martes, 24 de enero de 2012

Roma domina el Mare Nostrum


Grabado que muestra una escena de la batalla de Actium, con la que concluyó la guerra civil entre Octavio y Marco Antonio y tras la que se inició el periodo de consolidación de la Pax Romana.

Tras la derrota de Cartago, Roma inició una espectacular expansión y se convirtió en un gran Imperio, en el siglo I a.C. Tras erradicar la piratería en todas las costas del mar Mediterráneo, éste quedó bajo el dominio de Roma y fue llamado Mare Nostrum. Entonces se inició el largo periodo denominado Pax Romana, que duró casi tres siglos, mientras se producía la lenta decadencia del Imperio. A finales del siglo IV, éste se dividió entre el Imperio Romano de Accidente y el de Oriente, este último conocido posteriormente como Imperio Bizantino.
Las guerras Púnicas tuvieron importantes consecuencias para la República de Roma. La derrota absoluta de Cartago y de sus aliados llevó a Roma a imponerse en su vasto territorio que incluía Hispania y Numidia (en el norte de África), Macedonia, Grecia y el resto de territorios del antiguo imperio colonial Cartaginés. Durante los dos siglos siguientes, Roma no dejó de expansionarse: la Galia transalpina, Pérgamo, Asia Menor, Armenia, Judea, Siria, Ponto, Egipto, Mauritania y Tracia fueron progresivamente incorporadas al Imperio.Las razones de esta expansión fueron principalmente económicas: al principio, las anexiones obedecieron a motivos político-militares, pero cuantas más incorporaciones de países se producían, mayores eran las necesidades comerciales para obtener los fondos destinados a financiar un gran ejército que no dejaba de crecer. Al contrario que la impulsiva conquista de Alejandro Magno, esta expansión era de una meticulosidad administrativa excepcional. Roma mantuvo un notable respeto por las culturas y religiones de los pueblos anexionados y, como consecuencia, la estabilidad territorial avanzó pareja al dominio militar.

La crisis de la República y la guerra civil del año 36 a.C.


La reina Cleopatra, instigadora de la batalla de Actium al convencer a Marco Antonio de la conveniencia del combate nava, en la popa de su nave.

Sin embargo, durante este larguísimo periodo de expansión se produjeron numerosas tensiones internas y luchas de poder en el senado, cuyo episodio más significativo fue la guerra civil del 36 al 30 a.C. Ésta dio lugar al suceso naval más importante librado desde las guerras Púnicas, y también la última gran batalla en el mar de la historia de Roma: la batalla de Actium.
Tras la muerte de Julio César, asesinado en Roma en el año 44 a.C., su sobrino Octavio, que se hallaba en plena campaña en Hispania afianzando las conquistas de su tío, regresó a Roma y se encontró al cónsul Marco Antonio, brillante general de Julio César, erigido en vengador de su asesinato. Marco Antonio había desplegado su ejército y estaba derrotando a los participantes del complot. Octavio fue reconocido por el senado como heredero de Julio César, más por sus méritos militares y por su patrimonio familiar que por el parentesco. Octavio se dejó aconsejar por su amigo, el general Agripa, y por el noble Mecenas, y decidió fundar el Segundo Triunvirato junto con Marco Antonio y el pretor Marco Emilio Lépido (estrecho colaborador de Julio César y aliado de Marco Antonio en la campaña contra sus asesinos). Los triunviros se repartieron el control del Imperio: Octavio se quedó con Occidente, Marco Antonio tomó el control de Oriente y Lépido el de África.
Las tensiones no dejaron de aflorar y fueron aumentando hasta que, en 37 a.C., Lépido fue apartado, quedando sólo dos poderes: el de Marco Antonio y el de Octavio, ambos cada vez más enfrentados. Maco Antonio, que para sellar la alianza se había casado con Octavia, la hermana de Octavio, se casó en Alejandría con la reina tolemaica Cleopatra, antigua amante de Julio César y madre de un hijo de éste, Cesarión. Marco Antonio concedió a Egipto las provincias de Siria, Chipre, Cirenaica y Cilicia, y explicó al Senado que antes habían pertenecido a la dinastía tolemaica; después, nombró a Cesarión heredero del trono de estos territorios. El senado lo consideró un acto de traición, pero Marco Antonio propuso, desde Alejandría, retirarse del poder si hacía lo mismo Octavio. Esta propuesta fue considerada aceptable por una parte del Senado (la que deseaba terminar con el caos de la bicefalia del poder), pero Octavio rodeó con sus tropas el Senado y puso en fuga a sus detractores. A continuación, hizo leer en público el testamento de Marco Antonio, en el que éste expresaba su deseo de ser enterrado en Alejandría junto a Cleopatra, según el rito egipcio. Se originó un enorme escándalo, y la mayor parte de la aristocracia que aún apoyaba a Antonio se volvió contra él. Octavio aprovechó la situación para tomar el mando militar de todo Occidente y la representación del Senado frente a Marco Antonio. Éste, por su parte, logró la fidelidad de las tropas desplegadas en Oriente. La guerra civil estalló en el año 32 a.C.
Marco Antonio disponía de cerca de 120.000 hombres y más de 500 naves de guerra. Octavio lanzó contra él un ejército de 80.000 hombres y 400 navíos. Las fuerzas de Octavio eran menores en número, pero estaban mucho mejor organizadas, pues se beneficiaban de la administración directa de Roma: las pagas llegaban puntuales y la intendencia no fallaba; muy al contrario, el ejército de Maco Antonio estaba compuesto por legionarios de diversas procedencias, peor organizados y con una logística militar deficiente, en contraste con la de su enemigo. Sin embargo, había un aspecto fundamental: los soldados de Marco Antonio no tenían una idea clara de por qué ni por quién luchaban; los de Octavio, en cambio, servían a la grandeza de Roma, eran más "romanos",  en el sentido estricto del término. Esta situación quedó reflejada en la eficiencia de las fuerzas marítimas. Las galeras de Octavio estaban tripuladas por remeros y mandos eficaces y sometidos a una disciplina férrea. Octavio dejó el mando de sus naves a Agripa, quien trazó una estrategia adecuada y muy bien organizada. La flota de Marco Antonio incluía unidades egipcias, sirias y griegas, una heterogeneidad nada beneficiosa para enfrentarse a Agripa.

La batalla de Actium


Dibujo hecho a partir de un relieve romano que muestra una birreme de la flota de Octavio con los legionarios en cubierta prestos para el combate.

El primer enfrentamiento de la guerra fue naval y se produjo frente al golfo de Arta, situado en la costa occidental de Grecia, a 50 millas al norte del golfo de Corinto. Cleopatra había aconsejado a Marco Antonio que basara su campaña en la guerra naval y no en la terrestre, como pretendían inicialmente éste y sus generales. Fue en ese punto donde empezó la cadena de errores de Marco Antonio. Ante la imposibilidad de dotar convenientemente de marinos adecuados a sus 500 galeras, ordenó quemar 140 naves, por lo que su fuerza quedaron reducidas; además, sus tropas de tierra quedaron inoperantes en el campamento situado bajo el monte Actium.
El 1 de septiembre del año 31 a.C., la flota de Octavio, comandada por Agripa, llegó a la entrada del golfo. Al día siguiente, los barcos de Marco Antonio y Cleopatra salieron a mar abierto. La batalla comenzó inmediatamente. Agripa ordenó una maniobra envolvente con sus pequeñas liburnas (birremes ligeras parecidas a las rápidas y maniobrables naves de un solo orden de remos de los piratas dálmatas). Estas galeras, claramente más rápidas que las pesadas y clásicas quinquirremes y trirremes de Marco Antonio, giraban con celeridad al rededor de éstas lanzando flechas incendiarias y jabalinas, lo que desorganizó la flota de Marco Antonio. La batalla duró cerca de tres horas y finalizó cuando Cleopatra y Marco Antonio, que habían perdido 200 naves, se retiraron navegando directamente hacia el sur, en dirección a Alejandría. Se cuenta que Marco Antonio reprochó a Cleopatra el haber abandonado con sus barcos egipcios el escenario de la batalla, pero ésta le contestó que le había dado por muerto al ver su nave incendiada por las birremes de Agripa. También forma parte de la leyenda el hecho de que Marco Antonio hiciera la travesía hasta Alejandría sentado y con la cabeza entre las manos.

El fin de Marco Antonio y Cleopatra


Grabado que muestra un momento de la batalla de Actium, en la que la flota de Marco Antonio y Cleopatra fue derrotada por la de Octavio.

Tras la victoria de Actium, el 2 de agosto del año 30 a.C., Octavio se dirigió a Alejandría y entró en el puerto, bloqueando por completo la bocana y también la ciudad por tierra para evitar que Marco Antonio escapara. Al enterarse de que la flota de Octavio estaba fondeada en el puerto, Marco Antonio se suicidó. Después, Octavio fue al encuentro de Cleopatra y la conminó a incorporarse al desfile triunfal que se celebraba en Roma a la llegada de los vencedores. Sin embargo, Cleopatra no cedió a la terrible humillación de ser mostrada como trofeo y se suicidó siguiendo el rito de la mordedura de un áspid. Octavio condenó a muerte a los hijos de la reina, entre ellos a Cesarión, y saqueo el tesoro egipcio.
Existen discrepancias entre los historiadores en la evaluación de la batalla de Actium. Algunos sostienen que Antonio buscaba retirarse a Alejandría, lo que explicaría que sus naves llevaran un velamen demasiado grande, absolutamente inapropiado para un combate naval. Otros argumentan que la estrategia de Antonio y Cleopatra consistía en realizar una maniobra de distracción para que sus tropas de tierra pudieran embarcar y luego atacar la península itálica; sin embargo, esta tesis parece poco probable. Tampoco se sabe a ciencia cierta el papel que jugó Cleopatra en las decisiones tácticas del general romano, aunque se cree que fue importante y de consecuencias nefastas para su ejército.
Después de Actium, la trirreme empezó su lenta decadencia, tras varios siglos navegando por el Mediterráneo. Las birremes, que habían sido desechadas para el combate pesado, volvieron a ganar importancia debido a las nuevas tácticas de combate basadas en la capacidad de maniobra. Agripa utilizó por primera vez los garfios lanzados desde catapultas para atrapar los barcos enemigos y aproximarlos para el abordaje, técnica que utilizaron posteriormente las naves de guerra romanas.

El gran desarrollo naval de Roma


Estatua de Cayo Julio Octavio Augusto, conocido popularmente como Octavio hasta la batalla de Actium, y como Augusto tras la toma del poder en Roma. Bajo su mandato, Roma impuso la Pax Romana en todo el Mare Nostrum.

