miércoles, 29 de febrero de 2012

Las codiciadas Indias


Las tres naves del primer viaje de Colón: las carabelas La Pinta y La Niña y la nao Santa María.

Los países del sur de Europa recuperaron las antiguas narraciones de Herodoto, que describía un paso por el sur de África hacia el Este, para llegar a las codiciadas India, Catay y Cipango descritas por Marco Polo. Portugal, gracias a su situación geográfica, a su desarrollo naval y a la iniciativa de Enrique el Navegante, fue el primer país que se lanzó a la búsqueda de esta ruta. En 1488, Bartolomeu Días descubrió el cabo de Buena Esperanza, que abría las puertas del Indico. España siguió a Portugal en su búsqueda de la ruta hacia las Indias, pero con dirección oeste. En 1492, Cristóbal Colón, financiado por los Reyes Católicos, alcanzó el continente americano a través del Atlántico.
La caída de Constantinopla provocó un impacto enorme en los países europeos cristianos. El Islam, que estaba a punto de ser derrotado en la península Ibérica, redoblaba su ímpetu expansionista en Europa Oriental, de la mano del imperio Otomano, que se lanzó a la conquista de la península Balcánica. De este modo, la segunda mitad del siglo XV se inició con un Mediterráneo islámico en el sur y el este, y cristiano en el norte y el oeste. Lo más significativo de esta situación es que por el este quedaban cerradas las rutas comerciales hacia Asia o, por lo menos, permanecían en poder del imperio Otomano. Por otro lado, el poder de Bizancio no había podido impedir que durante las últimas décadas los musulmanes bloquearan el Mar Negro. La potencia más perjudicada por estos hechos fue Venecia, cuya talasocracia quedaba bloqueada por los otomanos al este, por los árabes al sur y por los catalanes y castellanos al oeste. En 1469, se dio un hecho que iba a resultar fundamental en el devenir de la historia: el matrimonio entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, una unión de estado que supuso el nacimiento de España como nación, aunque este término no se utilizó hasta casi un siglo después.

El gran reto comercial del siglo XV y el paso por el sur de África


Grabado del siglo XVII que despliega la fantasía sobre los descubrimientos del Nuevo Mundo, con monstruos marinos e indígenas producto de la imaginación de los ilustradores, que se guiaban por los relatos de marinos y exploradores.

Ocupados en concluir la reconquista de la península Ibérica con la expulsión de los árabes de Granada, los Reyes Católicos, que así llamaron a Isabel y Fernando, no se ocuparon seriamente de la necesidad de expansión comercial de la nación, que siempre había seguido la estela de Venecianos y genoveses; sin embargo, en el reino de Portugal la situación se vivió de forma diferente. Los portugueses se habían liberado de los musulmanes hacía tiempo y veían con preocupación su estancamiento económico en el extremo oeste de Europa. Por otra parte, la náutica y la pesca portuguesa habían progresado; su carpinteros de ribera construían excelentes barcos, especialmente carabelas, y sus navegantes se encontraban entre los de mayor prestigio del continente.
Por aquel entonces, las expectativas de enriquecimiento de las potencias de Occidente estaban relacionadas con las rutas comerciales hacia Asia; sus fabulosas mercancías fueron ya descritas por Marco Polo a finales del siglo XIII, principalmente las de la India, China y la prometedora y misteriosa Cipango, de la que muy poco se sabía. El desarrollo y asentamiento del Islam provocó una parálisis en las relaciones de Europa con estos países, que neutralizaban la posibilidad de expansión. La única posibilidad para establecer  relaciones de libertad comercial era encontrar el mítico paso por el sur de África para alcanzar Asia, circunnavegando el continente africano. Durante la Edad Media, los geógrafos europeos se habían olvidado de las narraciones de Herodoto que describían el viaje de los fenicios, patrocinado por el rey egipcio Necao, alrededor de África. Esta historia demostraba que el Atlántico y el Indico estaban conectados a través del "último cabo", el extremo meridional del continente africano, que no era ni más ni menos que el actual cabo de Buena Esperanza. A mediados del siglo XV, para los navegantes europeos, todo lo que existía más allá de Canarias y al sur del cabo Bojador eran mares desconocidos y tenebrosos, objeto de las más terroríficas leyendas y en los que ningún marino en sus cabales se adentraría jamás.
Portugal, situado en el extremo Atlántico de Europa y, sobre todo, liberado de su lucha con los árabes, era el país más adecuado para tomar la iniciativa e intentar encontrar la ruta alternativa. En el norte de Europa terminaba la guerra de los Cien años, y Francia e Inglaterra estaban demasiado debilitadas y preocupadas por solucionar sus problemas internos como para pensar en asuntos de ultramar; por otra parte, en el Mediterráneo occidental, tanto los catalanes como Venecia y las demás repúblicas italianas, no disfrutaban e una salida libre al Atlántico, y Castilla concentraba todas sus fuerzas en la lucha contra el califato de Córdoba. En 1419, poco después de la conquista de Ceuta, el portugués Juan Gonçalves Zaro descubrió la isla de Madeira por pura casualidad, al ser desviado su barco por un temporal. Portugal se encontraba en una situación excelente para empezar a explorar hacia el sur.

Enrique el Navegante


Mapamundi del siglo XIII que muestra la concepción bíblica del mundo que tenían algunos geógrafos al final de la Edad Media: Jerusalén aparece como el centro de la Tierra.

A mediados del siglo XV, surgió en Portugal un personaje que iba a resultar decisivo para alentar las exploraciones hacia Oriente: el príncipe Enrique, hijo del rey Juan I, quien consagró su vida y buena parte de su fortuna a impulsar estas exploraciones. Dotado de una curiosidad intelectual típicamente renacentista, pero todavía imbuido de obsesiones medievales, era gran maestre de la orden de Cristo, heredera de la en otros tiempos poderosa orden del Temple, que le proporcionó un cuantioso patrimonio y le permitió financiar y preparar nuevas exploraciones. Enrique era un apasionado de la astronomía y la cartografía, aunque, paradójicamente, nunca se había embarcado para efectuar viajes largos por mar. Centró su interés en el objetivo de conseguir, antes de que lo hiciera Castilla, encontrar nuevas rutas comerciales hacia el sur de África. Para tal fin, construyó un castillo en las inmediaciones del promontorio de Sagres, muy cerca del cabo San Vicente, y reunió allí a un grupo de astrónomos y cartógrafos para proyectar conjuntamente las expediciones a ultramar. Enseguida se ganó el apodo de "El Navegante".
La primera expedición organizada y financiada por Enrique el Navegante fue la de Gil Eannes, en 1433, quien recibió una única instrucción del príncipe: navegar más allá del cabo Bojador y regresar. En el siglo XV, pese al espíritu renacentista que ganaba terreno, los europeos seguían inmersos en el pensamiento oscurantista medieval en lo relativo al mar, y muchos todavía sostenían una concepción bíblica del mundo, creyendo que Jerusalén era el centro de la Tierra. Era popular la creencia de que unos cientos de millas más allá de Finisterre o de San Vicente, el mar se convertía en un lodazal causado por la desaparición de la Atlántida. También se creía que estaba infestado de pulpos gigantes y de todo tipo de terribles monstruos que devoraban a los marinos sin remisión. Hacia el sur, el cabo Bojador era el punto máximo al que los europeos medievales habían descendido, y se creía que al doblar este cabo el sol hacía arder las velas en lo alto de los palos y los barcos caían finalmente en un abismo infinito.
Eannes, superando los miedos de la época, logró convencer a su tripulación para descender unas millas más allá del cabo, hasta lo que en la actualidad es el Sahara Occidental. Se encontró con una tierra desértica en la que apenas crecían algunos matorrales. Dos años después, en 1435, Enrique envió de nuevo a Gil Eannes y a Alfonso Gonçalves con la orden expresa de descender aun más hacia el sur. Lo hicieron 50 leguas más allá del cabo Bojador y lograron encontrar huellas en las dunas que reflejaban inequívocamente la presencia de seres humanos. Esta noticia originó la organización de varias expediciones a la zona y, en 1441, Antão Gonçalves y Nuno Tristão capturaron a los primeros prisioneros entre los indígenas, que fueron llevados como muestra a Portugal. Esta captura inició la era del tráfico de esclavos, que tuvo su apogeo en los siglos XVII y XVIII.
Al descender por el litoral africano, los portugueses fueron colocando padrões, que eran unas cruces, de madera al principio y de piedra después. Estas cruces eran colocadas en los cabos y en los promontorios e islotes más significativos, para que sirvieran de referencia visual a los navegantes que llegarían después. En 1457, las expediciones lusitanas habían sobrepasado las 1.300 millas por debajo del cabo Bojador, hasta llegar al sur de la actual Sierra Leona.

El descenso más allá del Ecuador


Ilustración del siglo XIX que muestra a Enrique el Navegante (1394-1460) y a sus ayudantes en el observatorio de Sagres, esperando el regreso de una expedición a África.

Desde su castillo de Sagre, Enrique el Navegante se sintió movido por el interés de combatir al Islam en el norte de África; un objetivo más lejano era alcanzar el mítico reino del Preste Juan (una leyenda que se había difundido entre los cristianos a finales de la Edad Media a causa de la constante amenaza del expansionismo islámico). Se decía que el Preste Juan, un rey que presuntamente gobernaba un remoto y riquísimo reino cristiano en algún lugar desconocido de África o Asia, era el azote de los musulmanes y los había derrotado en repetidas ocasiones. Enrique el Navegante (que era a su vez gobernador de la orden de Cristo, heredera de la en otros tiempos poderosa orden del Temple), creía que el legendario reino se hallaba cercano a las fuentes del Nilo y pretendía alcanzarlo por mar, ascendiendo por un supuesto brazo del río que debía desembocar en el Atlántico.
Enrique el Navegante murió en 1460, en pleno reinado de Alfonso V (1438-1481). hasta entonces, los portugueses habían navegado por el golfo de Benin y habían iniciado el negocio del tráfico de esclavos, que proporcionaba excelentes dividendos. Alfonso V no mostró demasiado interés en continuar las exploraciones emprendidas por el infante Enrique. Sin embargo, fue durante su reinado cuando los portugueses lograron cruzar el Ecuador. En 1470, Juan de Santarem y Pedro de Escobar llegaron al golfo de Biafra, y al año siguiente, Fernando Poo descubrió las islas del golfo de Guinea. La trata de negros, admitida por la Santa Sede desde 1454, era un acicate económico que sostenía parcialmente las expediciones desde un punto de vista financiero.
Alfonso V continuó la obra de colonización. En Lagos, al sur de Portugal, había creado la Casa de Mina, que, a la muerte de Enrique, fue trasladada a Lisboa; posteriormente, se la conoció como Casa de la India, al estilo de la Casa de Contratación de Sevilla. En 1471, Ruy de Sequeira traspasó por vez primera la línea ecuatorial, logro desbaratar las teorías que afirmaban que se trataban de regiones inhabitables. En 1474, Portugal inició una guerra contra los reinos unificados de Castilla y Aragón, principales potencias de la península Ibérica y serios competidores contra los intereses de Portugal. Durante esta guerra, Alfonso V suspendió las expediciones a África, que se reemprendieron después de firmar la paz de Alcáçovas en 1479.

Bartolomeu Días descubre el "último cabo" y abre la ruta al Indico


Imagen del legendario Preste Juan, tal como aparece en un mapa del siglo XV.

