, una comunidad constituida por protestantes escindidos, que vivía autoexiliada en Holanda, decidió preparar una expedición combinada, formada por su propio grupo y otro que saldría de Inglaterra, hacia las nuevas tierras, con el objetivo de asentarse y practicar libremente su religión. Inicialmente, fletaron dos barcos: el Speedwell, en el que embarcaría el grupo de Holanda, y el Mayflower, que se les uniría en Southmpton con el grupo de Inglaterra. La expedición iba a estar patrocinada por un grupo de comerciantes, pero finalmente no se llego a un acuerdo y los peregrinos partieron sin fondos y tan sólo con sus pertenencias, entre las que las herramientas y las semillas constituían el bagaje más importante para asentar la colonia.
Ambos barcos partieron el 5 de agosto de 1620 con la intención de aprovechar el buen tiempo, pero los problemas surgieron a los dos días: el Speedwell presentaba preocupantes vías de agua en el casco que obligaron a regresar al puerto de Darmouth, para calafatearlo. Después de intensos trabajos, llegaron a la conclusión de que el Speedwell era incapaz de soportar la travesía y decidieron abandonarlo y embarcar a todos los peregrinos en el Mayflower, cuyo capitán, Christopher Jones, consideró que era suficientemente amplio para albergarlos a todos. Sin embargo, una docena de pasajeros y unos veinte tripulantes desistieron ante la perspectiva de atravesar el Atlántico hacinados en un barco sobrecargado.

El Mayflower rumbo a un nuevo mundo


Escena en el interior del Mayflower durante su travesía por el atlántico Norte. Grabado de la época.