Tras derrotar a Marco Antonio, Octavio logró con hábies recursos diplomáticos integrar Oriente a Roma y que el Senado le otorgara el gobierno de la República y los poderes militares sin restricciones; fue entonces cuando se inició la época imperial de Roma. Las guerras civiles, que habían durado cerca de 20 años, habían dejado a la capital romana en una situación cercana a la anarquía, con una estructura estatal obsoleta; Octavio la levantó y reformó profundamente. En el año 27 a.C. se autoproclamó Augusto y, hacia el 2 a.C., recibió el título de Pater Patriae (Padre de la Patria). Durante su mandato, Roma consiguió una gran expansión territorial. Agripa, fiel consejero de Augusto, amplió enormemente los conocimientos geográficos de las tierras del Imperio e hizo levantar el primer mapa de los territorios conquistados. También se construyeron puertos y acueductos, y se impulsó notablemente el comercio marítimo.
La construcción naval alcanzó un gran desarrollo y se aumentó el tamaño y el potencial militar de las galeras, mejoras necesarias para transportar las legiones a cualquier lugar del vasto imperio. Mucho se ha escrito sobre las órdenes de remos que se llegaron a disponer en las galeras de la época romana. Aunque muchos textos citan cuatro, cinco y hasta siete órdenes de remos, parece admitido que era difícil que se incorporaran más de tres; en realidad, parece probable que estas cantidades hicieran referencia al número de remos asignados a cada grupo de remos. Así, por ejemplo, una heptarreme sería una trirreme con siete remeros en cada grupo de tres remos, que podían ser tres tranitas, dos Zygitas y dos talamitas.
Las narraciones más exageradas sobre galeras gigantes las hace Polibio, quien afirmó haber visto una quinquirreme con 300 remeros y 200 soldados; Plinio el Viejo menciona otra nave del año 40 a.C. con 400 remeros. El propio Arquímedes, el famoso científico griego de Siracusa, afirmó haber participado en el diseño y la construcción de la gigantesca nave Siracusia, allá poe el año 200 a.C., de 20 hileras de remeros, cuatro palos de velas cuadras u ocho enormes torres de catapultas capaces de lanzar piedras de casi una tonelada. En sus descripciones, Calixeno de Rodas describe una galera de 40 órdenes de remos, 130 metros de eslora, 22 de manga y 27 de francobordo; los remos tenían una longitud de más de 10 metros y eran manejados por unos 4.000 remeros, con una tripulación cercana a los 8.000 marinos. La construcción de este coloso, mayor que los actuales portaaviones, debió requrir la madera equivalente a 140 trirremes, y clavos en el costillaje de 15 kilos de peso cada uno. Sin embargo, hay que tomar con reservas estas narraciones. Los estudios realizados por expertos a lo largo de la historia más reciente muestran que la construcción de semejantes naves era absolutamente inviable. El pripio Napoleón Bonaparte, muy interesado en encontrar alternativas a las fragatas y navíos de línea de su época y gran admirador del Imperio Romano, ordenó construir una trirreme para determinar la maniobrabilidad de los distintos juegos de remos. La prueba fue determinante y ha sido corroborada por opiniones de posteriores expertos: una nave de más de tres órdenes de remos hubiera sido incapaz de realizar con eficacia las más elementales maniobras.

Los estragos de la piratería


Grabado que muestra el asesinato de Pompeyo Magno al desembarcar en Pelusio, por orden del rey egipcio Tolomeo XIII.

El crecimiento de la piratería fue paralelo al engrandecimiento de Roma, que se adueñaba progresivamente del Mediterráneo e iba sometiendo nuevos pueblos y sus respectivas marinas. A mediados del siglo I a.C., los piratas pasaron a ser una amenaza seria para el comercio y la paz. Erradicar la piratería se convirtió en uno de los principales objetivos del Senado, y los piratas empezaron a ser combatidos con mano dura. En 78 a.C., una flota romana comandada por Servilio Vatia venció a las naves piratas en las islas Caledonias; en 74 a.C., fue el joven Julio César quien luchó duramente con una banda pirata en Rodas; aquel mismo año también los combatió Marco Antonio, y fueron otras muchas las acciones represivas que se llevaron a cabo sin un resultado definitivo, sino todo lo contrario: aparecían nuevas naves piratas por todas partes y cada vez con mejores prestaciones. Entre 74 y 76 a.C., los piratas habían apoyado revueltas, secuestrado cónsules y pretores, e incluso secundado la rebelión de los esclavos de Espartaco; hasta llegaron a capturar una flota de galeras en Ostia, el puerto de Roma. Pero cuando lograron bloquear el comercio del trigo, ese hecho fue la gota que colmó el vaso de la paciencia del Senado. Roma se enfrentó al problema con su arma más infalible: la administración. El Senado tomó la decisión de dar carácter al Mediterraneo de "provincia de mar" y encargar su gobierno a un solo jefe. En 67 a.C., se dictaminó la Lex Gabina, por la cual un magistrado recibía durante tres años el mando supremo de las costas hasta 50 millas mar adentro, con derecho a reclutar él masimo 25 legados, armar 500 barcos y ordenar zarpar  a voluntad. El primer magistrado, Pompeyo Magno, general y cónsul, un héroe de las campañas militares en África e Hispania, dispuso de un contingente de naves y soldados con el que logró controlar la piratería del Mediodía occidental hasta las costas de Sicilia.
La piratería era especialmente efectiva en el Adriático y el Egeo, donde gozaba de un amplio margen de maniobra; así pues, éste fue el primer objetivo del plan de Pompeyo. Los piratas más activos y peligrosos eran los dálmatas, de origen ilirio, que operaban desde sus bases escondidas en las costas de Dalmacia, plagadas de islas e intrincados brazos de mar que ellos conocían a la perfección. Los filibusteros actuaban en connivencia con los habitantes de las islas, con los que compartían un código de señales que les advertía de la presencia de las galeras romanas. Eran también excelentes navegantes y, a menudo, habían actuado como mercenarios, como lo habían hecho en la primera flota Romana en la batalla de Milazzo y a lo largo de las restantes batallas de las guerras Púnicas. De hecho, desde el inicio del poder naval de Roma, algunos piratas habían sido contratados como instructores de maniobras para entrenar a los oficiales romanos, a los que enseñaron también las técnicas del pilotaje costero. Los piratas ilirios navegaban con un tipo de embarcación ligera muy maniobrable que disponía de un solo orden de remos, y sobre cuyo diseño se inspiró la posterior liburna romana.
Pompeyo disponía de 270 barcos; nombró a 13 delegados y dividió el mar en sectores, destinando una escuadra a cada uno y reservándose para él Creta y Sicilia, donde quería dar el golpe decisivo. La efectividad de Pompeyo logró un éxito espectacular: en tres meses capturó 846 barcos, 120 asentamientos fueron destruidos, 10.000 piratas resultaron muertos y 20.000 hechos prisioneros. Pompeyo fue aclamado por el pueblo de Roma y considerado como el "pacificador de los mares". Por vez primera, Roma dominaba efectivamente el mar. Pompeyo realizó otras campañas de gran éxito, entre ellas la guerra contra Mitridates de Siria y, tras enemistarse con el Senado al haber solicitado tierras para sus legionarios y no serle concedidas, fue perseguido por Julio César Augusto. Enfrentados ambos en la batalla de Farsalia (48 a.C.), Pompeyo fue derrotado. Aquel mismo año, el "pacificador de los mares" murió asesinado en Pelusio por orden del egipcio Tolomeo XIII (hermano de Cleopatra).

El avance de la marina mercante y el estancamiento de la navegación


Relieve que muestra a un carpintero de ribera romano en pleno trabajo. Museo Nacional De Emilia, Rávena.

Una de las consecuencias del dominio del Mare Nostrum fue el espectacular desarrollo de la marina mercante y del consecuente comercio naval. La época de la Pax Romana permitió la evolución de los barcos de carga según las necesidades reales del comercio, que fueron muchas y en constante incremento. Los barcos mercantes romanos eran generalmente veleros puros, de 350 a 450 toneladas, y estaban excepcinalmente bien construidos. Los mejores eran los denominados "cargueros del trigo". En la época de máxima expansión del Imperio, las necesidades de abastecimiento romanas llegaban a las 200.000 toneladas de trigo anuales, de las que Egipto proporcionaba aproximadamente un tercio; el resto del grano procedía de Sicilia y de la zona que hoy ocupa Túnez.
Las vías comerciales estaban definidas con exactitud; los marinos mercantes llegaron a crear unos completos almanaques náuticos con información exhaustiva de los regímenes de vientos y corrientes. Por ejemplo, la travesía desde Egipto, que era la más difícil desde el punto de vista meteorológico, estaba meticulosamente trazada en almanaques que tenían en cuenta la sincronización de los vientos dominantes y la época de las cosechas de grano. En verano, los vientos dominantes eran del noroeste, por lo que, desde los puertos de la península itálica hasta Alejandría, los barcos navegaban con vientos de popa y tardaban apenas 15 días. El problema lo encontraban a la vuelta, ya que tenían que bogar contra el viento, y estos barcos de velas cuadras navegaban muy mal de bolina. Tenían que dar una larga bordada hasta la costa sur de Anatolia para aprovechar el viento térmico costeando y arrumbando a Rodas; luego debían pasar al norte de Creta para alcanzar Malta o Siracusa de una sola bordada, cosa que no siempre conseguían. La peor fase del viaje era la última, ya que alcanzar el puerto de Ostia podía llevarles un mes. Si el cargamento se retrasaba más de lo previsto, el hambre causaba estragos entre las clases económicamente débiles. La ruta del trigo fue la más importante para Roma, pero había otras, como las del ámbar y del estaño hacia el Atlántico, y la denominada de los monzones hacia el Índico, que Egipto intentó explotar varias veces, antes de ser anexionado a Roma, sin lograrlo.
El periodo de la Pax Romana (31 a.C. al 200 d.C.) fue de gran estabilidad en lo que respecta al mar.La decisión de no efectuar expediciones ni al norte ni al sur, como habían hecho los egipcios, fenicios y griegos, fue sorprendente y uno de los principales motivos de que la ciencia de la navegación permaneciera estancada, según la hipótesis de Aritóteles. Sin embargo, las teorías geocéntricas de Hyparco proporcionaron datos válidos para la navegación de la época, como la descripción de los epiciclos, los círculos que describían el sol y la luna, y los ecuantes, círculos excéntricos a la tierra asignados como trayectorias de los planetas.






lunes, 23 de enero de 2012

Las perfeccionadas galeras romanas


Alzado de una trirreme romana ligera, de un solo palo.