Consciente de los beneficios que comportaría para Portugal encontrar por fin el buscado paso al Indico, Juan II se propuso reemprender con renovado ímpetu las expediciones en pos del ´(último cabo). En 1482, el rey ordenó a Diego de Azambuja la creación de una fortaleza en la costa de Guinea, en São Jorge da Mina, que sirviera como puerto comercial y como base para futuras expediciones. Envió una expedición compuesta por diez carabelas y dos urcas, un numeroso grupo de artesanos y 500 soldados que transportaron desde Portugal buena parte de los materiales para la construcción. La nueva fortaleza, último lugar de abastecimiento, hizo posible que en 1486 Diego Cão avanzara 1.450 millas más y llegara a la desembocadura del río Congo;  lo exploró y siguió navegando hasta la actual Namibia. A medida que avanzaban por la costa, los portugueses iban colocando cruces de maderas en los cabos, promontorios e islotes más significativos del litoral africano. Se trataba de los padrões, cuya finalidad era servir de referencia a los navegantes que vendrían después. Con la inclemencia de los elementos, los padrões se deterioraban notablemente y algunos llegaron a desaparecer en tan sólo 15 años. A partir de entonces, se hicieron de piedra; el padrão que Diego Cão dejó en el cabo Cross, 50 millas al norte de la bahía de Walvis, fue el primero de piedra caliza. En 1487, Juan II decidió organizar una gran expedición que, definitivamente, lograra alcanzar el extremo sur de África y permitiera encontrar la ruta hacia el Indico. A primeros de agosto del mismo año, después de diez mese de preparación, zarparon de Lisboa dos carabelas de 50 toneladas y un barco de transporte. Al mando de la expedición iba Bartolomeu Días, quien ya había acompañado en 1481 a Diego de Azambuja en una expedición a la costa del oro. Juan II proporcionó una dotación de más de 50 hombres para los tres navíos. Días bajó por el Atlántico, costeando y siguiendo los padrões colocados por sus antecesores y avituallándose en la fortaleza de São Jorge da Mina. tras doblar el cabo Cross, llegó a 50 millas de la desembocadura del río Orange, donde se vio obligado a dar una bordada mar a dentro que le alejó de los peligrosos arrecifes costeros. Los tres navíos no tuvieron otra alternativa que emprender la ruta contra el viento, cada vez más alejada de la costa africana; esto, finalmente, les hizo virar y doblar el extremo sur de África sin verlo.
A primero de febrero de 1488, divisaron de nuevo la costa africana y Días se apercibió de que se hallaba a unas 2.000 millas al este del cabo Bojador y en un punto que correspondía aproximadamente a la zona intermedia entre el golfo de Sirte y Alejandría. Siguieron navegando hacia el este y sobrepasaron la bahia de Algora. Al regresar, a requerimiento de la tripulación, Dias colocó un padrão marcando al que nombró como cabo de las Tormentas. A su vuelta, Juan II cambió este nombre por el más estimulante de cabo de Buena Esperanza. Se había descubierto el extremo sur del continente africano y la ruta del Índico quedaba abierta.

Confusión sobre la forma de la Tierra

Por aquel entonces, la concepción geográfica del mundo se encontraba cuestionada por parte de astrónomos y navegantes. Durante el siglo XV, para una buena parte de los geógrafos, se iba confirmando que la tierra era esférica. Los datos aportados por los navegantes portugueses en su avance por la costa africana y de los mercaderes que viajaban por tierra a Oriente, corroboraban la concepción ptolemaica del mundo, y se creó una importante corriente de pensamiento que trataba de recuperar las ideas de Ptolomeo. Sin embargo, nadie se ponía de acuerdo de acuerdo en conceptos básicos como el tamaño de la Tierra, la extensión de los mares y continentes, el problema de los habitantes de las antípodas, que debían vivir en posición invertida, y la dimensión real de las distancias entre el mundo conocido y las tierras descritas por los viajeros.
Los inconvenientes que presentaba la idea de la esfericidad eran varios y notables. Por un lado, el avance científico estuvo constantemente entorpecido por la fuerte tradición e influencia del pensamiento cristiano, que negaba cualquier teoría o suposición que contradijera sus creencias básicas. Por otra parte, el trauma que el poder del Islam había provocado en el pensamiento cristiano occidental provocó un cerramiento político y social que se alejaba por completo de la necesidad de abrir otras puertas a Oriente. También generaban una notable confusión toda una serie de ideas absurdas basadas en leyendas delirantes, como la existencia del paraíso terrenal más allá del mundo conocido o la del reino del Preste Juan, el guardián del cristianismo, aparte de otras leyendas populares sobre monstruos (animales y humanos) que habitaban en el océano desconocido.

La revisión de la obra de Ptolomeo



La enorme rosa de los vientos de 43 metros de diámetro situada en la explanada central de la fortaleza de Sagres, cuya construcción fue ordenada por Enrique el Navegante.

Las teorías de Ptolomeo empezaron a recuperarse en Occidente en el siglo XIII, gracias a la obra De Sphaera Mundi, del misterioso astrónomo Johannes Sacrobosco; era un tratado que presentaba los datos y cálculos efectuados por el astrónomo greco-egipcio. Sin embargo, sus informaciones presentaban enormes inexactitudes respecto a las distancias que mesuraban la Tierra, pues, por ejemplo, daba como cierto un perímetro del globo de 29.000 Km, frente a los 40.000 reales. También Asia se prolongaba hacia el este mucho más allá de sus dimensiones reales, puesto que Ptolomeo asignó una longitud de 180º desde las islas Canarias al Extremo Oriente, cuando en realidad es de sólo 130º. También sostenía que África no era una terra finita por el Sur y que la zona tórrida no era en absoluto habitable, inexactitudes que se iban evidenciando a medida que los portugueses descendían por África, y también gracias a otros viajeros que iban hacia Oriente e informaban de lo que encontraban; éste es el caso del veneciano Nicolo di Conti, cuyas aventuras por tierras recónditas de Asia fueron muy leídas por comerciantes, navegantes, astrónomos y eruditos.
La Geographia de Ptolomeo consideraba que el continente africano se prolongaba hacia el Sur en lo que el astrónomo greco-egipcio denominó Terra Incógnita. Según su teoría, esta tierra se extendía hacia el fondo del mundo por las antípodas y llegaba a unirse con el extremo de Asia, rodeando totalmente el océano Índico. Esta inmensidad de terreno era, según él, un enorme y plano desierto, inhabitable por s torridez e imposible de traspasar. Estaconcepción del mundo fue superada por los innumerables datos y confirmaciones de los marinos portugueses, que aportaron a los geógrafos de la época pruebas irrefutables, como el descubrimiento del cabo de Buena Esperanza y la confirmación de que África se terminaba por el Sur y el Atlántico se comunicaba con el océano Índico. Esta circunstancia llevó a la revisión de la obra de Ptolomeo por sus propios divulgadores, con mayor o menor exactitud. Durante el siglo XV, los estudiosos partían de conocimientos acumulados durante el siglo XIV por los cartógrafos mediterráneos. Una de las escuelas de cartografía más prestigiosas fue la de Mallorca, cuyos discípulos más sobresalientes fueron Abraham y Jafuda Cresques, autores del mundialmente famoso Atlas Catalán, que constituyó una de las referencias más importantes para navegantes, militares y eruditos.
Los más importantes críticos de Ptolomeo fueron Eneas Silvio Piccolomini, que después sería nombrado Papa, con el nombre de Pio II, y Fran Mauro, un monje cartógrafo veneciano; ambos influyeron notablemente en el pensamiento de mediados delsiglo XV. Piccolomini, en su obra Historia rerun ubique gestarum, afirmó que África podía circunnavegarse, y Fran Mauro, en su famoso planisferio realizado en 1459, mostraba el continente africano reducido a una península y estimaba que el perímetro de la Tierra era de 38.000 Km, 9.000 más que los propuestos por Ptolomeo, pero aún 2.000 menos de los que tiene en realidad.
Sin embargo, casi coincidiendo con las revisiones ptolomaicas de Piccolomini y Fran Mauro, en 1480 se publicó en Lovania una obra que exponía con claridad la posibilidad real de atravesar el Atlántico para encontrar el extremo de Asia. Setrataba de la famosa Imago Mundi, una recopilación de conocimientos cosmográficos escrita por el cardenal Pierre d´Ailly en 1410. En ella, el autor recogía la teoría de que se podía navegar a través del Atlántico hacia el extremo oriental de Asia en pocos días si los vientos eran favorables.

Los cálculos de Toscanelli y de Cristóbal Colón

Facsímil de un planisferio del siglo XV que muestra el mundo tal como lo describió Ptolomeo en su obra Geographia.Pero no fue hasta 1474 cuando se realizaron cálculos concretos sobre los datos de Ptolomeo por parte del cartógrafo y astrónomo Paolo Toscanelli. El erudito florentino envió al rey de Portugal, por entonces Alfonso V, Correspondencia y mapa, un informe en el que se hacía referencia a Cipango (la actual Japón) como una isla separada del continente unas 375 leguas. La obra de Toscanelli también hacía referencia a Catay, Mangi y Ciamba, países citados por Marco Polo, y los situaba respecto a Cipango con gran concreción.
El sabio florentino también aportaba datos sobre la extensión del Atlántico hacia el Oeste y opinaba que la distancia marítima entre los extremos occidental de Europa y oriental de Asia no era tan extensa y podía navegarse fácilmente. Ptolomeo había asignado 180º de los 360º que forman la esfera de la Tierra a la extensión continental entre Portugal y China o al extremo de Asia, viajando (como Marco Polo) de oeste a este. Toscanelli los aumentó hasta 230º, con lo cual Portugal, navegando a través del Atlántico hacia el Oeste, distaría sólo 130º de la esfera de las costas orientales de Asia.
Entre 1480 y 1482, Toscanelli mantuvo correspondencia periódica con un navegante supuestamente genovés, estudioso del Imago Mundi de D´Ailly, con quien compartía enteramente la idea de atravesar el Atlántico: Cristóbal Colón. Colón y Toscanelli sostenían la convicción de la esferidad de la Tierra y la idea de que había que intentar la navegación hacia el Oeste. Colón, por su parte, afirmaba que había que aplicar dos correcciones a los cálculos de Ptolomeo: los 230º que sostenía el florentino no comprendían, según Colón, las tierras del Extremo Oriente citadas por Marco Polo, que se extendían más allá, unos 28º, y también consideraba que si la navegación hacia occidente se emprendía desde las Canarias, las Azores o Cabo Verde, la distancia a navegar se acortaba todavía más. Colón disponía de un ejemplar de la Historia rerum ubique gestarum de Eneas Silvio Piccolomini y otro ejemplar de Imago Mundi de Pierre d´Ailly, libros que se conservan actualmente en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla, donde pueden apreciarse las numerosas anotaciones que el propio Colón hizo sobre párrafos enteros de ambas obras.
Una vez preparado el proyecto del viaje, Colón lo presentó al rey de Portugal, Juan II, solicitando su apoyo para tal empresa. Para poder respaldar sus teorías, decidió hacer mediciones de distancias sobre la Tierra por su cuenta; viajo a Guinea y volvió, pero los datos que aportó no deslumbraron a los portugueses. La corona portuguesa encargó a una comisión el estudio del proyecto; esta comisión estaba compuesta por el obispo de Ceuta, Diego Ortiz de Villegas, matemático y cosmógrafo, Josef Vizinho, médico de Juan II y cosmógrafo, y el maestro Rodrigo das Pedras Negras, quien, etre otras aportaciones, había perfeccionado el astrolabio. Era el año 1486 y los portugueses estaban conentrados en la ruta hacia el Índico que tanto les estaba costando abrir, pero desestimaron la idea de Colón. Al año siguiente, éste se traslado a España y, en el monasterio de la Rábida, expuso sus teorías a clérigos de gran influencia en la corte de los Reyes Católicos. También recabó información de algunos navegantes españoles que se habían adentrado en el Atlántico con los portugueses y habían llegado a lo que hoy se denomina mar delos Sargazos. El monasterio de la Rábida, situado sobre una pequeña colina en la confluencia de la desembocadura de los ríos Tinto y Odiel, en el golfo de Cádiz, estaba en aquella época cerca de la frontera con Portugal, y se había convertido en un centro de estudio donde acudían eruditos sevillanos y cordobeses.