El 16 de septiembre de 1620, el Mayflower logró finalmente zarpar con 101 peregrinos, 34 tripulantes y dos perros como animales domésticos. Los futuros colonos eran 70 hombres y 31 mujeres, con edades comprendidas entre los 20 y los 50 años. Aunque el Mayflower era el barco de mayor tamaño que hasta la fecha había partido en una expedición a Norteamérica, no estaba concebido para el transporte de pasajeros, por lo que éstos tuvieron que instalarse como mejor pudieron en la cubierta inferior, donde estaban los cañones (el Mayflower embarcaba dos por banda), en las cabinas de popa y en el entrepuente. Los escritos de algunos peregrinos relatan la dureza de las condiciones en que se realizó la travesía, las estrecheces, el mareo permanente de muchos de ellos y el hedor de la sentina combinado con la falta de higiene de gran parte de los viajeros. Cuando hacía buen tiempo, los peregrinos pasaban la mayor parte del tiempo en cubierta e incluso cocinaban en ella; cuando las condiciones meteorológicas empeoraban, no se cocinaba y subsistían a base de galletas secas, salazones, guisantes y cerveza. Muchos viajeros se lesionaron por los duros impactos de las olas que los proyectaban contra las maderas del casco. Las penurias de este viaje pronto se hicieron famosas en Gran Bretaña, e influyeron en la colonización de la costa este norteamericana, frenando a muchas familias que temían morir en condiciones terribles. Durante la travesía, realizada en la inclemente época otoñal, el Mayflower se comportó notablemente en los más duros temporales. La tripulación, sin embargo, tuvo un motivo serio de preocupación, cuando, después de varios días de mar de proa, un peregrino descubrió que uno de los principales baos estaba resquebrajado. Según relatan las crónicas, el pánico cundió entre los pasajeros y el capitán Jones estuvo considerando seriamente la posibilidad de volver con vientos de popa a Inglaterra; sin embargo, con unas piezas de hierro, la tripulación realizó una reparación de emergencia que se consideró, y de hecho lo fue, segura.
A principios de noviembre, cuando los gélidos vientos árticos comenzaban a soplar de forma inquietante para los peregrinos, éstos empezaron a percibir el aroma de los bosques de la costa este norteamericana, hasta que, el día 9 de aquel mes, el vigía avistó la silueta del cabo Cod. El Mayflower navegó costeando en dirección sur, hacia la desembocadura del río Hudson, en una región que ellos denominaban Virginia del Norte y que en la actualidad es el Estado de Nueva York. Sin embargo, los peligrosos, bajíos de la zona y las duras rompientes casi les hicieron naufragar, por lo que decidieron virar hacia el norte, para dirigirse a las costas descritas en las precisas cartas náuticas de John Smith. De este modo, doblaron el cabo de Cod, entraron en la protegida bahía y fondearon frente a la costa que hoy ocupa la ciudad de Provincetown.  Había concluido un viaje de 63 días, que se saldó con sólo dos muertes por enfermedad, un viaje muy positivo si se compara con las decenas de muertos por escorbuto y disentería que se daban en las travesías de las rutas del sur. Durante este tiempo nació un bebé que recibió el nombre de Océano. Los colonos arribaron a la zona con una temperatura gélida, que anunciaba el duro invierno de la costa este descrito por Smith y otros exploradores, por lo que planearon pasar el invierno usando como refugio y base de operaciones el Mayflower. Con la chalupa realizaron varias exploraciones por la zona, sufriendo la hostilidad de los nativos, pero descubriendo las excelencias del pequeño puerto natural que Smith describió como Plymouth, donde el Mayflower fondeó el 15 de diciembre.
Por aquel entonces, los colonos ya habían comenzado a sufrir las consecuencias del riguroso clima, que se sumaban a la dureza del viaje y a la mala alimentación. Al no encontrar verduras y frutos comestibles en los desolados páramos del cabo Cod, el escorbuto empezó a hacer estragos, cobrándose cuatro vidas sólo en las primeras semanas de fondeo; cuando el Mayflower recaló frente a Plymouth, la tuberculosis y la neumonía se cebaron en la sufrida comunidad, segando la vida de la mitad de los peregrinos. De este modo, cuando, al llegar la primavera, la situación se estabilizó, sólo 53 personas, entre colonos y tripulantes, permanecían con vida. Los escritos de los peregrinos, en especial los de uno de sus líderes, William Bradford, reflejan las penurias de aquel invierno, en el que sólo media docena de miembros de la comunidad se mantuvo completamente sana.
Con la mejora del tiempo en primavera, los peregrinos empezaron a construir sus casas para afianzar el asentamiento. En un principio no encontraron nativos de los que defenderse, puesto que la tribu Patuxet que habitaba la zona, había desaparecido casi por completo debido a una epidemia de viruela unos cuatro años antes. Los colonos encontraron a uno de los supervivientes de los Patuxet, llamado Tisquantum, que se mostró amistoso y ayudó a los colonos a negociar con las tribus de los territorios vecinos, y les proporcionó una inestimable ayuda en el reconocimiento de la flora y la fauna del lugar.

La dura pero imparable colonización


Óleo de William Halsall (1882) que representa al Mayflower fondeado en la ensenada de Plymouth durante el crudo invierno de 1620.

