miércoles, 27 de octubre de 2021

La guerra franco-holandesa como banco de pruebas


Guillermo de Orange desembarca en el puerto de Brixham, el 3 de noviembre de 1688, reclamado por los protestantes para convertirse en Guillermo III, rey de Inglaterra

En 1672, Luis XIV de Francia organizó la invasión de la república holandesa. El monarca, quien había firmado con los ingleses el tratado de Dover dos años antes, contó con el apoyo de la nueva Marina británica. De este modo indirecto, los ingleses iniciaron su tercera guerra contra los holandeses en los que iba de siglo. El ataque francés fue contenido por Guillermo III de Orange, quien tomó la célebre decisión de abrir los diques que rodeaban Amsterdam para inundar una buena parte del país. Mientras tanto, en el mar, De Ruyter atacaba las flotas inglesas y francesas en Soley Bay en 1672 y en Ostende y Kijkduin en 1673. Los ingleses firmaron la paz con los holandeses en febrero de 1674, en el tratado de Westminster. En 1673, España, la Santa Sede y Lorena formaron una alianza y se pusieron de parte de los holandeses para atacar a Francia.
Pero, de 1674 a 1678, los ejércitos franceses, ayudados por Suecia, por aquel entonces su único aliado, atacaron Flandes y las posiciones holandesas a lo largo del Rin, logrando importantes avances. La guerra concluyó, básicamente, a causa del agotamiento financiero de los contendientes, llegándose al tratado de Nimega en 1678, en el que Francia obtuvo importantes beneficios, como la incorporación de amplios territorios en Flandes.
Otra vertiente de esta Guerra se desarrolló en el Mediterráneo. En 1674, los sicilianos se sublevaron contra los españoles. El 22 de abril de 1676, a la altura de Augusta, la flota francesa de Duquesne acudía en auxilio de los sublevados cuando se topó con la flota holandesa. Se trataba de la escuadra que comandaba el almirante De Ruyter, cuyo buque insignia era el magnífico Zeven Provincien, de 100 cañones y tres cubiertas. La batalla no tuvo un claro vencedor, pero los holandeses lograron que Sicilia continuara bajo el poder español; sin embargo, el precio que pagaron fue alto: un cañonazo dejó sin piernas a Michiel Adriaanszoon de Ruyter, quien murió en la cubierta de su propio barco. La muerte del almirante supuso un duro golpe para Holanda, donde era considerado como un héroe nacional, y este hecho, en cierto modo, marcó el inicio de su lento declive naval.

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