La trirreme romana fue un desarrollo de la cartaginesa, que, a su vez, bebió de las fuentes griegas. Llegó a ser sustancialmente diferente de su antecesora dos siglos después de la batalla de Salamina. Las trirremes romanas posteriores a las guerras Púnicas eran igual de rápidas que las griegas, pero mucho más robustas. La experiencia de años de batallas perfeccionaron la estructura en cuanto a solidez y resistencia. Con los romanos, las cuadernas adquirieron una importancia fundamental. Pasaron a ser colocadas antes de la tablazón , ensambladas con espigas y con listones a tope. Después, se fijaba la tablazón sobre las cuadernas, a la inversa de como lo habían hecho los griegos hasta entonces. El velamen también evolucionó, y casi todas las trirremes llevaban dos o tres palos con velas cuadras o al tercio; aún así, la unidad ligera de un solo palo fue la que predominó, por su rapidez de maniobra y su bajo coste. Más tarde apareció lo que algunos expertos consideran como el primer foque: una vela triangular denominada supparum, nombre que se daba a los chales que llevaban las damas romanas y que tenían una forma parecida. La evolución en el tamaño de las velas se relaciona con los conocimientos de los tolomeos egipcios, a quienes los historiadores señalan como los principales impulsores de la evolución de las flotas de guerra. Ellos fueron los que desarrollaron la técnica de las catapultas y de las grandes ballestas; con ellas se disparaban flechas a más de 300 metros de distancia. También fabricaron diversos proyectiles demoledores, como las barras de hierro al rojo vivo y unas cazuelas de arcilla que se llenaban con pez hirviendo.
Si los tolomeos fueron los innovadores de las trirremes, los romanos llevaron a la perfección las técnicas de construcción de las mismas. Existen restos arqueológicos de barcos mercantes romanos, pero muy pocos de guerra; sin embargo, los hallados en el lago Nemi en 1930, dos galeras de la época de Calígula (40 d.C.), de 73 y 71 metros de eslora, revelan el alto grado de calidad de los maestros de ribera que las habían construido. Eran dos naves excepcionales: la tablazón del casco estaba perfectamente ensamblada, estaban calafateadas con estopa, pez y resina, más una capa de minio de hierro, e iban cubiertas con un tejido de lana impregnado en una sustancia impermeable; las terminaciones eran de plomo claveteado con cobre.Los espolones eran de hierro fundido y las proas presentaban la característica forma en U. La cubierta era de planchas de encina fijadas a las cuadernas, con una superficie de casi 1.400 m2. Tal estructura era incapaz de navegar por el mar, y se supone que estas galeras servían como villas flotantes dentro de los lagos, ya que en su interior se hallaron restos de sistemas de calefacción. Ambas piezas fueron destruidas por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, antes de que su ejército se retirara de Italia.

domingo, 22 de enero de 2012

El temible corvus, los espolones y las catapultas


En la imagen se puede observar un clásico espolón d trirreme o quinquirreme romanas. Tres puntas de hierro, con la superior algo curvada hacia arriba, servían para aferrar el casco de la nave enemiga una vez embestida y atravesada.

La táctica empleada en Milazzo por los romanos en su primera batalla naval contra los cartagineses rompió los esquemas imperantes en la época, que hasta entonces se basaban en la embestida frontal con el modelo de espolón desarrollado por los griegos. Los romanos planearon una táctica a la medida de sus posibilidades, tomando en cuenta sus puntos débiles pero también sus ventajas. Eran conscientes de que sus tripulaciones, entrenadas de forma apresurada y compuestas por hombres de distintas disciplinas y procedencias, eran inferiores a las cartaginesas a la hora de maniobrar con habilidad y rapidez; por otro lado, también sabían que su punto fuerte eran, sin duda, sus aguerridos legionarios, soldados duchos en el combate cuerpo a cuerpo, bien entrenados y disciplinados. Decidieron cambiar por completo el concepto griego de atacar cruzando la línea enemiga para virar en redondo y atacar entonces de proa, hincando el espolón lo más perpendicularmente posible en el barco enemigo; los romanos optaron por el abordaje directo, aproximándose lateralmente al enemigo, procurando romper el mayor número posible de remos y lanzando sobre él las corvus, unas pasarelas articuladas, de forma que los soldados pudieran invadir la cubierta en pocos minutos. El denominado corvus estaba formado por una plancha rectangular, a modo de pasarela, dotada de un enorme gancho puntiagudo que, al dejarse caer, perforaba la cubierta aferrándose así al barco enemigo. La tropa de asalto, armada de espada corta, se lanzaba por la pasarela, entrando en un combate cuerpo a cuerpo. Las guarniciones cartaginesas de cubierta, más marineras que guerreras, se encontraron en Milazzo en clara inferioridad frente a los romanos. Algunos de los corvi (plural de corvus en latín) llegaron a medir 11 metros de longitud por 1,20 m de anchura; además, estaban diseñados para resistir mucho peso, de modo que pudieran pasar a la vez unos 100 legionarios en un solo abordaje. Eran orientables y algunos podían replegarse durante la navegación. Las trirremes romanas se equiparon también enseguida con armas balísticas copiadas inicialmente de las cartaginesas y tolemaicas. Eran catapultas capaces de arrojar piedras o bolas de plomo de hasta media tonelada. Existen discrepancias entre los especialistas sobre su alcance efectivo, pero parece viable que alcanzaran entre los 500 y los 600 metros. Tras someter a Grecia a mediados del siglo II a.C., los romanos incorporaron los dispositivos denominados "manos de hierro", ideados por Arquímedes en el asedio de Siracusa en 212 a.C.; eran artilugios montados sobre un soporte de hierro, con los que se lanzaba aceite hirviendo al enemigo.Los romanos mejoraron el espolón de las galeras griegas, dotándolo de tres puntas de hierro a modo de tridente, que aferraban la nave enemiga y facilitaban la caída del corvus para el asalto. En las guerras Púnicas prevaleció el ataque en paralelo, or resultar más eficaz la lucha cuerpo a cuerpo sobre cubierta.

domingo, 15 de enero de 2012

Las guerras Púnicas y la eclosión de Roma


Diversas naves cartaginesas y romanas del siglo III a.C., representadas en un grabado del siglo XIX.

Tras el dominio griego y cartaginés, Roma apareció en el panorama mediterráneo como una potencia que, paulatinamente y de forma imparable, iba extendiendo su imperio por la zona, cuyas costas llegó a dominar por completo hacia el año 14 d.C. Cuando Roma derrotó a Cartago, su gran rival en las guerras Púnicas, en el Mediterráneo Occidental se sentaron las bases del Imperio romano.
Mientras Alcibíades trataba de controlar el sur de Italia durante la guerra del Peloponeso, más al norte, en el corazón de la península itálica, una pequeña ciudad amurallada, Roma, luchaba contra los etruscos por el dominio de su territorio. Roma no fue considerada dentro de la estrategia ateniense en el Mediterráneo Occidental, cuyo principal y casi único objetivo consistía en doblegar las colonias aliadas de Esparta para atacar posteriormente Cartago. El fracaso rotundo de los atenienses en Siracusa y su derrota final frente a Esparta dejó a Cartago como la única potencia dominante en el oeste. Hacia 387 a.C., Roma logró someter totalmente a los etruscos, al mismo tiempo que, derrotada Atenas, Esparta iniciaba su hegemonía en el Mediterráneo Oriental y Cartago veía con recelo el paulatino aumento de poder de Roma en la península Itálica.
Durante la época de Alejandro Magno, cuando el gran rey macedonio conquistaba Anatolia, Egipto, Fenicia, Persia y llegaba al norte de la India, hechos que acontecieron entre 334 y 326 a.C., Roma pasó desapercibida debido a que el gran objetivo del hijo de Filipo II era la conquista del Imperio persa. Según él, los pueblos del Mediterráneo Occidental eran bárbaros, sin ningún interés para el Imperio helénico, que quería expandirse hacia Asia.

Cartago, primera potencia marítima


Batalla naval en las costas de Sicilia durante la primera guerra Púnica, hacia 241 a.C.

Muerto Alejandro Magno en 323 a.C., su sucesor, el general macedonio Pérdicas, fue asesinado al año siguiente, y el imperio que había creado, falto de organización política y administrativa, derivó pronto en una situación de caos. Sus generales combatieron entre sí para formar reinos independientes que se fueron desmembrando progresivamente. Los reinos más estables fueron los fundados por Ptolomeo Sóter, en Egipto, y por Seleuco, en Siria. En aquella época se asentó un periodo de supremacía cultural helenística en el Mediterráneo Oriental y Oriente Medio. Alejandría, la ciudad fundada por Alejandro Magno en Egipto, en la desembocadura del Nilo, vino a sustituir a Atenas como capital cultural. También debe atribuirse a la dinastía ptolemaica la apertura de Egipto al mar.
Cuando Alejandro Magno ocupó Tiro en 332 a.C., Cartago no pudo hacer absolutamente nada para evitar la caída de su metrópoli, pues los macedonios tenían problemas en su principal y estratégica posesión, Sicilia, y sufrían otros graves desórdenes internos. Sin embargo, el desinterés del rey macedonio por todo lo que ocurriera más allá del mar Jónico dejó a Cartago sin más preocupaciones que asentar su comercio, parcialmente truncado con la caída de Tiro. Al sucumbir el poder alejandrino, Cartago amplió sus posibilidades de Expansión y se convirtió rápidamente en la gran potencia marítima del Mediterráneo. Cartago dirigía un poderoso imperio comercial: su influencia abarcaba toda la costa noroccidental de África, desde el Atlántico hasta Egipto, la mayor parte del levante y el sur de la península Ibérica, así como las islas Baleares, Cerdeña, Malta y Sicilia.
Por aquel entonces, Cartago mantenía un pacto comercial con Roma, basado en una serie de tratados, el último de los cuales fue firmado en 348 a.C.; en él se ofrecía claras ventajas a los púnicos (que es como llamaban los romanos a los cartagineses) para ejercer el control del comercio. Pero, entre 336 y 300 a.C., Roma fue aumentando su poder, y llegó a dominar prácticamente toda la mitad sur de la península Itálica; entonces, Cartago se vio obligada a firmar un nuevo acuerdo, en 306 a.C., en el que renunciaba al comercio con Italia, aunque seguía manteniendo el control de Sicilia y la península Ibérica. Estaba claro para Cartago que el poder romano iba a ser el principal obstáculo para su expansión.