Tras los peregrinos del Mayflower, otros 35 colonos llegaron a América un año después, a bordo del Fortune, el segundo barco que arribó a Plymouth. La noticia del asentamiento en la bahía de Plymouth corrió como la pólvora en Inglaterra, y fueron muchos los que se mostraron dispuestos a embarcar hacia las nuevas tierras. Sin embargo, los que inicialmente tenían motivos más poderosos para emigrar eran los disidentes religiosos, especialmente la comunidad de los puritanos, también de origen calvinista pero mucho más radical e intolerante que la de los disidentes embarcados en el Mayflower. Éstos habían desarrollado una comunidad de relativo poder socioeconómico al margen de la sociedad inglesa. Los puritanos estaban dirigidos por un noble rural, John Winthrop, que tenía ideas muy claras sobre cómo organizar la explotación de las nuevas tierras. El líder puritano veía en ellas el sueño mítico de crear una comunidad nueva que, partiendo de cero, siguiera sus severos preceptos a rajatabla.
Winthrop planeó una expedición desde Southampton con 17 barcos de diferentes tamaños que, según sus características y capacidad de carga, transportarían personas, ganado o mercancías. Los viajeros puritanos fueron llegando al puerto acompañados de rebaños y corrales enteros, así como de caballos, bueyes, asnos y mulas. Como la mayoría se negaron a abandonar sus animales, los barcos se fueron sobrecargados mucho más de lo aconsejable. Al final del invierno de 1630, los expedicionarios partieron hacia el nuevo mundo. Decidieron que un primer grupo de siete barcos partiría en convoy y los 10 restantes les seguirían uno a uno. El buque insignia era el Arbella, un galeón mercante algo más pequeño que el Mayflower, donde viajaban Winthrop y buena parte de los líderes más destacados del grupo.
El viaje fue dramático. Los sobrecargados barcos del primer grupo se vieron castigados por una fuerte tormenta a la semana escas de partir. Muchos barcos estuvieron a punto de zozobrar, por lo que la tripulación se vio obligada a arrojar por la borda a los animales más pesados, pereciendo varios tripulantes arrastrados por el oleaje. Después de la tormenta llegaron las enfermedades, como la disentería. En su diario, Winthrop daba cuenta de las penalidades y anotaba las muertes de los peregrinos embarcados en el Arabella; pero, a media travesía, el relato se detuvo bruscamente y sólo se conocen los avatares del resto del viaje gracias a las cartas que envió a los inversores y el resto de sus compañeros una vez arribaron a Nueva Inglaterra. Se supone que Winthrop no quiso alarmar ni a unos ni a otros, para que la corriente migratoria siguiera el curso cuidadosamente planificado. Así, se desconoce el número exacto de peregrinos y tripulantes que fallecieron, pero probablemente fue muy elevado. Ninguno de los 17 barcos se perdió, y el número de colonos que llegaron al nuevo mundo rondaba el millar.
La ruta seguida por el Mayflower y la que adoptaron los barcos de los puritanos que les siguieron para atravesar el Atlántico era la septentrional, la contraria a la de Colón, que aprovechaba los alisios por el sur para luego remontar la costa este con la corriente y los vientos favorables. La ruta por el norte era mucho más directa, ya que duraba como máximo uno dos meses y medio, frente a los más de tres meses (a veces hasta cinco si los alisios caían) de la ruta meridional; pero era mucho más dura y peligrosa para la integridad de los barcos y del pasaje. Los barcos recibían mayoritariamente el viento y el mar de proa, por lo que las maniobras eran continuas, fatigosas y con más averías. Además, esta ruta era mucho más fría y afrontaba de lleno la zona de las borrascas atlánticas, que generaban temporales muy duros; por tal motivo, era inicialmente impracticable en invierno.

Los recursos de la madera y la pesca


Grabado que muestra los primeros tratos de los colonos asentados en la zona de Plymouth con los indígenas