Colón llega a la corte española


El monasterio de la Rábida, donde ristóbal Colón recibió acogida y apoyo para su proyecto.Con el apoyo de los frailes de La Rábida, Colón se dirigió a Córdoba y Sevilla, donde estaban los Reyes Católicos, a fin de entrevistarse con ellos. En 1486, a instancias del conde de Medinaceli, Colón logró exponer a los Reyes su plan de llegar a Extremo Oriente navegando a través del Atlántico. Aunque Isabel y Fernando se encontraban plenamente ocupados en concluir la expulsión de los musulmanes de Granada, escucharon sus ideas. La reina quedó tan favorablemente impresionada que, al poco tiempo, creó un comité de expertos presidido por el teólogo fray Hernando de Talavera, obispo y consejero de la corona, para estudiar el proyecto. Durante algunos meses, la idea fue sometida a estudio e inicialmente rechazada, puesto que los cosmógrafos llegaron a la conclusión de que las distancias estimadas en los cálculos de Colón eran erróneas.
Colón no se dio por vencido e insistió en su estrategia de ganar adeptos entre los miembros de la Corte cercanos a los Reyes y, en especial, los allegados a Isabel. Hay indicios de que, al mismo tiempo, intentó un nuevo acercamiento a Juan II de Portugal. Sin embargo, por aquel entonces, Bartolomeu Dias había alcanzado el cabo de Buena Esperanza, y la ruta del Este hacia el Índico se había convertido en una prioridad para los portugueses. En el mes de agosto de 1489, la reina Isabel recibió a Colón y le prometió considerar de nuevo su proyecto cuando se lograra la victoria definitiva en Ganada. Colón estaba en una situación límite; agotadas las ayudas, sobrevivía pintando cartas de marear que vendía a los navegantes. A finales de 1491, el genovés estaba decidido a abandonar Castilla, pero fray Juan Pérez, prior del convento de La Rábida,y Garci-Hernández, médico y cosmógrafo de Palos, consiguieron disuadirle y lograron, tras otra gestión en la Corte, más dinero y una orden para que Colón acudiera a Santa Fe, donde se hallaban los Reyes Católicos. El 21 de enero de 1492, Granada cayó y a Colón se le abrieron las puertas de la corte española.

Las capitulaciones de Santa Fe



Óleo que muestra a Cristóbal Colón en el monasterio de La Rábida explicando su proyecto de navegar hacia Cipango y Catay a través del Atlántico.

El proyecto de Colón fue sometido de nuevo a una junta que se mostró reticiente ante sus pretensiones. El navegante solicitaba el almirantazgo de todas las islas y tierras firmes que descubriera, título que heredarían sus sucesores; también pedía el virreinato y gobernación dedichas tierras, así como la décima parte de los productos obtenidos, una octava parte en cuantos navíos se armasen para nuevos descubrimientos y el disfrute de igual proporción en las ganancias. La junta se resistió a las pretensiones de Colón, pero Luis de Santángel, administrador del rey Fernando y hombre de gran prestigio en la corte, decidió intervenir personalmente. Santángel ideó un ingenioso plan, que resolvía dos problemas a la vez: si  financiaba el viaje de Colón y éste conseguía llegar a las Indias, se utilizarían los bienes de las tierras descubiertas o conquistadas para pagar las los hidalgos que habían participado en la toma de Granada. La idea de Santángel fructificó y, tras otra audiencia con los Reyes Católicos, Colón vio por fin aprobado su viaje, el 17 de abril de 1492, fecha en la que se firmaron entre Cristóbal Colón y la corona las Capitulaciones de Santa Fe. En ellas se especifica que Colón recibiría las recompensas  que había solicitado y que tantas reticencias habían despertado en la corte: título hereditario de virrey y gobernador de todas las tierras que descubriera; el rango de almirante del Océano, que le adjudicaría automáticamente la jurisdición sobre asuntos legales y administrativos de los territorios de Ultramar; una décima parte de las piedras preciosas y metales encontrados en las nuevas tierras y una octava parte de los beneficios del comercio.
La financiación del proyecto corría a cargo de la reina, de Santángel y de varios banqueros y comerciantes genoveses y florentinos, que prestaron quinientos mil maravedíes a Colón. La Corona creó un impuesto especial para cubrir los sueldos de los marineros, y la suma total invertida fue de unos dos millones de maravedíes, cifra por debajo de los ingresos anuales de un marqués español. Colón debía recibir tres barcos, cada uno de ellos con una tripulación experta y con provisiones suficientes para cubrir un año de navegación y mercancías atractivas para los indígenas.

Costosos preparativos



Réplica de las tres naves con las que Colón realizó su primer viaje: la Santa María, La Pinta y La Niña. Se encuentran expuestas en el Muelle del Descubrimiento de Palos de la Frontera, en el mismo lugar de dónde zarpó la expedición.

El 22 de mayo de 1492, llegó al puerto de Palos un mandato real ordenando que el municipio debía contribuir con dos carabelas. No obstante, debido a la gran cantidad de impedimenta, fue necesario arrendar un barco. La orden establecía que las naves debían estar listas en diez días, pero se necesitaron diez semanas para concluir los preparativos. Los marinos de la zona se mostraron reticentes a embarcarse en un viaje que consideraban arriesgado; sin embargo, gracias a las gestiones y al prestigio de los hermanos Yáñez Pinzón, Martín Alonso, Francisco y Vicente, también conocidos como "los Pinzones", se pudo completar la tripulación, que finalmente quedó establecida en poco más de cien hombres.
En el puerto de Palos de la Frontera, los Pinzón y los Niños, otra familia de navegantes andaluces, proporcionaron dos carabelas: La Pinta, un navío rápido con velas cuadras y de unas 60 toneladas, propiedad de Cristóbal Quintero, pero que sería comandada por Martín Alonso Pinzón, y la Santa Clara o La Niña, una embarcación de menor eslora y con aparejo latino, de unas 55 Tn, propiedad de Juan Niño. La tercera embarcación se trataba en realidad de una nao redonda, la Santa María, fletada por Juan de la Cosa, célebre marino y cartógrafo cántabro.
Finalmente, el 3 de agosto de 1492, partieron del puerto de Palos las tres naves, la Santa María al mando de Colón y La Pinta y La Niña, capitaneadas respectivamente por Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez Pinzón. Los reyes entregaron a Colón cartas para el Gran Khan de Tartaria, y en la tripulación iba como intérprete un Judío converso, Luis de Torres, que conocía las lenguas de Oriente.
Los tres barcos arribaron en 10 días a la isla de Gran Canaria. Allí aprovecharon para reparar el timón de La Pinta y cambiar el aparejo latino de La Niña por uno redondo, más efectivo y manejable para navegar con vientos portantes. Este arreglo llevó más de seis semanas, tiempo que también emplearon para aprovisionarse convenientemente.

36 días surcando el océano



Grabado de Théodore de Bry que muestra el desembarco de Colón en la isla de San Salvador, el 12 de octubre de 1492.

El 6 de septiembre de 1492, las tres naves zarparon rumbo al oeste; tras una travesía de 36 días, alcanzaron, el 12 de octubre, la actual isla Watling, en las Bahamas, que Colón bautizó como San Salvador.. El viaje había sido muy conflictivo; Colón tuvo que afrontar un motín, que superó gracias a la ayuda de los Pinzones, y la expedición estuvo a punto de fracasar por culpa de diversos errores de cálculo.
Colón tomó posesión, en nombre de los Reyes Católicos, de lo que creía que era un archipiélago cercano a Cipango, y pasó 15 días explorando las actuales Bahamas. Siguiendo las descripciones de los nativos de San Salvador, Colón navegó hacia la actual Cuba, creyendo todavía que se trataba de Cipango o Catay.
Unos días más tarde, descubrió la Hispaniola y, tras el relato de un cacique local, partió de nuevo a la búsqueda de Cipango. Sin embargo, la Santa María embarrancó n los arrecifes, perdiéndose irremediablemente. Colón construyó con sus maderas una fortaleza en tierra, dejando en ella una dotacion de 39 hombres mientras proseguía el viaje. El 16 de enero, agotados sus hombres por diversos enfrentamientos con los agresivos indios, y teniendo en cuenta que las dos carabelas hacían aguas, decidio regresar a España tomando él personalmente el mando de la Niña.
El viaje de regreso fue muy accidentado, y en un fuerte temporal ambas carabelas perdieron el contadto, creyéndose respectivamente desaparecidas, Después de recalar en las Azores y en el puerto portugués de Restello, Colón arribó a Palos el 15 de marzo de 1493 tras 7 meses y 12 días de viaje. La Pinta llegó al mismo puerto de Palos unas horas más tarde que La Niña, estando Martín Alonso Pinzón en la creencia de que la nave de Colón se había hundido. Cristóbal Colón viajó a Barcelona y, tras ser acogido con todos los honores por los Reyes recibió












lunes, 27 de febrero de 2012

La era de los descubrimientos

Tras la caída de Constantinopla, las rutas comerciales del Este quedaron en manos del Islam, cuyo dominio se extendía al norte de África, Oriente Medio y se adentraba en la península de los Balcanes. Esta circunstancia hizo posible que las potencias marítimas emergentes, Portugal y la recién creada España, se interesaran por rutas alternativas a las del Mediterráneo y se centraran en el océano Atlántico como vía de expansión. El extraordinario desarrollo de los barcos y de las técnicas de navegación que se produjo durante el siglo XV permitió a los portugueses y españoles explorar el océano; se inició así la más profunda transformación del mundo conocido en toda su historia, con el nacimiento del poder naval como elemento indispensable para la expansión política y militar.

Cambios sustanciales en el siglo XVI


Detalle de un mapa de 1482 en el que aparecen una galera, en primer término, y una carabela, a la izquierda, ambas de bandera portuguesa.

Durante el siglo XIV y la primera mitad del XV, en el Mediterráneo occidental se registró un espectacular desarrollo de la navegación y de las embarcaciones. Al poder de las Repúblicas Italianas, encabezadas por Venecia, que era prácticamente dueña de todo el Mediterráneo, se añadió el poder emergente del reino Catalano-Aragonés y de Castilla; mientras, Portugal, concluía la expulsión de los musulmanes de su territorio, se planteaba su expansión más allá de las fronteras marítimas.
Durante la primera mitad del siglo XIV, ocurrió otro hecho trascendental en Europa: la aparición y desarrollo de las armas de fuego, que comenzó con la artillería de tierra, pero que pronto se incorporó a los barcos. Con el tiempo y de forma gradual pero imparable, el uso del cañón se hizo imprescindible en todas las embarcaciones, tanto en las mercantes como en las galeras militares. Fue, principalmente, la necesidad de defensa ante los piratas berberiscos, lo que obligó a armar cualquier barco que transportara mercancías valiosas; al mismo tiempo, las galeras incorporaron la artillería como factor fundamental de su poder ofensivo. Al principio, los cañones eran elementos añadidos en los barcos; sin embargo, ya en el siglo XVI, obligaron a alteraciones en el diseño, que modificaron sustancialmente los cascos de las naves.

Las carabelas: naves oceánicas



La carabela era, en principio, una gran barca de pesca de origen eminentemente mediterráneo. La fotografía muestra una réplica de La Niña, una de las carabelas con las que Colón navegó en 1492 en su famoso viaje del Descubrimiento.