Roma se abre al mar


Relieve en piedra en el que aparece una trirreme romana de transporte costero de pasajeros (Museo Nacional de Nápoles).

El senado de la república de Roma, que por entonces ya contaba con una sólida y eficiente estructura política y administrativa, se dio cuenta inmediatamente de que, si quería seguir con sus planes de expansión, debía crear una poderosa flota naval. Sicilia era su gran objetivo, pues, aparte de la situación estratégica de la isla en medio del Mediterráneo, allí se encontraban las más importantes colonias comerciales griegas y cartaginesas. No había otra forma de ocupar Sicilia si no era por mar; ya el primer intento de desembarcar en Mesina, hacia 270 a.C., fue rechazado por los cartagineses de forma humillante para los romanos. Esta escaramuza, sin embargo, provocó dos efectos de gran trascendencia: por un lado, Cartago creyó firmemente en la eficacia de sus fuerzas; por otro, el senado de Roma dio la orden de empezar a construir una flota en los arsenales de Ostia con la mayor celeridad. Al poco tiempo, el equilibrio de fuerzas navales iba a cambiar.
Los romanos eran conscientes de sus escasos conocimientos en construcción naval y de su ignorancia acerca de las tácticas y técnicas de navegación. Esta situación era comprensible, ya que nunca habían tenido necesidad de utilizar el mar; sus conquistas habían sido siempre terrestres y su fuerza militar se basaba en sus bien organizadas legiones. En segundo lugar, los romanos nunca habían tenido vocación marítima, tanto comercial como militar. La única referencia que tenían sobre barcos y conflictos marítimos eran las naves cartaginesas y griegas que recalaban en sus puertos para comerciar, y su única experiencia en carpintería de ribera consistía en la construcción de pesqueros y galeras para cabotaje.
Después del desastroso intento de atravesar el estrecho de Mesina, los romanos tuvieron un golpe de suerte: una quinquirreme cartaginesa naufragó frente a las costas de Italia meridional y la embarcación quedó, con muy pocos desperfectos, varada en una playa. La quinquirreme es una embarcación de la que se tienen muy pocas referencias: se trataba, probablemente, de una trirreme con cinco remeros en cada juego de tres remos "dos tranitas, dos zygitas y un talamita", de grandes dimensiones y provista de dos palos iguales que aparejaban sendas velas cuadras. Estas velas impulsaban aquellas enormes naves con gran fuerza; incluso podían remontar el viento, gracias a que eran capaces de adelantar las espadillas del timón y acercar así la proa a la dirección del viento al adelantarse el centro de deriva del casco. Los cartagineses armaban estas quinquirremes con una catapulta a proa, un arma temible que podía lanzar piedras capaces de hundir una birreme de un único impacto.
La quinquirreme capturada estaba casi intacta y los romanos la llevaron a Ostia custodiada como un tesoro. También tenían como modelo varios mercantes griegos capturados o comprados; tan sólo tuvieron que copiar. Los romanos recurrieron a los mejores carpinteros de ribera, principalmente griegos, y los reclutaron para trabajar en la construcción de una nueva flota. A priori, el proyecto parecía descabellado: se trataba de construir una flota de 100 quinquirremes y 20 trirremes. El esfuerzo que se realizó en los arsenales de Ostia fue enorme, y se pudo llegar al objetivo gracias a un prodigio de planificación e ingeniería que maravilló a los cronistas griegos de la época. Para solventar el problema de las tripulaciones, recurrieron también a los entrenadores de los remeros griegos. Construyeron bancos de remos en tierra y reclutaron a agricultores que siguieron un minucioso plan de entrenamiento, de modo que, cuando se botaron las primeras naves, ya había remeros preparados para tripularlas. En apenas dos años, el proyecto se completó y Roma disponía de una flamante y poderosa flota con la que enfrentarse a Cartago.

La poderosa flota de Roma

Los esfuerzos para preparar una flota que pudiera enfrentarse a Cartago hicieron posible que, en un margen reducido de tiempo, la potencia terrestre de Roma se convirtiera también en marítima. Las hostilidades con Cartago comenzaron en Sicilia. En el año 264 a.C., el tirano de Siracusa, Hierón II, atacó la ciudad de Mesina, que había sido ocupada varios años antes por los mamertinos, mercenarios itálicos contratados por Siracusa para oponerse a los cartagineses; éstos dominaban la mitad oeste y central de la isla. Los marmetinos pidieron ayuda a Roma, y el Senado, tras debatir largamente una respuesta, decidió enviar sus legiones a Sicilia. Comandaba las fuerzas el cónsul Apio Claudio Cáudex; era la primera vez en la historia que las tropas de Roma se aventuraban en el mar. Tras varias tentativas de llegar a un acuerdo con Hierón II, quien inicialmente se alió con los romanos, el enfrentamiento quedó claramente definido entre Roma y Cartago. Comenzó entonces una larga guerra que duró más de cien años, desarrollada en tres episodios, con dos periodos de tregua; después de este largo lapso de tiempo, Roma no sólo afianzó su poder en el Mediterráneo, sino que se convirtió en un imperio, el más poderoso hasta el momento en cuanto a extensión, poder político y organización social, y en cuyo seno se desarrollaron los conceptos que dieron origen a la cultura occidental.

La primera guerra Púnica


Relieve en piedra que muestra una birreme romana con legionarios formados en la cubierta. Los romanos trasladaron a la guerra naval sus conceptos básicos de la lucha en tierra, basada en sus eficaces legiones.

Los éxitos militares de Roma han pasado a los anales de la Historia. Al principio, las ciudades sicilianas de Catania y Enna siguieron el ejemplo de Siracusa y se rindieron. En 262 a.C., las legiones de Roma sitiaron y destruyeron, desde tierra, el puerto cartaginés de Agrigento. Pero, tras muy duros combates, el puerto de Lilibeo (ciudad cercana a la actual Marsala), en el extremo oeste de la isla, seguía sin rendirse gracias a la protección de la flota cartaginesa. Por entonces, los romanos se dieron cuenta de que necesitaban una flota más potente para completar la conquista de la isla y luego saltar a África; con ese objetivo, el Senado aprobó una reactivación de la construcción de barcos de guerra.
Los senadores mostraban sin embargo, una gran preocupación. Cartago era la potencia naval que dominaba el Mediterráneo occidental con la que entonces era la mayor y mejor flota del mundo. Por otra parte, los ingresos del tesororomano eran muy bajos comparados con los que obtenía Cartago de su inmenso imperio colonial. La construcción de la flota romana era muy costosa y, aún así, muchos senadores dudaban de su efectividad frente a los expertos y aguerridos marinos cartagineses, herederos de la gran tradición fenicia. Ante la carencia de expertos en táctica naval, los romanos actuaron con su característico sentido práctico y fueron a buscarlos allí donde los había: contrataron como mercenarios a piratas y navegantes griegos (éstos últimos debían tomar las decisiones puramente navales). Crearon su propia táctica de combate, basada en la única fuerza que conocían bien: la de sus disciplinadas legiones del ejército de tierra. Concebieron de este modo una forma de ataque basada en un rápido abordaje, para que sus bravos y entrenados soldados hicieran valer su superioridad en la lucha cuerpo a cuerpo.
En la primavera de 260 a.C., en los astilleros romanos se logró construir un centenar de quinquirremes y una veintena de trirremes. Se emprendió de nuevo una vasta operación de reclutamiento y entrenamiento de remeros. Una gran flota, comandada por Cayo Duilio Nepote, zarpó hacia Sicilia. Nepote había diseñado un artiligio que incorporaba a la proa de las naves: se trataba del corvus (cuervo en latín), una pasarela articulada dotada de un enorme gancho puntiagudo de hierro que, al dejarse caer, aferraba el barco enemigo y permitía a los soldados asaltarlo y combatir cuerpo a cuerpo.

La batalla de Milazzo: primera aventura naval de Roma


Grabado que muestra una escena de la batalla de Milazzo, donde una galera romana lucha contra una cartaginesa. Los legionarios romanos han alcanzado al barco enemigo a través del Corvus, que mantiene unidas a ambas naves.

Los cartagineses desconocían la estrategia romana del corvus y confiaban en su dominio del lanzamiento balístico de grandes piedras, disparadas con las catapultas de sus quinquirremes. Por otra parte, los marinos cartagineses despreciaban a los romanos, a quienes consideraban pobres agricultores inexpertos en cuestiones marineras; además, los habían vencido en casi todas las escaramuzas que se habían producido cerca de Sicilia. Por este motivo, cuando tuvieron noticia de la expedición romana, que había partido de varios puertos del Adriático, reunieron una flota de 125 naves de guerra y se dirigieron hacia Mesina confiados en su superioridad. Comandaba la flota cartaginesa Aníbal (al que no debemos confundir con Aníbal Barca, el general cartaginés que lideró la segunda guerra Púnica 51 años después), quien ordenó poner rumbo hacia la costa norte de Sicilia.
En el verano de 260 a.C., la primera referencia que tuvieron los cartagineses de la presencia romana en aguas cercanas a Mesina la obtuvieron de unos pescadores, que les hablaron de más de 100 inmensas galeras, con miles de legionarios a bordo. Las naves de reconocimiento de la flota cartaginesa avistaron a la flota romana navegando por el estrecho de Mesina y pudieron corroborar esta información: una flota de 120 naves, la mayoría quinquirremes y muchas trirremes, navegaba hacia el norte de Sicilia. A los mandos cartagineses no les impresionó esta cantidad. Las observaciones también informaron de que las galeras romanas eran pesadas y lentas, y estaban tripuladas en su mayoría por remeros y marinos entrenados apresuradamente. Los cartagineses decidieron interceptar a los romanos tan pronto como éstos salieran del estrecho de Mesina. El decisivo enfrentamiento se produjo frente a Milazzo. Las magníficas naves cartaginesas iban tripuladas por remeros y marinos de élite, los mejores de su flota. Pero los romanos sorprendieron a los cartagineses maniobrando para situarse paralelamente a sus barcos. En principio, ésta no se consideraba una posición faborable, ya que la maniobra más adecuada y también la más difícil de realizar consistía en situarse en posición perpendicular para embestir con el espolón de proa, de modo que los cartagineses no se alarmaron ante las maniobras de los romanos. Con lo que no contaban era con los corvi diseñados por Duilio, que resultaron muy efectivos y facilitaron el feroz abordaje de los romanos.
Los legionarios romanos, dificilmente superables en el combate cuerpo a cuerpo, saltaron sobre las naves enemigas y libraron una batalla "terrestre" sobre las cubiertas de los barcos de los atónitos cartagineses, cuyos excelentes marinos (que ocupaban las naves en mayor número que los propios soldados) no daban crédito a lo que estaban viendo. Los soldados romanos se abalanzaban sobre las desguarnecidas cubiertas de las galeras, cuyos arqueros poco daño habían causado a las naves romanas durante la aproximación en paralelo, debido a la bien concebida protección contra las flechas de sus empavesadas; además, la rapidez del ataque impidió la utilización de las catapultas. La derrota de Cartago fue tan espectacular como inesperada: 14 barcos de su flota fueron hundidos y 31 capturados, y 7.000 marinos y soldados cartagineses murieron en la batalla. Es indudable que este triunfo se logró gracias a la planificación y a la posterior aplicación de tácticas y estrategias que subvirtieron las pautas de combate establecidas; dichas tácticas se convirtieron en propias de los romanos y sustentaron la expansión de Roma y la formación de su imperio. Aún así, Cartago contaba con muchos más barcos y Lilibeo continuaba intacta.