Winthrop organizó la comunidad en base a la explotación de los numerosos recursos naturales de la nueva tierra. Después de prosperar en la agricultura y ganadería, estableció los pilares de lo que sería en pocos años el más floreciente negocio de Nueva Inglaterra: la construcción de barcos. Contaba con todos los elementos para el éxito del negocio: bosques interminables de excelente madera; mano de obra barata, procedente de los numerosos campesinos ingleses en paro dispuestos a emigrar; una situación estratégica en la ruta del Atlántico Norte, y la contratación de los mejores carpinteros de ribera ingleses y holandeses.
Winthrop creó aserraderos y astilleros en la bahía de Massachusett, desde Plymouth a Permaquid, destacando los de Medford, Boston y Salem. en la década de 1640, se botaron barcos memorables, como el Blessing of the Bay, el primero que se construyó en 1631 en la zona, o el Desire, un carguero capaz y robusto que despertó admiración cuando, al año siguiente desembarcó su cargamento de pieles, madera, salazones y aceite de bacalao en Southampton. La arribada del Desire fue la mejor tarjeta de presentación de la nueva industria de construcción naval norteamericana. pues llegaron una sucesión de pedidos que garantizaron su éxito.
La industria naval de Nueva Inglaterra prosperó rápidamente y en 10 años pasó a ser una feroz competidora de los asentados astilleros ingleses. La riqueza maderera, tanto en calidad como en cantidad, de los bosques de la costa este, constituyó un elemento decisivo en el equilibrio político-económico que establecieron las nuevas colonias con Europa, y especialmente con la metrópoli, durante los dos siglos posteriores. Las maderas más apreciadas correspondían a los enormes bosques caducifolios y a los pinares, cuya calidad era especialmente indicada para la construcción naval. El descubrimiento de los "bosques que se extendían hasta el infinito" según palabras de Winthrop, que suscribían los relatos de John Smith coincidió en el tiempo con las dificultades de abastecer los astilleros de madera europea, que escaseaba debido a la sobreexplotación, específicamente a la tala incontrolada y la expoliación de los bosques que la carrera naval del siglo XVII había causado. Los portugueses hacia ya tiempo que conseguían la madera en las Indias Orientales, al igual que los holandeses, y los españoles explotaban los bosques tropicales de Centroamérica con diversa fortuna. Inglaterra, sobre todo, aunque Francia también, tuvieron que encarar el problema de la escasez de la madera a finales del siglo XVII, por lo que la explotación de los bosques norteamericanos vino a significar una de sus prioridades económicas y militares. La industria naval de Nueva Inglaterra llegó a construir en 1750, al cabo de unos 100 años de su fundación, un tercio de todos los barcos ingleses; por su parte, los franceses, realizaron un proceso similar, aunque ni mucho menos de tal magnitud, en las explotaciones madereras de Nueva Francia, en el actual Quebec.
El avance de la construcción naval en Nueva Inglaterra permitió también el desarrollo pesquero de los colonos. Durante los primeros años posteriores a los primeros asentamientos, éstos se dedicaron a la pesca costera en pequeñas embarcaciones. Al disponer de barcos mayores y más sólidos, comenzaron a faenar en alta mar, en los ricos bancos de bacalao, caballa y merluza de Terranova, compitiendo directamente con los pescados ingleses y holandeses que venían faenando en aquella zona desde hacía casi un siglo. Los pescadores norteamericanos pronto aprendieron cómo mejorar las capturas y concibieron los veleros más resistentes y marineros de su época.

Francia y Holanda en la costa este


Montmorenency Falls, en Quebec, Canadá, los saltos de agua descubiertos por el explorador francés Samuel de Champlain.

El siglo XVII supuso para Francia la renovación de su interés por las nuevas tierras de Norteamérica. Siguiendo la iniciativa de Jacques Cartier, quien en el siglo anterior había explorado los ríos del norte, nuevos viajeros y descubridores como Pierre de Guast, señor de Mont, Samuel de Champlain y Étienne Brûlé habían vuelto a despertar a principios del siglo XVII el interéspor las misteriosas regiones más allá del lago Erie; también iniciaron la búsqueda de un paso hacia el oeste, una ruta naval que permitiera acceder de una forma más rápida al continente asiático, aunque fuera a través de los ríos navegables.
Después de los viajes de Champlain, época en la que se llegó a fundar la ciudad de Quebec como capital de la Nueva Francia, pocas iniciativas francesas se habían realizado para explorar los territorios más allá de los Grandes Lagos, cuando los ingleses ya estaban asentados en Nueva Inglaterra. Pero la expansión del comercio hacia Asia llevó a Francia a plantearse de nuevo el descubrimiento de un paso hacia el Pacífico que le permitiera sacar provecho de su inmejorable posición geográfica y poder competir con Inglaterra y Holanda en el floreciente comercio con las Indias Orientales.

La colonización de Norteamérica


Grabado con la imagen de la ciudad de Nueva Amsterdam, la actual Nueva York, en la época de la colonización de los holandeses.