Los barcos del final de la Edad Media no sólo ganaron en poder destructor sino que aumentaron su capacidad para la navegación de altura, una necesidad que hasta entonces había quedado limitada a las distancias del Mediterráneo y a las rutas hacia el mar del Norte o el Báltico. Fue en Portugal, un país que dispone de cerca de dos mil kilómetros de costa, donde creció el interés por el Atlántico y en el que la pesca había alcanzado un notable desarrollo, donde apareció la embarcación que iba a protagonizar la gran revolución naval de la historia: la carabela.
La carabela fue el primer barco europeo realmente oceánico después de las naves vikingas, y es el buque que se asocia históricamente con el Renacimiento naval. Su origen no se puede establecer con exactitud, aunque está generalmente aceptado que se desarrolló en el sur de la península Ibérica a partir de embarcaciones de pesca de altura portuguesas y castellanas. Su nombre procede de la palabra árabe "carabo", y proliferaron como barcos de gran polivalencia. Su casco, ligero y de poco porte, supuso un gran avance al mostrar por vez primera una asimetría longitudinal, de proa a popa: en la mitad de popa, las formas eran planas y la línea de flotación transcurría casi paralela a la línea de crujía, uniéndose a ésta casi perpendicularmente; en la mitad de proa, el casco formaba una V cada vez más aguda a medida que la obra viva se aproximaba a la roda. Este casco, más alargado que el de las naos de su época, añadía algo fundamental: la capacidad para pasar el oleaje y una mayor estabilidad con viento y mar de popa, sin que con ello el espacio de carga quedara mermado; por el contrario, había más superficie para toneles y sacas.
Los portugueses llevaron este concepto a su máximo desarrollo, convirtiéndose al final de la Edad Media en el primer país europeo con capacidad para la navegación oceánica. Las carabelas ganaron pronto reputación de barcos fiables y marineros, asombrando a los navegantes de todo el mundo, especialmente a los venecianos, quienes por entonces dominaban el Mediterráneo. Para la navegación de altura, los portugueses pronto sustituyeron la vela latina, con la que inicialmente nacieron las carabelas, por la cuadra, esta última mucho más maniobrable en alta mar; así nació la carabela redonda, nave que resultó fundamental para las grandes travesías que se avecinaban.

Eclosión de la construcción naval


Retablo realizado con piezas de cerámica policromada pintadas a mano, que muestra diversas embarcaciones portuguesas de los siglos XV y XVI con su correspondiente nombre en la parte superior. Conservado en el museo Marítimo de Lisboa.

Paralelamente al desarrollo de las carabelas, se produjo en Portugal un notable incremento de la construcción naval. Los carpinteros de ribera portugueses pronto adquirieron fama por la exquisita  manufactura de sus barcos y por la alta resistencia de éstos a los temporales. No sólo construían carabelas, sino también naos y galeras, que pronto fueron muy apreciadas por los venecianos, genoveses y catalanes, sus principales clientes. Todo ello transcurría en una época de intensa actividad naval en el Mediterráneo occidental, lo que, debido a la gran variedad de influencias, sobre todo la árabe, generó una enorme diversificación de embarcaciones. Las carracas fueron una creación portuguesa que se desarrolló como fusión de algunas características de las naves del norte de Europa con las naos de gran porte de mediados del siglo XV. Las carracas, dotadas de altos castillos a proa y a popa, se armaban con gran cantidad de cañones, lo que las convertía en naves temibles, aunque poco marineras. Otra nave muy notable fue la tarida veneciana, la embarcación que relevó durante un tiempo a la nao en la navegación de altura. La tarida era muy ancha de manga y, por tanto, de gran capacidad, por lo que se usó militarmente para transportar soldados, caballos y toda clase de impedimenta. Las taridas se propulsaban a vela, pero también se ayudaban de remos en las calmas y en las maniobras de puerto. Algunas veces iban remolcadas por galeras. Se mantuvieron en activo hasta el siglo XV, cuando la nao, principalmente, las desplazó de forma definitiva. Otra nave de gran importancia militar fue el leño, desarrollado a partir del lembos griego, una nave de transporte con velas latinas que, al igual que la tarida, incorporaba algunos remos. En Cataluña, el rey Jaime I había empleado taridas, galeras y leños para la conquista de Mallorca en el siglo XIII, lo que indica que estas naves eran muy utilizadas al final de la Edad Media, cuando las carabelas y las naos adquirieron su gran protagonismo. Las naos dedicadas al comercio en el Mediterráneo estaban tripuladas por marinos profesionales, quienes se encargaban de las labores de navegación y maniobras; sin embargo, en muchas ocasiones, también se embarcaban mercaderes, que a veces eran los mismos propietarios o bien los que habían fletado la nave para sus negocios: muchos de ellos habían alcanzado gran destreza en las artes marineras. Las naves venecianas solían navegar en convoyes de cinco a ocho naos.

La nao, el germen del gran barco de vela


Maqueta de la nao Santa María, la capitana de Cristóbal Colón en su primer viaje, con 23,60 m de eslora y una superficie vélica de 515 m2

Mientras Portugal utilizaba las carabelas para sus campañas en el norte de África contra los musulmanes, como la toma de Ceuta en 1415, en el resto del Mediterráneo la nao se consolidó como barco mercante, mucho más capaz que las galeras debido a la ausencia de remos. El término nao se afianzó en la península Ibérica durante el siglo XV, aunque tuvo significados diversos en el resto de los países mediterráneos. Durante ese siglo, la nao mediterránea evolucionó de forma significativa desde el modelo medieval que había imperado en el siglo XIII. Éste tenía un solo palo, colocado en el centro de la embarcación, y una verga de longitud casi igual a la quilla, en la que se largaba una vela de notables dimensiones.
Durante el final de la Edad Media, se aplicó a las dimensiones del casco la regla denominada del "as, dos, tres", que relacionaba la manga, la longitud de la quilla y la eslora en cubierta del siguiente modo: a cada codo de manga le correspondían dos de quilla y tres de eslora de cubierta. Esta regla también se aplicaba en la cuaderna maestra implicando al puntal: a cada codo de puntal, dos de manga y tres de quilla. Esta forma de medir y de calcular las dimensiones proporcionales de los barcos fue un desarrollo portugués y español y tuvo una trascendencia fundamental en la evolución de la navegación europea occidental, siendo utilizada habitualmente por lo menos hasta el siglo XVIII. Siguiendo estos mismos conceptos en cuanto a dimensiones, en el siglo XIV aparecieron las naos de dos palos, con una mayor cuadra y una mesana latina. Este tipo de nao aparece representada por primera vez en la famosa carta náutica de los hermanos Pizzigani de 1367, y fue casi exclusiva del Mediterráneo. Se dispone de una excelente referencia de este tipo de buque en la famosa (Nao de Mataró) o (Coca de Mataró), un modelo de 1450 realizado con gran maestría y que se encontró como exvoto en la ermita de Sant Simón, en Mataró, localidad del litoral catalán cerca de Barcelona.
A mediados del siglo XV, en el norte de Europa apenas se conoció la nao de dos palos, ya que los barcos pasaron directamente de un palo a tres, configuración que permitía un mejor reparto del velamen en condiciones climáticas muy duras. En un manuscrito de lord Hastings, de 1450, aparecen representadas naos de tres palos con trinquete, mayor, cuadras y mesana latina. También aparece una nao de tres palos en un sello de Louis de Bourbon de 1466, y existen representaciones gráficas de naos de tres y cuatro palos en dos relieves del monasterio de Helsingör, datadas hacia 1430. Esta configuración (trinquete y mayor con velas cuadras y el palo de mesana con vela latina) se asentó en todas las naves de mediano a gran porte y fue el aparejo básico con el que se desarrollaron los grandes barcos oceánicos y de guerra durante los tres siglos siguientes.

La influencia de las técnicas del norte de Europa en el Mediterráneo


Grabado que muestra una carabela de cuatro palos con el trinquete redondo. Las carabelas rara vez llegaron a arbolar cuatro palos

Los navegantes mediterráneos conocieron las cocas nórdicas en 1304, cuando varias de ellas, procedentes de Bayona, atravesaron el estrecho de Gibraltar para ejercer la piratería por todo el Mediterráneo occidental. El conocimiento de estas naves fue un hecho histórico de gran trascendencia para los carpinteros de ribera mediterráneos, pues les permitió, aparte de conocer el timón axial, que pronto copiaron, entrar en contacto con los sistemas de construcción y el aparejo de los norteños. El mestizaje fue inmediato, ya que los genoveses, venecianos y catalanes que dominaban las artes de construcción naval en la zona mediterránea, estaban muy interesados en aumentar la capacidad de comercio con barcos que les permitieran llegar más lejos y establecer nuevas conexiones para el intercambio y venta de distintos productos; así, a la vez, aumentaban también su poder militar naval, aprendiendo de los sólidos marineros buques del norte de Europa. Con las nuevas técnicas se llevaron a cabo viajes con un grado de seguridad mucho mayor y con una reducción notable de los gastos.

Notables diferencias entre las cocas y las naos


Detalle de la jarcia del palo mayor en una reproducción de la coca de Mataró, un modelo fidedigno de las naos de la primera mitad del siglo XV.

Aparte del timón axial, la construcción con el sistema de tingladillo fue la principal característica diferencial de los barcos construidos en el norte de Europa con relación a los mediterráneos. La tablazón del forro de estos barcos se montaba con el tradicional sistema de colocar las tablas unas a continuación de las otras unidas por sus extremos. Sin embargo, había otras diferencias notables: las cocas del norte tenían la vela cuadra en un palo colocado verticalmente, sin inclinación, con la cofa redonda y relativamente baja, mientras que las naos tenían el palo ligeramente caído a proa, con la cofa en forma de cesto alargado por la cara de popa del palo, y una única vela latina. Asimismo, las naves del norte tenían iguales arrufos a proa y a popa, y la roda con un notable lanzamiento, al contrario de las mediterráneas, que presentaban casi todo el arrufo a popa y la roda prácticamente no tenía lanzamiento. Los castillos de proa de las cocas nórdicas eran grandes y en ocasiones tan altos como el de popa; sin embargo, en las naos, el castillo de proa era muy pequeño y, a veces, inexistente.
Así estaban definidas las distintas tendencias a principios del siglo XIV. La incorporación de la artillería en los barcos fue una de las causas de que la fusión entre los distintos conceptos constructivos se acelerara en el siglo XV, época en que en el norte de Europa sufrieron nuevos avances, como las velas con rizos y los castillos (concebidos como superestructuras unidas al casco formando parte intrínseca de él y no simplemente superpuestos). Estos castillos fueron aumentando de tamaño, ya que estaban destinados, fundamentalmente, a albergar más unidades de piezas artilleras a medida que aumentaba la rivalidad en el mar. Las vergas que sostenían las velas eran ya de una sola pieza, lo que les daba mayor robustez y facilidad de maniobra. En el Mediterráneo, en lugar de rizos aparecieron las bonetas, que eran unas piezas de tejido que se largaban cuando hacía ventolina y se retiraban cuando arreciaba, mientras que las vergas y las entenas de las velas latinas continuaron siendo de dos piezas. A finales del siglo XV, se fusionaron las características del norte y del sur europeos; de ello resultó el tipo de nao antecesora del galeón y del navío, los barcos protagonistas de la era de la colonización ultramarina que estaba a punto de iniciarse por parte de España y Portugal.





martes, 7 de febrero de 2012

La Baja Edad Media


Combate naval en aguas de Constantinopla que enfrentó a los genoveses con una alianza de catalanes, venecianos y bizantinos, en 1352.

Durante la Baja Edad Media, periodo que abarca desde el siglo X al XV, la navegación se desarrolló de forma muy diversa en el norte de Europa y en el Mediterráneo. En el norte, la vela desplazó casi totalmente al remo, y los knorr vikingos evolucionaron hacia la "coca" mercante, que llegó a su máxima expresión con la Liga Hanseática; sus naves de guerra fueron utilizadas básicamente para el transporte de tropas; esto fue así hasta la aparición de las armas de fuego.
En el Mediterráneo, donde el remo siguió siendo protagonista en la guerra naval, aparecieron tres zonas de influencia: la latina, con las ciudades-estado italianas rivalizando entre sí, y con el reino catalano-aragonés; la bizantina, en franca decadencia, y la islámica, con el poder turco en expansión.
Tras la época de esplendor de la navegación vikinga y del desarrollo de marinas de guerra, como la de Inglaterra, los países ribereños del mar del Norte y del Báltico aprovecharon la estabilidad de finales del siglo X para iniciar una intensa actividad comercial basada en el transporte marítimo. En el sur de Europa, el Imperio bizantino y los emergentes estados italianos, constantemente amenazados por la expansión islámica, siguieron construyendo y desarrollando tanto galeras de guerra como embarcaciones comerciales, luchando por su superioridad en el Mediterráneo.