La batalla de Ecnomo


Representación de varias galeras romanas de transporte costero a remo, perteneciente al relieve de la columna Trajana.

La sorprendida Cartago se vio obligada a reaccionar. Esto significó la acelerada construcción de nuevos barcos, por lo que sus astilleros tuvieron que ponerse a trabajar frenéticamente, las importaciones de madera se reactivaron de forma desmesurada y los costes económicos de la guerra empezaron a dejarse sentir. A consecuencia de la victoria de Milazzo, los romanos avanzaron por tierras sicilianas. Después de cuatro años en los que se produjeron varias escaramuzas navales (aunque sin avances significativos) en Lilibeo, en  256 a.C., los romanos lanzaron una nueva ofensiva terretre mientras los cartagineses trataban, en vano, de recuperar la alianza con Siracusa. Al mismo tiempo, el Senado romano, ante la depauperación del tesoro público, abogó por un rápido final de la guerra, y se proyectó un ataque a Cartago en territorio africano para obligar al enemigo a afirmar un armisticio.
Para esta campaña, Roma preparó una flota de más de 300 barcos y 90.000 hombres. La espectacular fuerza militar navegó desde el sur de Italia hacia África, costeando el sur de Sicilia. A la altutra del cabo de Ecnomo, la poderosa escuadra romana se encontró con la cartaginesa, compuesta por un número similar de naves (algunos historiadores aumentan la cifra a 350 barcos). Comandaban la flota romana los cónsules Marco Atilio Régulo y Lucio Manlio Vulsone, mientras que el mando de la cartaginesa lo ostentaban el general Amílcar (al que no se debe confundir con Amílcar Barca) y Hannón el Grande, un aristócrata terrateniente que había invertido grandes sumas de dinero para rehacer la flota cartaginesa.
El enfrentamiento fue muy duro y los romanos lograron romper la línea frontal que establecieron los cartagineses. La victoria fue para Roma, pero le costó un alto precio: 24 galeras romanas fueron hundidas, mientras que las fuerzas púnicas perdieron 30; sin embargo, los romanos lograron capturar 64 naves enemigas. A consecuencia de la victoria, las milicias romanas lograron desembarcar por vez primera en África. Sus legiones, bajo el mando de Marco Atilio Régulo, lograron avanzar hasta situarse frente a las murallas de Cartago. El cónsul romano ofreció la paz, aunque con unas condiciones dracinianas, de modo que los cartagineses optaron por resistir y luchar; con el propósito de reorganizar su ejército, contrataron al general espartano Jántipo, quien se encontraba, por casualidad, de paso por Cartago. Jántipo logró reunir y entrenar un ejército de 4.000 jinetes y 100 elefantes. Unos ocho meses después de la derrota de Ecnomo, estas preparadas tropas vencieron a los romanos que asediaban la ciudad y tomaron prisionero al cónsul Régulo. Durante la evacuación de las milicias romanas hacia Sicilia, sus naves fueron atacadas por las cartaginesas y se produjeron grandes pérdidas por ambas partes. Para desgracia de Roma, una trmrnda tormenta destrozó el resto de las naves de la flota frente a Caramina, en la costa sur de Sicilia; el desastre fue de tal magnitud que la fuerza naval romana quedó reducida a 80 naves de guerra. Al enterarse del descalabro del enemigo, los cartagineses enviaron refuerzos a Sicilia (soldados de infantería y elefantes), pero, finalmente, el equilibrio de fuerzas en la isla no se alteró.
El senado ordenó construir más naves y, durante el invierno de 255 a 254 a.C., se botaron 140 barcos, una cifra que demostró la gran capacidad de producción a la que había llegado en poco tiempo la industria naval romana. Sin embargo, en 253 a.C., la meteorología volvió a jugar una mala pasada a las fuerzas romanas. Una violenta tormenta frente a la costa de Lucania hundió más de 150 navíos; la flota fue destruida y miles de soldados murieron. Roma realizó otro esfuerzo, y al año siguiente ya disponía de más de 100 unidades de combate, con las que atacó Lilibeo y realizó algunas incursiones en África, aunque sin éxito. En el año 251 a.C., Roma logró significativos progresos en Sicilia, con la caída de Palermo y la mayor parte del oeste de la isla. Pero la fuerza naval enviada para atacar Lilibeo fue derrotada por los cartagineses en aguas de Drapana. En 249 a.C., Roma sufrió otro desastre naval y otra tormenta devastadora perjudicó gravemente su flota. Al año siguiente, los cartagineses enviaron al general Amílcar Barca a Sicilia, donde éste recuperó Palermo, pero no logró inclinar la balanza del lado cartaginés.
Mientras tanto, Roma había rehecho de nuevo su flota, con la que triunfó en las Islas Egates, privando de suministros a Amílcar. Éste, fatigado después de varios años de lucha ininterrumpida, en 241 a.C. firmó la paz con los romanos.

La segunda y tercera guerra Púnica

Los principales combates navales durante la primera guerra Púnica.

Después de firmar la paz con los romanos, Cartago se vio obligada por primera vez a abandonar Sicilia, salvo Siracusa, que siguió gobernada por Hierón II, aliado de Roma. Los cartagineses, además, tuvieron que pagar una fuerte indemnización. Las fuerzas navales de ambas potencias habían quedado muy maltrechas después de los últimos enfrentamientos. Roma había aprendido una lección: el poder naval no se improvisa; no es suficiente construir muchos barcos de gran calidad si las tripulaciones que los han de gobernar son inexpertas e incapaces de afrontar una tormenta. Cuando se firmó la paz de 241 a.C., Roma había perdido, en los 23 años de guerra, unas 650 naves. Los astilleros de ambos bandos tuvieron que hacer duros esfuerzos para recuperar los barcos perdidos, pero lo más difícil era restablecer las tripulaciones y, sobre todo, sustituir a los numerosos ofiliales desaparecidos. Cartago con mayor tradición marinera, pudo reclutar expertos en sus colonias; sin embargo, Roma, cuya población era eminentemente agrícola y seguía de espaldas al mar, tuvo mayores dificultades para restablecer su fuerza naval con marinos de cierta experiencia y oficiales reclutados en Grecia.
La segunda guerra Púnica comenzó en 218 a.C., a causa del avance cartaginés en la península Ibérica. Durante los 23 años de paz anteriores, Cartago había reorganizado su flota, y el dominio de Hispania facilitó el control del Mediterráneo y supuso, de nuevo, una seria amenaza para Roma. Sin embargo, al estallar el conflicto, Cartago se centró en las campañas terrestres de Aníbal. Roma envió la flota de los Espiones para conquistar España y, en el año 217 a.C., la escuadra de Cornelio Escipión venció a la escuadra púnica frente a la desembocadura del Ebro. Sin embargo, el escenario principal de la guerra fue la península Itálica, invadida por Aníbal, hijo de Amílcar Barca, tras su famosa expedición con elefantes a través de los Alpes. Aníbal fue derrotado y Cartago perdió su influencia en las costas africanas. El senado provocó un nuevo enfrentamiento que llevó, en 149 a.C., a la tercera guerra Púnica, que culminó con la destrucción de Cartago.






viernes, 13 de enero de 2012

Temístocles, el primer estratega naval de la historia.


Busto de mármol del hombre de estado y estratega naval griego, Temístocles (528-462 a.C.), que venció a los persas en la batalla de Maratón y en la de Salamina.

Temístocles nació en Atenas en 525 a.C., hijo de un emigrante y una esclava. Desde niño sintió vocación por las artes militares y por la política. A medida que iba creciendo participaba activamente en la vida política ateniense, granjeándose tantas amistades como enemistades. Fue nombrado arconte en el año 493 a.C. y, ante la amenaza persa, creyó que la Hélade no tendría salvación si Atenas no desarrollaba una poderosa flota naval. Fue muy convincente y sus peticiones fueron escuchadas, pero la oposición de Milcíades, su gran enemigo político, detuvo sus planes y llevó a Atenas a plantearse una defensa por tierra. Maratón dio la razón a Milcíades, pero los atenienses habían visto muy de cerca la espectacular Armada persa a punto de conquistar la ciudad, y las ideas de Temístocles fueron consideradas de nuevo, aunque éste no ocultó su desazón ante el triunfo estratégico de Milcíades. Sin embargo, su oponente cayó en desgracia al cabo de dos años y el arconte fue nombrado responsable de la preparación militar de Atenas ante la probable e inminente agresión persa. Temístocles consiguió de esta manera materializar su plan original, y la flota ateniense se convirtió en la más poderosa de toda la Hélade. Según cuenta la historia, la sacerdotisa del Oráculo de Delfos había aconsejado proteger Grecia de la amenaza persa con (muros de madera), lo que fue interpretado por Temístocles como una referencia directa a la construcción de barcos de guerra. Desde entonces, esta expresión fue muy utilizada durante siglos para referirse a la defensa naval de un país.
El gran triunfo de Salamina convirtió a Temístocles en el hombre más admirado de Atenas. Sin embargo, cuando intentó convencer a los atenienses para aliarse con los persas y atacar Esparta, se hizo muy impopular entre los ciudadanos atenienses, que sólo deseaban la paz. Comenzó así su descrédito, que acabó en el olvido. Las cosas empeoraron todavía más cuando se vio mezclado en una traición instigada por su sucesor, Pausanias, y Temístocles huyó de Ática. Fue a refugiarse como consejero de la corte del Imperio Persa. Se cree que se suicidó en 460 a.C. para no participar en los planes de ataque a Grecia por parte de Artajerjes, el sucesor de Jerjes. Muchos historiadores lo consideran el primer gran estratega naval de la historia.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Las guerras Médicas

Grabado que muestra una escena de la batalla de Salamina en la que los griegos, comandados por Temístocles, lograron una decisiva victoria sobre la flota persa, malogrando definitivamente los planes de Jerjes para invadir Grecia.