La denominada Nueva Francia (posesiones territoriales francesas al norte de Nueva Inglaterra) era un territorio en el que la colonización se había desarrollado muy lentamente, tanto por la severidad de sus inviernos y lo inhóspito de sus bosques como por la hostilidad de los indios, principalmente los iroqueses, mohawh y seneca. Las pieles eran la única riqueza que podía atraer a los colonos; la madera era excelente y muy abundante, pero su transporte a Francia era tan costoso que hacía su comercialización prácticamente imposible, a no ser que se encontrara una ruta navegable por los caudalosos ríos de la zona hacia el océano Pacifico. Esa posibilidad haría posible la rentabilidad del comercio de la madera y de otros muchos productos desde Europa a Asia, pues se ahorrarían miles de millas, tal como apuntaban los conocimientos ya bastante precisos que por aquella época se tenían de las dimensiones del globo terráqueo. Éste fue el principal motivo de que en la corte francesa se retomara la idea del paso al oeste que los exploradores de finales y principios de siglo habían buscado con ahínco.
Mientras los ingleses iniciaban la colonización de la costa este norteamericana y los franceses lo hacían al norte de las tierras exploradas por éstos, los holandeses ya estaban en la zona, pues hacía tiempo que habían empezado a establecer asentamientos. Al igual que en la expansión hacia las Indias Orientales, los holandeses no tenían el mismo ánimo colonial de los ingleses, sino que sus intereses eran fundamentalmente comerciales. En este sentido, a principio de siglo, sus exploraciones tenían como objetivo buscar asentamientos y puertos que les facilitara el comercio de las pieles con los indios. El único territorio colonizado por los holandeses fue Nueva Holanda, una ciudad cercana a Nueva Amsterdam, la actual Nueva York, plaza fundada en 1624 por la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. Un agente de dicha compañía, Peter Minuit, compró a los indios la isla de Manhattan por unas 60 guineas (unos 24 dólares actuales) con la intención de extender diversos asentamientos a lo largo del río Hudson, cuya principal dedicación fuese el comercio de pieles. Éstos llegaron a alcanzar Fort Orange (la actual Albany y fueron prácticamente monopolizados por la Compañía. Este hecho, junto a la división casi feudal de las tierras desanimó a los posibles colonos holandeses,  que acabaron por abandonar la idea de emigrar a la zona. Nueva Amsterdam era el mejor puerto natural de aquel territorio, lo que propició que, en 1664, una flota inglesa atacara la ciudad, conquistándola en un solo día. La población fue rebautizada con el nombre de Nueva York y, aunque los holandeses la retomaron en 1673, quedó definitivamente en manos inglesas en virtud del tratado de Westminster de 1674.

Los Grandes Lagos, el Mississippi y Luisiana


La Salle descendiendo en canoa por el rió Mississippi con la bandera de Francia en la proa. Ilustración del siglo XIX.