Las naves de guerra del norte de Europa


Ilustración perteneciente a un manuscrito francés que muestra el sitio de Constantinopla por los turcos antes de su caída en 1453.

La evolución de los barcos en el norte de Europa fue muy significativa y de suma importancia en su aplicación militar para la Marina. Las primeras referencias a las naves de este periodo se encuentran en los numerosos sellos de ciudades portuarias como La Rochelle, Lübeck, Poole, Winchelsea, Hastings y Sandwick. Si se observan con detalle, se aprecia una transición hacia formas propias, nunca vistas hasta entonces: en los barcos de La Rochelle y Lübeck todavía se distingue el clásico casco vikingo de formas alargadas pero sin ninguna superestructura; sin embargo, en las imágenes de los sellos de otros puertos aparecen los primeros castillos para los combatientes. En el tope del palo se aprecian las primeras cofas, que servían de puesto de vigía y para situar un par de arqueros si convenía.
En los barcos de Winchelsea y Hastings, los baos de la cubierta asomaban por el forro lateral como en las naves mediterráneas. El timón todavía era de espadilla en la aleta de estribor, y las velas de algunas naves, como las representadas en los sellos de Hastings y La Rochelle, llevaban rizos para poder reducir su superficie en plena navegación.
Estas naves, eminentemente guerreras, fueron evolucionando: los castillos se colocaban más a proa y más a popa, al tiempo que se iban transformando progresivamente en auténticas fortalezas; el objetivo de éstas era proteger a los guerreros en el caso de eventuales ataques, más que servirles para atacar a otras naves; este tipo de estrategia no se practicaba durante la época medieval en la Europa nórdica.
Los barcos eran usados como fortalezas flotantes, y a los castillos se les llamó así por la sencilla razón de que imitaban las características fortalezas terrestres. Desde el punto de vista militar, el castillo de sólidos muros de piedra era la base de la estructura defensiva de la Europa medieval, por lo que, consecuentemente, esta forma apareció reflejada en los barcos de guerra de la época.
Al trasladar este tipo de construcción a las primeras naves que se construyeron, los carpinteros de ribera se encontraron con que debían resolver el problema de compaginar la estabilidad del barco y su maniobrabilidad con su solidez defensiva, debido a las exigencias del tamaño de estas superestructuras que, cada vez mayores, encargaban los señores feudales para sus flotas.
De este modo, en la Europa del norte, los barcos militares fueron perdiendo la capacidad marinera de sus ancestros vikingos, de forma similar a lo que ocurrió con la caballería. Las protecciones de los caballeros, enfundados en pesadas armaduras, les hacían perder gran parte de la agilidad que distinguía a la caballería de la época romana. A causa del exceso de impedimenta, estos barcos de guerra se desestabilizaban con frecuencia y, debido a ello, sufrieron numerosos naufragios por vuelco, algo que rara vez había ocurrido anteriormente. Estas circunstancias preocupaban mucho a los marinos y, por ello, en las crónicas de la época se narra este tipo de accidentes de forma cada vez más frecuente. Con cascos tan alterosos, la capacidad para la navegación de altura disminuyó de forma preocupante. Los barcos no podían prácticamente navegar de bolina, y con un viento y oleaje medianamente intenso veían seriamente comprometida su estabilidad. Este detalle técnico es importante para entender la posterior evolución del barco de guerra durante la época del Renacimiento.

Las Cruzadas: el contacto con Oriente



Mapa medieval de la ciudad de Constantinopla, capital de Bizancio, hacia 1300.

En el Mediterráneo, el Imperio bizantino llegó a su máximo esplendor con el emperador Basilio II. En 1025, después de su muerte, Bizancio comenzó su decadencia, acosado por sus numerosos enemigos: por el norte, los varegos (vikingos que se habían asentado en Rusia), por el oeste, los longobardos, y por el este y el sur, los musulmanes. De hecho, la presión musulmana sobre Bizancio se fue incrementando a medida que aumentaba el poder de los turcos selyúcidas (los posteriores fundadores del Imperio otomano).
En 1054, ocurrió otro hecho trascendental en Europa: el enfrentamiento filosófico y cultural entre latinos y bizantinos culminó en un cisma religioso entre la Iglesia de occidente, con sede en Roma, y la de oriente, con sede en Constantinopla. Esta circunstancia corría paralela a la rivalidad política y comercial que mantenían con Bizancio las potencias emergentes del Mediterráneo Occidental: las ciudades-estado italianas, principalmente Génova y Venecia, el reino catalano-aragonés y los propios Estados Pontificios. Uno de los hechos militares más significativos de la Baja Edad Media fueron las Cruzadas. A partir del siglo XI, la expansión del Islam tuvo en la dinastía de los turcos selyúcidas su principal valedor. El avance turco contra Bizancio provocó la caída de Jerusalén en 1070; un año más tarde, se produjo la batalla de Manzikert, en la que los selyúcidas derrotaron a los bizantinos, arrebatándoles después la mayor parte de Asia Menor e instalándose a orillas del Bósforo, a escasos kilómetros de la capital, Constantinopla.
La caída de la Ciudad Santa en poder del Islam causó una gran conmoción en el mundo cristiano; el papa Urbano II hizo un llamamiento para acudir a liberar los santos lugares de los musulmanes. El resultado de esta petición fue la Primera Cruzada, que se organizó en 1099. Fueron muchos los caballeros que se enrolaron bajo el mando de Godofredo de Bouillon, duque de la Baja Lorena (Países Bajos), para viajar a Palestina. Los barcos que los transportaban precisaron, al entrar en el Mediterráneo, de la ayuda de las galeras de Pisa, Génova y Venecia, ciudades-estados con un poder marítimo y militar cada vez más influyente.

El enriquecedor contacto naval


Ilustración de la Crónica del Imperio de Jerusalén de 1467, que muestra a los cruzados de Godofredo de Bouillon embarcándose para viajar a Palestina. El miniaturista flamenco Guillermo Vrelant, que trabajaba para el duque de Borgoña, Philippe le Bon, es el autor de todas las ilustraciones del libro.

Estos hechos significaron un primer contacto, después de las incursiones vikingas, de los barcos del norte de Europa con los del sur. Este intercambio originó modificaciones en la forma de construir los buques en ambas zonas. En occidente, el timón todavía consistía en una espadilla en la aleta de estribor; sin embargo después de conocer las naves de Oriente, a finales del siglo XII, apareció la gran revolución del timón axial. Este timón, articulado al codaste, obligó a efectuar cambios en el diseño de la forma de las extremidades de proa y de popa, que dejaron de ser simétricas, como era obligado en los barcos vikingos. Desapareció, pues, el concepto de las dos rodas (la de proa y la de popa) y apareció el codaste a popa, sobre el que iba montada la pala del timón. A partir de entonces, el término "roda" sólo se aplicaría al extremo de la proa. Con el timón axial no sólo se reformaron las rodas, sino también las formas de la popa. Éstas tuvieron que cambiarse con la finalidad de dar más aguas al timón para su correcto funcionamiento. En este sentido, las tablas de la popa se curvaron hacia el codaste, dando forma a lo que se denominó (popa redonda), uno de los aspectos fundamentales del casco de las embarcaciones que surgieron en la época: las naos. Estas popas redondas siguieron construyéndose hasta el siglo XVI, cuando se adoptó la forma plana o de espejo, dicha forma apareció por vez primera en las carabelas.

Las tres primeras Cruzadas


Grabado del siglo XIX que muestra la llegada de la flota cruzada a Constantinopla, con el objetivo de destronar al emperador y coronar a Alejo IV.

La primera Cruzada se organizó en un momento en que el Mediterráneo vivía una época convulsa e inestable, debido, principalmente, a la presión de la expansión musulmana y a la feroz rivalidad entre Bizancio, los países latinos y los de la Europa occidental. El cisma de 1054, con un trasfondo político y social, puso en evidencia la escisión entre dos formas de entender el mundo; dicha ruptura se había estado gestando desde la segunda mitad del Imperio Romano, y se había afianzado tras su caída y la formación de los reinos europeos occidentales.
En su obligado contacto con el expansionismo del Islam, Bizancio había creado lazos diplomáticos, principalmente con los turcos; la irrupción de las Cruzadas, con su filosofía conquistadora y feudal, fue vista con frialdad y distancia, y no hizo más que incrementar la separación entre el mundo latino y el bizantino. A este hecho hay que añadir la rivalidad comercial que se había establecido entre los bizantinos y los comerciantes del oeste del Mediterráneo: venecianos, genoveses, amalfitanos y catalanes, cuyos intereses eran la causa principal que les impulsaba a apoyar las Cruzadas.
Por todo ello, el fenómeno de las Cruzadas fue visto por los bizantinos como una intromisión latina, que actuaba por interés propio y claramente en contra de la hegemonía de Constantinopla. Las tres primeras Cruzadas atravesaron las tierras de Bizancio sin apenas conflictos, pese a que los cruzados estaban obligados a someter los territorios conquistados para su emperador, orden que ejecutaban a regañadientes de forma evidente. Cumplieron sus objetivos de forma desigual: la primera Cruzada, de 1096 a 1099, logró la conquista de la Ciudad Santa, y se creó el Reino de Jerusalén, de marcado carácter feudal; sin embargo, en esta expedición también se produjeron diversos desastres militares. La segunda Cruzada, en la que participaron el rey Luis VII de Francia y el emperador germánico Conrado III, se organizó en 1146; en ella se produjeron graves desavenencias entre las tropas francesas, germánicas y bizantinas, que acabaron en un desastre militar que provocó la desprotección del Reino de Jerusalén, formado por Palestina y parte del desierto del Negev hasta Aqaba. La tercera Cruzada se inició, precisamente, debido a la caída de Jerusalén en 1187 en manos del ejército de Saladino, lugarteniente del sultán Nur ad-Din. Perder de nuevo la Ciudad Santa conmocionó al mundo cristiano; el papa Gregorio VIII convocó esta tercera Cruzada, que contó con la entusiástica respuesta de la monarquía occidental: Ricardo I Corazón de León, por Inglaterra, Felipe II de Francia y el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico I Barbarroja. Los cruzados ingleses y franceses viajaron por mar, en una expedición de complicada logística, y lograron tomar Acre, en la costa de Palestina, el 13 de julio de 1191 tras una terrible matanza protagonizada por el ejército de Ricardo Corazón de León. La expedición germánica fue desafortunada: el emperador Barbarroja murió de un síncope tras bañarse en un río de aguas gélidas y sus hombres se disgregaron, llegando a Antioquía tan sólo un pequeño grupo. Felipe II de Francia regresó a su país y Ricardo quedó al mando de la Cruzada. Llegó a las puertas de Jerusalén, pero, con el ejército diezmado, pactó con Saladino una tregua que permitiera la libre circulación de peregrinos por la ciudad. Ricardo regresó a Inglaterra y murió en 1199. La situación de los reinos francos mediterráneos quedó seriamente amenazada. La tercera Cruzada concluyó en 1192 sin resultados militares concluyentes y con un gran derramamiento de sangre.

La cuarta Cruzada: cristianos contra cristianos


Óleo del siglo XIX, de autor desconocido, que representa la entrada de los cruzados en Constantinopla, el 12 de abril de 1204.