La expansión griega tuvo que enfrentarse en su primer choque militar con el recientemente creado Imperio persa. Durante más de 20 años, desde el 500 al 478 a.C., ambos pueblos protagonizaron confrontaciones cortas pero intensas que dieron lugar a memorables batallas, como las de Maratón y Salamina, en las que quedó de manifiesto la importancia del poder y la estrategia naval.
Mientras los griegos reforzaban su expansión por el Mediterráneo, sus polis se hacían cada vez ás poderosas, y el arte y la filosofía alcanzaban una gran importancia. Al este, más allá del crisol mesopotámico, nacía el Imperio persa. Su fundador, Giro II el Grande, pertenecía a la dinastía de los aqueménidas, cuya etnia, de origen ario, estaba emparentada con la de los dorios que habían invadido Grecia. Hacia el año 546 a.C., Giro II había conquistado Babilonia y abanzado hacia el oeste, entrando en Anatolia y conquistando la ciudad de Sardes, con lo que consiguió el dominio de la península, amenazando directamente las ciudades jonias de la costa egea. Cambises II, sucesor del rey Giro II, conquistó Egipto, las ciudades fenicias e impuso una especie de protectorado sobre las ciudades jonias de Anatolia. Al morir Cambises en circunstancias poco claras, Gautama el Mago usurpó el poder, que fue recuperado para los aqueménidas por Darío I, yerno de Giro II, Darío completó la conquista de Egipto. Ante la evidente amenaza que representaba el poder persa, las principales ciudades griegas (la mayoría regidas por tiranos) enviaron a Darío "tierra y agua", que simbolizaba para los griegos el sometimiento y su posición de vasallaje. Darío, sin embargo, consciente de que solapadamente los griegos fomentaban la insurgencia de las ciudades jonias de Anatolia, inició en 512 a.C. una campaña en el continente europeo.

Los imperativos comerciales persas

Bajorrelieve conservado en la Tesorería de Persépolis, Irán, que muestra al gran rey Darío I en su trono y a su hijo y sucesor, Jerjes, detrás de él.

Las intenciones de Darío estaban dirigidas al control del mar. Quería obtener la hegemonía del comercio entre el Mediterráneo y la India, una estrategia fundamental para sostener la viabilidad de su vasto imperio. Para ello, empezó por fomentar el comercio con el conquistado Egipto; reabrió el canal entre el Nilo y el golfo de Suez (que se supone fue construido hacia el año 1900 a.C., bajo el reinado del faraón Amenemhet I) y estableció normas administrativas a sus satrapías (las provincias en las que estaba organizado el Imperio persa) para favorecer los productos egipcios. Esto perjudicó de forma notable al comercio griego, ya que Egipto era el principal exportador de trigo a las polis, e hizo perder peso especifico a los comerciantes jonios del Asia Menor. Por otra parte, los fenicios, que habían visto con malos ojos la ocupación de Sardes y la subsiguiente interrupción de buena parte de su comercio con Anatolia y las ciudades del mar Negro, fueron favorecidos por Darío, cuya intención era monopolizar el comercio marítimo en el Mediterráneo, en el que habían quedado relegados a un segundo plano por los griegos. A consecuencia de todo ello, las ciudades jonias, que se hallaban en régimen de protectorado persa, perdieron el comercio con el mar Negro y sufrieron una profunda crisis económica que incrementó el resentimiento y las ansias de sublevación contra los persas. Por estas razones, la inclusión en el Imperio persa de la Grcia continental y la del Egeo era fundamental para la estrategia de Darío, que pretendía fundamentar económicamente un reino que no hacía más que crecer y que planeaba expandir aún más hacia el este, hacia los reinos de la India.
En 512 a.C., Darío pasó a la acción y emprendió una campaña en el continente europeo. Atravesó el estrecho del Bósforo con un espectacular puente de barcazas, ocupó Tracia y se adentró en Ucrania y el sur de Rusia tras atravesar el Danubio, utilizando una estrategia similar a la empleada en el estrecho. Su objetivo era controlar el mar Negro y convertirlo en un "lago persa"; para ello, necesitaba dominar las orillas de este mar y regresar a Persia por el Cáucaso, pero ante la feroz resistencia de los bárbaros escitas, tuvo que regresar por donde había venido.
Esta campaña atemorizó a las ciudades de Grecia, que vieron su futura independencia seriamente amenazada. De este modo, cuando las ciudades jonias se rebelaron contra el yugo persa en 492 a.C., Atenas acudió en su ayuda con 20 naves de guerra. La rebelión comenzó con la creación de un congreso panhelénico que englobaba las principales ciudades jonias; además, se implantó una moneda común y se destituyeron los tiranos impuestos por los persas. Los rebeldes atacaron Sardes, la capital de la satrapía de Asia Menor, que estaba gobernada por Artafernes, el propio hermano de Darío. Pero tras ser derrotados en Éfeso, los rebeldes fracasaron en su empeño de formar estrepitosa.

La primera guerra Médica


Trirreme griega, la más avanzada nave de guerra de la época médica y modelo de las que se siguieron construyendo en el Mediterráneo durante ocho siglos.

La intervención de Atenas en la revuelta de Asia Menor hizo montar en cólera a Darío, quien, según Herodoto, encargó a sus ayudas de cámara que le recordaran en cada comida "¡Gran rey, no te olvides de los atenienses!". La primera consecuencia de ello fue la expedición de Madonio, yerno de Darío, hacia los Balcanes, con la intención de invadir el territorio y encerrar a Grecia en una gigantesca pinza. Mardonio reconquistó Tracia, abandonada por el ejército de Darío, y sometió Macedonia por tierra, pero su campaña no pudo prosperar debido a un terrible temporal que destruyó la flota al doblar la punta de la península donde está situado el monte Athos. Este primer fracaso persa no arredró a Darío, quien planificó una segunda campaña dos años más tarde. Esta vez contaba con la complicidad de Hipias, hijo del tirano Pisístrato, que había sido destituido de la tiranía de Atenas por su política a favor de los persas. Hipias había asegurado a Darío que, si atacaba directamente la Grecia continental, en la mayoría de las polis habría levantamientos a favor de Persia. También Demarato, uno de los dos reyes de Esparta, estaba a favor de Darío. Se organizó una gran expedición comandada por Artafernes, sobrino de Darío, quien llevaba consigo al prestigioso general Datis.
Se desconoce la potencia exacta de las fuerzas expedicionarias persas. Según Herodoto, el ejército se concentró en Samos y se embarcó en el verano de 490 a.C. en una flota formada por 600 galeras. Este dato permite a los historiadores especular sobre un ejército formado por 30.000 o 40.000 hombres. Su intención era atacar directamente Atenas, pero los persas asaltaron primero las Cícladas para vengar antiguas afrentas a Darío y retrasaron lo que habría sido un ataque casi por sorpresa. Este retraso permitió a los griegos prepararse, lo que resultó fatal para los persas.
En Atenas se tenía conciencia del peligro desde hacía mucho tiempo. El arconte Temístocles (magistrado que gobernaba Atenas provisionalmente) abogaba desde hacía tres años por fortalecer la Hélade con la construcción de una poderosa fuerza naval; de hecho, había fortificado el puerto de El Pireo y ampliado sus muelles para dar cabida a una base militar; pero fue finalmente su rival político, Milcíades, quien estaba convencido de que Grecia debía defenderse por tierra, el elegido por los atenienses para organizar su defensa frente a los persas.

La batalla de Maratón

Los griegos atacan al ejército persa en Maratón. Al fondo, las naves persas varadas en la playa. Grabado del siglo XIX.
Los atenienses pidieron ayuda a Esparta, su eterna rival, que no se la negó pero aplazó el envío  de tropas debido a la celebracíon de unos juegos tradicionales. El mensajero ateniense Filípides recorrió a caballo la distancia entre ambas polis, 220 kilómetros, en tan sólo un día y medio, lo que hizo famoso y dio a que su segunda carrera, la "maratón", se convirtiera en una leyenda.
Mientras los atenienses se preparaban, la flota persa desembarcó en la bahía de Maratón, situada a unos 40 kilómetros al este de Atenas, tras el monte Pentélico. Fue una gigantesca operación anfibia, la primera de la historia de esta magnitud, y los persas se establecieron en un campamento terrestre sin prisa aparente por atacar Atenas. Los atenienses que los observaban desde lo alto de las colinas eran menospreciados por los persas, quienes ni tan siquiera los ahuyentaron. Éste fue el primer error de Datis y Artafernes, quienes dejaron que los atenienses estuvieran constantemente informados de sus movimientos. El segundo error fue consecuencia del primero: decidieron atacar Atenas por tierra con la infantería y embarcar la caballería en las galeras para desembarcarla luego al oeste de la ciudad, que quedaría así entre dos frentes; esta estrategía resultó fatal, pues los atenienses conocieron de inmediato el inicio de la larga y costosa operación de embarque de la caballería y decidieron atacar sin esperar a los espartanos.

Los atenienses deciden atacar

Escena del final de la batalla de Maratón, cuando los griegos habían conseguido que los persas retrocedieran hasta sus barcos, junto a los que se produjo el último ataque. Grabado del siglo XIX.
La idea de aprovechar el momento del embarque de la caballería persa para pillar desprevenido al enemigo y atacarle fue del general ateniense Milcíades, quien convenció a sus nueve lugartenientes de la eficacia del arriesgado plan. Se calcula que el contingente de las tropas atenienses oscilaba entre los 10.000 y 15.000 combatientes, mientras que el número de soldados persas que quedaban en tierra en el momento del ataque no llegaba a los 20.000. Según Herodoto, el grueso de las fuerzas griegas se apostó a 1,6 km de distancia de las persas. Milcíades dispuso el ataque en tres columnas; la central, que fue comandada por Temístocle y Arístides, tenía la consigna de abrirse rápidamente a los flancos en el momento del primer contacto con el grueso del enemigo; las columnas de los flancos debían envolverlo. Los persas se habían alineado en paralelo a la línea de la playa, donde estaban fondeadas sus naves. Convencido de su superioridad, el general persa Datis no previó ninguna estrategia de retirada basada en el embarque rápido de las tropas. La idea del ataque relámpago de los atenienses tenía una doble finalidad: por una parte, no dejar espacio a los persas para que pudieran usar su potencial más mortífero: los entrenados arqueros, capaces de lanzar nubes de flechas en un recorrido balístico de largo alcance; por otra, evitar cualquier intento de huida de los barcos o que las tropas embarcadas en éstos pudieran abandonar las naves rápidamente para apoyar a las milicias terrestres.
A la orden de Milcíades, los atenienses se lanzaron a una valerosa carrera contra el grueso de la formación persa. Sorprendidos por el ímpetu de la inesperada carga, los hombres de Datis y Artafernes no tuvieron tiempo de reaccionar y apenas pudieron lanzar una salva de flechas, pues los griegos se les vinieron encima en cuestión de minutos. Se originó un terrible combate cuerpo a cuerpo en el que los hoplitas griegos, más preparados en el uso de las largas lanzas y protegidos con poderosas corazas, fueron muy superiores a los persas, que usaban preferentemente armas cortas. Los persas ofrecieron, sin embargo, una gran resistencia, consiguiendo romper por un momento el cerco griego; aun así, los flancos atenienses se reagruparon y pusieron en fuga a los medos hasta el mar, donde se entabló la última fase del combate. Muchos infantes persas intentaron embarcar en las galeras fondeadas, pero fueron sistemáticamente atacados por los atenienses, quienes capturaron ocho barcos enemigos en el asalto. Según Herodoto, 6.400 persas murieron en la batalla de Maratón; por su parte, los griegos registraron sólo 192 muertos. Este dato, proporcionado por Herodoto, se considera de gran exactitud, pues coincide con el número de esqueletos encontrados en las excavaciones arqueológicas del túmulo que los atenienses erigieron a sus caídos.