El aventurero francés Robert Cavalier de La Salle, residente en la isla de Montreal, puso en práctica, con todas sus consecuencias, la idea del descubrimiento de un paso hacia el Pacífico. La Salle se propuso encontrar un paso navegable hacia Oriente a través de los ríos que afluían a los Grandes Lagos. De las historias que contaban los indios, La Salle prestó especial atención a la que hablaba de la existencia del "gran río" que no era otro que el Mississippi, y su descubrimiento se convirtió en su objetivo primordial.
La Salle vendió sus propiedades para obtener los fondos necesarios para montar una primera expedición a pie y en canoa por la región de Ohio. El explorador llegó hasta la actual Louisville (Kentucky), asentamiento que él mismo creó, dándole el nombre del rey de Francia, lo que le granjeó, la amistad del gobernador de Nueva Francia, el conde de Frontenac, Cuando la Salle volvió a París para recabar fondos para su proyecto, lo hizo con una carta de recomendación de Frontenac al rey Luis XIV. El explorador se ganó el reconocimiento del monarca y regresó a Norteamérica con suficiente dinero para construir un barco con el que emprender el viaje por los Grandes Lagos hacia el oeste. En Paris, La Salle conoció a Henri de Tonty, un italiano, soldado de fortuna, que se convirtió en su más fiel amigo y aliado; un compañero que iba a ser fundamental en su vida futura. En 1679, un año después de regresar a Nueva Francia, La Salle y De Tonty emprendieron el primer y fundamental paso de su proyecto: la construcción del barco de vela para explorar los Grandes Lagos hacia el misterioso y desconocido Oriente. En un par de meses, Le Griffon, un barco que desplazaba de 45 a 60 toneladas, según cálculos posteriores, y que aparejaba dos palos, fue construido en un aserradero cercano a la conjunción de Cayuga Creek y el río Niágara, donde La Salle hizo construir el fuerte del mismo nombre, y fue botado en el lago Erie. Mientras, el fraile franciscano Louis Hennepin, que se había unido al proyecto, exploraba las gigantescas cataratas, convirtiéndose luego en el primer europeo en describirlas y dibujarlas. El nuevo barco era el primer velero que surcaba las aguas de los Grandes Lagos y el Seigneur de la Salle, que había sido nombrado noble, tenía también en mente crear una flota comercial por los lagos y ríos de la zona. Esta idea despertó una mezcla de admiración y desconfianza entre los comerciantes y jesuitas de la zona, quienes veían en las actividades de La Salle, admirado por los indios seneca, un elemento desestabilizador del pujante comercio de pieles y del espíritu de las misiones cuyo primer empeño era la evangelización de los indígenas.
El clima de los Grandes Lagos es especialmente duro en otoño, cuando se producen fuertes tormentas debido al choque de los vientos fríos del norte con los cálidos y húmedos del sur que remontan los valles los valles de los grandes ríos de Norteamérica. En el centro de un lago como el Erie, que tiene 340 km de longitud por casi 90 km en la zona más ancha, estas tormentas pueden llegar a levantar un oleaje considerable, por lo que la navegación se asemeja mucho a la marítima. La Salle intuyó esta situación y diseñó el buque Le Griffon como si de un barco oceánico se tratara, pese a las limitaciones que imponía la navegación fluvial. El navío iba armado con cinco cañones y su casco era de líneas marineras. La expedición de La Salle partió hacia el oeste el 7 de agosto de 1679, una época cercana a las violentas tormentas otoñales. La Salle, secundado por Henri de Tonty, Louis Hennepin y 34 hombres, atravesó el lago Erie costeando la ribera norte. Al llegar al extremo oeste del lago, viró hacia el norte atravesando el actual río Detroit, luego el lago Saint Clair y el río del mismo nombre para desembarcar en el lago Huron. El barco remontó el lago hacia el norte hasta que, al llegar al estrecho Mackinac, una violenta tormenta les detuvo. A mediados de septiembre era demasiado tarde para aventurarse hacia el oeste, por lo que La Salle ordenó cargar el barco con pieles y madera para luego regresar. Sin embargo, el Le Griffon desapareció y nunca más se supo de él.
Mientras esto ocurría, La Salle y sus hombres habían descendido en canoa por el lago Michigan y se havían instalado en la inmediaciones del río Illinois, donde el explorador fundó Fort Grévecoeur. La noticia de la pérdida del Le Griffon le llegó a La Salle prácticamente al mismo tiempo que sus hombres iniciaban un motín. Fue un duro golpe para el plan del aventurero francés, pero junto con De Tonty, superaron todas las vicisitudes y, en el verano de 1682, tres años después de haber partido la expedición, llegaron a la desembocadura del río Illinois en el Mississippi.
El descubrimiento del "gran río" puso eufóricos a los exploradores, pero pronto quedaron decepcionados al darse cuenta de que el río corría casi constantemente hacia el sur en lugar del oeste, como hubieran deseado. Descendieron con las canoas, hasta la desembocadura en el golfo de México. La Salle comprendió que se hallaba en un enclave estratégico para controlar el mar Caribe y luchar contra la hegemonía española. Tomó posesión del amplio territorio adyacente a la desembocadura del río en nombre de Luis XVI  y lo llamó Luisiana.