Tras casi siete años de calma, durante los cuales los estados francos se habían convertido en auténticas colonias comerciales italianas, el papa Inocencio III, obedeciendo sin duda a las presiones de éstos, en 1199 organizó una nueva Cruzada. La estrategia que había planeadoera atacar a los musulmanes desde Egipto, donde éstos eran más débiles, y luego entrar en Palestina. El llamamiento fue secundado por unos cuantos nobles franceses, quienes organizaron una expedición a la que se adhirieron algunos italianos y alemanes. Una flota veneciana fue preparada para transportar 4.500 caballeros con sus respectivos caballos y 9.000 infantes. La expedición partió el 24 de junio de 1201 y los venecianos se encargaron de la logística, que incluía unas 50 galeras de combate para proteger el enorme convoy. Las dificultades comenzaron cuando los cruzados no pudieron afrontar el coste de los fletes, que ascendía a 85.000 marcos. Pagaron a los venecianos 50.000 marcos y el jefe de la cruzada, Bonifacio de Montferrato, pactó con el dux de Venecia, Enrico Dandolo, la conquista de Zara, ciudad veneciana de la costa dálmata, que había sido ocupada por los húngaros a cambio de los 35.000 marcos restantes. Finalmente, partieron de Venecia el 10 de noviembre y, dos días después, Zara fue tomada y destruida; los húngaros, recién convertidos al cristianismo, fueron masacrados. El papa se indegnó y excomulgó a los cruzados, pero éstos hicieron caso omiso. En lugar de dirigirse a Egipto, viajaron a Constantinopla para intervenir en las luchas de la familia imperial de los Ángelos. Alejo IV Ángelo, pretendiente al trono, prometió a los cruzados 35.000 marcos y un ejército de 10.000 hombres para proseguir la Cruzada si éstos le ayudaban a deponer al emperador Alejo III Ángelo. Desde Corfú, donde la flota cruzada estaba concentrada tras la toma de Zara, los cruzados navegaron hasta Constantinopla. Derrocaron a Alejo III, y subió al trono Alejo IV, que fue coronado en agosto del año 1203. Las tropas permanecieron en la ciudad a la espera de que éste les pagara lo acordado. Como el emperador se retrasaba en el pago, los cruzados, que eran cada vez más despreciados por la población, decidieron destronarlo e instaurar el Imperio Latino en Bizancio. El 2 de abril de 1204, los jefes cruzados autorizaron a sus soldados para que se lanzaran al pillaje. El saqueo de Constantinopla fue terrible y de consecuencias funestas; el papa se escandalizó y condenó de nuevo la Cruzada, pero los caballeros cruzados se repartieron el imperio y coronaron a Balduino de Flandes como emperador. El botín que consiguieron los cruzados con el saqueo fue inmenso: expoliaron muchas obras del arte bizantino y robaron las arcas imperiales. Establecieron un sistema de gobierno feudal que destruyó la meticulosa y efectiva organización heredada de los tiempos del Imperio romano. La cuarta Cruzada no hizo sino empeorar la situación de los estados francos de Palestina: por un lado, les privó de refuerzos militares y, por otro, provocó la emigración de muchos cruzados y nobles, que abandonaron las colinas costeras atraídos por las posibilidades de la nueva Constantinopla.

La Liga Hanseática


Dibujo a lápiz del edificio Steel Yard, a orillas del Támesis, sede de la Liga Hanseática en Londres.

Mientras las ciudades del Mediterráneo se veían afectadas por las Cruzadas y la presión del Islam, en el norte de Europa la estabilidad política contribuyó al florecimiento del comercio. Este periodo de tranquilidad culminó, a comienzos del siglo XIII, con la eclosión de las ciudades mercantiles germanas, que, aprovechando los veintitrés años (de 1250 a 1273) en que no hubo emperador en el Sacro Imperio Romano Germánico, se asociaron para defenderse de la creciente piratería y para incrementar el comercio. Se creó así la Liga Hanseática (de hansa "liga" en alemán antiguo), que fue una compleja asociación político-comercial centralizada en la ciudad de Lübeck.
Se creó una gran inestabilidad política a causa del fallido intento de Federico II de Hohenstaufen de reconstruir en el norte de Europa un imperio opuesto al Papa, al rey de Francia y a su sobrino Carlos de Anjou. Alarmados por dicho clima, los mercaderes de Gotland convocaron a treinta ciudades para fundar la Liga. Al poco tiempo, ésta monopolizó el comercio en casi todos los puertos del mar del Norte y del Báltico. La organización estaba dirigida por una junta compuesta por representantes de todas las ciudades que formaban parte de la Liga y, desde el comienzo, se establecieron acuerdos de mutua protección entre sus miembros.
La Liga adquirió una enorme influencia y, en 1293, ya dominaba el comercio europeo desde los puertos rusos hasta los del norte de Francia, creando una vasta red de establecimientos que iba más allá de los puertos, con sucursales en toda Europa: Londres, Brujas, Génova o Venecia, y en zonas tan lejanas como la ciudad rusa de Novgorod. Las rutas más importantes para este comercio aprovechaban los viajes hacia el oeste de Europa, que era abastecido de grano por los mercaderes alemanes, quienes, a su vez, lo obtenían de Polonia; al mismo tiempo, comerciaban con madera de Rusia y los arenques del sur de Suecia. De vuelta hacia el este, los barcos transportaban telas flamencas, vino francés y sal marina bretona, esta última muy apreciada y necesaria para la creciente industria de salazón de pescado. También se comerciaba con plata alemana, lana inglesa, hierro y cobre sueco, pieles rusas, bacalao y aceite de ballena noruegos, arenques y otras salazones del Báltico. Todas estas actividades comerciales se combinaban perfectamente, por lo que, en un principio, se utilizaron diversos tipos de naves; sin embargo, poco después se generó un barco más especializado, humilde pero tremendamente sólido y eficaz, que se impuso y marcó un hito en la historia de la arquitectura naval de todo el mundo: la coca o cog.

La "coca" hanseática


Ilustración miniada de 1497 que representa la actividad comercial del puerto hanseático de Hamburgo. Archivo Estatal de Hamburgo.

Las primeras representaciones de cocas hanseáticas se encuentran en los sellos de Elbing Wimar y Harderwijk, y datan de mediados del siglo XIII, aproximadamente. El detalle más destacado del aspecto externo de las cocas respecto a las naves vikingas es su roda recta en contraste con la curvada. El ángulo de la roda de las cocas es aproximadamente de unos 50º respecto a la horizontal, y su quilla es recta. El codaste, a su vez, está situado a 75º de inclinación respecto a la superficie del mar y soporta un timón axial totalmente evolucionado, cuya caña se proyecta en el interior del castillo de popa o en la cubierta de éste. Las cocas solían tener una eslora de 25 a 30 metros, una manga de 6 a 7,20 m y un calado de 2,5 a 3 m: su superficie vélica alcanzaba por término medio los 185 m2. Para la jarcia se empleaba cabullería de cáñamo.
Las cocas eran barcos muy sólidos, que navegaban con fiabilidad incluso con mal tiempo. Su elevado francobordo (el más alto de los construidos hasta la época) les permitía aguantar los embates del oleaje y navegaban perfectamente con el viento de través; para ello, incorporaban bolinas en la vela cuadra para halar la relinga de barlovento y evitar que la vela flameara en exceso.
Las cocas de la Liga hanseática se construían siguiendo el método de tigladillo tradicional en el norte de Europa. Las cabezas de los baos asomaban por los costados, y los castillos de proa y de popa estaban incorporados a la estructura del casco. Con el tiempo, el castillo de proa se fue haciendo cada vez más puntiagudo y empezó a sobresalir más allá de la roda, lo que obligó a añadir un botalón móvil. A finales del siglo XIII, apareció la serviola en el ancla, un robusto pescante de madera que sobresalía simétricamente por cada lado, fuera de la borda y cerca de las amuradas, y que servía para elevar el ancla; de este modo, ésta quedaba dispuesta para ser fondeada de nuevo o para ser estibada durante la navegación.
Las cocas también eran muy utilizadas para transportar caballos y tropas, que podían intervenir en escaramuzas y combates si era necesario. Aunque en el norte de Europa la mayoría de los enfrentamientos se resolvían con el abordaje directo, la solidez de estos castillos facilitaba la disposición de numerosos arqueros y tropas. Estos soldados permitían una mejor defensa contra los ataques de los piratas, a los que tampoco les era fácil asaltar la elevada cubierta superior de las cocas.

La crisis de la Baja Edad Media y la peste negra


Ilustración medieval que muestra uno de los momentos de la batalla de La Enclusa en la ciudad flamenca del mismo nombre.

Desde un punto de vista político y social, durante los siglos XIV y XV Europa occidental vivió una extraordinaria crisis. Este periodo se caracterizó por una sensible recesión demográfica y económica que produjo graves agitaciones sociales y una gran tensión internacional. A finales del siglo XIII, hubo un grave problema de abastecimiento agrario, que se vio agravado por una epidemia de peste negra que se inició en 1347 y envió a la tumba a unos 25 millones de personas, cerca de un tercio de la población del continente. Los historiadores son de la opinión de que la peste llegó a Europa por la ruta de Crimea, donde la colonia genovesa de Kaffa (actual Teodosia) fue asediada por los mongoles, portadores de la enfermedad. Los colonos refugiados de Kaffa trasladaron la peste a los puertos mediterráneos, principalmente Messina, Génova y Venecia. Las autoridades de estas ciudades no sabían qué hacer cuando los barcos arribaban con centenares de muertos (se cuentan casos de buques a la deriva con toda la tripulación muerta), y empezaron a dictarse normas de cuarentena que no sirvieron de nada, pues la epidemia la transmitían las ratas negras. Desde Italia, la peste se extendió por Europa afectando a Francia y a los reinos de Aragón y Castilla; en junio de 1348, llegó a Inglaterra, Alemania y Escandinavia, y al noroeste de Rusia a mediados de 1351. La epidemia empeoró cuando se fueron exterminando los gatos, pues se creía que eran transmisores de la enfermedad. En cuanto se descubrió que era la rata negra la causante de la epidemia, se volvieron a criar gatos, que se embarcaban como preciosos tripulantes. Las dimensiones de la catástrofe llevaron a la convicción de que la peste era un castigo divino por los pecados de la humanidad, y se produjo una crisis de fe religiosa. Como la mayoría de los infectados eran pobres que vivían en precarias condiciones de higiene y nutrición, comenzaron las agitaciones sociales, con numerosos asaltos a los castillos feudales y a las iglesias. Se buscaron culpables y víctimas para calmar la ira divina. Los judíos fueron acusados de contaminar los pozos y se desencadenó una ola de violencia contra ellos. También se exterminaron muchos leprosos y otros enfermos sospechosos de propagar la enfermedad. Se desconfiaba de todos los extranjeros, así que las ciudades y las aldeas cerraron sus murallas para protegerse de la enfermedad, y en los puertos, las normas de cuarentena se cumplían a sangre. Durante medio siglo, la peste se constituyó en una epidemia endémica que se reactivaba cada cuatro o cinco años, hasta que remitió y desapareció hacia mediados del siglo XV.
En este contexto, el bloqueo económico y el retroceso demográfico repercutieron gravemente en la sociedad feudal. Ante el imparable descenso de sus rentas, los nobles incrementaron la presión sobre el campesinado, provocando su sobre explotación; por otra parte, decidieron unirse a las empresas bélicas de las monarquías con la intención de convertir la guerra en un medio para asegurar su amenazada posición dominante y, en última instancia, intentaron el asalto a las instituciones del Estado. Durante el primer tercio del siglo XIV, después del periodo de bonanza que había dado pie a la creación de la Liga Hanseática, la guerra reapareció con fuerza en Europa. Las monarquías occidentales combatieron entre sí: los reinos de Francia e Inglaterra iniciaron un enfrentamiento bélico de dimensiones europeas que se conoce como la guerra de los Cien Años. Los reinos ibéricos alternaron las luchas dinástico-territoriales en la Península y el enfrentamiento contra los musulmanes en la batalla del Estrecho, además de su decisiva participación en el conflicto anglo-francés. Por último, la corona catalano-aragonesa prosiguió su expansión en el Mediterráneo, iniciada en el siglo XIII.

La guerra de los Cien Años


Naves de la Armada francesa de la época de la guerra de los Cien Años. Ilustración de un libro miniado medieval.

Al morir Carlos IV en Francia, Eduardo III de Inglaterra reivindicó el trono francés en contra del sucesor, Felipe VI de Valois. Ésta fue una de las causas del duro conflicto que enfrentó a Inglaterra y Francia en la que se denominó guerra de los Cien Años (en realidad fueron 116 años, de 1337 a 1453), y que, junto con la peste negra, asolaron Europa y culminaron la gran crisis de la Baja Edad Media. Hubo muchas más causas para la guerra además de la lucha por el trono; se sumaron al conflicto el control de los extensos territorios que la nobleza inglesa tenía en Francia, así como la rivalidad entre ambos países, que se remontaba al ascenso de Guillermo de Normandía al trono de Francia en 1066. La dinastía normanda inglesa había logrado crear una gran nación, pero los reyes normandos eran considerados por los reyes de Francia como vasallos. La hostilidad anglo-francesa se agudizó por culpa de varios conflictos periféricos, como el apoyo francés a Escocia contra la hegemonía inglesa y el control del estratégico ducado de Bretaña.
Sin embargo, la chispa del conficto se encendió en Flandes, que vivía una contradicción: por una parte, dependía económicamente de la importaciones de lana inglesa para su manufactura textil, la más importante del país, y, por otra, estaba subordinada a la Corona francesa. Esta circunstancia generó una profunda división entre los flamencos: la nobleza era profrancesa, mientras que la burguesía industrial era proinglesa. En algunas ciudades flamencas se produjo una rebelión que fue sometida en 1328. En 1336, el conde de Flandes Luis de Nevers y Felipe VI de Francia, se aliaron en perjuicio de los intereses textiles ingleses. A ello respondió el rey inglés Eduardo III con el embargo de las exportaciones de lana inglesa a Flandes, arruinando a los artesanos textiles. Un año después, Felipe VI se anexionó Gascuña. Fue entonces cuando Eduardo III reclamó el trono de Francia. De este modo, la única oportunidad que tenía Inglaterra de recuperar el territorio era que Eduardo III fuera reclamado rey de Francia, y así fue como estalló la guerra.

La batalla de La Enclusa

Al principio se produjeron algunas escaramuzas, hasta que, en 1339, los flamencos se rebelaron contra el conde francés y reclamaron la presencia del monarca inglés. Eduardo III desembarcó en Flandes y se proclamó rey de Inglaterra y Francia. Felipe VI sabía que Eduardo III planeaba una gran invasión, ya que había reunido una flota de unos 200 buques que comandaba personalmente. El monarca francés reunió unos 190 barcos y puso al mando al almirante Hue Quiéret y al condestable Nicolás Béhuchet. Una buena parte de la flota francesa estaba formada por galeras genovesas que navegaban bajo el mando de Egidio Boccanegra, también llamado Barbanegra (al que no se debe confundir con el pirata del siglo XVII), con una fuerte dotación de expertos arqueros y ballesteros. La flota inglesa zarpó el 22 de junio de 1340 del puerto de Orwell, a orillas del Támesis, y se dirigió hacia la costa sur de Flandes, donde se le unieron otros 50 navíos. La tarde del 23 de junio, la flota inglesa fondeó en Blankenberge, puerto flamenco situado a 25 millas al suroeste de la rada de La Enclusa (Sluys en flamenco), un brazo de mar situado a 20 millas de La Haya siguiendo la línea de la costa. Los espías ingleses informaron que dentro de la ensenada de La Enclusa había una gran flota francesa. Pese a que Boccanegra aconsejó a Quiéret zarpar a mar abierto para no caer en una encerrona, los barcos franceses formaron tres líneas paralelas, con los barcos amarrados entre sí y los mayores en vanguardia. Al amanecer del día 24, la flota inglesa irrumpió en la bahia de Sluys y se colocó a barlovento con el sol a sus espaldas. Eduardo III ordenó dos líneas y arriar las velas, con lo que consiguió que el sol deslumbrara a los franceses. La primera línea de buques ingleses atacó a los franceses, al tiempo que la segunda línea de dividía en dos secciones, que envolvieron las líneas francesas de retaguardia. La batalla se convirtió en un frenesí de abordajes, mientras los barcos aún distantes, se lanzaban lluvias de flechas. La lucha fue durísima y se prolongó durante todo el día hasta el amanecer del siguiente. La batalla terminó con la destrucción total de la flota francesa y un escalofriante recuento de víctimas: entre 20.000 y 30.000 soldados franceses. De las pérdidas inglesas no hay datos fehacientes. Las fuentes inglesas señalan que Hue Quiéret murió en combate, mientras que Béhuchet fue colgado del palo mayor por orden del rey Eduardo III. Egidio Boccanegra consiguió escapar, no sin haber capturado antes dos buques ingleses que transportaban oro y plata para financiar la campaña terrestre en el continente.
La destrucción de las fuerzas francesas en La Enclusa debilitó al ejército de Felipe VI, que sufrió las posteriores derrotas de Crecy, en 1346, Burdeos, en 1355, y Poitiers, en 1356, donde el sucesor de Felipe VI, Juan II el Bueno fue capturado. En 1360, Francia se vio obligada a firmar el Tratado de Brétigny, que cedía a Eduardo III todas las tierras que exigía, ecepto el ducado de Normandía. Juan el Bueno falleció en 1364, sucediéndole en el trono Carlos V, quien, en 1369, retomó la guerra. En 1372, gracias a la alianza con la Corona de Castilla, la flota inglesa fue destruida en La Rochelle; esta circunstancia permitió a Carlos V planear asaltos a numerosos puertos entre 1377 y 1380, año en que el almirante mayor de Castilla, Fernando Sánchez de Tovar, remontó el Támesis hasta Gravesend, muy cerca de Londres, , junto a la flota francesa comandada por Jean de Vienne. La situación dio un giro radical a favor de Francia, que fue recuperando sus territorios y logró una importante victoria en la batalla de Patay, con el liderazgo de Juana de Arco. En 1449, los franceses recuperaron Normandía y Guyena. En 1453, tras la pérdida de Aquitania por parte de Inglaterra, la guerra finalizó con la victoria de los franceses. Inglaterra tan sólo conservó la plaza de Calais en territorio francés, que, finalmente, perdió María Estuardo en 1557. La guerra de los Cien Años fue el primer gran conflicto bélico entre las dos primeras potencias occidentales, que luchaban por cuestiones dinásticas e imperativos industriales. Este tipo de conflicto internacional se repetiría en Europa una y otra vez durante los tres siglos venideros.

Las Repúblicas marítimas italianas


Detalle de un grabado alegórico de Venecia del siglo XV. Esta república italiana experimentó un extraordinario desarrollo durante aquella época.

En el convulso Mediterráneo de la Baja Edad Media, la hegemonía bizantina empezó a declinar durante el siglo XI, con el afianzamiento de las repúblicas italianas de Venecia, Génova, Pisa y Amalfi. El desarrollo de la Serenísima República de Venecia fue fulgurante, y su puerto pronto sustituyó al de Constantinopla como nexo de unión entre los mundos de Oriente y Occidente. En aquella época, Oriente lo constituían los países islámicos y los de los extremos orientales de Asia, mientras que Occidente lo formaban los países de Europa, con una cultura totalmente distinta. La debilidad del imperio Bizantino hizo posible que Venecia se anexionar Creta y Eubea. Más tarde, en 1489, se hizo con el estado cruzado de Chipre.
A principios del siglo XV, los venecianos comenzaron su expansión por la península itálica. Hacia 1410, Venecia controlaba la mayor parte del Véneto, incluyendo ciudades como Verona y Padua, y se convirtió en el centro del comercio mundial y la mayor ciudad portuaria del mundo, con más de 200.000 habitantes. Los palacios, muchos de ellos construidos tomando como modelo los orientales, eran cada vez más lujosos. Se levantaban otros nuevos, decorados por artistas como Tintoretto, Veronese, Ticiano y Giorgione. La ciudad en la que se construyeron 150 canales y 400 puentes, alcanzó su máximo esplendor.
Las Repúblicas italianas surgieron como un poder contrapuesto a la dominación normanda. De hecho, la primera república que se constituyó fue la de la ciudad de Pisa, que, a partir del siglo VII, fue liberándose del yugo de Bizancio y de sus directos opresores, los longobardos. A partir del siglo XIV, Pisa fue perdiendo poder hasta ser absorbida por la vecina Florencia en 1406. Otra república de gran importancia fue la Amalfitana, que también surgió de la rebelión contra el dominio longobardo. Amalfi creó una importante flota de galeras; éstas formaban el grueso de la escuadra de la Liga Campana, que derrotó las naves musulmanas en la batalla de Ostia. Sin embargo, la República Almafitana comerció activamente con Oriente a partir del siglo X, y propició significativos avances en la por entonces caótica situación del derecho que regulaba todo lo relacionado con el mar; esto fue gracias a la creación en esta ciudad del famoso Tribunal Marítimo, que en 1135 compiló sus sentencias en una colección que se denominó Tabla Amalfitana, cuyos criterios fueron aplicados en toda la cuenca del Maditerráneo e incluso en Constantinopla.
Los marinos amalfitanos lograron también importantes avances en la navegación. Fueron los primeros europeos en usar la aguja magnética, cuya aplicación en los barcos desarrolló Flavio Gioia en 1302. Probablemente, fueron los chinos los primeros en usarla para orientarse en el mar, pero los amalfitanos la perfeccionaron y fueron sus divulgadores en el Mediterráneo. Construyeron también bellas y poderosas galeras, con dos palos, velas latinas y tres filas de remos, con las que alcanzaron su hegemonía a principios del siglo XIII. La invasión normanda marcó la decadencia política de la República Amalfitana.

Génova, Pisa y Venecia en el siglo XIII

En la baja Edad Media, la ciudad de Génova fue aumentando su poder marítimo hasta equiparlo al de Venecia. Ambas ciudades rivalizaron en el Mediterráneo junto con la república de Pisa. Los intereses de las tres repúblicas empezaron a chocar en el siglo XIII, dando lugar a graves conflictos. Génova derrotó a Pisa en 1284 y luego decidió atacar Venecia. El mayor enfrentamiento entre genoveses y venecianos se produjo en 1298, en la batalla de Curzola, en la que las galeras venecianas fueron derrotadas por las genovesas. Las dos potencias firmaron el cese de las hostilidades en 1299. La paz entre ambas repúblicas duró cerca de 50 años, durante los cuales el comercio continuó desarrollándose con intensidad, especialmente con Constantinopla y el Próximo Oriente. La guerra estalló de nuevo entre ambas ciudades, en 1350 y en 1389, en aguas del Egeo, con una nueva característica: los dos contendientes utilizaron por primera vez el fuego artillero, al instalar los primeros cañones en sus poderosas galeras de guerra, embarcaciones que deriban directamente del dromón bizantino.

La decadencia del imperio Bizantino


Intento de desembarco de la flota genovesa, coaligada con venecianos y catalanes, al pie de las murallas de Constantinopla, en 1352, en uno de los múltiples enfrentamientos entre Génova y Bizancio.

Después del desastre del imperio Latino, el poder político, económico y militar de Bizancio quedó muy debilitado. En 1261, cuando Miguel VIII Paleólogo reconquistó Constantinopla, que estaba en manos del emperador Balduino II (nombrado por los cruzados), poco quedaba ya del antiguo esplendor del imperio Bizantino. La magnífica y eficiente estructura administrativa de antaño había desaparecido, el comercio había disminuido a favor de las potencias latinas y su poder militar había menguado considerablemente. La Armada había perdido sus mejores unidades y los dromones que aún quedaban estaban en muy malas condiciones de mantenimiento. El emperador Miguel VIII sabía que, durante el ataque de la cuarta Cruzada, habían quedado patentes los puntos débiles de las fortificaciones de la capital, y una de las primeras acciones de gobierno del nuevo emperador fue reforzar las murallas del litoral y las defensas de los numerosos puertos del amplio frente marítimo de Constantinopla. Con el tiempo, estas defensas llegaron a ser más necesarias y significativas: si Constantinopla tenía que abrirse de nuevo al mar, precisaba hacerlo de una forma segura. Uno de los puntos estratégicos era el Cuerno de Oro, el brazo de mar que separaba la capital de la villa de Pera por el norte, que puede considerarse como un barrio de la capital. En la bocana del Cuerno de Oro se tendió una descomunal cadena de hierro que cruzaba el canal, de forma que ningún navío pudiera pasar sin la autorización de la guardia que permanentemente custodiaba el estratégico lugar con dromones. Las poderosas murallas del oeste de la ciudad se reforzaron muy poco, pues había resistido durante siglos los más duros ataques; por ello se las llamaba "bastiones de Oriente", puesto que Bizancio había salvaguardado siempre la civilización romana y cristiana del Mediterráneo.