La retirada persa

La victoria ateniense fue espectacular, y cuenta la leyenda que Milcíades, ansioso por dar la noticia a los atemorizados ciudadanos de Atenas, envió al mensajero Filípides, quien había sido herido en la batalla, a recorrer a la carrera los 42 km que les separaba de la ciudad. Tras anunciar la victoria con la frase "¡Alegraos, atenienses, hemos vencido!", Filípides se derrumbó y mutió. La mayoría de historiadores consideran improbable que haya algo de verdad en esta leyenda que ha dado nombre a la famosa carrera olímpica conmemorativa. Después de la victoria, los atenienses volvieron a Atenas para defenderla de la flota persa que se acercaba. Los persas de las galeras no conocían todavía la derrota de Maratón, y cuando llegaron a las costas de Atenas se encontraron con el grueso de la infantería ateniense esperándoles. Por otra parte, la prevista rebelión de los partidarios de Hipias, que habían previsto hacer centellear un escudo bruñido como un espejo desde lo alto del monte Licabeto para anunciar su adhesión a la flota persa, finalmente no se produjo, y los barcos del gran rey Darío dieron media vuelta y regresaron a Asia. Tres días después de la batalla llegaron unos 2.000 espartanos, que quedaron admirados de la proeza ateniense.

La gran evolución naval griega

Trirremes griegas, las naves de guerra más poderosas de su época. Tras la primera guerra Médica, Temístocles convenció a los atenienses de que se construyeran 200 unidades en pocos años.

En la batalla de Maratón, las flotas griegas y persas no se enfrentaron, y la victoria en tierra fue de tal importancia estratégica que desencadenó por sí sola la retirada persa. Sin embargo, los griegos sabían que Darío no renunciaría a sus pretensiones y volvería a atacar, ahora con más motivos que antes; sabían, también, que esta vez las naves de guerra jugarían un papel fundamental.
Los griegos eran por entonces los pioneros en la construcción naval y sus barcos eran muy superiores a los persas. La mayoría de arqueólogos e historiadores de la náutica están de acuerdo en considerar que las galeras griegas eran las más "bellas" embarcaciones de la antigüedad, en el sentido estético del término. La preocupación de Grecia por las artes se hizo extensiva a los barcos y se hizo patente en la construcción naval, no sólo en los aditamentos ornamentales, sino también en el diseño de las líneas de la embarcación. Los griegos estilizaron la birreme fenicia proporcionándole una extraordinaria finura de líneas. La birreme griega (galera que disponía de dos órdenes o filas de remos por banda) descendía de la de los fenicios, que fueron los que idearon este tipo de nave, y marcó el inicio de una larga saga de galeras de guerra; esta saga perduró de forma hegemónica en el Mediterráneo hasta la batalla de Lepanto, veintiún siglo después, cuando empezó su decadencia. Inicialmente, la eslora de las birremes no superaba los 24 metros y la manga llegaba a los 3 m. La velocidad como arma táctica era ya considerada imprescindible por los maestros de ribera griegos, quienes eran conscientes de que para conseguir un desplazamiento rápido por el agua no sólo debían crear líneas finas, sino que tenían que reducir al máximo la obra viva del casco. Esto, en un principio, parecía incompatible con la necesidad de un mayor número de remos, el "motor" decisivo de la nave cuando ésta arriaba la vela y entraba en combate. Para tal fin, al igual que las galeras fenicias, las birremes griegas disponían de una postiza, pieza de madera que se colocaba en el costado exterior de las naves y que soportaba el orden de remos superior; de este modo, no era necesario aumentar la manga del casco. Inicialmente, y durante algunos siglos, la birreme griega se impulsaba con un solo remero por remo.
Por aquella época, en los barcos provistos de quilla y cuadernas que se construían en el Mediterráneo, se formaba primero la tablazón del forro y después se añadía el esqueleto. Con las birremes griegas llegó un nuevo sistema de construcción, cuya técnica parece ser de origen corintio: consiste en construir primero el esqueleto (quilla, cuadernas, roda y codaste) y forrarlo luego con tablas unidas por sus bordes. De este modo se crearon las bases de la construcción mediterránea de todo tipo de barcos, bases que perduraron hasta la muy posterior aparición del hierro. Las birremes evolucionaron hacia las trirremes cuando los estrategas griegos se dieron cuenta de la importancia que adquiría la defensa naval en sus intrincadas costas. La amenaza de una próxima invasión de los persas, que disponían de una excelente flota, acabó por impulsar de forma definitiva la creación de una galera mucho más rápida y maniobrable. Se trataba de aumentar de forma importante el número de remos, y la única forma de hacerlo era disponer tres filas superpuestas de remeros.

La segunda guerra Médica

.Gabado del siglo XIX que muestra una escena de la batalla de Salamina
Tras la primera guerra Médica, Temístocles fue escuchado, pese a que en Maratón prevaleció el criterio de Milcíades de atacar por tierra, y Atenas decidió aumentar su potencia naval. Temístocles, jefe del partido por la democracia, abogó por la construcción de 200 galeras, birremes y trirremes, e impulsó la reforma del puerto de El Pireo. Representantes de todos los estados griegos se reunieron en el istmo de Corinto, el centro geográfico de la Hélade, para constituir una confederación ante la amenaza persa. Esparta asumió la presidencia de la confederación, pues se consideraba líder indiscutible en temas militares, pese al desarrollo de los atenienses tras la batalla de Maratón. En la conferencia se acordó que ningún estado pactaría por separado con los persas y se distaron normas para erradicar a los partidarios de los medos de los organismos de poder. Resultó un buen acuerdo preventivo, pues al cabo de diez años Persia volvería a la carga.
En 486 a.C. murió Darío y su hijo Jerjes le sucedió en el trono. Durante los primeros años de su reinado, Jerjes se ocupó de la represión de las revueltas de Egipto y Babilonia y se preparó para atacar de nuevo a los griegos. Envió embajadores a todas las ciudades de Grecia para pedirles <>, símbolos de sumisión. Violando el acuerdo de Corinto, muchas islas y ciudades aceptaron el vasallaje, pero no ocurrió así con Atenas y Esparta. Finalmente, en 480 a.C., diez años después de la batalla de Maratón, Jerjes decidió pasar al ataque. Reunió el más poderoso ejército que nunca se había preparado hasta entonces. Herodoto lo cifra en cerca de seis millones de soldados, pero otros historiadores discrepan notablemente de las quizá entusiásticas cifras del <>; los datos apuntan a un cuerpo expedicionario de entre 150.000 y 350.000 hombres por tierra, unos 200.000 soldados distribuidos en 1.200 barcos de guerra y otros 3.000 en transportes diversos.
El cuerpo de tierra se desplazó hacia el Bósforo y lo atravesó en una espectacular operación: se tendieron dos puentes, articulados respectivamente sobre 314 y 360 barcos abarloados y sujetos con cabos de cáñamo y de papiro (aportados por los marinos egipcios), sobre los cuales se habían colocado sendas pasarelas con altos parapetos laterales para evitar que los caballos persas, que nunca habían visto el mar, se asustaran. Una vez en Grecia, el ejército persa se encontró con los hombres de su propia flota al sur de Tracia y ambos avanzaron por la costa sin perder el contadto visual. El espectáculo narrado por Herodoto debió ser realmente impresionante. Jejes jugaba también con la baza psicológica: aterrorizar a los griegos ante la certeza de un inminente Apocalipsis. Sin embargo, los acontecimientos iban a desarrollarse de una manera totalmente inesperada.
La alianza griega se había movilizado y se habían separado las responsabilidades: a Esparta se le encomendaron las operaciones terrestres y a Atenas las navales. El ejército de tierra persa debía atravesar el paso de las Termópilas, que estaba defendido por Leónidas, rey de Esparta, al mando de 4.000 soldados, de los que sólo una minoría eran espartanos. La batalla de las Termópilas fue ganada por los persas en el mas de septiembre del año 480 a.C., pero con un alto coste de vidas humanas, puesto que los hombres de Jerjes no estaban acostumbrados a luchar sobre terrenos montañosos. También sufrieron importantes pérdidas en el mar, debidas a una fuerte tormenta con viento del norte que dispersó una parte de la armada, hundiéndose decenas de barcos. Los persas entraron en Ática por tierra y por mar mucho más desorganizados de lo que preveían los planes de Jerjes.