Una nefasta expedición


Grabado que muestra a La Salle tomando posesión del valle del Mississippi en nombre de Luis XIV.

La Salle regresó al río Illinois, y fundó y organizó una colonia con varios miles de indios. Esta decisión fue muy mal vista en Quebec, donde el conde de Frontenac había sido reemplazado por un gobernador hostil a las ideas de La Salle. Éste decidió regresar a Francia y presentar al rey Luis XIV un ambicioso plan para colonizar Luisiana e invadir una parte de los territorios españoles en México. La idea de La Salle consistía en reclutar 200 soldados franceses y, con la ayuda de varios barcos bucaneros y de unos 15.000 indios, atacar a los españoles. La idea era algo desatinada, pero el monarca accedió a los deseos de La Salle, fundamentalmente porque en aquel momento estaba en guerra con España y, tenía poco que perder. Puso a disposición de La Salle cuatro barcos, el Belle, el Foly, el Saint-Fran-Çois y el Aimable, y los fondos necesarios para la campaña.
El 24 de julio de 1684, el explorador y los soldados zarparon de La Rochelle para lo que iba a ser una de las misiones navales más trágicas de la historia. A los pocos días de navegación, estallaron fuertes disputas entre La Salle y el capitán del Belle, que dividieron a la tripulación, creando un ambiente de amotinamiento que persistió durante el resto del viaje. Más tarde, una tormenta destrozó el aparejo del Aimable, que tuvo que regresar para ser reparado. Para colmo de males, ya en aguas de las Antillas, el Saint-François fue capturado por los filibusteros, perdiéndose definitivamente. En Santo Domingo, tras reunírseles el Aimable, La Salle zarpó para encontrar la desembocadura del Mississippi, a la que había llegado en canoa dos años antes.
Sin embargo, nunca llegó. Un tremendo error en la navegación, probablemente por guiarse con cartas erróneas, provocó varios fallos en la estima, que los llevó a 400 millas al oeste de la desembocadura del Mississippi, en la actual bahía de Matagorda, estado de Texas. Los percances continuaron: el Aimable se hundió tras sufrir una vía de agua, la tripulación del foly desertó y decidió volver a Francia por su cuenta, y los hombres que desembarcaron sufrieron una epidemia desconocida, justo cuando comenzaban la construcción de For-Saint-Louis.
La Salle creyendo que se encontraba en un brazo de mar de la desembocadura del Mississippi, el mes de octubre de 1685, el francés organizó una exploración por la costa dividiendo a sus hombres en dos grupos; unos iban en canoas y los otros en el Belle. La operación fracasó nuevamente, además de causar la pérdida de 40 hombres, la mayoría asesinados por los indios. Un mes más tarde, La Salle lo intentó de nuevo, pero volvió a fracasar, perdiendo esta vez el Belle, que quedó embarrancado en un bajío. Los indios no cesaban de hostigarlos y la moral de sus hombres decayó a causa del agotamiento y las enfermedades.
La Salle no se desanimó y planeó pedir ayuda a los colonos de los asentamientos del río Illinois que él mismo había fundado años atrás. Desde allí, esperaba llegar a los Grandes  Lagos desplazándose con canoas y conseguir un barco que les llevara de regreso a Francia por el río San Lorenzo. Dejando una guarnición de 20 hombres en Fort-Saint-Louis y con los 17 que se encontraban en mejor estado de salud, el 12 de enero de 1687 partieron hacia el norte, pero se perdieron. Estalló entonces un motín a bordo que acabó con el asesinato de La Salle el 20 de marzo. Sólo cinco supervivientes lograron alcanzar las tierras del norte y regresar a Francia, pero su solicitud de ayuda para los hombres de la guarnición de Fort-Saint-Louis nunca fue atendida por la corte. Al año siguiente, una expedición española que exploraba las costas de Texas buscando la desembocadura de río Colorado encontró el emplazamiento. La fortaleza había sido quemada y arrasada; y por doquier había señales inequívocas de una epidemia de fiebres y restos de los hombres de La Salle masacrados por los indios. Los españoles redujeron a una tribu y con ellos encontraron unos pocos niños franceses, hijos de los colonos que viajaron con La Salle, que sobrevivían retenidos por los nativos. Los españoles los rescataron y los enviaron de regreso a Francia desde el puerto mexicano de Veracruz.
La figura de Robert Cavalier de La Salle cayó en el olvido, en buena parte por la incomodidad política que, al conocerse públicamente los hechos, representaba para la corte de Luis XIV el abandono de los expedicionarios. Los navegantes tomaron buena nota de los peligros de las exploraciones mal planificadas, pues fue ésta la causa que prevaleció como explicación oficiosa al trágico desenlace de la arriesgada aventura.
En 1995, unos arqueólogos norteamericanos encontraron los restos del Belle al este de la península de Matagorda e iniciaron una excavación minuciosa. En 2006, la Texas Historical Comission inició un museo con los restos restaurados del barco y con la gran cantidad de objetos hallados junto al pecio. La figura de La Salle volvió a cobrar vigencia como uno de los más sacrificados exploradores de Norteamérica.