El poder otomano


Retablo del siglo XIV, en el que se aprecian las murallas de Constantinopla antes de su caída en 1453.

Sin embargo, a mediados del siglo XIII, la amenaza turca volvió con fuerza renovada. A los selyúcidas les sustituyeron los otomanos, que se convirtieron en una auténtica amenaza para Europa. Los otomanos procedían de pueblos nómadas desplazados por los mongoles hasta Asia Menor; éstos tuvieron en Osmán el caudillo que los organizó como nación independiente de los selyúcidas en 1326. Los cristianos pronunciaron su nombre Otman, de donde procede "otomano", sustantivo con el que se nombra a los turcos.
En 1326, Orkán, hijo de Osmán, conquistó buena parte de Anatolia e instauró la capital en Brusa, a las puertas del Bósforo. Orkán creó un cuerpo de élite, los jenízaros, que pronto se hizo famoso y temido por sus enemigos, especialmente por los cristianos. Los jenízaros eran reclutados entre los niños y adolescentes capturados a los cristianos en las conquistas turcas. Se les seleccionaba por sus aptitudes fisicas, se les daba formación islámica y se les entrenaba duramente en las artes de la guerra. Los jenízaros constituyeron el gran pilar en el que se basó el poder militar otomano. Estos soldados estaban muy vigilados, ya que no tenían conexión de raza ni de familia con sus amos; de hecho, a lo largo de la historia otomana, las rebeliones de los jenízaros causaron no pocos problemas al imperio.
Orkán tuvo dos hijos, Suleimán y Murat. Suleimán fue el primer otomano que cruzó el Bósforo y realizó la primera incursión en la ribera europea del Helesponto. Lo hizo con una docena de armadías y un comando de 60 jenízaros, capturando unos cuantos dromones bizantinos que constituyeron la primera flota de guerra turca. En 1354, los otomanos llegaron a la península de Gallípoli, en la boca sur de los Dardanelos, en la que se asentaron. Esta zona se convirtió en la base estratégica para su expansión en Europa.

El desmembramiento de Bizancio


Grabado con diversas escenas del saqueo de Constantinopla por parte de los turcos. La pareja que aparece en el umbral de la puerta del palacio imperial es la del emperador Constantino XI y su esposa.

En 1361, Murat tomó Adrianópolis, a 200 km al oeste de Constantinopla, y la convirtió en la capital de su ya poderoso imperio, conquistando seguidamente gran parte de Tracia. Constantinopla quedaba cercada, y el emperador Juan V Paleólogo no tuvo más remedio que convertirse en vasallo de los otomanos. La alarma llegó al mundo cristiano; el papa Urbano II convocó una fuerza de coalición de varios estados cristianos, que fueron derrotados de forma estrepitosa en diversas confrontaciones entre 1361 y 1386.
La expansión de los otomanos hacia el oeste les costó un fuerte choque con los serbios; éstos opusieron una gran resistencia, hasta que fueron derrotados en la llanura de Kosovo en 1389, donde murió Murat, quien por entonces ya había heredado el sultanato. Bayaceto I, sucesor de Murat, inició su reinado eliminando a todos sus hermanos para evitar luchas por el trono. En 1393, Bosnia y Bulgaria cayeron bajo el dominio otomano y, tres años más tarde, Bayaceto condujo a los jenízaros a una aplastante victoria contra la que se denominó Cruzada de Nicopólis, una coalición de húngaros y franceses alentada por el papa. Esta victoria facilitó la toma de Atenas y Esmirna entre 1396 y 1397. Serbia y Bulgaria fueron conquistadas por Bayaceto en 1398. Por aquellas fechas, el antiguo imperio Bizantino quedaba reducido a Constantinopla, una porción de Morea, en el Peloponeso, y Tesalónica.
En 1391, Manuel II Paleólogo subió al trono de Bizancio. Bayaceto condujo a su ejército hasta los muros de Constantinopla, pero los otomanos tuvieron que abandonar el sitio para enfrentarse a los mongoles, dirigidos por su caudillo Tamerlán, que había invadido el imperio Otomano por el este. Bayaceto murió después de haber sido hecho prisionero por Tamerlán, quien exigió el vasalleje de todos los otomanos. El imperio turco vivió un periodo de luchas internas entre los hijos de Bayaceto disputándose el trono. Mohamed I se impuso a sus hermanos en 1413, y el nuevo sultán se dedicó con gran empeño a la reunificación del país. Al morir en 1421, su sucesor, Murat II, se lanzó sobre Constantinopla y le puso cerco. El papa Eugenio IV organizó una cruzada al mando del húngaro Juan Hunyadi, que fue derrotada por los otomanos en Varna en 1444.

La artillería de Orbán


Gran cañón de broce turco construido en 1453. Con esta pieza de gran calibre, los turcos derrumbaron los muros de la capital de Bizancio en los ataques previos a la caída de la ciudad.

En 1448, Constantino XI Paleólogo sucedió en el trono de Bizancio a Juan VIII. Constantino era una figura popular gracias a sus éxitos militares en el Peloponeso, pero era un ferviente defensor de la conciliación de las iglesias oriental y occidental, lo que causaba desconfianza no sólo entre el clero bizantino, sino también entre la buena parte del pueblo. Por otra parte, Murat II, sután del imperio Otomano, murió en 1451, sucediéndole en el trono su joven hijo Mohamed II, quien prometió no atacar el territorio bizantino. Pero tras un conflicto con Constantino a causa de unos rehenes, Mohamed decidió emprender la conquista definitiva de Constantinopla. Para conseguirlo, consciente de que sus antecesores habían fracasado al desestimar el frente marítimo, decidió construir una gran flota para bloquear todo tráfico por mar y ahogar los recursos de la gran capital. También el sultán jugó a fondo otra baza determinante: la artillería pesada. Por aquellas fechas, los primeros grandes coñones estaban aún en fase de experimentación. Mohamed, que poseía profundos conocimientos científicos, aceptó la propuesta del metalúrgico húngaro Orbán ((un cristiano renegado que había experimentado con piezas de más de cinco metros de longitud) de construir grandes cañones; los otomanos los emplazaron frente al Bósforo para bloquear la entrada norte del Helesponto. En el mes de noviembre de 1452, lograron hundir una galera veneciana con estos cañones, sembrando la inquietud entre los bizantinos. Orbán convenció a Mohamed para construir un cañón de casi nueve metros y 20 toneladas de peso, que disparaba proyectiles de piedra de 400 kilos con cargas de 220 kg de pólvora. Una vez forjada, la colosal pieza fue llevada a las cercanías de Constantinopla, empujada por varios cientos de bueyes y por un contingente de 100 hombres que avanzaban a razón de 2 km por día. El cañón fue situado apuntando hacia la gran puerta de San Roman, al oeste de la ciudad, en la parte central de la gran muralla de Teodosio. Los bizantinos, aterrorizados, lo llamaron Basilisco, nombre que se le daba a un monstruo mitológico griego muy famoso en la Edad Media. Constantino había organizado la evacuación de civiles, que partían por mar desde los muelles del Cuerno de Oro. Constantinopla, en cuyas calles había llegado a vivir casi un millón de personas, estaba poblada escasamente por cincuentamil bizantinos cuando Mohamed levantó el cerco. Constantino disponía de tan sólo 7.000 soldados para la defensa de más de 22 km de almenas; sus fuerzas navales se reducían a dos galeras venecianas, cinco dromones en muy mal estado y algunos barcos requisados que no tenían una tripulación profesional. La principal fuerza con operatividad anfibía con que contaban los bizantinos eran las naves genovesas, que habían llegado en enero de 1453 para incorporarse a la defensa de la ciudad; se trataba de dos galeras con 700 guerreros de élite comandados por Giovanni Giustiniani, quien fue nombrado por el protostator comandante en jefe de las fortificaciones. Los genoveses combatían junto a los griegos de Bizancio, así como junto a los venecianos, catalanes y napolitanos que se vieron atrapados por el conflicto. Constantino esperaba la ayuda de los cristianos de Europa, pero éstos estaban sumidos en el gran conflicto del Cisma de Occidente y dejaron a los bizantinos a su suerte. Fue el genovés Giovanni Giustiniani, experto en defensa de ciudades y católico fervoroso, el único que les prestó ayuda. Desde Juan V, los emperadores de Bizancio siempre habían acudido al papa romano en busca de alianzas, e incluso con Constantino había proclamado la unión religiosa que tanto había disgustado al pueblo griego. Después de promulgar la unión de ambas iglesias, una parte de la población y el clero de Constantinopla empezaron a llamar a Constantino apóstata, gritando por las calles "antes el turbante turco que el capello cardenalicio".

Sitio y caída de Constantinopla


Momento final del sitio de Constantinopla: el ejército otomano entra en la ciudad el 28 de mayo de 1453.

El 6 de abril de 1453, Mohamed II ultimaba el emplazamiento de tropas para sitiar la ciudad. El sultán acampó con un ejército de 150.000 hombres, montando una impresionante ciudad militar frente a las murallas de Teodosio. Él mismo llegó, precedido por una gran fanfarria, tres días más tarde, escoltado por 12.000 jenízaros. Mohamed, siguiendo los preceptos coránicos, instó al emperador de Bizancio, Constantino, a rendirse; al obtener una respuesta negativa, ordenó comenzar el ataque.
El 10 de abril, el cañón Basilisco atronó por primera vez, con un estruendo que jamás un oído humano había percibido hasta la fecha. A partir de ese momento, el gigantesco cañón disparó ocho veces cada día; allí donde acertaba, el proyectil producía una enorme grieta. A los diez días, los otomanos habían abierto veinte brechas en los muros; sin embargo, los asediados rechazaban los ataques y reparaban los daños a una velocidad sorprendente. Mohamed se dio cuenta de que por tierra no era posible el asalto, y que la única solución era conseguir que su flota entrara en el Cuerno de Oro para atacar las murallas portuarias, mucho más débiles. Pero la cadena, celosamente guardada por los dromones de Bizancio, se lo impedía.
El Sultán ingenió entonces un ardid asombroso. Hizo construir desde el canal del Bósforo hasta el Cuerno de Oro dos pasadizos de vigas y tablas untados de grasa. Los otomanos compraron buena parte de las maderas, las cuerdas y la grasa a los genoveses neutrales de Pera, lo que fue considerado una traición por sus propios compatriotas, como el comandante Giustiniani y sus hombres, quienes combatían en el interior de la capital. Durante la noche del 21 al 22 de abril, los jenízaros transportaron 80 naves, algunas arrastrándolas, otras empujándolas sobre carros, a través de las colinas y valles al noroeste de Pera. Por la mañana, los bizantinos observaron estupefactos la flota turca, con los gallardetes desplegados, ocupando buena parte de la ribera norte del Cuerno de Oro. Sin embargo, cuatro barcos genoveses y un bizantino, alentados desde las murallas de la ciudad, lucharon contra una parte de la flota otomana, la que se hallaba más cerca de la cadena de la bocana, infligiéndoles una severa derrota. Los turcos perdieron varios barcos y 12.000 hombres. Pese a la victoria, el desaliento y el cansancio cundió entre los bizantinos. Los jenízaros se agruparon para el asalto final ante las debilitadas murallas, al tiempo que Mohamed II ofreció clemencia a cambio de la rendición. Al ser ésta rechazada, el 29 de mayo de 1453 el sultán encabezó él mismo el asalto. El último emperador de Bizancio, Constantino XI Paleólogo, murió luchando en las murallas. Mohamed II entró en la ciudad y se dirigió directamente a la basílica de Santa Sofía. Al día siguiente, el almuecín convocó a los fieles a la oración en la mezquita de Constantinopla.