La batalla de Salamina

Las principales campañas de las guerras Médicas. La flota persa intentó dos veces atacar Atenas, y en ambas fracasó.
Temístocles había hecho evacuar Atenas ante la inminente llegada de los persas, y comandaba la Armada griega qye se había concentrado en la bahía del Eleusis, cercana a la ciudad. La entrada a la bahía estaba protegida por la isla de Salamina y por 310 trirremes y unas 50 birremes de reciente construcción con dotaciones bien entrenadas. Se cuenta que Temístocles preparó una operación de contraespionaje: envió un esclavo a Jerjes con instrucciones de propalar informaciones falsas sobre la división entre los griegos, sobre el lugar donde iban a presentar combate y sobre la débil flota que, a buen seguro, se dispersaría despaborida, huyendo por el canal occidental de la bahía en cuanto los persas atacaran. También contó que muchas trirremes atenienses estaban comandadas por capitanes a favor de los persas que se unirían a los atacantes en cuanto se iniciara la batalla. No se sabe con certeza si Jerjes creyó en el engaño, pero cometió su primer error al cercar la bahía de Eleusis por sus dos salidas. Envió 600 galeras al canal occidental y colocó otras 600 en el oriental, situando el grueso de la flota entre el continente y la isla sin apercibirse de que, de esta manera, sus barcos quedaban atrapados sin posibilidad de maniobrar. Las mejores unidades de la flota persa estaban tripuladas por fenicios, egipcios y griegos dorios aliados de los persas, como la reina de Halicarnaso, Artemisia, quien comandaba 400 naves (por lo que ha sido considerada como la primera mujer almirante de la historia). Jerjes estaba tan seguro de la victoria que, en una isla cercana a Salamina, ordenó construir un trono en lo alto de un monte para contemplar el desarrollo de la batalla.
Temístocles había calculado cuidadosamente su estrategia: las tropas situadas en ambas alas de la bahía debían envolver a los navíos persas y empujarlos unos contra otros para privarlos de movimiento. Según contó el dramaturgo griego Esquilo, quien participó en la batalla, los persas dispusieron sus barcos en tres líneas y atacaron al despuntar el alba. Las tres filas se dividieron en dos escuadras de tres columnas. Los griegos los esperaban en la parte más angosta del canal, donde su anchura apenas alcanza los 1.000 metros. Tal como había previsto Temístocles, cuando sus tropas envolvieron la flota de Jerjes, el caos cundió entre los barcos persas, que se obtaculizaban y chocaban entre sí, yéndose a pique muchos de ellos. La mayoría de los soldados persas no sabía nadar y, cuando caían al agua, se ahogaban irremediablemente, empujados por el peso de la impedimenta y de las armaduras que portaban.
La flota persa se desmoronó y Jerjes asistió furibundo a la masacre de sus naves. Al caer la tarde el desastre era total, y el rey persa, sin Armada, decidió que su ejército de tierra, que había incendiado Atenas, regresara a Asia, dejando a Mardonio como administrador de los territorios conquistados en Grecia. Pero el yerno de Darío fue derrotado en la batalla de Platea, lo que acabó con el sueño de los aqueménidas de conquistar Grecia. Las guerras Médicas tuvieron una importancia psicológica decisiva entre los griegos, de tal forma que trascendieron a la historia de la civilización occidental. Herodoto y Esquilo (éste último como participante activo en la guerra de Salamina) las describieron como una lucha de la democracia contra la monarquía absoluta. De todos modos, para el Imperio persa fue una derrota sin mucha importancia, ya que Jerjes estaba más interesado en expandir su imperio hacia la India. A partir de la batalla de Salamina, el dominio del mar y la importancia de poseer una flota poderosa fueron considerados objetivos fundamentales por cualquier país con pretensiones de expansión político-militar.

Las guerras del Peloponeso


El faro de alejandría fue mandado construir en 290 a.C. por Ptolomeo Sóter, el sucesor de Alejandro Magno en Egipto. El proyecto lo hizo Sástrato de Knidos, quien dirigió la obra durante 20 años. Cuando se concluyó su construcción, el faro era la obra más alta del mundo y el último símbolo del poder helénico en el mar.

Tras las guerras Médicas, Atenas salió muy fortalecida. Llegó la época de Pericles, en la que se consolidó la democracia y florecieron las artes y la filosofía, al tiempo que la ciudad se convertía en una gran potencia naval. Atenas, varias islas del mar Egeo y algunas ciudades del Asia Menor, crearon la Liga de Delos, como continuación de la Liga Panhelénica formada con motivo del ataque de Darío. La finalidad de la liga era costituir una confederación marítima comandada por Atenas para hacer frente a posibles ataques de los persas. Esta decisión conllevó la pérdida de poder por parte del gran rival de Atenas, Esparta, que recuperó la Liga del Peloponeso, fundada con sus aliados en el siglo VI a.C.
Ambas confederaciones entraron enseguida en conflicto. Representaban distintas concepciones del Estado y del poder político-militar: Atenas era el adalid de la democracia, mientras que Esparta defendía la oligarquía; la primera ostentaba una gran potencia marítima, y la segunda, en cambio, una terrestre; por último, mientras que Atenas defendía la unión de la Hélade en un solo Estado, Esparta abogaba por una confederación de ciudades autónomas. La guerra entre ambas potencias estalló en el año 431 a.C., a causa del bloqueo comercial impuesto por Atenas a Megara, perteneciente a la Liga del Peloponeso.
La guerra duró casi treinta años, hasta 404 a.C., y se produjeron dos episodios navales de importancia. El primero de ellos fue debido al intento ateniense de ocupar Siracusa por parte del caudillo Alcibíades, quien se propuso la conquista de Sicilia y el sur de Italia como paso previo a la expansión ateniense en el norte de África. Sicilia estaba dividida entre los cartagineses y los griegos; la zona de influencia griega dependía de Siracusa, aliada de Esparta. En 415 a.C. Alcibíades organizó una expedición naval contra Siracusa con 134 barcos y 5.000 soldados. Partió con la confianza de encontrar el apoyo de otras colonias griegas del sur de la península itálica, como Tarento y Locri. Sin embargo, sus expectativas no se cumplieron y Alcibíades se encontró solo ante Siracusa. El asedio a la ciudad resultó un fracaso. El ateniense tuvo que regresar requerido por los tribunales de Atenas, acusado de un delito religioso, pero, durante el viaje, desertó a Esparta. Nicias, quien se había quedado al mando de los sitiadores, tuvo que pedir refuerzos a Atenas, pero el asedio fracasó y Nicias fue ejecutado junto con los demás jefes atenienses. La derrota se consumó en 405 a.C. en la batalla de Egos Pótamos, a la entrada de los Dardanelos. Doscientos barcos espartanos, comandados por Lisandro, derrotaron a las ciento ochenta galeras atenienses. Fue el fin para Atenas, que se avino a firmar la paz al año siguiente, perdiendo su hegemonía naval y su imperio colonial.
Se inició entonces en Grecia una época de hegemonía espartana que acabó en 371 a.C., cuando el rey de Macedonia, Filipo II, inició su expansión hacia las ciudades griegas de la costa. En 338 a.C. Filipo derrotó Tebas y Atenas, creando la Liga de Corinto, una confederación panhelénica contra los persas. En 336 a.C. Filipo fue asesinado y su hijo Alejandro asumió el poder. Al año siguiente Alejandro logró dominar toda Grecia y preparó su gran objetivo: la conquista del Imperio persa.








sábado, 17 de septiembre de 2011

La trirreme, la primera gran nave de guerra

Alzado de una trirreme griega y la sección vertical que muestra la disposición de los remeros en tres filas.

Los griegos perfeccionaron las birremes fenicias y, a medida que las fueron utilizando para la guerra, se dieron cuenta de la importancia de conseguir una mayor velocidad y poder de maniobra. En aquella época en que el aparejo a vela se hallaba en una fase embrionaria, la forma más segura y controlable de conseguirlo era aumentando la capacidad de propulsión a remo.
Ante esta circunstancia, la idea de aumentar el número de remos en cada orden o línea era inviable, ya que llevaba irremediablemente a aumentar la eslora de la embarcación y, más allá de los 40 metros, los maestros de ribera griegos no tenían solución alguna para construir cascos resistentes al quebranto provocado por el oleaje. Cerca del año 525 a.C., se escribieron las primeras citas literarias referentes a lo que se denominó trirreme: se trataba de una galera con tres órdenes de remos por banda y que, en sus inicios, tenía un solo remero por remo. Pese a ser el trirreme un barco del que se ha escrito y hablado mucho hasta nuestros días, en realidad no se conocen con exactitud todos los elementos de su diseño y funcionamiento. A diferencia de la birreme, esta nueva nave disponía de un segundo espolón encima del situado cerca de la línea de flotación, y era más corto que éste. La finalidad de este apéndice adicional era agrandar la brecha abierta en el casco del barco que recibía la embestida, ya que estas temibles puntas, forradas de bronce y decoradas a menudo con representaciones de cabezas de animales feroces, eran realmente destructivas en el caso de una acometida frontal.
El tamaño de las trirremes aumentó considerablemente en relación a las birremes, ya que llegaron a medir 37 metros de eslora por casi 6 de manga. Sobre la disposición de los remeros hay muchas opiniones, pero parece un dato aceptado por la mayoría que en la fila superior o tranite se solía disponer de 64 remos de unos 4,3 m de largo; en la media o zygian, de 54 remos de 3,2 m, y en la fila inferior o thalamian, había entre 50 y 54 remos de unos 2,3 m. El timonel gobernaba sentado a popa y manejaba las espadillas mediante una barra transversal que las unía.
La capacidad de los expertos remeros griegos (ciudadanos libres que cobraban por su trabajo) era notable. Bogando con cadencia de asalto podían llegar a desarrollar velocidades de hasta 6 nudos durante unos 20 minutos; la velocidad de crucero normal se situaba alrededor de los 3 nudos según el estado de la mar y la dirección del viento. Según Jenofonte, una distancia de 129 millas suponía un "día largo" para una trirreme. Pero la referencia más precisa de la velocidad de crucero que podía llegar a alcanzar una trirreme sin vela se conoce gracias a un echo histórico concreto: la carrera improvisada que sostuvo la galera que transportaba el indulto a favor de los hombres de Mitilene contra la que llevaba su pena de muerte, y que había zarpado con anterioridad. La tripulación no se detuvo ni un momento: comieron pan de cebada mezclado con vino y aceite de oliva, al tiempo que bogaban con todas sus fuerzas. Tuvieron la suerte de no encontrar vientos contrarios y fueron capaces de recorrer 184,5 millas en aproximadamente 24 horas, lo que muestra la alta velocidad de crucero (7,6 nudos) que podían llegar a desarrollar las trirremes.
El aparejo a vela servía para propulsar la embarcación en los trayectos largos. Consistía en un solo palo alto situado a proa del centro de la nave, que a veces se abatía al navegar a remo y en la mayoría de combates. La vela era cuadra con una sola verga, se orientaba con brazas y se cargaba y largaba mediante briolas. A tope del palo se llevaba una cofa para vigías y arqueros. Con el tiempo apareció el dolon a proa, un palo pequeño e inclinado a proa, en el que se largaba una pequeña vela cuadra.

Características aproximadas

Eslora total: 37 m
Eslora de flotación: 34 m
Manga: 5,9 m
Calado: 1,75 m