La recuperación del Belle


Los restos del Belle, tal como se encontraron en las primeras excavaciones realizadas en la playa de Matagorda (Texas).

Después de que los españoles descubrieran los restos del Belle, al cabo de un año escaso de su hundimiento, el pecio quedó en el olvido, a pesar de la intensa colonización que experimentó la zona durante las décadas siguientes. No se puso en marcha ninguna iniciativa dirigida a investigar el suceso e intentar encontrar pistas sobre el paradero del infortunado barco durante casi tres siglos, hasta que, en 1970, la Texas Historical comissión inició un proyecto específicamente encaminado a encontrar los restos del buque que utilizaron La Salle y su tripulación en su intento por alcanzar el río Mississippi.
En 1995, un equipo de arqueólogos dirigido por Barto Arnold, descubrió el Belle a unos 20 pies de profundidad, al este de la península de Matagorda. Del casco sólo se conservaba una pequeña parte del costillar, y de la quilla sólo quedaba a la vista la única parte que resistió a la voraz broma. Otro hallazgo en el interior del barco fue un esqueleto humano completo y varios restos de huesos. también se encontraron un sinfín de objetos diversos: barriles de pólvora, recipientes de vino y agua, mosquetones, pistolas, balas de plomo, cañones de bronce, restos del aparejo y múltiples objetos personales, como crucifijos, pipas, vasos, etc. Todos los restos fueron recuperados cuidadosamente y desmontados para su posterior reconstrucción.
En la actualidad, la Texas Historical  Comission está preparando un museo con todos estos restos arqueológicos y una reconstrucción del barco, cuyos trabajos de montaje se iniciaron en el año 2000. Se trata de un proceso tecnológico muy delicado, ya que las maderas deben recibir un tratamiento especial para evitar que se desintegren tras permanecer tres siglos enterradas y sometidas a la acción marina.
Desde que los navegantes lusos Vasco de Gama y Álvares Cabral abrieran la ruta hacia las Indias Orientales por el océano Índico, a finales del siglo XV, los portugueses se dedicaron a explorar prácticamente con total exclusividad el comercio marítimo con Asia. La denominada "Ruta de Oriente" había sido desarrollada cada vez con mayor precisión por los comerciantes portugueses, quienes paulatinamente fueron creando importantes bases comerciales de carácter colonial, que llegaron a extenderse desde la costa este de África hasta las islas Molucas. Las potencias del norte de Europa, especialmente Inglaterra y Holanda, que se habían mostrado reticentes a desplegar su poder naval más allá de las costas de Europa, a principios del siglo XVII, se interesaron súbitamente por las entonces denominadas Indias Orientales.

No hay comentarios: